Ir a: LA EVOLUCIÓN DE LOS PARADIGMAS EN LAS RELACIONES SOCIEDAD-NATURALEZA
Carlos Merenson
La Economía de Fronteras
El economista Kenneth E. Boulding propuso esta denominación a fin de individualizar un modelo basado en considerar a la naturaleza como una fuente de suministros infinita de recursos físicos (por ejemplo: materias primas, energía, agua, suelo y aire) a ser utilizados para el beneficio de la humanidad, y como un infinito sumidero de los subproductos del desarrollo y del consumo de esos beneficios, en la forma de varios tipos de polución y de degradación ecológica.
Para la teoría económica predominante, los procesos de producción se llevan a cabo dentro de un ciclo y en aislamiento total del mundo natural. La naturaleza sólo es un proveedor inerte.
Michael Colby señala que: de esa forma, la economía se desembarazó de la naturaleza, tanto en la teoría como en la práctica [Colby, 1990]. En consecuencia, el proceso de producción económica adopta la forma de un diagrama de flujo circular reversible, en un movimiento pendular entre producción y consumo, entre el hogar y la empresa, todo ello dentro de un sistema completamente cerrado.
Los “hogares” venden o alquilan a las empresas: tierras, recursos naturales, trabajo y capital. Las “empresas” mediante los factores de pago retornan alquileres, salarios, beneficios, etc., cerrando de esta forma un primer flujo circular. Las “empresas” transforman y combinan los factores de la producción para producir bienes y servicios como retorno de los gastos de consumo, inversiones, gastos del gobierno, etc.; cerrando de esta forma el segundo flujo circular.
Esta interpretación del Flujo Circular de la Producción Económica, no resulta apta para interpretar una situación caracterizada por una demanda de recursos naturales y servicios de los ecosistemas, que excede con creces la capacidad de la naturaleza para satisfacerla.
Obviamente en la Naturaleza nada se crea y nada se destruye, sino que todo se transforma. En consecuencia, un proceso de producción consiste en utilizar los ecosistemas, transformando insumos, capital y trabajo, en bienes y servicios. La masa total de los insumos utilizados en el proceso de producción, es igual a la masa total de los productos, subproductos y energía liberada. Los productos no se consumen y desaparecen, por el contrario permanecen en el Planeta, en la mayor parte de los casos, como contaminantes del aire, suelo y agua.
Dado que los pilares de la historia humana se asientan en la forma de funcionar de los ecosistemas, resulta fundamental aquí resaltar que el modelo Neoclásico de flujo circular de la producción económica, que se desarrolla en un sistema completamente cerrado, es una verdadera simplificación de la realidad y en gran medida, este modelo, ha actuado y actúa como germen de la crisis ecosférica.
Si la existencia material se origina en la interacción de la sociedad humana con la naturaleza, no se puede interpretar el flujo de la producción económica como un flujo circular cerrado, cuando en la naturaleza el funcionamiento de los ecosistemas se encuentra encauzado en una cadena trófica de organismos que, dentro de un equilibrio, por un lado captan y consumen la energía solar radiante, y por otro la materia del sustrato. En realidad, se originan dos ciclos, o actividades vitales, perfectamente diferenciados: el ciclo de la energía, abierto y unidireccional, y el ciclo de la materia, que es cerrado.
Obviamente, no resulta posible interpretar al ciclo de la producción, sin tomar en cuenta el funcionamiento de los ecosistemas en los que ella se genera. A pesar de lo anterior, para la concepción económica dominante y a los fines prácticos, los ecosistemas son considerados como fuente infinita de recursos y receptáculo inagotable de deshechos, y por lo tanto el tema de la escala del flujo de recursos totales en relación al stock de recursos totales nunca fue considerado importante [Daly, 1989].
Esta interpretación de la realidad tiene una alta dosis de voluntarismo. Deposita toda su fe en el progreso de la capacidad del hombre para solucionar, ciencia y técnica mediante, cualquier emergencia derivada del agotamiento de la supuesta capacidad infinita de la naturaleza. Así las cosas, solamente el trabajo y el capital creado por el hombre, resultan los factores limitantes primarios en el proceso de producción. La naturaleza existe para beneficio del hombre y en un enfoque Baconiano, puede por lo tanto ser explotada, manipulada, explorada, modificada y hasta “torturada” para revelar sus verdades, engañada en todas las formas posibles con el objetivo único, final y último de mejorar la calidad de vida humana.
El paradigma dominante se caracteriza entonces por una visión “antropocéntrica” respecto de las relaciones sociedad-naturaleza. Visión que resulta común en este campo, tanto a las relativamente descentralizadas economías capitalistas, como a las centralmente planificadas economías socialistas. Pese a sus profundas diferencias, ambas tienen la visión de un crecimiento económico y un progreso humano infinitos.
Señala acertadamente Colby que una gran paradoja de la economía es que:
el valor se genera creando escasez; degradando los recursos se aumenta su valor medible, pero esto usualmente lesiona a la gente, a la economía y al funcionamiento de los ecosistemas en los cuales ellos descansan. Esta paradoja resulta de una estrecha definición de eficiencia dentro de la moderna teoría económica del valor de intercambio: solo los recursos que son considerados escasos deben ser usados eficientemente, de esta forma los ítems no escasos, inexorablemente llegan a serlo y por lo tanto valiosos.
El desarrollo alcanzado por las naciones industrializadas se basó en el paradigma de la economía de fronteras y ha resultado y resulta el modelo a imitar por los países en desarrollo, pero lamentablemente, este modelo lleva consigo “efectos ocultos”, en cuanto al agotamiento de los recursos naturales y el deterioro ecosférico.
Existe la idea de que es inevitable adoptar este paradigma para las naciones en desarrollo, a fin de recorrer una etapa inicial hacia el desarrollo, reservando para estadios avanzados del mismo el cambio de modelo que permita subsanar los costos ambientales emergentes. Esta idea forma parte de la concepción última de la economía de fronteras: la fe ciega en la capacidad humana para remediar los errores cometidos y como tal resulta utópica; desencadenando mayor pobreza y destrucción ecosférica.
Si el hogar común, esta gran aldea global, no resulta la infinita proveedora de recursos naturales, ni el inagotable sumidero que se imagina, entonces surge inmediatamente la idea de un límite, de un crédito y en consecuencia la pregunta es ¿las naciones que bajo el paradigma dominante lograron su desarrollo e industrialización, no habrán agotado ese crédito global?
En última instancia y tal como lo plantea Colby, el problema fundamental del paradigma de la economía de fronteras, es la falta de reconocimiento de la dependencia básica de la economía humana sobre un vasto campo de recursos biológicos y físicos, para obtener materiales, energía y alimentos. Y aún más básico, el reconocimiento de los procesos de interdependencia (servicios de los ecosistemas tales como: los ciclos del agua y nutrientes, el filtrado del agua y aire, la regulación del clima y de los gases atmosféricos) que soportan toda la vida sobre el Planeta y protegen la salud.
La Ecología Profunda.
En la antípoda de la economía de fronteras, se sitúa la “ecología profunda”, la cual podría ser asumida como la respuesta extrema a las desastrosas consecuencias ecosféricas del paradigma dominante; pero que en realidad reconoce su inevitable razón de ser, en la evolución de la Ética y del concepto mismo de los Derechos.
De esta forma, la ecología profunda, pone el acento en todo aquello que ha sido olvidado por el paradigma dominante y consecuentemente, por la humanidad. Principios éticos, sociales y espirituales se superponen entonces, a los principios de la ortodoxia económica.
¿Puede la naturaleza ser considerada como un sujeto de derecho? Quizá en la respuesta a esta pregunta, más que en ninguna otra, puede encontrarse el camino de aproximación a la ecología profunda en tanto, y a diferencia de la economía de fronteras, ella reivindica el derecho de la Naturaleza como tal y en forma total, incluyendo sus formas animales, vegetales y minerales.
Una valiosa síntesis de este pensamiento se encuentra en la obra del padre de la ecología profunda, el naturalista estadounidense Aldo Leopold, quién en la década del año 1940 enseñaba a derribar los paradigmas reinantes con su propuesta: pensar como una montaña.
Solo la montaña ha vivido lo suficiente para oír con objetividad el aullido de un lobo. Solo cuando aprendamos a oír el aullido del lobo con la sabiduría de una montaña, viviremos en armonía con la naturaleza.
En su ensayo sobre la Ética de la Tierra, se puede leer:
Cuando el divino Ulises volvió de las guerras de Troya, mandó ahorcar con una misma cuerda a una docena de esclavas que pertenecían a su familia, porque sospechaba que se habían portado mal en su ausencia. La cuestión de la pertinencia de la horca no se planteaba. Estas jóvenes eran de su propiedad y la libre disposición de una propiedad era entonces, como ahora, una cuestión de conveniencia personal, no de bien y mal. Y sin embargo, los conceptos de bien y mal no estaban de ningún modo ausentes en la Grecia de la Odisea… Todavía hoy, no existe una ética que se ocupe de la tierra así como de los animales y las plantas que crecen en ella. La tierra, exactamente como las jóvenes esclavas de la Odisea, se considera todavía como una propiedad. La relación con la tierra es todavía estrictamente económica: comprende privilegios, pero ninguna obligación.
Leopold induce así a una interesante conclusión: después de haber rechazado la institución de la esclavitud es necesario dar un paso más, tomando a la naturaleza seriamente, no como una propiedad, y considerándola como dotada de un valor intrínseco que impone respeto e invita a una verdadera “conversión”, a una verdadera “des-construcción” del chovinismo humano, de la concepción antropocentrista por la cual el universo resulta ser el teatro de las acciones del hombre, a manera de la periferia de un centro instaurado como único sujeto de valor y derecho.
Tal como lo afirma Luc Ferry en su trabajo La Ecología Profunda:
El antiguo Contrato Social de los pensadores políticos debe ceder su lugar a un Contrato Natural en el cual el universo entero se volvería sujeto de derecho: ya no es el hombre considerado centro del mundo al que hay que proteger – en primer término de sí mismo – sino al cosmos como tal al que hay que defender de los hombres. El ecosistema – la biosfera – aparece entonces investido de un valor intrínseco, por cierto muy superior al de esa especie, a fin de cuentas más bien dañina, que es la especie humana.
Desde hace más de dos décadas se ha generado una literatura que se ha esforzado en construir una doctrina coherente de la naturaleza como un nuevo sujeto de derecho, postulando que la presente es una etapa caracterizada por la evolución desde los derechos del hombre y hacia los derechos de la naturaleza.
Antoine Waechter afirma que:
La palabra naturaleza ha sido expurgada de todos los discursos como si fuera indecente(…) El término “medio ambiente” se ha impuesto, aparentemente más creíble, para designar al agua y al aire, a las plantas y a los animales, a la ciudad y al pueblo. La elección no es casual. Etimológicamente las palabras “medio ambiente” designan a aquello que rodea, y en el contexto preciso, aquello que rodea la existencia humana. Esta visión antropocentrista es conforme al espíritu de nuestra civilización conquistadora, cuya única referencia es el hombre y cuya acción tiende toda al dominio de la Tierra.
Reforzando lo anterior se puede citar a Stan Rowe quien publicó un artículo titulado Crímenes contra la Ecósfera, como respuesta a un informe de la Comisión de Reforma de las Leyes del Canadá, en el que se puede leer:
…. el prejuicio antropocentrista (homocéntrico) tradicional, según el cual el medio ambiente no es otra cosa que lo que sugiere su etimología: el simple contexto que rodea a las cosas de mayor valor, a saber, la gente. En este sentido vulgar, el medio ambiente solo es periférico y su concepto es intrínsecamente peyorativo. Es pues lógico, en esas condiciones, que la defensa del medio ambiente solamente sea concebida en términos de utilidad para los hombres. Es solo un valor social y un derecho, no una cosa con un valor intrínseco. Mi argumentación consiste en demostrar que solo la alternativa inversa – a saber: el reconocimiento del valor intrínseco del medio ambiente y, después, de sus propios derechos – proporciona una base innegable para protegerla contra los crímenes de degradación y de depredación.
En este artículo, Rowe se explaya sobre un principio básico de la ecología profunda, el carácter sagrado de la vida universal que para la ecología profunda no se limita al de la vida humana, sino al de la ecósfera por entero.
Surge así el principio del “igualitarismo biosférico”, según el cual conviene proteger al todo antes que a las partes. El Holismo, es decir, la tesis filosófica según la cual la totalidad es moralmente superior a los individuos, se contrapone al individualismo propio de la modernidad occidental. Como lo recuerda el naturalista Aldo Leopold:
La primera regla del restaurador inteligente consiste en salvar todas las partes. Tales conceptos se apoyan en la idea que: el sistema ecológico, la ecósfera, es la realidad de la cual los hombres no son sino solo una parte. Anidan en ella y dependen totalmente de ella. Tal es la fuente del valor intrínseco del medio ambiente.
Rowe arremete a renglón seguido y como lógica conclusión de lo anterior contra los ideales de la Revolución Francesa:
La Declaración francesa de los derechos del hombre y del ciudadano definió la libertad como el derecho de hacer lo que sea (al mundo natural, sin duda) mientras eso no interfiera con los derechos del otro… Aquí está el principio normativo en que se origina la destrucción masiva del medio ambiente,…destrucción que solo el reconocimiento de los derechos y del valor intrínseco de la naturaleza puede contrarrestar.
En este punto es en el que comienza a perfilarse un aspecto particularmente importante: la crítica al mundo moderno que surge de la crítica al antropocentrismo imperante.
Así las cosas, según sea el pensamiento respecto de la cuestión de los derechos de la naturaleza, será la inclinación a pensar de una u otra forma respecto de la civilización, del tiempo actual, de la modernidad.
Lógicamente, quienes adscriben al pensamiento de Leopold, los ecólogos profundos, pasan sin solución de continuidad de la crítica al antropocentrismo a la crítica a la sociedad, al sistema, el ataque frontal y sin concesiones al mundo occidental, y en consecuencia no dejan lugar para la reforma: para ellos solo cabe el cambio, la revolución. Para los pensadores, para los filósofos del Deep Ecological Movement lo que está en tela de juicio es el humanismo moderno y en consecuencia la ecología profunda se apoya plenamente en la lógica de una “des-construcción” de la modernidad.
A manera de resumen, y coincidiendo con Colby, la ecología profunda define su perfil como resultado de la síntesis entre las varias y diferentes escuelas en las que abreva, tales como:
…la moderna ciencia de la ecología de sistemas, el preservacionismo de la vida silvestre, el romanticismo y el transcendentalismo del siglo XIX, filosofías orientales y religiones tales como el Taoísmo y el Budismo, varios conceptos religiosos de la ética, la justicia y la equidad, el eco-feminismo, el pacifismo, la democracia participativa descentralizada al estilo Jeffersoniano y algunos de los aspectos igualitarios del socialismo (los que se han llegado a traducir en una “ecología social”).
Resulta importante en consecuencia, no confundir a la ecología profunda con la ecología científica. Pero cabe señalar que si bien en sus orígenes nace casi exclusivamente como corriente filosófica, en la actualidad y como una necesidad derivada de lograr un sustento científico a sus opciones al modelo dominante, muestra un perfil coherente con los avances registrados en el campo de la ciencia ecológica, de la cual se nutre, en mucho mayor medida obviamente, que la economía de fronteras.
Lo anterior no debe hacer pensar en la fácil aceptación por parte de los ecólogos profundos de los avances científicos y tecnológicos. Si para la economía de fronteras la fe en el avance tecnológico resulta su pilar fundamental, para la ecología profunda este avance genera más dudas que seguridades.
Respecto de las relaciones sociedad-naturaleza, la visión de la ecología profunda puede denominarse como “biocéntrica”, a manera de antípoda al antropocentrismo predominante.
A fin de contar con una mayor claridad respecto del pensamiento de los “ecólogos profundos” se considera útil transcribir el manifiesto elaborado por Arne Naess y George Sessions en The Deep Ecological Movement, Some Philosophical Aspects, manifiesto en el que se incluyen y resumen los términos y las frases clave que están en la base de la ecología profunda:
* El bienestar y el desarrollo de la vida humana y no-humana sobre la tierra son valores en si (sinónimos: valores intrínsecos, valores inherentes). Esos valores son independientes de la utilidad del mundo no-humano para los fines del hombre.
* La riqueza y la diversidad de las formas de vida contribuyen a la realización de esos valores y son, en consecuencia, también valores en si.
* Los humanos no tienen derecho a reducir esta riqueza y esta diversidad si no es para satisfacer necesidades vitales.
* El desarrollo de la vida y el de la cultura humanas es compatible con una disminución substancial de la población humana. El desarrollo de la vida no-humana requiere de tal disminución.
* La intervención humana en el mundo no-humano es actualmente excesiva y la situación se degrada rápidamente.
* Hay que modificar entonces las orientaciones políticas, de manera drástica sobre el plano de las estructuras económicas, tecnológicas e ideológicas. El resultado será profundamente diferente del estado actual.
* El cambio ideológico consiste principalmente en el hecho de valorar la calidad de la vida (de habitar en situaciones de valor intrínsecas) más que proponerse sin cesar un nivel de vida más elevado. Se requerirá una toma de conciencia profunda de la diferencia existente entre “valioso” (great) y “grande” (big). (El sentido es diferenciar claramente entre calidad y cantidad).
* Los que se suscriben los puntos que se acaban de enunciar tienen una obligación directa o indirecta de trabajar para estos cambios necesarios.
Quizá sea necesario clarificar algunos aspectos que hacen al pensamiento de aquellos que proponen un acercamiento ético-jurídico del hombre hacia la naturaleza, haciendo de ésta un sujeto de derecho. Al efecto puede recurrirse a un ejemplo práctico para ilustrar este punto:
En 1972, el Profesor Christopher D. Stone publicó en “Southern California Law Review” un artículo titulado: “Should trees have Standing? Toward legal rights for natural objects” (¿Deberían tener los árboles un estatuto jurídico? Hacia la creación de derechos legales para los objetos naturales).
Este serio y profundo artículo, luego transformado en un libro, tiene su origen en un hecho acontecido en 1970. En ese año, el U.S. Forest Service otorga a la firma Disney un permiso para construir un valle salvaje en Mineral King, en la Sierra Nevada. El emprendimiento comprendía la construcción de una importante infraestructura al modo de Disneylandia, con un evidente impacto ambiental.
El Sierra Club, una de las más importantes y poderosas entidades ecologistas mundiales se presenta ante la justicia y levanta una queja alegando que este proyecto amenaza con destruir la estética y el equilibrio natural de Mineral King. La corte rechaza rápidamente la queja del Sierra Club por el solo motivo que el Sierra Club no podía hacer valer ningún título para sostener la queja, pues sus intereses no eran directamente afectados por el proyecto.
Aquí resulta indispensable recordar que el derecho americano descansa en la idea de que el sistema jurídico entero está allí para proteger intereses, cualesquiera que sean, y no valores abstractos.
Frente al fallo de la Corte fue necesario apelar y es aquí donde el Profesor Stone encaró la redacción de su artículo en el que proponía:
… atribuir derechos a los bosques, los océanos, los ríos y todos los objetos que llamamos naturales en el medio ambiente, incluso al medio ambiente por entero.
En el prefacio de su libro, Stone escribía:
Sin duda el perjuicio causado al Sierra Club era un tanto tenue, pero en cambio, el que sufrió Mineral King – el parque mismo – no lo era. Si pudiera lograr que la Corte considerara al Parque como tal, como persona jurídica – en el sentido en que se puede decir que lo son las empresas – la noción de una naturaleza con derechos podría efectuar una diferencia operativa considerable…
Stone definió entonces lo que se requiere para que un ser resulte “portador de derechos legales”: En primer término que ese ser pueda entablar acciones jurídicas a su favor; en segundo término, que en un proceso hipotético, la Corte pueda tomar en cuenta la idea de un daño o un perjuicio causado a ese mismo ser (y no, por ejemplo, a su dueño) y en tercer término, que la reparación eventual lo beneficie directamente.
En su trabajo, Stone se dedica a demostrar minuciosamente, punto por punto, que los árboles en particular y los seres naturales en general, pueden satisfacer las tres condiciones sin dificultad, siempre que se admita por supuesto, como se hace en otros casos comparables para otras entidades no razonables, que actúen en justicia por intermedio de sus representantes.
En su desarrollo Stone llega a contemplar una posible representación proporcional de los árboles en el poder legislativo. Tesis similar a la que Marie-Angele Herinitte postuló en Francia al decir que se puede hacer de una zona, elegida en función de su importancia como ecosistema, un sujeto de derecho, representado por un Comité o una Asociación encargados de hacer valer su derecho sobre sí mismo, es decir su derecho a permanecer como está o alcanzar un estado superior. El final de esta historia fue que, presentada la apelación basada en los argumentos de Stone, de los nueve Jueces de la Corte, cuatro votaron en contra, dos se abstuvieron y tres votaron a favor. La conclusión fue que en este juicio, los árboles, solo habían perdido por un voto, pero que habían logrado ir a juicio.
Hasta aquí se han descripto y confrontado el paradigma dominante y su antípoda. A manera de resumen resulta ilustrativo transcribir la tabla confeccionada por Colby donde se comparan las diferentes visiones del mundo de uno y otro modelo.
Visión Mundial de la Economía de Fronteras vs. Visión Mundial de la Ecología Profunda | |
Dominación sobre la Naturaleza | Armonía con la Naturaleza; Simbiosis |
El Ambiente Natural es un Recurso para los Humanos | Toda la Naturaleza tiene un Valor Intrínseco; Igualdad de las Bioespecies |
Crecimiento Material/Económico para una Población Humana Creciente | Necesidades Materiales simples, sirviendo a un Objetivo mayor de Autorealización |
Creencia en Amplias Reservas de Recursos | Ofertas de la Tierra Limitadas |
Progreso y Soluciones de Alta Tecnología | Tecnología Apropiada; Ciencia No Dominante |
Consumismo, Crecimiento en el Consumo | Use lo Necesario; Reciclado |
Comunidad Nacional/Centralizada | Tradiciones Minoritarias/Bioregiones |
FUENTE: Colby
A fin de contar con un completo panorama de la evolución de los paradigmas en las relaciones sociedad-naturaleza, además del análisis hasta aquí desarrollado, resulta conveniente hacer referencia a la antípoda ecológica de la ecología profunda: el “Ambientalismo”.
Los ambientalistas
Frente a los ecólogos profundos se sitúan quienes, por contraposición, deberían llamarse ecólogos superficiales, o mejor reformistas o ambientalistas y que aspiran más a corregir el sistema que a sustituirlo por otro.
El ambientalista, si bien aspira a mejorar el hábitat y la calidad de vida, no renuncia a la modernidad o a la tecnología en tanto que, en materia de política rechaza de plano las soluciones extremas, pregonando el profundo respeto por la autonomía individual y no tolerando demasiado las decisiones colectivas autoritarias.
A este respecto resulta particularmente ilustrativo el pensamiento de Savater quien diferencia a la ecología, reconociéndola como ciencia por demás necesaria, de una antípoda anticientífica, por él denominada “ecolatría”, en la cual se puede identificar claramente al ideario de la “ecología profunda”. En un pasaje de su artículo Ecolatría y tras una amplia justificación respecto de la actitud ecológica que debemos asumir, se puede leer lo siguiente:
Hasta aquí, la ecología, que, como el logos de su etimología advierte, pertenece al mundo de la ciencia y de la ilustración. Pero hoy se le superpone, y a veces se confunde con ella, la ecolatría, que es a la ecología lo que la astrología a la astronomía (por cierto, abundan los ecólatras adictos a la carta astral). Como el afán de salvación religiosa tiende a llenar siempre los vacíos de significados culturales, la ecolatría se ha convertido en el dogma pintiparado de beatos sin fe trascendente y comunistas sin comunismo. La ecolatría no defiende los derechos de los hombres a vivir dignamente en la Tierra, sino los de la Tierra (junto a sus animales, plantas, mares, oxigeno, etcétera) a no ser perturbados o dañados por la forma de vivir de los hombres… …Lo que el ecólatra venera, lo sepa o no, no es el logro de un mejor hábitat para el hombre, sino la pureza antihumana de una naturaleza de la que el hombre está ausente. O en la que está presente no al modo humano, es decir, emprendedor y transgresor, sino al modo animal – vegetal no es posible – de integración total en un medio cuyas leyes obedece, pero que jamás dicta…
Lo de Savater resulta un claro ejemplo del pensamiento de quienes toman en consideración a la naturaleza en un modo indirecto, a manera de la periferia de un centro, en el que se sitúa al hombre, la especie humana y en consecuencia resulta una concepción “antropocéntrica”, según la cual la naturaleza no se puede considerar un sujeto de derecho, una entidad poseedora de un valor absoluto en sí misma.
Resulta claro, en base a todo lo hasta aquí expuesto, que la ecología profunda es capaz de aportar una visión global del mundo susceptible de nutrir el ideario y la acción de un partido político, mientras que los ambientalistas no pueden aspirar más que a constituir un grupo de presión normalmente adscripto a los partidos políticos tradicionales, definiendo en consecuencia una paradoja fundamental, o lo que Luc Ferry denomina la cruz de la ecología: democrática, no es política; política, no podría ser democrática.
La respuesta de la sociedad: las organizaciones no gubernamentales
A la hora de organizarse, con las diferencias propias de cada enfoque, tanto aquellos que suscriben el ideario de la ecología profunda como los ambientalistas, no se conforman con crear un nuevo partido político o actuar a manera de un grupo de presión adscripto a los partidos políticos tradicionales, sino que coinciden en dar una nueva respuesta organizativa.
El emergente de esta situación lo constituyen las denominadas organizaciones no gubernamentales (ONG’s) cuyo movimiento resulta un fenómeno digno de análisis.
En realidad, genéricamente hablando, las organizaciones no gubernamentales no constituyen un nuevo tipo de organización, lo novedoso es que hoy, casi mayoritariamente, se han orientado hacia la temática ambiental, lo cual les confiere algunas características particulares.
Si bien, organizaciones como la National Audubon Society, la American Geographical Society, el Sierra Club, Defensores de la Fauna Silvestre, entre otras, ya tenían vida en la década del año 1950, no fue hasta los sesenta que las ONG´s ambientales cambian de rumbo, dejando el énfasis exclusivo en la conservación, para pasar hacia el «activismo».
El origen de este cambio profundo y significativo puede encontrarse en la personalidad y la obra de Raquel Carlson. Bióloga experimentada, toma conciencia en los años 50, sobre la grave crisis ecosférica que comenzaba a insinuarse. Sus cinco libros: Bajo el Viento Marino (1941); El Mar Alrededor Nuestro (1951); El Borde del Mar (1955); un clásico: Primavera Silenciosa (1962) y La Sensación de Maravillarse (1965); dieron un nuevo significado a la palabra ambiente. Le dieron fundamentalmente fuerza política y encendieron la chispa del activismo ambiental.
Murió en Silver Spring, Maryland, USA, el 14 de abril de 1964, a los cincuenta y seis años. Un año antes de morir escribió: es bueno saber que seguiré viviendo aun en las mentes de muchos que no me conocen y esto se da en gran parte por la asociación con cosas que son hermosas y agradables. Al escribir estas líneas ya era miembro del directorio de Defensores de la Fauna Silvestre, de la Sociedad Audubon y acababa de alcanzar su mayor logro, llegar con su mensaje al Senado, obligar la conformación de una Comisión que ratifico sus denuncias sobre el peligro del uso de los pesticidas y forzar la toma de acciones legislativas concretas.
En la actualidad, las ONG´s, tal como inequívocamente lo indica su nombre constituyen organizaciones que no pertenecen, ni tienen dependencia de los gobiernos, y si bien resulta muy fácil definir qué es lo que no son, mucho más complejo resulta en realidad definir qué es lo que son. Los cierto es que a nivel mundial se reconoce cada vez más la importancia e impacto de las ONG’s, tanto en países altamente industrializados como en países en desarrollo.
Las ONG’s ambientales persiguen, por diferentes medios, el objetivo global de vivir en armonía con la naturaleza, pero al mismo tiempo proponen nuevas pautas de producción y consumo, promueven el pacifismo, la desnuclearización, y cuestionan a todos los sistemas políticos que históricamente no han asumido las consecuencias ambientales de sus decisiones políticas.
En 1960 había poco más de mil ONG’s en todo el mundo, dedicadas a variadísimas actividades, su vertiginoso crecimiento fue directamente proporcional a la aparición de nuevos y complejos problemas de naturaleza ambiental; a la inercia burocrática y lenta capacidad de reacción de las autoridades gubernamentales; a la planificación estatal de corto plazo o a la total falta de planificación y, en muchos casos, a la falta de capacidad o voluntad de los gobiernos por resolver aquellos temas sensibles a la opinión pública como el caso de la mayor parte de los temas ambientales.
Tal vez la característica más visible de las ONG’s sea su diversidad. Diversas por su temática, por su área de influencia, por la calidad de sus integrantes, por sus mandantes, por los objetivos que persiguen y por cómo se proponen alcanzarlos.
Las ONG’s ocupan un espacio intermedio entre la sociedad y el gobierno y claramente se han convertido en un real grupo de presión, actuando a través de las llamadas de atención, la presentación de alternativas, las denuncias ante la comunidad y la prensa y por último, la demanda y hasta el boycot, asumiendo roles ejecutivos, de jueces, de expertos, de ejecutores, de proselitistas, de formadores de opinión, todo ello bajo los principios de transparencia, dialogo, participación, autosuficiencia, independencia y búsqueda de consenso.
Históricamente, las características de las ONG’s definieron una relación compleja y conflictiva con el sector productivo y el gobierno. En los últimos años, afortunadamente, va ganando espacio en la sociedad la idea de una mayor participación, de transparencia, de negociación y de consenso, que ha sido bastante positiva para obtener logros en el cambio de actitud que se persigue.