EDITORIAL, 31 DE ENERO DE 2015
Los sistemas de energía del mundo han registrado, desde 1850 hasta nuestros días, dos transiciones en gran escala. Primero de la biomasa tradicional al carbón mineral y posteriormente del carbón al petróleo y el gas. En la actualidad, como fruto de la combinación del cenit petrolero, la lucha contra el cambio climático y el avance de la conciencia ambiental, nos dirigimos a una tercera transición energética en la que los combustibles fósiles y la energía nuclear deberán dar paso a las energías renovables y limpias. Una transición desde una sociedad fosilista e hiperenergética, a una sociedad sostenible e hipoenergética.
El modo típico de enfrentar los problemas por parte de la dirigencia política tradicional ha sido la huida hacia adelante; pero en este caso nos encontramos frente a un muro colosal y pareciera que esa no es la mejor de las soluciones.
Una vez más, la mayor parte de nuestra dirigencia política, a contramano de los hechos que preanuncian el ineludible ocaso del petróleo (ver Los Incombustibles), proponen la utopía de convertir a nuestro país en un emporio petrolero. Vaca Muerta es una oportunidad del carajo ha dicho Macri. Massa opina que el cepo y la inflación atentan contra Vaca Muerta. Sanz ha sido categórico: yo defiendo el Fracking. Para Urribarri Vaca Muerta representa el nuevo futuro energético de la argentina. Y Scioli ha declarado al finalizar su visita al yacimiento de Vaca Muerta: me voy más apasionado que nunca y comprometido con esto.
En lugar de escuchar los cantos de sirena de los carbotraficantes, un Estadista se estaría preguntando ¿cómo evitar que la transición energética nos llegue forzada por circunstancias fuera de nuestro control? ¿Si tiene lógica seguir haciendo inversiones millonarias en obras de infraestructura carbodependientes? ¿Si no ha llegado la hora de la agroecología frente a una agroindustria que no podrá sobrevivir al cenit petrolero? ¿Si se podrán gestionar, cuando la escasez de energía sea ya severa, unos residuos tan peligrosos y duraderos como los de la industria nuclear? ¿Con qué energía se hará? ¿Si se está invirtiendo lo suficiente en investigación y desarrollo de energías renovables y limpias? ¿Si no sería hora ya de acabar con este modelo de sociedad, basado en el beneficio monetario a corto plazo y en el consumo sin medida, que lleva al agotamiento de todo tipo de recursos? ¿Si nos estamos preparando adecuadamente para la supervivencia en este nuevo escenario?
Urge abrir el debate social sobre estos temas fundamentales como único camino para enfrentar el monumental cambio socio-ambiental que se avecina. Guiar este proceso resulta tarea de Estadistas, de allí que resulte difícil ser optimistas, porque – tal como estamos – parece más probable que un camello pase por el ojo de una aguja que un político se convierta en Estadista.