EDITORIAL – 26 DE ENERO 2015
Imaginemos que la medicina solo se concentrará en el aparato circulatorio, postulando que el corazón y los conductos por donde circula la sangre son los únicos responsables de nuestra salud. Allí las enfermedades serían explicadas como problemas circulatorios y las muertes sobrevendrían por no haberse logrado mantener en funcionamiento el corazón o por no haber logrado destapar los conductos obstruidos. Obviamente la tasa de mortalidad sería muy elevada y las expectativas de vida muy cortas.
Suena bastante disparatado, pero no ocurre lo mismo cuando se analiza otra ciencia humana -la economía- que se ha desarrollado sin la indispensable visión holística, solo centrada en el flujo circular cerrado que definen producción y consumo.
Por defecto de formación, los economistas sólo observan, diagnostican y tratan padecimientos del sistema circulatorio de la economía y en ningún caso se enfocan, al ignorar su existencia, en su sistema digestivo y su metabolismo, que fruto de más de 250 años de indiferencia y malas prácticas, se encuentra absolutamente comprometido.
Frente a los evidentes síntomas de deterioro en la salud de la economía, los economistas siguen aferrados a una mayor exposición a las leyes del mercado, que suponen son las responsables de la normal circulación, mientras ven crecer sin control un tumor financiero que amenaza con una metástasis generalizada.
Lamentablemente para la paciente y para los 7000 millones de seres humanos que dependen de ella, no se convoca a ese grupo de economistas homeopáticos que proponen una medicina alternativa naturalista y cuyos referentes – desde hace ya largo tiempo – plantean que al no considerar la dependencia del sistema circulatorio de la paciente respecto del entorno natural, fallan totalmente los diagnósticos y los tratamientos. Otro tanto ocurre con los ecólogos que conocen profundamente el sistema digestivo de la paciente y tampoco son convocados para la necesaria interconsulta.
Hasta la fecha nuestra paciente es asistida por los políticos, esa suerte de anestesistas indispensables para las muy frecuentes y dolorosas prácticas quirúrgicas mediante las cuales los economistas practican sus clásicos, reiterados y dolorosos ajustes.
Frente a su calamitoso estado de salud y luego de arduos debates, los economistas solo lograron recetar una mayor dosis de mercado, combinada con una aceleración mayor del productivismo y el consiguiente consumismo, reservando aplicaciones de Darwinismo Social para resolver los problemas de desocupación que invaden el cuerpo de la paciente y de Militarismo Keynesiano para reanimarla. En todos los casos se le sigue dando apoyo psicológico para garantizar que no pierda su ilusión neolítica de una naturaleza inagotable.
Obvio es señalar que la paciente agoniza y el desenlace final se torna inevitable.