EDITORIAL

La exitosa culminación del proceso de cooptación del sistema ha llevado a muchos militantes y dirigentes ecologistas – devenidos en fervientes pragmáticos – a arrojar en los containers del reciclado ideológico, todas y cada una de las “fantasías utópicas” que los alimentaron cuando soñaban con salir de este sistema mercantilista y construir una sociedad diferente.

Lo cierto es que el capitalismo contemporáneo se ha caracterizado por absorber aspectos vitales de las críticas de los movimientos sociales y devolverlas a la sociedad, desprovistas de cualquier amenaza a la base de sustentación del poder de turno. Aquí Andre Gorz nos ilustra bien con los párrafos iniciales de Su ecología y la nuestra cuando compara a la ecología, con el sufragio universal o el descanso dominical que en un primer momento fueron descartados de plano por quienes detentaban los poderes del sistema hasta que las circunstancias y la presión popular se hicieron irresistibles, allí fue que concedieron lo que hasta ayer negaban asegurándose de que ello no afectaría en nada sus privilegios. Con las reivindicaciones ambientales pasa algo semejante. Primero rechazadas por pretender llevarnos poco menos que a la época de las cavernas y hoy “aceptadas” e integradas por parte de las potencias del dinero, para reelaborarlas y tornarlas inocuas, y si pueden, cumplir con el objetivo dominante: hacer buenos negocios para obtener el máximo de beneficio posible con ellas.

Para el establishment, la madurez política es sinónimo de adaptación al sistema político estatal existente, que intenta absorber cuanto dirigente, partido o movimiento pretenda pararse en el escenario político. Pareciera que al merodear las sacrosantas puertas del poder se obnubila la mente de algunos al punto de hacer olvidar lo obvio: el que paga al músico elige la canción, y esa canción – inevitablemente – conduce a renunciar a las bases mismas de la política verde, a no poner en tela de juicio al sistema productivista y su opulencia, a perder el coraje de manifestarse contrarios al consumismo en una sociedad ferozmente obsesionada con las metas materiales y a no cuestionar la desmesura del delirio de la expansión ilimitada.

Ecologistas, jamás maduren, manténganse siempre-Verdes, (re)Verdes, porque al madurar no solo cambia el color de la cascara, sino que además, por dentro, da inicio la inevitable descomposición.