PRIMERA ENTREGA
Carlos Merenson
INTRODUCCIÓN
La superideología productivista se ha erigido como una verdadera fuerza destructiva que amenaza la continuidad de la vida tal como hoy se la conoce, particularmente la existencia misma de la especie humana. La permanente búsqueda de metas materiales se ha confundido con el proceso de desarrollo, creyendo que la elevación de los niveles medios de vida es un sinónimo de la necesaria, urgente y postergada elevación de la calidad de vida. Un desarrollo que – así concebido – lleva implícitos rasgos negativos y peligros que no pueden ni deben ser ignorados. Pero este estilo de desarrollo internacional, no ha surgido por generación espontanea, sino que, tal como lo afirma Víctor Manuel Toledo, resulta la culminación de un proceso megahistórico de desnaturalización, en el cual, la humanidad, ha vivido una necesaria aunque violenta separación de la naturaleza, que la ha afirmado como sociedad, pero la ha negado como especie.
Los seres humanos reunidos en sociedad, establecemos relaciones de producción y nos transformamos en fuerzas productivas, generando existencia material, la cual nos obliga, como sociedad, a interactuar con la naturaleza. Esta interacción se ha caracterizado por un creciente proceso de especialización y artificialización, inducido por la sociedad humana, que según la descripción de Osvaldo Sunkel, ha contrariado la natural tendencia a diversificar las formas de vida, al intervenir eliminando las formas que no nos interesan y ha impactado fuertemente sobre la naturaleza mediante un largo proceso histórico de extracción de sus productos, únicamente visualizados como recursos útiles. Este proceso de intervención, acompañado por la evolución científico-técnica, se ha acumulado en la forma de obras de infraestructura, bienes de capital y bienes y servicios de consumo duraderos, que constituyen nuestro actual ambiente artificial. Hemos generado una realidad artificial, en la que imaginamos que cada vez dependemos menos de la naturaleza.
Ernst Haeckel advertía que resultaba necesario que el hombre reconociera su posición real en la naturaleza, a partir de lo cual podría comprender que no es una excepción a las leyes naturales organizando su vida de acuerdo con ellas. Pero hoy, lamentablemente, se sufren las consecuencias del verdadero abismo que hemos abierto entre nuestra sociedad y el mundo natural, consecuencias que se proyectan al futuro, comprometiendo la continuidad misma de la vida humana sobre el planeta.
No hemos sido capaces de incorporar los resultados y consecuencias futuras de nuestras acciones presentes, no hemos sido capaces de comprender la intertemporalidad de nuestras conductas, no hemos sido capaces de aplicar a nuestras conductas, leyes básicas que si hemos podido desentrañar mediante el avance científico técnico.
Václav Havel, en su discurso ante el Foro Económico Mundial en Davos, afirmó que asistimos al fin de la Era Moderna, en la que el hombre, asumido como pináculo de todo lo existente; inmerso en un racionalismo absolutista y arrogante; haciendo un culto de la objetividad despersonalizada; depositando su fe en el progreso automático por medio del método científico; se lanzó a la búsqueda de la Teoría Universal del Mundo como llave de la prosperidad.
Estamos dando los primeros pasos hacia una nueva Era, a la que entramos seguros y confiados de la dominación sobre la ciencia y la técnica; pero profundamente inseguros y temerosos de la orfandad, de la falta total de dominación de la dominación y la gran paradoja de este tiempo, tal como lo afirma Havel es que el hombre, ese gran acumulador de información, sabe muy bien que la civilización está en peligro y sin embargo es absolutamente incapaz de enfrentar el peligro.
Internarse en la evolución de los paradigmas de la relación sociedad-naturaleza, resulta entonces un apasionante ejercicio, cuya crónica podría resumirse de la siguiente forma: de cómo el hombre se separó de la naturaleza; la economía fue sólo una ciencia política, la ecología fue sólo una ciencia natural; de cómo se trató de economizar la ecología; de como se intenta ecologizar la economía y de como se asiste al nacimiento de un nuevo paradigma, necesario para un futuro posible.
LOS LÍMITES
En forma previa al análisis de los paradigmas sociedad-naturaleza, resulta conveniente detenernos para describir la evolución de una polémica aún no resuelta, respecto de los límites del crecimiento económico.
La polémica en los clásicos
Un adecuado punto de partida lo encontramos en la obra de Adam Smith quien sistematizando las tendencias de la economía británica durante la Primer Revolución Industrial, que anunciaban un verdadero cambio revolucionario, impregno su prédica de un inconmensurable optimismo y, apoyado en una confianza ciega en la capacidad creadora del hombre, postuló que en la división internacional del trabajo se encontraba la clave de un «progreso» sin límites de la humanidad. Smith, obviamente, no consideró argumentos que, como mínimo, hubieran reducido el optimismo de sus tesis como ser, la relación existente entre los recursos y la población, tema central en los planteos de Thomas Robert Malthus en su «Ley de la Población» y de David Ricardo en su «Ley de los Rendimientos Decrecientes».
Vemos claramente que el tema fundamental de la ciencia económica y de los economistas clásicos resultaba el «crecimiento económico» y esta idea central se desarrollaba y en gran medida aún hoy se desarrolla en el marco de una idea optimista del futuro. Expansión económica y crecimiento sin límites marcan el concepto de progreso así acuñado.
Malthus, en su Ensayo sobre el Principio de la Población, produce un primer resquebrajamiento de la idea optimista sobre el futuro, dominante en los economistas clásicos, al advertir que existe una relación inversa entre la progresión geométrica de la población (crecimiento exponencial), frente a la progresión aritmética de los alimentos (crecimiento lineal); lo que inexorablemente lleva a una situación caracterizada por recursos alimentarios insuficientes y salarios por debajo de los niveles de subsistencia. Frente a tal situación, Malthus postula como única solución, el control de la expansión demográfica, controlando la natalidad, mediante la modificación de pautas culturales; pero, así como Smith deposita su confianza en la inagotable capacidad creadora del hombre, Malthus deposita su confianza en la estabilización de la población, mediante una supuesta autorregulación originada naturalmente mediante las hambrunas, epidemias, pestes y si ello no fuera suficiente, por las guerras.
Con tales postulados, las tesis de Malthus y sus seguidores se enfrentan a aquellas corrientes que se oponen al control de la natalidad, como es el caso del Catolicismo; con las tesis marxistas que centran su atención en las contradicciones existentes en los sistemas de distribución o con las corrientes liberales que centran su atención en la asignación de recursos, postulando el sistema de mercado; conformando en conjunto un núcleo «antimalthusiano» heterogéneo.
Otra figura notable en este análisis resulta David Ricardo, quien también arremete contra el desmesurado optimismo dominante. Su «Ley de los Rendimientos Decrecientes» fue resumida por Hartwell en un estudio sobre Ricardo de la siguiente forma: al aumentar las cantidades de un factor variable (capital o trabajo) aplicadas a una cantidad fija de otro factor (tierra), el incremento en la producción total (cereal) que resulta de cada unidad adicional del factor variable (capital o trabajo), irá eventualmente decreciendo, de modo que con los sucesivos insumos del factor variable (capital o trabajo) se agregarán incrementos decrecientes, cada vez menores, de producto (cereal). Como puede verse en el pensamiento de Ricardo se observa la idea de un carácter limitado de los recursos (tierra) e implica una advertencia respecto que el crecimiento a largo plazo conduce a una reducción progresiva de los salarios.
J.S. Mill en Principles of Political Economy postula a manera de una síntesis del pensamiento clásico, su idea de un estado estacionario que se alcanzaría como una consecuencia lógica e inevitable al final de una larga fase de crecimiento. Considera que el crecimiento de la riqueza no puede carecer de límites y ello lo lleva a una conclusión, en los países atrasados el objetivo mas importante es el aumento de la producción y en los más avanzados es la distribución y todo ello se logrará en tanto se ponga freno al crecimiento poblacional.
Con la Gran Depresión iniciada en 1929 resurge la tesis de Mill reformulada por Alvin Hansen quien divide el problema de la siguiente forma: a corto plazo y tal como lo señala Keynes no se acepta el estado estacionario de la depresión, preocupando más el crecimiento de la desocupación que el crecimiento poblacional. A largo plazo el estado estacionario resulta inevitable por lo cual el destino de bienaventuranza económica al que se puede aspirar quedará regulado por la capacidad de controlar la población; la determinación para evitar las guerras; la voluntad de confiar a la ciencia asuntos estrictamente científicos y el establecimiento de un mecanismo de acumulación basado sólo en el margen entre nuestra producción y nuestro consumo.
Como puede verse desde el ilimitado optimismo de Smith hasta las advertencias de Mill, el pensamiento fue evolucionando hacia la noción de la existencia de límites del crecimiento. Esta polémica, lejos de resolverse continúa plenamente vigente entre aquellos que postulan la no existencia de límites hasta aquellos que hablan del crecimiento cero.
La polémica en sus términos actuales
Tras la secuencia: Gran Depresión – Segunda Guerra Mundial – Reconstrucción Económica – Guerra Fría, en los países desarrollados resurgió la polémica sobre los límites del crecimiento.
El crecimiento sin límites se encuentra asociado a un capitalismo expansivo entre cuyos mentores podemos citar a W. W. Rostow, C. Clark y H. Kahn.
Walt Whitman Rostow, historiador y economista norteamericano, es el autor de la teoría sobre las etapas del crecimiento económico, que postula la existencia de cinco etapas en las que se puede encuadrar un país en función de su proceso de crecimiento económico y que son: sociedad tradicional; condiciones previas al despegue; despegue (take-off); camino hacia la madurez y era de alto consumo en masa. A fin de contar con ejemplos en cada una de las mencionadas etapas encontraríamos a Nepal; México; Italia; Francia y Estados Unidos de Norte América respectivamente. Para Rostow no hay límites al crecimiento sino etapas ascendentes. Tal visión ha merecido duras críticas al desconocer lo limitado de los recursos y por lo tanto la imposibilidad de universalizar el consumo a los niveles a los que hoy se registran en los EE.UU. Por otra parte se desconocen los problemas de los países que se encuentran en las etapas extremas.
La «era de alto consumo en masa» no esta exenta de problemas, no resulta una sociedad ideal, se trata de una sociedad ultra urbanizada, en la que el aumento del tiempo disponible para el ocio plantea el desafío de meditar sobre qué hacer en el futuro: ¿incrementar el consumo? ¿Ampliar la dimensión familiar? ¿Dedicar más tiempo al esparcimiento y el cultivo personal? Mientras tanto y tal como ocurre con la sociedad americana asoman indicadores sumamente preocupantes como corrupción pública, vicio, crimen, indisciplina social, egoísmo, individualismo extremo, indicadores todos que chocan frontalmente con lo que algunos teóricos han sostenido, no sin cierta ingenuidad, respecto a que el hombre en esta sociedad, al llegar a la era de alto consumo, cansado de tanta opulencia, tal vez se decidiera a ayudar a su prójimo. La realidad no parece indicar que la última etapa del crecimiento económico lleve a una etapa superior, no prevista en el esquema de Rostow, como lo sería una sociedad humanista a nivel mundial.
Colin Clark no aporta una visión sistemática como la de Rostow, pero si mucho mas optimista. Cayendo en un planteo pseudocientífico, en su libro Abundancia y Hambre, Clark prevé posibilidades ilimitadas de población en el planeta, tales como las de construir palacios flotantes o habitar zonas de clima frío como Groenlandia.
Con la «escuela francesa» liderada por Sauvy entre otros, se inicia una corriente que si bien es expansionista en cuanto al capitalismo tiende a la reestructuración de su modelo. Tanto Sauvy como Chevenement, Faure y Barre, tomaron conciencia de la existencia de la emergencia ecosférica y de los efectos globales del actual modelo de crecimiento, pero manteniendo la tendencias a una rápida expansión del modelo reestructurado. Sauvy en su libro ¿Crecimiento cero? señala que si bien una hipótesis de crecimiento cero no resulta realista ni eficaz, ello no debe confundirse con ignorar temas fundamentales como el demográfico, cuya solución visualiza únicamente en la educación, por lo cual, respecto de los limites del crecimiento, se sitúa en un escalón menos optimista que el de Rostow o Clark, pero no por ello se inclina a pensar en limitar y aún detener el crecimiento. Pese a lo anterior, considera al problema demográfico como menos importante que las contradicciones existentes entre países ricos y pobres o que el consumo es mucho más nocivo que la expansión demográfica, lo cual relativiza la importancia que reviste el problema poblacional. En una obra posterior Sauvy siguió ocupándose de la expansión demográfica deteniéndose en el análisis de las posibles consecuencias de una población regresiva.
Philippe D’Iribarne, enrolado en esta «escuela francesa» postula que no puede haber crecimiento rápido sin sufrimiento y ello en razón que si el crecimiento es rápido, el aumento de la cantidad de bienes y servicios disponibles, traen más efectos negativos que beneficios. Con esta óptica plantea, en una posición intermedia entre el desarrollismo sin límites y el crecimiento cero, la necesidad de un primer período transitorio de adaptación hasta llegar a una «política de felicidad».
Con P. A. Samuelson y su libro Economics se inicia una corriente de opinión que basa su esquema en considerar que el crecimiento económico tiene graves consecuencias en materia de calidad ecosférica porque su medida se efectúa con un indicador como el Producto Nacional Bruto (PNB) que no refleja lo que Samuelson define como el Bienestar Económico Neto (BEN) al que se podría definir como el PNB deducidos los costos sociales y perjuicios ocasionados a la ecósfera imputables a la obtención del PNB.
Dos seguidores de Samuelson: Ramsey y Anderson, avanzan en materia de analizar las consecuencias ecosféricas del crecimiento económico, al no limitarse sólo a señalar que ellas se neutralizarían con utilizar adecuados indicadores macroeconómicos, lo cual no deja de ser una visión muy optimista, planteando que en esta materia, la planificación debe jugar un rol central, con el fin de compensar las imperfecciones del sistema de mercado. Ante la globalización de la emergencia ecosférica, tal planificación, hoy, debe ser interpretada como una planificación a nivel mundial. Ambos sostienen que: El género de mundo que tengamos, dependerá de la clase de planes que hagamos ahora. Si no formulamos ninguno, es muy posible que no tengamos mundo alguno.
Es en este punto donde se produce la convergencia con el planteo de Samuelson, en tanto que – a los efectos de una planificación mundial – de igual forma que del PNB se deducen las externalidades a fin de calcular el BEN, habrá que calcular un BEN mundial a partir de un Producto Mundial Bruto (PMB).
En este punto encontramos también un puente para comenzar el análisis de los planteamientos de Jan Tinbergen. Especialista en modelos económicos, en programación lineal e innovador en diversas ramas de la política económica, Tinbergen distingue al encarar el estudio del futuro entre dos conceptos: previsiones (que parten de hipótesis entre las cuales no se incluye el cambio de régimen socioeconómico) y planes (que si implican transformaciones substanciales en el marco institucional). El planteo de Tinbergen indica que las previsiones, en el largo plazo, carecen de sentido en tanto el futuro no puede ser previsto, pero si puede ser planificado, motivo por el cual resulta importante sopesar las tendencias de cambio de la sociedad. Cuando Tinbergen se adentra en su estudio, identifica cuatro grandes tendencias: la explosión científica; el desafío del desarrollo deseado por el Tercer Mundo; la polarización ideológica y política (comunismo y capitalismo, dictadura y democracia) y el medio físico. Al planificar, se elige invariablemente un sistema de valores con lo cual entraran en juego elecciones relativas a: mas producción o más ocio; preponderancia o no de la producción de bienes de consumo; tamaño de familia; forma y organización de la distribución personal de la renta y composición del consumo y del gasto público.
Todo lo anterior lo lleva a plantear la necesidad de renunciar a necesidades artificiales e imponerse límites en cuanto a las mismas, mientras que en el campo socioeconómico el planteo lo lleva de la economía mixta que denomina «socialismo occidental», el que incluiría valores como la democracia parlamentaria y la libertad individual. Sin duda el planteo de Tinbergen resulta más avanzado que el de Samuelson y ofrece una visión evolucionista del capitalismo, donde el crecimiento sin límites comienza a desdibujarse.
En febrero del 72, un miembro de la Comisión de la CEE, Sicco Mansholt escribió una carta al entonces presidente de la CEE, Franco María Malfatti en la que se preguntaba por el sentido de un crecimiento económico desbordado y dentro de un contexto de continua degradación de la ecósfera y de disminución de la calidad de vida. Los principales temas identificados por Mansholt fueron la explosión demográfica; la producción de alimentos; la contaminación; los recursos naturales; el sentido del trabajo humano; la instauración de una verdadera democracia; la igualdad de oportunidades y las relaciones entre países desarrollados y en desarrollo. La Carta Mansholt resulta un verdadero punto de inflexión hacia posiciones radicalizadas en materia de establecer límites al crecimiento tales como las expuestas por K. Boulding y Heilbroner.
Boulding parte de la idea de que en el futuro la economía tendrá que concebirse como un sistema cerrado y a fin de clarificar respecto de los limites en que se desarrolla toda la actividad humana, habla de una economía del Cowboy asimilada a la economía neoclásica, caracterizada por la conquista de un espacio sin limites e inagotable, por ausencia de aceptación de fronteras para el desarrollo del sistema, y de una economía del Astronauta, que surge de comparar al planeta con una nave espacial y que bien podría denominarse “economía ecológica”, caracterizada por lo limitado de los recursos que se encuentran en su nave y las leyes físicas que resultan inevitables por encontrarse en un sistema cerrado y autocontenido. Nuestra economía actual se parece cada vez más a la de un recinto cerrado, a un autentico Navío Espacial Tierra, que dispone de recursos limitados y de espacios finitos para la contaminación y el vertido de desechos. Este planteo trasciende lo meramente económico para penetrar en lo filosófico. Implica una preocupación por el futuro, en una amplia acepción del término solidaridad, no sólo restringido a la dimensión espacial sino también abarcativo de la temporal.
Apoyado en este planteo de Boulding, Heilbroner sostiene que la crisis ecosférica representa en realidad la consecuencia de nuestro tardío despertar al hecho de que vivimos en el Navío Espacial Tierra y que en el como en cualquier otro navío la sobrevivencia de los pasajeros depende del equilibrio entre capacidad de carga de la nave y necesidades de los pasajeros. Luego de analizar la situación concluye que sin lugar a dudas hemos sobrepasado el punto límite de capacidad de carga, para lo cual parte de considerar el nivel medio deseable para toda la humanidad en cuanto a recursos y los deshechos generados en promedio por los habitantes de EE.UU. y de Europa occidental. Bajo este punto de vista existen sólo dos posibilidades: o la mayoría de los pasajeros del Navío Espacial Tierra serán de segunda clase o todos los pasajeros pasarán a viajar en clase única. Siguiendo esta línea argumental, Heilbroner identifica como principales causas de la saturación de la capacidad de carga a la explosión demográfica, propia de los pasajeros de segunda y los efectos acumulativos de la tecnología, atribuible a los pasajeros de primera (motores de combustión, procesos industriales, técnicas agrícolas, acumulación de gases efecto invernáculo en la atmósfera, etc.).
Es a partir de estas posiciones radicalizadas que aparecen en el horizonte nuevas tendencias que centran su atención en la construcción de utopías razonables. En esta línea y en lo que puede identificarse como la “segunda escuela francesa” encontramos a René Dumont y Roger Garaudy.
Dumont, agrónomo francés, criticó sistemáticamente las aberraciones del socialismo desde una óptica socialista. En su libro La utopía o la muerte expone su tesis, según la cual, el crecimiento sin límites, en forma exponencial, es sencillamente imposible en un mundo que es finito. Bajo esta tesis formula una serie de apreciaciones entre las que se destacan las siguientes: lo importante no es dominar la Naturaleza, sino asociarse a ella para conservarla en todo su potencial para las generaciones futuras; el capitalismo, con su ley del máximo lucro, menosprecia el objetivo elemental de salvar el planeta, frente a lo cual, o el capitalismo se transforma o marchamos al abismo; es necesaria una política de control de la natalidad; si se continua con las mismas pautas de crecimiento nos dirigimos hacia un muro de cemento en el que nos estrellaremos; si bien el futuro no puede preverse, si puede configurarse y en su configuración es necesario llegar a un crecimiento cero en lo demográfico y también en el consumo global de los países industrializados. Dumont llega así a la justificación de la inevitabilidad del socialismo si se quiere asegurar la sobrevivencia prolongada de la especie humana, postulando como idea central, que en definitiva, la salida se encuentra en preocuparse menos por tener y más por ser.
Paul Ehrlich en su libro: La Bomba Poblacional además de plantear el problema como muchos de sus antecesores postula que también el control de la natalidad resulta imperativo para los países desarrollados, particularmente en el caso de los EE.UU.
Ya en el campo de aquellos que preconizan explícitamente la necesidad de un crecimiento cero nos encontramos con un amplio grupo de científicos relacionados con la revista británica The ecologist, cuyo editor promovió la publicación en 1971 de una obra en la que se plantean crudamente los problemas ecológicos de Gran Bretaña (¿Can Britain Survive?), la que dio origen al Manifiesto para la Supervivencia en el que, concatenadamente, se dan pruebas acerca de los graves problemas que hoy amenazan con romper el equilibrio ecosférico. De este Manifiesto se desprenden las cuatro condiciones básicas para encaminarse hacia una sociedad estable que pueda sostenerse indefinidamente dando óptimas satisfacciones a sus miembros, tales condiciones son las siguientes: una mínima perturbación de los procesos ecológicos; una máxima conservación de materias primas y energía (una economía de stocks más que de flujos); un crecimiento demográfico cero y un sistema social dentro del cual el individuo pueda disfrutar de las tres primeras condiciones, en lugar de sentirse limitado por ellas.
En este punto resulta oportuno citar a Celso Furtado, que en Los vientos del cambio desarrolla una importante conclusión basándose en la respuesta a un interrogante fundamental: ¿Qué ocurrirá si el desarrollo económico, objetivo que todos los pueblos persiguen, llega a ser efectivamente alcanzado, es decir, en el caso de que la forma de vida de los pueblos ricos llegara a universalizarse?
Obviamente lo primero que surge es la idea de un «cataclismo», de un verdadero colapso del sistema económico mundial, originado en el agotamiento de los recursos naturales, los niveles de contaminación y el costo de su control. Y es aquí donde Furtado introduce la idea de que tal situación, en la práctica, resulta inalcanzable, en tanto la dinámica de la economía mundial opera en el sentido de concentrar el ingreso, excluyendo de los beneficios del desarrollo a la gran mayoría de la humanidad. La hipótesis de generalización al conjunto del sistema capitalista de las formas de consumo que prevalecen actualmente en los países ricos no cabe dentro de las posibilidades evolutivas visibles del sistema y apoyándose en esta idea, Furtado concluye que: ésa es la razón fundamental por la que una ruptura cataclísmica, en un horizonte previsible, carece de fundamento.
De lo anterior se pueden inferir algunas importantes conclusiones, así por ejemplo, se podría pensar que, paradójicamente, en la naturaleza del sistema económico mundial, se encontraría el antídoto a una crisis ecosférica, lo cual no deja de ser una muy simple y peligrosa conclusión. También se podría concluir que el destino de los países periféricos esta sellado: nunca lograran alcanzar esa utopía, «el sueño americano», tras el cual y por el cual sus pueblos realizan los mas increíbles sacrificios. Por un lado, por la naturaleza del sistema que se lo impide y por otro lado, porque el costo de ese estilo de vida en términos de depredación del mundo físico es tan elevado, que cualquier tentativa de generalizarlo llevaría inexorablemente al colapso de toda una civilización, poniendo en peligro las posibilidades de supervivencia de la especie humana.
Furtado aporta claridad al respecto cuando afirma que:
…el desarrollo económico -la idea de que los pueblos pobres podrán algún día disfrutar de las formas de vida de los actuales pueblos ricos- es simplemente irrealizable; pero suma a ello una fundamental conclusión: Se hace necesario modificar a fondo el enfoque: a partir de los objetivos sociales, restringiendo lo económico a su papel de elemento instrumental. De lo contrario, los problemas que creamos continuarán creciendo más rápido que nuestra capacidad de formularlos y la crisis ya no será solamente del sistema económico o político, sino de civilización…por primera vez el hombre dispone de medios que se hallan a la altura del desafío. Se trata, en última instancia, de aprender a gobernarse. Ante todo debemos liberarnos de las trabas que nos impiden distinguir entre la realidad y los mitos…El economicismo lleva a algunos a pensar que nuestro problema es acumular más capital…Aislado, el problema del desarrollo pasa a ser insoluble. Sólo una política que parta del principio de la interdependencia podrá detener el actual proceso de tensión entre ricos y pobres. Lo que esta en juego actualmente es la supervivencia de la especie humana. Necesitamos una visión global de la sociedad para dar sentido al desarrollo, y ese sentido sólo puede ser el de la superación de los conflictos generados por la exclusión de las mayorías de los beneficios de ese desarrollo.
LA EVOLUCIÓN DE LOS PARADIGMAS EN LAS RELACIONES SOCIEDAD-NATURALEZA
Hemos visto una reseña de la polémica establecida alrededor de los límites para el crecimiento económico a partir de lo cual intentaremos aquí describir los modos de percepción universal, los paradigmas alrededor de los cuales se organiza la realidad cuando se analiza la intrincada relación sociedad-naturaleza.
Como guía para desarrollar el presente análisis adoptaremos el diagrama propuesto por Michael E. Colby[1].
Es entonces nuestro objetivo, describir y analizar el proceso de transición y lucha entre un paradigma que ya no puede dar adecuada respuesta a las demandas que plantea la cambiante realidad (la economía de fronteras) y los nuevos paradigmas que emergen intentando resolver la profunda crisis en que se ha sumergido la vital interacción de la sociedad humana con la naturaleza.
[1] Colby, Michael E., “Environmental management in development: the evolution of paradigms”, World Bank Discussion Papers Nº 80, Washington, D.C., World Bank, 1990