EDITORIAL 12 DE FEBRERO 2015

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Carlos Merenson

La ecología política es una ideología revolucionaria. Al estructurarse a partir de la toma de conciencia sobre la existencia de restricciones cuantitativas del ambiente mundial y de las consecuencias trágicas de un exceso, es llevada a cuestionar a la superideología  productivista; a una revisión fundamental de la conducta humana y a extender su concepto de solidaridad intrageneracional a lo inetrgeneracional e interespecífico. De esta forma, la ecología política interpela a los movimientos sociales y políticos catalogados como “progresistas”, que tal como lo sostiene Florent Marcellesi, es poco probable que se los pueda denominar de tal manera en tanto no in­corporan los nuevos conceptos de solidaridad y sus lógicas ideológicas descansan en postulados productivistas que, como bien señala Castoriadis no solamente conducen a la dilapidación irreversible del medio y de los recursos no renovables sino que además conducen a la destrucción antropormórfica de los seres humanos transformados en bestias productoras y consumidoras.

Las transformaciones que impulsa la ecología política no se limitan solamente al campo de los derechos humanos y la redistribución de las riquezas, del poder y la propiedad, sino que se extienden – como lo propone Alain Lipietz – a la transformación profunda de la vida material, de la manera misma de producir, consumir, de compartir la vida de la comunidad y en este sentido, aparece como “más radical” (yendo más a la raíz de las cosas) que todas las ideologías progresistas previas.

El carácter revolucionario de la ecología política no se orienta al cambio violento en las instituciones políticas, económicas o sociales sino que se refiere a un cambio copernicano, que según Lipietz se alcanzará mediante la unificación de acciones reformistas a corto plazo y objetivos radicales a largo plazo con el fin de desbordar al propio sistema. Se trata de un “reformismo radical”, una “revolución lenta” que  se refleja en el sueño de una multitud de micro-rupturas, una revolución molecular nunca acabada.

Hoy la revolución social no pasa por la toma del Palacio de Invierno o la Bastilla, sino por luchar por cuestiones que hacen al interés general de la humanidad; por convertir a la transición energética y ecológica en ejes de los monumentales cambios económicos, sociales y ambientales que se encuentran en la raíz ideológica del ecologismo. Hoy la revolución social requiere de la confluencia de una heterogeneidad de respuestas, que tengan como denominador común el deseo de supervivencia.