EDITORIAL
Combustibles fósiles y productivismo, conformaron una singular pareja que – en permanente interacción y retroalimentación – condujeron a una desenfrenada expansión económica y tecnológica; a un crecimiento exponencial de todas las variables económicas y a un decrecimiento exponencial de los recursos naturales y los servicios ambientales que no solo hacen posible la actividad económica, sino la vida misma en nuestro Planeta.
Luego de tres siglos de convivencia, hoy aparecen inequívocas señales de una crisis de impredecibles consecuencias: mientras los combustibles fósiles marchan decidida e inevitablemente a su cenit; el productivismo – preso de su propio impulso – ha adquirido una dinámica de infinito crecimiento que le impide detenerse e incluso ralentizar su marcha.
Frente a lo anterior, la tecno-burocracia política y empresarial vive obsesionada con satisfacer el irracional e insaciable apetito del productivismo, apelando para ello a la búsqueda de combustibles fósiles no convencionales (de alto impacto socioambiental y muy bajas tasas de retorno energético), mega-emprendimientos hidroelectricos o, en estado desesperante, abriendo la caja de Pandora de la energía nuclear; sin percatarse que – como lo afirma Fritjof Capra: en nuestra situación actual, extremadamente desequilibrada, más energía no resolvería nuestros problemas, sino que, por el contrario, los empeoraría. No sólo aceleraría el agotamiento de nuestros minerales y metales, de nuestros bosques y de nuestras reservas ícticas, sino que también acarrearía más contaminación, más envenenamientos químicos, más injusticia social, más cáncer y más delictividad.
No necesitamos más y más energía, lo que necesitamos es detener la sinrazón del productivismo.