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EDITORIAL 18 de ENERO 2015

Roque Pedace

Este término que va ganando espacio en los más diversos ámbitos no se refiere solamente a políticos que reniegan de sus principios sin chamuscarse. En buena hora, porque hay cosas más importantes.

Ha sido el Gobernador del Bank of England, el banquero canadiense Mark Carney quien lo ha introducido para referirse a aquellos combustibles fósiles que no se extraerán de la corteza terrestre para ser quemados si se alcanzan los acuerdos en la Convención sobre Cambio Climático para limitar el aumento de la temperatura mundial a dos grados centígrados o menos por sobre los niveles preindustriales.El reciente acuerdo entre EE.UU. y China en materia de limitación de emisiones de carbono, aunque muy insuficiente para logra este objetivo, es una señal de que la cuestión está en la agenda del deber ser climático y ya no se ira de ella.

En una reciente nota publicada en Yale Environment 360 Fred Pearce se pregunta si podría también indicar el inicio de un largo y constante declive de las industrias del petróleo y del carbón. Frente a esa perspectiva, los países petroleros – fundamentalmente Arabia Saudita – parecerían haberse decidido a bajar drásticamente el precio del crudo bajo el supuesto de que si estamos próximos al ocaso de los combustibles fósiles, su prioridad es que los últimos barriles que se extraigan sean los de petróleo convencional del que son los mayores titulares en el planeta.

El punto es que, con un precio del petróleo de menos de 50 dólares el barril, muchas reservas dejarán de ser viables. La mayor parte de ellas las encontramos en los recién llegados: el Ártico, en las aguas profundas del océano, o en otras explotaciones no convencionales que, al ritmo de la baja en el precio del crudo, ven aplazarse o abandonarse las inversiones. En los corrillos financieros avizoran una tendencia a la baja en el largo plazo y esperan una ola de quiebras de las empresas que han apostado al desarrollo de las reservas de petróleo de alto costo. Tal es el caso de Petrobras, que requiere un precio de equilibrio de 120 dólares el barril para algunos de sus yacimiento marinos y cuyas inversiones en el Atlántico Sur la habrían convertido en la empresa más endeudada del mundo. Este escenario confirmaría que Vaca Muerta quedara sin ordeñar (ver artículo: La breve resurrección de la vaca muerta) y que los tecnócratas, economistas y políticos que se subieron a su carro triunfal deberán hallar tiempo de dar explicaciones a prueba de incendio.