EDITORIAL – 2 DE FEBRERO DE 2015
Hoy el eje de la lucha social se ha trasladado a un campo poco frecuente. Un campo en el que se discute cual será el modelo energético postindustrial. Si bien ha cambiado el campo, los actores siguen siendo los mismos. Por un lado están quienes detentan el poder económico mundial y por ende, el poder político y propagandístico del sistema productivista en el que vivimos. Por el otro lado se encuentra la inmensa mayoría de los habitantes de este planeta. El enfrentamiento promete ser encarnizado, ya que en este escenario unos pocos lucharán por mantener sus privilegios, mientras que las grandes mayorías lo harán – literalmente – por la supervivencia.
En esta confrontación, la punta de lanza de los poderes económicos y políticos es el negacionismo del cambio climático, con el que pretenden evitar cualquier cuestionamiento al modelo fosilista, descartando de plano el desarrollo y aplicación de las energías renovables y limpias. Estrategia que se ha mostrado “exitosa” si consideramos que los últimos años se han multiplicado las inversiones en las formas más “sucias” de los combustibles fósiles (las no convencionales y las de aguas profundas), justo en sentido contrario a la urgencia de inversiones en energías renovables y limpias, si es que pretendemos evitar las catastróficas consecuencias de una elevación de las temperaturas medias del planeta de más de 2° C.
Bajo el acostumbrado paraguas del hecho consumado, los poderes económicos han concretado siderales inversiones en energías fósiles, pretendiendo llevarnos a un callejón sin salida: o quemamos todas las reservas de combustibles fósiles para amortizar tales inversiones o se produce la quiebra de la economía mundial.
Al respecto, Will Hutton advierte que: “La lucha de una larga década de la derecha conservadora contra el “socialismo ecológico” está dando sus frutos. El cambio climático se ha convertido en un caso perdido y oponerse a la “revolución” del gas pizarra es como luchar contra la libertad. Así es como funciona la política económica: la disfuncionalidad norteamericana se ha extendido ya por todo el mundo”.
Frente a semejante perspectiva hoy – más que nunca – cabe luchar por encaminar a la humanidad en la senda de la transición energética, que – como trataremos de demostrar – implica mucho más que un cambio de fuentes.
La Transición energética
El modo en el que los humanos aprovechamos las fuentes de energía disponibles para satisfacer nuestras necesidades esenciales, nuestro “modelo energético”, resulta un factor central en el proceso de configuración de las sociedades humanas. La manera en que se estructuran y desarrollan nuestros sistemas económicos, sociales, agro-alimentarios e incluso, el propio sistema científico-técnico se relacionan estrechamente con el modelo energético imperante. En conjunto son ellos los que influyen sobre nuestro crecimiento poblacional y son los que determinan el nivel del impacto que – inevitablemente – generamos en el ambiente.
Al analizar los cambios de los modelos energéticos empleados por la humanidad a lo largo de su evolución se observa que ellos se han mantenido mientras han podido dar satisfacción a las necesidades básicas de las sociedades y cuando dejaron de hacerlo, sobrevinieron profundos cambios. Es así que el modelo “preagricola” que se extendió por más de 1,5 millones años; dejo paso – hace 12.000 años atrás – al modelo “agrícola”, que luego condujo a los modelos “agrícola avanzado” y “preindustrial”, este último se mantuvo durante la vigencia del sistema feudal. En general, todos ellos condujeron a organizaciones sociales ligadas a la tierra y sus límites, en las cuales, el crecimiento de la población se mantenía en un equilibrio dinámico con los limitados recursos energéticos disponibles.
Fue la sustitución de dos fuentes energéticas primarias – gratuitas y de uso libre – como el agua y el viento, por otra fuente objeto de comercialización, como el carbón mineral, la que inaugura un nuevo modelo energético al que se lo conoce como “industrial”. Con el redescubrimiento y el empleo masivo del carbón mineral hace aproximadamente 270 años atrás, desatamos la “Revolución Industrial” y empezamos a usar máquinas y a crecer en población y en producción. Durante el desarrollo de este modelo también se empleó el gas de hulla, tanto para el alumbrado como para motores. La irrupción del petróleo inauguró un nuevo modelo energético conocido como “industrial avanzado” que es el que da forma y estructura al mundo en el que vivimos.
Desde el Neolítico hasta la Primera Revolución Industrial, la producción de energía por persona y por año promedió 0,5 barriles de equivalente petróleo (BEP), pero a partir de la Primera Revolución Industrial ese valor trepó – en nada de tiempo – hasta alcanzar los 12 BEP/persona/año. Un salto gigantesco, único e irrepetible, a partir del que nos convertimos en una “sociedad fosilista”.
Han sido los combustibles fósiles, responsable del 80% de la energía primaria empleada en el mundo, los que hicieron posible el nacimiento y desarrollo de la sociedad industrial; los que nos colocaron en la senda del crecimiento exponencial de la economía, de la población y también del deterioro ambiental.
Jorge Riechmann sostiene que: el petróleo, ese caramelo fósil a la puerta de un colegio, era un regalo envenenado… Estructuró la economía y la sociedad del siglo XX… con resultados a la postre desastrosos…Como el regalo excesivo que se entrega a un niño pequeño, y que lo malcría, hemos sido incapaces de gestionar adecuadamente esa preciosa herencia fósil…Una riqueza dilapidada que nos echó a perder.
Si bien existen condiciones objetivas que insinúan el ocaso de nuestro modelo industrial avanzado, aun no se hace presente una extendida conciencia social sobre la necesidad de cambiar nuestros horizontes energéticos. Esta convivencia entre la madurez de las condiciones subjetivas y la inmadurez de las condiciones subjetivas es la que define al actual, como un periodo de transición energética y social.
Detengámonos entonces para analizar algunos elementos de juicio e información concreta que nos hacen pensar que nos dirigimos hacia el abandono del actual modelo energético fosilista.
1° – La fragilidad del modelo fosilista
El actual modelo energético, que ha posibilitado alcanzar objetivos económicos, sociales y científicos jamás imaginados, resulta enormemente frágil. Prácticamente toda nuestra tecnología y nuestro modo de vida actual descansan sobre fuentes de energía agotables. Un gigante con pies de barro.
La anterior afirmación, además de ser una conclusión lógica, ha sido analizada en profundidad por Marion King Hubbert, quien en la década del año 1950 lanzo su teoría conocida como el “Cenit Petrolero”. Esta teoría viene a decir que la cantidad de petróleo que se extrae anualmente de un pozo sigue una curva con forma de campana, de manera que la extracción aumenta durante los primeros años hasta llegar a un límite que se alcanza cuando se ha explotado aproximadamente la mitad del crudo extraíble. A partir de ese momento la extracción se hace más difícil y lenta (por motivos geológicos) hasta que llega un momento que extraer el petróleo requiere más energía que la que se va a sacar de él, y ya no es rentable extraerlo por muy alto que sea su precio.
Resulta importante este último concepto, conocido como “Tasa de Retorno Energético” (TRE) – en inglés, EROEI o EROI – que es el cociente de la cantidad de energía total que es capaz de producir una fuente de energía y la cantidad de energía que es necesario emplear o aportar para explotar ese recurso energético. Para el petróleo la TRE evolucionó de la siguiente forma: hasta 1940 se aproximaba a 100; en 1970 se había reducido a 23 y hoy ronda un valor de 8. Para el carbón, los valores de TRE, que eran de 80 para el año 1950, se habían reducido en1970 a un valor de 30. El gas, tiene una TRE que varía entre 1 y 5.
Los seguidores de Hubbert fundaron la Asociación para el Estudio del Cenit del Petróleo y Gas. Según sus cálculos el año del cénit mundial se habría alcanzado entre 2005 y 2010.
Si se aplica la relación entre reservas/producción a los 23 principales productores de petróleo, ellos se dividen en dos grupos: un grupo de 15 países post-cresta, entre los que se destacan Estados Unidos (Máx. 1970); Venezuela (Máx. 1970); Reino Unido (Máx. 1999) y Noruega (Máx. 2000) y un grupo de 8 Países pre-cresta: Arabia Saudita; Rusia; Canadá; Kazakstán; Argelia; Angola; China y México. En Volumen de Producción los 15 países post-cresta igualan a los 8 países pre-cresta. Es por ello que cuando uno de los países pre-cresta alcance su cenit petrolero, globalmente comenzará la caída. La gran duda es si Arabia Saudita puede seguir creciendo o si ya ha alcanzado su máxima posibilidad.
A nivel mundial y desde 1962, cada año se descubren menos yacimientos y los que están por descubrirse se encuentran más inaccesibles. Las estadísticas indican que hoy por cada 5 barriles que se consumen, se descubre uno para su reposición.
A raíz de los escasos hallazgos de hidrocarburos convencionales se han puesto de moda los “hidrocarburos no convencionales[1]” cuya extracción se nos presenta como un alarde de la tecnología, ocultando los altísimos costos y los graves impactos ambientales de las metodologías de extracción empleadas[2], a lo cual se agrega sus TRE bastante bajas (0,7 a 13,3).
En la crisis energética actual y tal como lo dijera en 1977, James R. Schlesinger, ex Secretario de Energía de EE.UU.: tenemos un caso clásico de crecimiento exponencial contra un recurso finito.
En refuerzo a todo lo anterior se puede mencionar la teoría presentada por Richard C. Duncan, a la que denominó “La Teoría de Olduvai” que establece que la esperanza de vida de la civilización industrial será de aproximadamente 100 años. Su cálculo se basa en considerar que el inicio de la era industrial se registró cuando el consumo energético per cápita alcanzó a ser el 30% de su valor medio más alto o de meseta y que finalizará cuando alcance igual valor. Según los cálculos de Duncan el inició se registró en 1930 y el fin llegará en 2030. La Teoría Olduvai se acomoda bien a lo que se conoce como “acantilado de Séneca” concepto surgido de un párrafo de su Epístola XCI a Lucilio cuando le menciona que: “Sería algún consuelo para la debilidad nuestra y de nuestras obras si todas las cosas perecieran con la misma lentitud que llegaron a existir; pero tal como son las cosas los incrementos son de lento crecer y la ruina es rápida”.
2° Las negociaciones sobre el cambio climático
El descomunal ritmo en el uso de los combustibles fósiles queda bien ejemplificado si pensamos que el proceso de captura del carbono atmosférico – que quedó depositado en el carbón, el petróleo y el gas natural – insumió cientos de millones años; y que las sociedades industriales, al quemarlos, apenas están empleando 300 años para devolverlo a la atmósfera. Se trata de un forzamiento brutal de los tiempos de la biosfera que, entre otras consecuencias, ha definido un cambio climático potencialmente catastrófico.
En las negociaciones que se desarrollan en la Convención sobre Cambio Climático se ha avanzado en la búsqueda de consenso y acuerdos para limitar el aumento de la temperatura mundial a dos grados centígrados o menos por sobre los niveles preindustriales, lo cual exige renunciar a un tercio de las ya menguantes reservas de petróleo y al 80% de las reservas de carbón.
3° La “burbuja” de carbono
La burbuja de carbono se ha inflado al influjo de inmensas inversiones realizadas en los combustibles fósiles, particularmente aquellas efectuadas en combustibles fósiles no convencionales. Inversiones que se han efectuado pensando (o no pensando) en que se puede quemar todo el carbón, petróleo y gas existente sin tener en cuenta los efectos que esta quema traerán para el sistema climático mundial.
Carlos Fresneda en su artículo La burbuja de carbono menciona que los mercados pueden llevar a la economía y al planeta a una situación límite y afirma que para “amortizar” las inversiones en energías sucias de los últimos años, no va a haber más remedio que quemar todas las reservas de energías fósiles que tenemos. Si no lo hacemos, la economía se desestabilizaría.
Bill McKibben por su parte considera que: si pudiéramos ver nuestro mundo desde una perspectiva iluminadora, lo veríamos envuelto en una gigantesca burbuja de carbono…Si llega a explotar algún día, haría que la burbuja inmobiliaria del 2007 se viera como una pequeña broma. Por desgracia, la nueva burbuja es prácticamente invisible para la mayoría de nosotros.
4° Los precios fluctuantes del crudo
Desde la década del año 1970 los precios fluctuantes del crudo han sido la regla.
En un reciente artículo titulado ¿Cuál es el precio ideal del petróleo para la transición energética? Rick Bosman y Derk Loorbach – del Instituto Holandés de Investigación para las Transiciones en la Universidad Erasmus de Rotterdam – consideran que las fluctuaciones en el precio del crudo son muy difíciles de predecir y probablemente lo seguirán siendo y que: Las recientes fluctuaciones en los precios del petróleo pueden ser un indicador de una desestabilización del régimen de los combustibles fósiles. Tal desestabilización – afirman – es una condición necesaria para que una transición energética sea posible.
5° Tensiones por el acceso a la energía fósil; tensiones geopolíticas; creciente resistencia a la producción de las fuentes no convencionales y ritmo acelerado en la expansión de las energías renovables
Se trata de diferentes factores que completan el panorama de las condiciones objetivas que señalan en dirección al ocaso de la sociedad fosilista.
Transición energética y cambio social
Los diferentes cambios de modelo energético siempre implicaron un mayor consumo de energía mientras que, el nuevo modelo – al que identificaremos como “postindustrial” – deberá ser capaz de dar satisfacción a nuevas necesidades en un marco de creciente escaseces, un modelo que por primera vez implicará consumir menos energía. Es esta una de las razones por las cuales la transición energética jugará un papel central en un cambio mayor como lo es la salida del capitalismo – de la sociedad productivista/consumista – hacia un nuevo sistema social, convivencial y sostenible.
La actual transición energética le plantea a la humanidad una disyuntiva crucial entre Sociedad Hiperenergética o Sociedad Hipoenergética. Ello significa optar por consumir hasta el último metro cúbico de petróleo, gas natural y carbón; agudizar la inseguridad alimentaria con el uso intensivo de granos para la producción de combustibles y relanzar la energía nuclear – a una escala nunca antes imaginada; todo lo cual supone guerra contra la naturaleza y contra la humanidad futura. O – por el contrario – optar por una sociedad hipoenergética, que implica abandonar el sueño de un infinito crecimiento económico en un mundo finito; redefinir el concepto de progreso, entendiéndolo como una forma de adaptación a aquellos límites naturales que no deben ser rebasados y – en definitiva – implica aprender a vivir de otra manera.
No es posible que se pueda mantener nuestra civilización industrial sostenida exclusivamente por energías renovables y limpias; menos que pueda tener la impronta expansiva que ha caracterizado la era de los combustibles fósiles. Al respecto resulta ilustrativa la afirmación del geólogo Walter Youngquist referida a la inexistencia de un sustituto para el petróleo debido a su alta densidad energética, la facilidad de su manejo, la multiplicidad de sus usos y los volúmenes en que ahora lo usamos. Youngquist asegura que …el pico de la producción mundial de petróleo, con el consiguiente e irreversible declive, será un punto de inflexión en la historia de la Tierra cuyo impacto mundial sobrepasará todo cuanto se ha visto hasta ahora. Y es seguro que ese acontecimiento tendrá lugar durante la vida de la mayoría de las personas que viven hoy.
La energía de los combustibles fósiles, que obviamente viene del sol, ha estado acumulada en la Tierra durante cientos de millones de años y al extraerla y gastarla de golpe es como si, de repente, hubiésemos dejado de depender de un exiguo salario mensual para empezar a gastar la herencia de la abuela millonaria. Jeffrey Dukes (de la Universidad de Utah) calculó que los combustibles fósiles que quemamos en un año equivalen al crecimiento de cuatro siglos de plantas prehistóricas (incluyendo el fitoplancton). A manera de ejemplo podemos mencionar que se requieren 26 toneladas de biomasa prehistórica para producir 1 litro de nafta. Estos cálculos evidencian que la idea de que podemos simplemente reemplazar la herencia fósil – y la extraordinaria densidad energética que nos da – por energía de la biomasa, constituye un enorme autoengaño. A mediano plazo, no está claro que pueda mantenerse el despilfarro energético actual con fuentes alternativas y no digamos extenderlo igualitariamente a 8 o 9 mil millones de personas.
El abandono de las fuentes energéticas de origen fósil por fuentes renovables y limpias pone también sobre el tapete una cuestión central del sistema energético: la centralización o descentralización del mismo. Tal como lo ha señalado Hermann Scheer: La base del conflicto energético es que los proveedores de energía convencional luchan para mantener el monopolio de la provisión de energía. Pero este monopolio no se puede mantener si se quiere una verdadera reorientación hacia energías renovables. Esto define en el fondo el conflicto energético…
Impulsar el proceso de transición energética se ha transformado entonces en una lucha por cambiar nuestra insostenible forma de vida. No se trata solamente de un cambio de fuentes, sino de un profundo cambio de paradigmas.
[1] El “gas no convencional” que engloba al “shale gas” (gas de esquisto), el “tight gas” (gas de arenas compactas) y el “coal bed methane” (metano del manto de carbón).
[2] Según el informe del Tyndall Centre, de los aditivos químicos empleados 17 han sido clasificados como tóxicos para organismos acuáticos, 38 son tóxicos agudos, 8 son cancerígenos probados y otras 6 están sospechados de serlo, 7 son elementos mutagénicos, y 5 producen efectos sobre la reproducción. Las enormes cantidades que deben emplearse –para una plataforma de 6 pozos oscilarían entre los 1.000 y los 3.500 m3 de químicos-, serían, por sí mismas, motivo de máxima precaución y control. Según el informe los riesgos incluyen: la contaminación de agua subterránea por acción de los fluidos utilizados para las fracturas, a raíz de roturas en los encamisados o filtraciones; la contaminación de la tierra y agua superficial debido a derrames de los compuestos utilizados en las fracturas, y de las aguas contaminadas que regresan a la superficie una vez concluido el proceso; el sobreconsumo y agotamiento de fuentes de agua; el tratamiento de las aguas residuales y los impactos sobre la tierra y el paisaje.
Un sentido agradecimiento por este texto brillante Carlos. Abrazo fuerte. Jorge Date: Tue, 3 Feb 2015 00:46:24 +0000 To: jorgedaneri@hotmail.com
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