Ir a: La evolución de los paradigmas en las relaciones sociedad-naturaleza
En la década del año 1970 emerge un nuevo paradigma, denominado “manejo de recursos”, el cual muestra claras diferencias respecto de la economía de fronteras, pero manteniéndose próximo a la protección ambiental y a gran distancia de la ecología profunda.
El manejo de recursos conduce a la idea de que el proceso de desarrollo, lejos de ser antagónico a la calidad ambiental, es inseparable, como las dos caras de una misma moneda.
Para Colby, este paradigma muestra las siguientes características principales:
- un antropocentrismo modificado o atenuado
- la incorporación de todo tipo de capital y recursos, ya sea biofísicos, humanos, de infraestructura o monetarios en los cálculos de las cuentas nacionales, de la productividad y de las políticas para el desarrollo y el planeamiento de las inversiones
- la incorporación de la degradación y el agotamiento de los recursos naturales como una amenaza central
- la consideración de la polución como un “recurso negativo” (causando una degradación natural del capital) más que una externalidad
- la consideración del clima y los procesos regulatorios como recursos vitales a ser manejados
- la consideración de las funciones de las reservas y los parques como reguladores del clima y de los recursos genéticos, y su potencial de utilización por el hombre, lo cual le da sentido como recurso
- la importancia de la interdependencia y los valores múltiples de varios recursos (por ej.: el rol de los bosques en el tema de las cuencas, en afectar la energía hidroeléctrica, la fertilidad del suelo y la productividad agrícola, la regulación del clima y aún en la productividad de las pesquerías).
Para este paradigma, las principales amenazas son: la acelerada pérdida de recursos naturales y la degradación de ecosistemas. Las causas de la no sostenibilidad: los patrones de consumo y la explosión demográfica.
Resulta conveniente detenerse en el análisis de un tema central de este paradigma, el desarrollo sostenible[1] (DS).
Un concepto predecesor: el “ecodesarrollo”
Maurice Strong, director ejecutivo del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), en la primera reunión del consejo de administración de este programa, celebrada en junio de 1973 expuso la idea del “ecodesarrollo”, idea precursora del desarrollo sostenible.
La elaboración y difusión internacional del concepto de “ecodesarrollo” corresponde, entre otros, al autor francés Ignacy Sachs, quien consideraba al ecodesarrollo como un modelo de desarrollo caracterizado por:
- sus objetivos sociales, intentando realizar «una civilización del ser basada en el reparto equitativo del tener”
- la aceptación voluntaria de las limitaciones ecológicas basada en el principio de solidaridad diacrónica (o intergeneracional), que completa al de solidaridad sincrónica subyacente al desarrollo social
- la búsqueda de la eficacia económica, «que conserva toda su importancia pese a su carácter instrumental»
El “ecodesarrollo” apunta a un desarrollo:
- socialmente justo
- ecológicamente compatible
- económicamente viable
El ecodesarrollo se puede encuadrar dentro de una corriente crítica humanista que pretende plantear una alternativa al orden dominante, principalmente defendida por los países no alineados. Este término empezó a utilizarse en los círculos internacionales relacionados con el «ambiente» y el «desarrollo», dando lugar a un episodio que vaticinó su suerte.
En la declaración de Cocoyoc, del seminario promovido por las Naciones Unidas al más alto nivel, con la participación de SACHS, que tuvo lugar en l974, se incluyó el término “ecodesarrollo”. El propio presidente de Méjico, Echeverría, suscribió y presentó a la prensa las resoluciones de Cocoyoc, que hacían suyo el término «ecodesarrollo». Unos días más tarde, Henry Kissinger manifestó, como jefe de la diplomacia norteamericana, su desaprobación del texto en un telegrama enviado al presidente del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, exigiendo retocar el vocabulario y, más concretamente, eliminar el término «ecodesarrollo» que quedó así vetado en estos foros.
Cuando tiempo más tarde surgió en su reemplazo «desarrollo sostenible», la diplomacia de EE.UU. no objetó el término en tanto los economistas más convencionales podían aceptarlo sin recelo, al confundirse con el «desarrollo autosostenido» (self sustained growth) introducido tiempo atrás por ROSTOW y barajado profusamente por los economistas que se ocupaban del desarrollo.
Se sugiere la lectura de:
- Ignacy Sachs, Le Sud et la Conférence de Rio de Janeiro, en AAVV, Environnement et gestion de la planète, Cahiers Français 250 (mars-avril 1991), La Documentation Française, Paris, p. 102.
- Luís JIMÉNEZ HERRERO: “Medio ambiente y desarrollo alternativo”
Desarrollo Sostenible: analizando la definición original
En el año 1983, bajo la presidencia de la Sra. Gro Harlem Brundtland (política noruega miembro del Partido Laborista. Ocupó el cargo de primera ministra de Noruega en tres ocasiones – 1981, 1986 a 1989, y 1990 a 1996), se crea la “Comisión Mundial sobre Ambiente y Desarrollo” que en 1987, ante la 42º Asamblea General de las Naciones Unidas, presentó el informe Nuestro Futuro Común, en el que se postula que los objetivos de calidad ambiental y conservación de recursos naturales no solo no se contraponen a los objetivos de progreso material y desarrollo socioeconómico, sino que en realidad, son interdependientes e inseparables [World Commission, 1987].
Algunos de los conceptos del mencionado informe sostienen, tal vez por primera vez explícitamente, que el ambiente y el desarrollo no son contradictorios sino que están unidos inexorablemente, que el desarrollo no puede subsistir sobre una base de recursos deteriorada ambientalmente y que el medio natural no puede protegerse cuando el crecimiento no tiene en cuenta los costos de la destrucción ambiental.
Estos problemas no pueden tratarse por separado mediante instituciones y políticas fragmentadas, están ligados en un complejo sistema de causa y efecto. Es necesario integrar completamente la economía y la ecología al adoptar decisiones y leyes, no sólo para proteger el ambiente sino también para proteger y promover el desarrollo. Lejos de querer que se detenga el desarrollo económico, el informe reconoce que los problemas de la pobreza y el desarrollo no pueden ser resueltos si no se instaura una nueva era de crecimiento, en la que los países desarrollados deben desempeñar un papel importante.
Nace así un nuevo modelo de desarrollo: el Desarrollo Sostenible que, tal como lo define el referido informe, trata de satisfacer las necesidades y las aspiraciones del presente sin comprometer la facultad de continuar haciéndolo en el futuro.
El Informe “Nuestro Futuro Común”, postula que el desarrollo sostenible implica: “…satisfacer las NECESIDADES del presente SIN COMPROMETER las posibilidades de las futuras generaciones para atender sus propias necesidades” (Segundo Párrafo del Informe Brundtland)
Así definido, el DS encierra en sí dos conceptos fundamentales:
- el concepto de “necesidades”, en particular las necesidades esenciales de los pobres, a las que se debería otorgar prioridad preponderante
- la idea de “limitaciones” (impuestas por el estado de la tecnología y la organización social) entre la capacidad del ambiente para satisfacer las necesidades presentes y futuras
Es un concepto rico, pero problemático para tornarse operativo, que sugiere muchos interrogantes sin resolver.
Génesis del término
En un sentido estricto, el término “sostenible” fue una derivación del concepto de “producción sostenida” de uso habitual en silvicultura, la cual se basa en el aprovechamiento de la renta del capital forestal, de tal forma que el aprovechamiento maderero resulta “sostenible” en el tiempo.
¿Qué significa “sostenibilidad”?
Primero, el término “sostenibilidad” da a entender que un determinado proceso se encuentra unido a un largo período de tiempo, no especificado.
Segundo, si tal proceso supone crecimiento, debemos reconocer el hecho matemático de que un crecimiento continuo (un porcentaje fijo anual) implica un crecimiento “exponencial” que como tal, resulta en enormes cantidades en períodos modestos de tiempo.
De las dos afirmaciones anteriores se puede concluir que el término “crecimiento sostenible” implica “aumento sin fin”. Esto significa que lo que está en crecimiento tenderá a un tamaño infinito.
El tamaño finito de los recursos, los ecosistemas, el ambiente y la Tierra llevan a una verdad fundamental en cuanto a la sostenibilidad: Cuando se aplica a cosas materiales, el término “crecimiento sostenible” es un oxímoron.
Si bien se puede caer en el error de confundir desarrollo con crecimiento, hay quienes interesadamente sustituyen desarrollo sostenible por crecimiento sostenido, con la idea de desvirtuar el concepto implícito en el término original.
Contradicciones y vaguedades
En la introducción del Informe Nuestro Futuro Común, antes de que hubiera definición alguna de “sostenibilidad” se puede leer: Lo que se necesita ahora es una nueva era de crecimiento económico, crecimiento que sea vigoroso y a la vez social y ambientalmente sostenible (Pag.2).
¿Qué se pretende dar a entender con los confusos y amorfos términos “socialmente sostenible” y “ambientalmente sostenible”?
Pocas páginas más adelante en el Informe podemos leer: Este desarrollo sostenible solo puede ser alcanzado si población y crecimiento están en armonía con el siempre cambiante potencial productivo de los ecosistemas.
“Población y crecimiento” están vagamente identificados como partes del problema, pero no podemos saber a qué se refiere la Comisión con la frase “en armonía con…”.
En la página 11 se puede leer: El tema no es solamente el número de personas, sino la relación de ese número de personas con los recursos disponibles. Pasos urgentes son necesarios para limitar las tasas extremadas de crecimiento poblacional.
La sugerencia de que “el problema no es solamente el número de personas” es la negación de la importancia de la cantidad.
Los términos “limitar” y “extremadas” no se definen, y así la frase da la impresión de que la mayoría de crecimientos son aceptables y que solamente las indefinidas “tasas extremadas de crecimiento poblacional” deberían someterse a un también no definido proceso de limitación.
Las citas analizadas resultan representativas de la vaguedad y de algunas incongruencias de los mensajes de este importante informe.
Criterios operativos para el Desarrollo Sostenible
El Informe Nuestro Futuro Común no da la más mínima pista sobre el curso de las acciones que se podrían llevar a cabo para “satisfacer las necesidades del presente” de tal forma que haciendo eso, no se limite la habilidad de las próximas generaciones, a través de un largo futuro, de satisfacer sus propias necesidades. El Informe no da los criterios operativos del desarrollo sostenible que propone.
CRITERIOS OPERATIVOS DEL DS
- Irreversibilidad Cero: Reducir a cero las intervenciones acumulativas y los daños irreversibles
- Recolección Sostenible: Las tasas de recolección de los recursos renovables deben ser iguales a las tasas de regeneración de estos recursos
- Vaciado Sostenible: Es cuasi-sostenible la explotación de recursos naturales no renovables cuando su tasa de vaciado sea igual a la tasa de creación de sustitutos renovables
- Emisión Sostenible: Las tasas de emisión de residuos deben ser iguales a las capacidades naturales de asimilación de los ecosistemas a los que se emiten esos residuos
- Selección Sostenible de Tecnologías: Han de favorecerse las tecnologías que aumenten la productividad de los recursos (el volumen de valor extraído por unidad de recurso) frente a las tecnologías que incrementen la cantidad extraída de recursos
- Precaución: Ante la magnitud de los riesgos a que nos enfrentamos, se impone una actitud de vigilante anticipación que identifique y descarte de entrada las vías que podrían llevar a desenlaces catastróficos, aun cuando la probabilidad de estos parezca pequeña y las vías alternativas más difíciles u onerosas.
Se sugiere la lectura de:
- “Criterios operativos para el desarrollo sostenible” – Herman DALY
- “Sobre el origen, el uso y el contenido del término sostenible” – José Manuel NAREDO
Cuestionando el Informe Brundtland
Tomaremos aquí como argumentación la que ofrece Jorge Riechmann en En Desarrollo Sostenible: la lucha por la interpretación
Riechmann menciona que la principal -y extraordinariamente problemática- conclusión político-económica del informe Brundtland es la siguiente:
Vemos la posibilidad de una nueva era de crecimiento económico que ha de fundarse en políticas que sostengan y amplíen la base de recursos del medio ambiente; y creemos que ese crecimiento es absolutamente indispensable para aliviar la gran pobreza que sigue acentuándose en buena parte del mundo en desarrollo.
El sesgo favorable al crecimiento indiscriminado que empaña el informe se muestra en muchos lugares del mismo:
Lejos de querer que pare el crecimiento económico, [el desarrollo sostenible] reconoce que los problemas de la pobreza y del subdesarrollo no pueden ser resueltos si no se instaura una nueva era de crecimiento en la que los países desarrollados desempeñen un papel importante y recojan grandes beneficios (p. 63).
A pesar del dramatismo de los problemas planetarios correctamente diagnosticados en el informe Brundtland, el efecto final resulta balsámico para la conciencia de acumuladores y explotadores: tiene que continuar el crecimiento económico y la búsqueda de beneficios en todo el planeta. Para hacer frente a la crisis, más de lo mismo.
¿Qué es lo problemático en la apuesta por el crecimiento sin más especificaciones?
Primero: el crecimiento económico per se, en el marco definido por las actuales estructuras nacionales e internacionales, no «alivia la gran pobreza que sigue acentuándose en buena parte del mundo en desarrollo», sino que por el contrario continúa ensanchando la enorme brecha que separa a las naciones ricas de las pobres
La falacia del «hace falta crecer para repartir» no es más que eso: una falacia
ámbito.com Martes 13 de Setiembre de 2011
EEUU: pobreza en nivel récord
El número de estadounidenses que viven bajo la línea de la pobreza subió el año pasado a la cifra récord de 46,2 millones de personas
Para llegar a un mundo donde las necesidades básicas de todos se vean satisfechas equitativamente, el énfasis ha de ponerse mucho más en redistribuir que en crecer; no partir de reconocer este hecho es, a mi juicio, una tremenda deficiencia del informe “Nuestro futuro común” – Riechmann
Segundo: si al hacer las cuentas del crecimiento se contabilizaran, incluso de manera muy imperfecta y parcial, los «costes externos» o «externalidades» de tipo social y sobre todo ambiental, resultaría que en nuestra actual economía del despilfarro llevamos ya mucho tiempo menguando en lugar de creciendo.
Según cálculos de la OCDE, la tasa de crecimiento económico general de los países industrializados disminuiría entre el 3 y el 5% si se restasen los costes de la contaminación (sólo los de la contaminación). Incluso para la OCDE el «crecimiento» actual es en muchos casos negativo, en cuanto empezamos a considerar algunos de los costes externos asociados con el tipo actual de economía industrial. En buena parte, el «crecimiento» actual sólo es aparente, porque hay enormes disminuciones del patrimonio natural no contabilizadas en la Contabilidad Nacional.
Hay que repetir una y otra vez que no es posible el crecimiento económico indefinido dentro de una biosfera finita, y que globalmente hemos sobrepasado ya los límites del crecimiento.
Globalmente, lo que necesitamos es desarrollo sin crecimiento (cuantitativo), y en última instancia ésta es la única definición breve de desarrollo sostenible que no traiciona el contenido radical del concepto.
Otras consideraciones sobre desarrollo sostenible
En materia de definiciones, muchas son las opciones y la terminología que puede utilizarse. Sin embargo, resulta infinitamente más simple definir al desarrollo sostenible que ponerlo en práctica, por lo cual y en forma muy resumida, se mencionarán a continuación sus principales rasgos.
En este nuevo modelo de Desarrollo se incorporan los costos ambientales en los ámbitos micro y macroeconómicos y se racionaliza la utilización de los recursos, generando nuevas oportunidades, sin comprometer el futuro.
Su premisa es el respeto por los sistemas y procesos naturales y para ello resulta necesario: conservar la diversidad biológica; generar y adoptar tecnologías limpias; manejar adecuadamente los desechos; usar fuentes de energía renovables y evitar los patrones de consumo no sostenibles. Teniendo en claro que ello solo será posible en un clima de auténtica solidaridad planetaria.
Al incorporar a las generaciones venideras, profundiza el concepto de democracia en lo que ha dado en denominarse los derechos de la “Tercera Generación”.
Frente al escenario actual, resulta posible sacar algunas importantes conclusiones. Así por ejemplo se puede afirmar que bajo las actuales condiciones de uso, el Planeta no resulta sostenible.
También se puede concluir en que siempre es mejor prevenir que curar; y no solo es mejor, también es menos costoso. Teniendo además en cuenta que en muchas oportunidades, ambientalmente, no resulta posible curar.
Otra importante conclusión es que no necesitamos un desarrollo económico que nos vuelva más grandes, sino uno que nos vuelva mejores.
También se puede afirmar que sin cooperación internacional el Desarrollo Sostenible resulta imposible y que hay que tener particular cuidado para no trivializar estos temas, ya que despojarlos de su contenido los torna inocuos.
En tren de teorizar, se puede decir que existen tres reglas básicas para alcanzar el Desarrollo Sostenible:
- consumir los recursos naturales renovables sin superar su capacidad de regeneración;
- consumir los recursos naturales no renovables al ritmo de las sustituciones obtenidas vía avance tecnológico y
- no generar más desechos que los que el ambiente puede asimilar.
El concepto de sostenibilidad, sin duda, tiende a modificar profundamente todas y cada una de las teorías sobre el desarrollo económico, aunque hasta el presente ha resultado casi una expresión de deseos. No obstante, sus raíces calan muy hondo en las leyes naturales que han posibilitado – y deben posibilitar en el futuro – nuestra existencia.
Más allá de la necesidad de cambios culturales, o del empleo de tal o cual regulación o incentivo de mercado, la posibilidad de un desarrollo sostenible queda indisolublemente ligada a la variable energética.
La fotosíntesis, como se sabe, es el proceso por medio del cual las plantas, utilizando la luz del sol, convierten bióxido de carbono y agua en carbohidratos – en energía bioquímica. Toda la vida sobre el planeta depende de la energía producida en este proceso. La fotosíntesis es también la fuente de todos los materiales usados por la industria, excepto los minerales y los derivados de los combustibles fósiles. La capacidad fotosintética global puede representarse por la expresión: producto fotosintético [Brown, 1991].
La sostenibilidad, puesta en tales términos, resulta de la posibilidad de establecer una relación armónica entre dos actividades: el progreso económico y la fotosíntesis.
La actividad económica puede ser medida por las cuentas nacionales – la suma de los bienes y servicios producidos. El producto económico – las actividades que se miden en las cuentas nacionales – está creciendo. Desde 1950 hasta 1990, ha crecido rápidamente, probablemente cerca del 4 % anual y las proyecciones indican que lo seguirá haciendo en el futuro
El progreso económico no ha resultado ni resulta en el presente un proceso fácilmente medible. No ocurre en forma pareja entre regiones, o dentro de estas, entre países o dentro de estos, no se registra de igual forma entre los distintos estratos sociales.
Paralelamente y desde la Revolución Industrial, se inicia un proceso acelerado de erosión del producto fotosintético global, que en las tres últimas décadas alcanza niveles ciertamente alarmantes. El producto fotosintético del planeta disminuye por diferentes causas: la erosión del suelo, la lluvia ácida, la polución del aire, la desertificación, el sobrepastoreo, la deforestación.
El sistema energético en su conjunto, adoptado por la humanidad, debe ser puesto en tela de juicio, debe ser profundamente revisado. En primer lugar se basa en la utilización de fuentes energéticas no renovables, y por lo tanto agotables a mediano y largo plazo, incluida la energía nuclear, que depende de existencias minerales; en segundo lugar la generación centralizada implica pérdidas y despilfarros en la distribución; en tercer lugar no se contempla los usos finales de la energía, ni las necesidades reales de los consumidores.
Tal como lo señala Dominique Simonnet:
…la producción de electricidad hace perder los dos tercios de la energía contenida en el combustible inicial: la energía fósil es en efecto convertida en calor y en trabajo mecánico en una turbina para ser transformada en electricidad que será finalmente convertida en calor en el calentador o el radiador eléctrico.
Como dice Amory Lovins: ¡Se corta la mantequilla con una motosierra!
Recientemente, Herman Daly y John Cobb postularon también que el problema de la sostenibilidad se reduce al manejo de una sola variable, la energía [Daly y Cobb, 1989]. Sostienen que si todas las formas de energía se originan en la energía solar la clave del desarrollo sostenible no es otra que utilizar en el planeta, anualmente y como máximo, la energía que el sol envía a la tierra y que por fotosíntesis se transforma en energía química, bajo la denominación de energía primaria neta.
Cabe señalar respecto de este planteo que hoy solo se utiliza un 30 % de la energía primaria neta, ya que aún se consumen cantidades siderales de energía primaria neta almacenada durante millones de años. Cuando finalice la explotación del petróleo almacenado solo quedará el 70 % de energía primaria neta restante para reemplazarlo, en un planeta con superpoblación y sobreconsumo. El problema será, sin duda, muy grave.
Tal como lo propone Lester Brown, del Worldwatch Institute, a la pregunta: ¿Puede el producto económico del planeta continuar creciendo si el producto fotosintético continúa decreciendo?, la respuesta es claramente: NO [Brown, 1991].
Ampliando el horizonte, Brown formula una serie de preguntas acerca de las posibilidades de progreso: ¿Puede un sistema económico que está destruyendo 17 millones de ha de bosque por año sustentar el progreso? ¿Puede un sistema económico que agrega 90 millones de personas por año, o aún 50 millones de personas por año en países donde la demanda sobre los sistemas biológicos básicos – ya sean tierras de pastoreo, bosques, mares o suelos – está excediendo el rendimiento sostenible, progresar? ¿Podrá un sistema económico que está incorporando seis billones de toneladas de carbono por año a la atmósfera, producidas por la quema de combustibles fósiles, sustentar el progreso? ¿Podrá un sistema económico que está destruyendo algo así como un quinto de todas las especies animales y vegetales del mundo cada veinte años, sustentar el progreso? ¿Podrá un sistema económico que está convirtiendo seis millones de hectáreas de tierra productiva en desierto cada año, sustentar el progreso?
Encontrar las respuestas a todas estas preguntas es el dilema al que se enfrenta la humanidad en este particular momento de su historia.
Frente a todo lo hasta aquí expuesto, surgen otros interrogantes fundamentales: ¿Resulta posible alcanzar el desarrollo, desde la pobreza y el subdesarrollo, mediante un modelo sostenible? ¿O este modelo sólo se puede aplicar a partir de un determinado nivel de desarrollo? De hecho, no se conocen países en los que se haya logrado el desarrollo desde un modelo sostenible.
Si lo anterior fuera correcto, los países en desarrollo, deberían recorrer un camino no sostenible, hasta el punto en el que el modelo sostenible fuera viable. Y en tal caso, frente al nivel del deterioro ambiental alcanzado a escala global, cabría preguntarse si los países en desarrollo disponen de esa cuota, de ese crédito, de esa posibilidad de crecer, de salir del subdesarrollo con un costo ambiental similar al de quiénes ya lo hicieron.
De las respuestas a éstos y otros interrogantes, depende el futuro de la humanidad; que hoy enfrenta su verdadero problema; ese inmenso desafío científico y cultural, de hacer realidad un modelo de desarrollo basado en la sostenibilidad.
Regresando al Manejo de Recursos
El argumento central del paradigma de manejo de recursos, se basa en considerar que con un adecuado balance entre una creciente eficiencia en el uso de los recursos, (combinando estrategias de conservación y manejo y políticas que integren los principios ecológicos y económicos), y la promesa de los avances científicos y tecnológicos, que se muestran como ilimitados, se logrará entrar en la sostenibilidad.
Un hecho significativo en este modelo, resulta el enfoque de la interdependencia entre economía y ecología. Para el manejo de recursos, el objetivo principal en este campo es el de “economizar la ecología”. En todo su andamiaje y como modelo de manejo que es, surge el criterio de “eficiencia”, como la clave que resuelve todos los problemas.
Un punto de fundamental importancia resulta el de la “valuación de los activos ambientales” por la cual se intenta establecer una medida de la disposición a pagar por la calidad ambiental existente en el “mercado” (la comunidad). Sin embargo este mercado no siempre existe y cuando existe no revela fácilmente esa información. El valor obtenido de este modo es obviamente imperfecto, pero desde luego es mejor que no disponer de ninguna valuación [Merenson y Beaumont Roveda, 1994].
La valuación resulta necesaria, por ejemplo, para posibilitar un dimensionamiento racional de los impuestos o cargos a aplicar a la degradación ambiental, aspectos básicos en el paradigma de protección ambiental. Incluso en el caso de los standard – que generalmente se establecen sin criterios racionales explícitos – la valuación, aunque sea preliminar, permite chequear la ponderación implícita en el standard.
En el contexto ambiental, la valuación económica está relacionada con la medida de las preferencias de la gente por un bien ambiental o contra un daño ambiental. A pesar de las confusiones provenientes del lenguaje empleado – tales como hablar de “valor o precio de un recurso ambiental” – lo que se valúa no es el ambiente en sí sino las preferencias de la gente hacia los cambios en el estado del ambiente.
Cuando resulta posible efectuar una correcta valuación, la misma permite mostrar que la conservación y el uso sostenible de los recursos tienen un valor económico importante, por lo que los beneficios ambientales y el desarrollo económico no son antagónicos, sino que pueden potencialmente complementarse. Asimismo, al impulsar una política de desarrollo sostenible, es vital el valuar correctamente los recursos ambientales, para poner de manifiesto que, a menudo, las inversiones para aumentar o mejorar dichos recursos tienen tasas de retorno comparables a otras inversiones de capital.
Por otra parte, la disposición a pagar por la calidad ambiental de una gran parte de la comunidad constituye una potencial fuente de ingresos para su preservación y mejora. Sin embargo, la valuación debe complementarse con la determinación de los mecanismos que permitan capturar esa disposición a pagar. Se concluye por lo tanto que la valuación económica es un proceso en dos etapas: demostrar y medir el valor económico de los recursos ambientales, y encontrar formas de capturar ese valor [Pearce, 1992].
El valor económico total de un bien ambiental puede dividirse en diferentes componentes, incluyendo valores de uso (Valor de uso directo, valor de uso indirecto y valor de opción) y valores de no-uso (Valor de existencia, valor de legado). Algunos de estos componentes son de fácil definición, otros implican consideraciones subjetivas. En muy pocos casos son de fácil cálculo.
El valor de uso directo está representado por los productos directamente extraíbles, por ejemplo la madera u otros productos de un bosque; el valor de uso indirecto corresponde a las funciones ecológicas del bien, por ejemplo la biodiversidad; el valor de opción representa la disposición a pagar para preservar el bien para su uso futuro – este valor no es necesariamente positivo; el valor de existencia (también llamado intrínseco) es la disposición a pagar para que el recurso subsista, por ejemplo en el caso de los bosques tropicales húmedos – mediciones empíricas del valor de existencia realizadas por el método de valuación contingente (encuestas) sugieren que este componente puede ser una parte sustancial del valor económico total. El valor de “legado” está muy vinculado al anterior y sólo es mencionado por algunos autores. [Munasinghe y Lutz, 1993].
Debe tenerse especial cuidado al sumar estos componentes de no incluir valores competitivos, es decir valores que son mutuamente excluyentes (por ejemplo si se extrae la madera de un bosque, el mismo no puede ya proteger el suelo). Esto muestra también claramente que en lo posible debe lograrse que los valores tangibles no pongan en riesgo las potencialidades de los intangibles.
Un concepto promisorio para la valuación de los recursos naturales y ambientales es el cálculo del costo marginal de oportunidad de los mismos mediante tres componentes: el costo directo de la actividad (costo marginal directo), el costo externo de la actividad (costo marginal externo, es decir cómo afecta a las restantes actividades, en particular cuando el recurso es explotado en forma no sostenible), y el costo intertemporal (costo marginal del usuario, de agotamiento para los recursos renovables o por restricción futura de uso para los no renovables) [Pearce y Warford, 1993].
La valuación económica de los bienes y servicios ambientales es importante también para el establecimiento de las estrategias de desarrollo nacional, para modificar o complementar las Cuentas Nacionales, establecer las prioridades sectoriales y nacionales, y realizar la evaluación de proyectos, programas y políticas. La valuación también permite detectar daños irreversibles.
Demostrar los beneficios de la conservación es una parte esencial de los propósitos globales de la valuación económica. Por ejemplo, la biodiversidad no tendrá posibilidad de ser adecuadamente conservada hasta que su valor económico pueda mostrarse como mayor que el de los usos alternativos de la tierra. El objetivo global del desarrollo sostenible, ciertamente no puede interpretarse sin dar alguna idea de los valores que tienen los bienes y servicios ambientales. En algunos casos, la valuación permite también demostrar que hay razones puramente económicas para proteger el ambiente.
En este intento de economizar la ecología resulta particularmente importante tratar de integrar al Capital Natural en las Cuentas Nacionales.
En los Sistemas de Cuentas Nacionales (SCN) existe una evidente asimetría en el tratamiento de los activos manufacturados y los recursos naturales. Para los primeros se aplica el principio de depreciación, para los segundos no. De esta manera no se refleja en las cuentas la disminución en la producción potencial futura. [El Serafy y Lutz, 1989].
El objetivo de ajustar ambientalmente los sistemas de cuentas nacionales es el de proporcionar información adicional a las autoridades sobre distintos temas de interés social y ecológico interrelacionables con la economía [Walshburger, 1991].
Pero ello requiere de nuevos esquemas mentales y de cálculo, que extienden los conceptos tradicionales de valuación de los bienes y servicios hacia el dominio específico y diferenciado de los bienes y servicios ambientales. Esto impone a su vez tratar con conceptos delicados, tales como lo intangible, lo intrínseco, la intertemporalidad y la irreversibilidad.
Adicionalmente, para que todo el conjunto detallado de herramientas de diseño de una adecuada política económico-ambiental pueda ser efectivamente implementado, debe atravesar la barrera de su aceptación por parte de los decisores políticos y gobernantes.
Las señales percibidas por éstos provienen principalmente de los indicadores macroeconómicos globales que se elaboran normalmente para seguir la marcha de la economía. Si estos índices no reflejan adecuadamente la problemática ambiental expuesta, o no se los complementa con otros de carácter ambiental, las señales recibidas no serán las correctas, no existiendo en consecuencia la necesaria motivación.
Un país puede estar agotando sus recursos naturales y sin embargo “abulta” su ingreso con el valor de la venta de esos recursos naturales que están desapareciendo. Obviamente, el crecimiento basado en el agotamiento de los recursos naturales es ilusorio y la prosperidad que se origina es transitoria. Más aún, al “abultar” el ingreso también se abulta el consumo aparente, por lo cual se cree tener una buena performance económica, lo cual retrasa los necesarios ajustes a la política económica [El Serafy y Lutz, 1989].
Para posibilitar la inclusión de los criterios ambientales en el análisis macroeconómico, debe reexaminarse el sistema tradicional de cuentas nacionales, de manera de elevar a los recursos ambientales a la misma jerarquía de los restantes activos de capital de que dispone un país, con el objeto de hacerlos entrar en la contabilidad del ingreso nacional.
El sistema tradicional de medición del crecimiento económico a través del Producto Bruto interno – PBI, agregado que mide la actividad económica total (que ocurre en términos monetarios) durante un año determinado – no sólo ignora los aspectos distributivos y las actividades económicas informales, sino que no considera en absoluto la degradación ambiental y el agotamiento de los recursos naturales.
Por lo tanto, su uso para intentar medir el bienestar es erróneo porque el bienestar va mucho más allá del ingreso monetario, en particular para los estratos de población que han cubierto sus necesidades básicas. Por otra parte, el ingreso verdadero es el ingreso que puede sustentarse a lo largo del tiempo, y esto está indisolublemente ligado a los recursos ambientales.
El actual sistema de cuentas nacionales [Munasinghe, 1993] presenta al menos tres falencias principales:
* No representan adecuadamente el nivel de bienestar dado que no incluyen el ambiente y los recursos naturales.
* No consideran la “depreciación” de los recursos naturales y el ambiente. A raíz de ello los bienes basados en recursos naturales están subvaluados.
* Las actividades destinadas a disminuir o eliminar el impacto ambiental sobrestiman el PBI. Sin embargo los daños efectivamente infligidos al ambiente no son incluidos.
El PBI, tal como se lo mide corrientemente, no representa un verdadero ingreso sostenible por dos aspectos clave no considerados: la degradación o agotamiento de los recursos naturales y los costos incurridos en la protección ambiental [El Serafy y Lutz, 1989]. Sin embargo, a los efectos de diseñar políticas correctas de crecimiento el gobierno debería conocer cuál es el máximo ingreso que puede sustentarse sin disminuir el capital ambiental.
En las cuentas nacionales sólo se contabilizan las ganancias por la venta de los recursos, pero no se tienen en cuenta las pérdidas patrimoniales; R. Repetto y otros en “Wasting Assets: Natural Resources in the National Income Accounts” (1989) [citado en Walshburger, 1991] lo caracterizan así:
Un país que acaba con sus recursos naturales, tumba sus bosques, erosiona sus suelos, contamina sus acuíferos, caza su fauna silvestre y pesca sus recursos marinos hasta exterminarlos, no ve afectados sus ingresos por la pérdida irremediable de su patrimonio desaparecido. A los países en desarrollo, que son los más dependientes de los recursos naturales tanto a nivel nacional como de sus exportaciones, se les inculca un sistema de contabilidad nacional y de análisis macroeconómico que ignora casi completamente la base de la economía: el acervo físico.
En función de estas falencias, se ha propuesto la revisión del manejo de los ingresos provenientes de recursos naturales. Se considera necesario restar al ingreso los costos ambientales, contabilizando así la degradación y depreciación del capital natural. Esta propuesta generalmente es rechazada aduciendo que es imposible contabilizar bienes que no han sido producidos – planteando una diferencia entre depreciación y degradación. La economía no considera que la naturaleza sea una productora [Walshburger, 1991].
La ingenua presunción de que el hombre encontrará sustitutos para los recursos naturales agotados – subyacente al hecho de no contemplar su depreciación – es, al menos, imprudente, dado que no se están tomando las precauciones para el caso en que ello no ocurra [El Serafy y Lutz, 1989].
Para superar estas deficiencias, este paradigma propone desarrollar técnicas de contabilidad nacional que brinden indicadores que estén ajustados ambientalmente. Dado que el objetivo de la fijación de políticas es el lograr el bienestar actual y futuro, se debe disponer de un índice para determinar cómo afectan las políticas al bienestar. Ese índice, si se calcula de la manera adecuada, puede ser el Producto Neto Nacional (PNN) [Dasgupta y Mäler, 1990].
El avance del PBI al PNN implica dos pasos, la consideración de la depreciación de los activos de capital (PBI a PNI) y la inclusión de las transferencias al exterior (PNI a PNN).
Al hablar del PNN se hace referencia a su valor real, es decir calculado a partir de precios que no estén afectados por la falta de consideración de las externalidades ambientales, por ejemplo la práctica corriente de asignar un valor nulo a los recursos naturales in situ. Generalmente se considera que el PNN es incapaz de reflejar el bienestar intergeneracional, pero ello no es así si se logra calcular dicho valor real.
La inclusión del aspecto ambiental y de los recursos naturales en los SCN se ha propuesto bajo diversos puntos de vista:
* Los ambientalistas propugnan la medición física de los recursos naturales, definiendo indicadores de cambio físico encaminados a la concientización del público y los políticos. En general no les interesa vincularlos al SCN.
* En el otro extremo se cree que se deben monetizar todos los efectos ambientales e incluirlos en el SCN para obtener un PBI o PNI “sostenible”.
Hay quienes no apoyan la idea de una monetización por los problemas que presentan la medición o estimación de los valores de los recursos ambientales. ¿Cómo puede valorarse monetariamente la biodiversidad, una especie en vías de extinción, o un ecosistema boscoso con sus ciclos de agua, reproducción, y hábitats de flora y fauna? Estas objeciones son válidas y hay que tenerlas en cuenta al medir, agregar y valorar. No obstante, los datos resultantes de estos procesos siempre tendrán validez y significarán una gran ayuda para quienes toman las decisiones. [Walshburger, 1991].
Otra cuestión importante es la consideración o no de los gastos de protección, reposición, degradación y depredación del ambiente en el PNN, siendo que en realidad son un costo o carga para la sociedad, por la pérdida de patrimonio o por los gastos para el mantenimiento de un ambiente en el que se pueda vivir. Algunos autores opinan que no tiene sentido incluir los gastos incurridos para defender el ambiente o reparar daños ocurridos al mismo – depuración, limpieza, etc. – en el flujo de ingresos generados por la actividad económica [El Serafy y Lutz, 1989].
Otros sostienen que su inclusión depende de si dichos gastos están destinados a reparar daños para mantener la calidad ambiental, en cuyo caso deben incluirse, o de si están destinados a mejorar la calidad ambiental, en cuyo caso no deben incluirse [Dasgupta y Mäler, 1990].
Un enfoque posible sería el de considerar esos montos como gastos intermedios y no finales, de manera de deducirlos de los agregados del ingreso nacional. Esta idea es en general resistida por los economistas, dado que los gastos de defensa nacional y otros estarían en el mismo caso. Otro enfoque es tomar a los recursos naturales tales como el agua, aire, suelo, como capital natural. Cuando ese capital disminuye o se degrada, esto debería mostrarse como consumo al medir el ingreso nacional [El Serafy y Lutz, 1989].
En los países en desarrollo podría facilitarse la contabilidad ambiental, porque los problemas ambientales suelen estar concentrados y son fácilmente percibidos. Sin embargo también hay inconvenientes adicionales, tales como falta de demanda política sobre esta problemática – lo que requiere de concientización, y la escasez de recursos humanos capacitados – lo que requiere capacitación).
Para el relevamiento de inventarios y el establecimiento de cuentas ambientales debería comenzarse con los recursos más importantes económica, ecológica y socio-culturalmente y con los más accesibles en cuanto a información. Posteriormente, se podrán completar los demás recursos. Los sectores más adecuados para comenzar a ensayar la contabilidad ambiental parecen ser el de la minería y el forestal – dado que en ellos ya existen algunos inventarios disponibles.
Para el manejo de recursos, la interpretación de las relaciones hombre naturaleza, se formulan desde una posición básicamente antropocéntrica. Tal como lo define Colby:
todo lo concerniente a la naturaleza está basado en el hecho de que la naturaleza agredida está comenzando a agredir al hombre económico.
Esto explica porque para este paradigma, el problema ambiental, es en realidad, un problema económico. Pero a diferencia de la protección ambiental, donde la ecología solo es una externalidad económica; para el manejo de recursos, el marco económico se agranda, incluyendo algunos principios ecológicos básicos. En esencia, para el manejo de recursos, la ecología está siendo economizada y en consecuencia, gran parte de sus esfuerzos se centran en la fijación de los precios de todos los recursos.
En este contexto, el manejo de recursos pone el acento en la conducción de las fuerzas del mercado hacia un manejo ambiental “eficiente”.
Para W. Sachs, el manejo de recursos resulta el paso a una “Eficiencia Global” [Sachs, W., 1988]. En este paradigma resulta común la búsqueda continua de la eficiencia, particularmente en materia energética y de utilización de los recursos naturales. Asimismo, emerge con fuerza la idea de la restauración de áreas degradadas; y ante los avances científico técnicos, en especial los alcanzados en materia de teledetección, se asigna particular importancia al monitoreo de ecosistemas.
En el documento de CEPAL antes mencionado [CEPAL, 1994] se señala lo difícil que resulta establecer una definición uniforme y un consenso respecto de como lograr un desarrollo sostenible, y en este sentido se menciona que este es función directa de tres macro-objetivos: crecimiento económico, equidad y sostenibilidad ambiental.
Pero respecto a lo anterior cabe señalar un hecho sumamente importante: en el “corto plazo” los macro-objetivos antes mencionados resultan conflictivos entre sí y ello fundamentalmente por la lentitud del progreso técnico para conocer y manipular adecuadamente los ecosistemas intervenidos. “Dicho de otra forma significa que en el corto plazo, si se privilegia uno de estos tres objetivos (crecimiento económico, equidad o sostenibilidad ambiental) los otros se ven afectados”
De todo lo anterior surge que resulta necesario lograr establecer los niveles óptimos para cada variable, pero tal como se establece en el citado documento [CEPAL, 1994], “La dificultad inicial para maximizar los tres objetivos es doble. Por un lado no se sabe cuándo ni cómo cuantificar lo que sería el óptimo en desarrollo sostenible (llamado modelo de objetivos) y, por el otro, los tres objetivos y componentes de la función objetivo se miden usualmente con diferentes indicadores para luego intentar convertirlos a valores económicos. Los avances logrados para efectuar dicha valoración si bien importantes son aún incipientes en relación a la tarea por efectuarse, sobre todo en su aplicación:
* El crecimiento económico se expresa en indicadores monetarios y bajo principios de economía neoclásica;
* la sostenibilidad ambiental se expresa en indicadores ambientales y bajo principios ecológicos; y
* la equidad se expresa en base a indicadores sociales bajo principios de calidad de vida.”
A lo anterior hay que agregar que estos tres objetivos deben ser alcanzados en teoría a perpetuidad tal como una equidad inter-generacional y una sostenibilidad ambiental permanente, lo cual introduce la variable ámbito, tiempo, la trans o interdisciplinariedad, la irreversibilidad, la incertidumbre y sobre todo la necesaria participación de actores individuales e “institucionalizados” para garantizar la equidad”.
[1] Hasta el año 2001 en el Diccionario de la Lengua Española de la RAE “sostenible” era definido como: “durable y creciente en el tiempo” y “sustentable” era interpretado como: “con soportes apropiados para continuar”. Por lo tanto, ambos términos eran considerados como expresiones equivalentes y el uso de uno u otro resultaba aceptable. En 2001, la Vigésima Segunda Edición define ambos términos de la siguiente forma: Sostenible – adj. Dicho de un proceso: Que puede mantenerse por sí mismo, como lo hace, p. ej., un desarrollo económico sin ayuda exterior ni merma de los recursos existentes. Sustentable – adj. Que se puede sustentar o defender con razones. Avance de la vigésima tercera edición: Desarrollo Sostenible – 1. m. desarrollo económico que, cubriendo las necesidades del presente, preserva la posibilidad de que las generaciones futuras satisfagan las suyas
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