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“…los dominios más abstrusos de las matemáticas puras…las eficiencias de los motores y la precisión de las mediciones cuánticas, todo lo que podemos saber y lo que podemos hacer está estrechamente acotado por una serie de límites u horizontes de nuestro conocimiento y nuestra acción. El descubrimiento paulatino de esos límites nos ha situado en una situación intelectual menos ingenua y optimista que la que compartían los intelectuales decimonónicos, tan dados al utopismo”
Jesús Mosterín
“Si los verdes acaban convirtiéndose en meros socialdemócratas ecológicos, entonces el experimento ha concluido, se habrá convertido en un desecho”.
Petra Kelly
Al iniciar la primera sesión del curso “Límites del crecimiento: recursos energéticos y materiales” organizado por la Universidad de Valladolid en septiembre de 2011, Jorge Riechmann advirtió que el choque de nuestras sociedades contra los límites naturales del planeta es la cuestión más importante para la humanidad del siglo XXI.
Es justamente el reconocimiento sobre la existencia de límites naturales para el crecimiento económico, el punto de partida en la configuración de la ecología política como una ideología.
La polémica sobre los límites del crecimiento
La polémica en los clásicos
En sus obras, Adam Smith sistematizó las tendencias de la economía británica durante la Primer Revolución Industrial, que anunciaban un verdadero cambio revolucionario. Impregnado de un inconmensurable optimismo que se apoyaba en una confianza ciega en la capacidad creadora del hombre, postuló que en la división internacional del trabajo se encontraba la clave de un «progreso» sin límites de la humanidad. Es a partir de las tesis formuladas por Smith que da inicio un intenso debate sobre la existencia de tales límites.
Vemos claramente que el tema fundamental de la ciencia económica y de los economistas clásicos resultaba el «crecimiento económico» y esta idea central se desarrollaba y en gran medida aún hoy se desarrolla en el marco de una idea optimista del futuro. Expansión económica y crecimiento sin límites marcan el concepto de progreso así acuñado.
Obviamente Smith no consideró en sus trabajos elementos que hubieran – como mínimo – reducido el optimismo de sus tesis, como ser la relación existente entre los recursos y la población, tema central en el planteo de Thomas Robert Malthus en su «ley de la población» o la «ley de los rendimientos decrecientes» de David Ricardo.
Malthus, en su ensayo sobre el principio de la población, produce un primer resquebrajamiento de la idea optimista sobre el futuro, dominante en los economistas clásicos, al advertir que existe una relación inversa entre la progresión geométrica de la población (crecimiento exponencial), frente a la progresión aritmética de los alimentos (crecimiento lineal); lo que inexorablemente lleva a una situación caracterizada por recursos alimentarios insuficientes y salarios por debajo de los niveles de subsistencia.
Frente a tal situación, Malthus postula como única solución, el control de la expansión demográfica y así como Smith deposita su confianza en la inagotable capacidad creadora del hombre, Malthus deposita su confianza en la estabilización de la población, mediante una supuesta autorregulación originada naturalmente mediante las hambrunas, epidemias, pestes y si ello no fuera suficiente, por las guerras.
Con tales postulados, las tesis de Malthus y sus seguidores se enfrentan a aquellas corrientes que se oponen al control de la natalidad, como es el caso del Catolicismo; con las tesis Marxistas que centran su atención en las contradicciones existentes en los sistemas de distribución o con las corrientes liberales que centran su atención en la asignación de recursos, postulando el sistema de mercado; conformando en conjunto un núcleo «Antimalthusiano» heterogéneo.
Otra figura notable en este análisis resulta David Ricardo, quien también arremete contra el desmesurado optimismo dominante. Su «Ley de los rendimientos decrecientes» fue resumida por Hartwell en un estudio sobre Ricardo de la siguiente forma: «al aumentar las cantidades de un factor variable (capital o trabajo) aplicadas a una cantidad fija de otro factor (tierra), el incremento en la producción total (cereal) que resulta de cada unidad adicional del factor variable (capital o trabajo), irá eventualmente decreciendo, de modo que con los sucesivos insumos del factor variable (capital o trabajo) se agregarán incrementos decrecientes, cada vez menores, de producto (cereal).»
Como puede verse en el pensamiento de Ricardo se observa la idea de un carácter limitado de los recursos (tierra) e implica una advertencia respecto que el crecimiento a largo plazo conduce a una reducción progresiva de los salarios. Frente a ello, postula como salida la reducción de la población y una más rápida acumulación del capital.
J.S. Mill en «Principles of Political Economy» postula a manera de una síntesis del pensamiento clásico, su idea de un estado estacionario que se alcanzaría como una consecuencia lógica e inevitable al final de una larga fase de crecimiento. Considera que el crecimiento de la riqueza no puede carecer de límites y ello lo lleva a una conclusión, en los países atrasados el objetivo más importante es el aumento de la producción y en los más avanzados es la distribución y todo ello se logrará en tanto se ponga freno al crecimiento poblacional.
Con la Gran Depresión iniciada en 1929 resurge la tesis de Mill reformulada por Alvin Hansen quien divide el problema de la siguiente forma: a corto plazo y tal como lo señala Keynes no se acepta el estado estacionario de la depresión, preocupando más el crecimiento de la desocupación que el crecimiento poblacional. A largo plazo el estado estacionario resulta inevitable por lo cual el destino de bienaventuranza económica al que se puede aspirar quedará regulado por la capacidad de controlar la población; la determinación para evitar las guerras; la voluntad de confiar a la ciencia asuntos estrictamente científicos y el establecimiento de un mecanismo de acumulación basado sólo en el margen entre nuestra producción y nuestro consumo.
Como puede verse desde el ilimitado optimismo de Smith hasta las advertencias de Mill, el pensamiento fue evolucionando hacia la noción de la existencia de límites del crecimiento. Esta polémica, lejos de resolverse continúa plenamente vigente entre aquellos que postulan la no existencia de límites hasta aquellos que hablan del crecimiento cero.
La polémica sobre los limites del crecimiento en el siglo XX
Tras la secuencia «Gran Depresión – Segunda Guerra Mundial – Reconstrucción Económica – Guerra Fría», en los países desarrollados resurgió la polémica sobre los límites del crecimiento.
El crecimiento sin límites se encuentra asociado a un capitalismo expansivo entre cuyos mentores podemos citar a Walt Whitman Rostow. Historiador y economista norteamericano, es el autor de la teoría sobre las etapas del crecimiento económico, que postula la existencia de cinco etapas en las que se puede encuadrar un país en función de su proceso de crecimiento económico y que son: sociedad tradicional; condiciones previas al despegue; despegue (take-off); camino hacia la madurez y era de alto consumo en masa.
A fin de contar con ejemplos en cada una de las mencionadas etapas encontraríamos a Nepal; México; Italia; Francia y Estados Unidos de Norte América respectivamente.
Para Rostow no hay límites al crecimiento sino etapas ascendentes. Tal visión a merecido duras críticas al desconocer lo limitado de los recursos y por lo tanto la imposibilidad de universalizar el consumo a los niveles a los que hoy se registran en los EE.UU. Por otra parte se desconocen los problemas de los países que se encuentran en las etapas extremas.
La «era de alto consumo en masa» no está exenta de problemas, no resulta una sociedad ideal, se trata de una sociedad ultra urbanizada, en la que el aumento del tiempo disponible para el ocio plantea el desafío de meditar sobre qué hacer en el futuro: ¿Incrementar el consumo? ¿Ampliar la dimensión familiar? ¿Dedicar más tiempo al esparcimiento y el cultivo personal?
Mientras tanto y tal como ocurre con la sociedad americana asoman indicadores sumamente preocupantes como corrupción pública, vicio, crimen, indisciplina social, egoísmo, extremo individualismo, indicadores todos que chocan frontalmente con lo que algunos teóricos han sostenido, no sin cierta ingenuidad, respecto a que el hombre en esta sociedad, al llegar a la era de alto consumo, cansado de tanta opulencia, tal vez se decidiera a ayudar a su prójimo. La realidad no parece indicar que la última etapa del crecimiento económico lleve a una etapa superior, no prevista en el esquema de Rostow, como lo sería una sociedad humanista a nivel mundial.
Con la «escuela francesa» liderada por Alfred Sauvy entre otros, se inicia una corriente que si bien es expansionista en cuanto al capitalismo tiende a la reestructuración de su modelo.
Tanto Sauvy como Chevenement, Faure y Barre, tomaron conciencia de la existencia de la emergencia ecosférica y de los efectos globales del actual modelo de crecimiento, pero manteniendo la tendencias a una rápida expansión del modelo reestructurado.
Sauvy en su libro ¿Crecimiento cero? señala que si bien una hipótesis de crecimiento cero no resulta realista ni eficaz, ello no debe confundirse con ignorar temas fundamentales como el demográfico, cuya solución visualiza únicamente en la educación, por lo cual, respecto de los límites del crecimiento, se sitúa en un escalón menos optimista que el de Rostow, pero no por ello se inclina a pensar en limitar y aún detener el crecimiento.
Pese a lo anterior, considera al problema demográfico como menos importante que las contradicciones existentes entre países ricos y pobres o que el consumo es mucho más nocivo que la expansión demográfica, lo cual relativiza la importancia que reviste el problema poblacional. En una obra posterior Sauvy siguió ocupándose de la expansión demográfica deteniéndose en el análisis de las posibles consecuencias de una población regresiva.
Philippe D’Iribarne, enrolado en esta «escuela francesa» postula que no puede haber crecimiento rápido sin sufrimiento y ello en razón que si el crecimiento es rápido, el aumento de la cantidad de bienes y servicios disponibles, traen más efectos negativos que beneficios. Con esta óptica plantea, en una posición intermedia entre el desarrollismo sin límites y el crecimiento cero, la necesidad de un primer período transitorio de adaptación hasta llegar a una «política de felicidad».
Con P. A. Samuelson y su libro «Economics» se inicia una corriente de opinión que basa su esquema en considerar que el crecimiento económico tiene graves consecuencias en materia de calidad ecosférica porque su medida se efectúa con un indicador como el Producto Nacional Bruto (PNB) que no refleja lo que Samuelson define como el Bienestar Económico Neto (BEN) al que se podría definir como el PNB deducidos los costos sociales y perjuicios ocasionados a la ecósfera imputables a la obtención del PNB.
Dos seguidores de Samuelson: Ramsey y Anderson, avanzan en materia de analizar las consecuencias ecosféricas del crecimiento económico, al no limitarse sólo a señalar que ellas se neutralizarían con utilizar adecuados indicadores macroeconómicos, lo cual no deja de ser una visión muy optimista, planteando que en esta materia, la planificación debe jugar un rol central, con el fin de compensar las imperfecciones del sistema de mercado. Ante la globalización de la emergencia ecosférica, tal planificación, hoy, debe ser interpretada como una planificación a nivel mundial. Ambos sostienen que «El género de mundo que tengamos, dependerá de la clase de planes que hagamos ahora. Si no formulamos ninguno, es muy posible que no tengamos mundo alguno».
Es en este punto donde se produce la convergencia con el planteo de Samuelson, en tanto que a los efectos de una planificación mundial, de igual forma que del PNB se deducen las externalidades a fin de calcular el BEN, habrá que calcular un BEN mundial a partir de un Producto Mundial Bruto (PMB).
Jan Tinbergen, especialista en modelos económicos, en programación lineal e innovador en diversas ramas de la política económica, distingue al encarar el estudio del futuro entre dos conceptos: previsiones (que parten de hipótesis entre las cuales no se incluye el cambio de régimen socioeconómico) y planes (que si implican transformaciones substanciales en el marco institucional).
El planteo de Tinbergen indica que las previsiones, en el largo plazo, carecen de sentido en tanto el futuro no puede ser previsto, pero si puede ser planificado, motivo por el cual resulta importante sopesar las tendencias de cambio de la sociedad. Cuando Tinbergen se adentra en su estudio, identifica cuatro grandes tendencias: la explosión científica; el desafío del desarrollo deseado por el Tercer Mundo; la polarización ideológica y política (comunismo y capitalismo, dictadura y democracia) y el medio físico.
Al planificar, se elige invariablemente un sistema de valores con lo cual entraran en juego elecciones relativas a: mas producción o más ocio; preponderancia o no de la producción de bienes de consumo; tamaño de familia; forma y organización de la distribución personal de la renta y composición del consumo y del gasto público.
Todo lo anterior lo lleva a plantear la necesidad de renunciar a necesidades artificiales e imponerse límites en cuanto a las mismas, mientras que en el campo socioeconómico el planteo lo lleva de la economía mixta a lo que denomina «socialismo occidental», el que incluiría valores como la democracia parlamentaria y la libertad individual. Sin duda el planteo de Tinbergen resulta más avanzado que el de Samuelson y ofrece una visión evolucionista del capitalismo, donde el crecimiento sin límites comienza a desdibujarse.
En 1966, Kenneth E. Boulding utilizó la gráfica expresión de que la Tierra es como una «nave espacial», con unos recursos limitados que deben ser utilizados de modo racional y moderado para asegurar la supervivencia de la humanidad. Boulding parte de la idea de que en el futuro la economía tendrá que concebirse como un sistema cerrado y a fin de clarificar respecto de los limites en que se desarrolla toda la actividad humana, habla de una economía del “Cowboy” asimilada a la economía neoclásica, caracterizada por la conquista de un espacio sin límites e inagotable, por ausencia de aceptación de fronteras para el desarrollo del sistema, y de una economía del “Astronauta”, que surge de comparar al planeta con una nave espacial y que bien podría denominarse “economía ecológica”, caracterizada por lo limitado de los recursos que se encuentran en su nave y las leyes físicas que resultan inevitables por encontrarse en un sistema cerrado y autocontenido. Nuestra economía actual se parece cada vez más a la de un recinto cerrado, a un autentico Navío Espacial Tierra, que dispone de recursos limitados y de espacios finitos para la contaminación y el vertido de desechos. Este planteo trasciende lo meramente económico para penetrar en lo filosófico. Implica una preocupación por el futuro, en una amplia acepción del término solidaridad, no sólo restringido a la dimensión espacial sino también abarcativo de la temporal.
Apoyado en este planteo de Boulding, Heilbroner sostiene que la crisis ecosférica representa en realidad la consecuencia de nuestro tardío despertar al hecho de que vivimos en el Navío Espacial Tierra y que en el como en cualquier otro navío la sobrevivencia de los pasajeros depende del equilibrio entre capacidad de carga de la nave y necesidades de los pasajeros. Luego de analizar la situación concluye que sin lugar a dudas hemos sobrepasado el punto limite de capacidad de carga, para lo cual parte de considerar el nivel medio deseable para toda la humanidad en cuanto a recursos y los deshechos generados en promedio por los habitantes de EE.UU. y de Europa occidental. Bajo este punto de vista existen sólo dos posibilidades: o la mayoría de los pasajeros del Navío Espacial Tierra serán de segunda clase o todos los pasajeros pasarán a viajar en clase única. Siguiendo esta línea argumental, Heilbroner identifica como principales causas de la saturación de la capacidad de carga a la explosión demográfica, propia de los pasajeros de segunda y los efectos acumulativos de la tecnología, atribuible a los pasajeros de primera (motores de combustión, procesos industriales, técnicas agrícolas, acumulación de gases efecto invernáculo en la atmósfera, etc.).
Ya en el campo de aquellos que preconizan explícitamente la necesidad de un crecimiento cero nos encontramos con un amplio grupo de científicos relacionados con la revista británica «The ecologist», cuyo editor promovió la publicación en 1971 de una obra en la que se plantean crudamente los problemas ecológicos de Gran Bretaña (¿Can Britain Survive?), la que dio origen al «Manifiesto para la Supervivencia» en el que concatenadamente se dan pruebas acerca de los graves problemas que hoy amenazan con romper el equilibrio ecosférico. De este Manifiesto se desprenden las cuatro condiciones básicas para encaminarse hacia una sociedad estable que pueda sostenerse indefinidamente dando óptimas satisfacciones a sus miembros, tales condiciones son las siguientes: una mínima perturbación de los procesos ecológicos; una máxima conservación de materias primas y energía (una economía de stocks más que de flujos); un crecimiento demográfico cero y un sistema social dentro del cual el individuo pueda disfrutar de las tres primeras condiciones, en lugar de sentirse limitado por ellas.
Es a partir de estas posiciones radicalizadas que aparecen en el horizonte nuevas tendencias que centran su atención en la construcción de utopías razonables. En esta línea y en lo que puede identificarse como la segunda escuela francesa encontramos a René Dumont y Roger Garaudy.
En 1974, el agrónomo francés René Dumont, criticó sistemáticamente las aberraciones del socialismo desde una óptica socialista. En su libro «Utopía o muerte: el fin de la sociedad del despilfarro» expone su tesis, según la cual, el crecimiento sin límites, en forma exponencial, es sencillamente imposible en un mundo que es finito.
Bajo esta tesis formula una serie de apreciaciones entre las que se destacan las siguientes: lo importante no es dominar la Naturaleza, sino asociarse a ella para conservarla en todo su potencial para las generaciones futuras; el capitalismo, con su ley del máximo lucro, menosprecia el objetivo elemental de salvar el planeta, frente a lo cual, o el capitalismo se transforma o marchamos al abismo; es necesaria una política de control de la natalidad; si se continua con las mismas pautas de crecimiento nos dirigimos hacia un muro de cemento en el que nos estrellaremos; si bien el futuro no puede preverse, si puede configurarse y en su configuración es necesario llegar a un crecimiento cero en lo demográfico y también en el consumo global de los países industrializados.
Dumont llega así a la justificación de la inevitabilidad del socialismo si se quiere asegurar la sobrevivencia prolongada de la especie humana, postulando como idea central, que en definitiva, la salida se encuentra en preocuparse menos por tener y más por ser.
La polémica sobre los límites del crecimiento a partir de la década del año 1970
En febrero del 72, un miembro de la Comisión de la CEE, Sicco Mansholt escribió una carta al entonces presidente de la CEE, Franco María Malfatti en la que se preguntaba por el sentido de un crecimiento económico desbordado y dentro de un contexto de continua degradación de la ecósfera y de disminución de la calidad de vida. Los principales temas identificados por Mansholt fueron la explosión demográfica; la producción de alimentos; la contaminación; los recursos naturales; el sentido del trabajo humano; la instauración de una verdadera democracia; la igualdad de oportunidades y las relaciones entre países desarrollados y en desarrollo. La «carta Mansholt» resulta un verdadero punto de inflexión hacia la aceptación de la existencia de límites naturales para el crecimiento económico.
Las afirmaciones formuladas por Mansholt se basaban en el resultado de un trabajo científico elaborado por el System Dynamics Laboratory del Instituto de Tecnología de Massachusetts (Massachusetts Institute of Technolgy: MIT), bajo la dirección de Dennis L. Meadows. Este trabajo se realizó por encargo del Club de Roma, presidido por Aurelio Peccei con el objeto de realizar un estudio sobre las tendencias y los problemas económicos que amenazaban a la sociedad global. El estudio en cuestión dio inicio en 1970 y fue realizado por un equipo de científicos[1] del MIT.
El trabajo se basa en la teoría de la dinámica de sistemas de Jay W. Forrester, que después de varios trabajos preparatorios sobre dinámicas industrial (1961) y urbana (1969), publicó el modelo World-2 en su obra Dinámica mundial (1971). El modelo World-2 trataba de definir y prever la realidad mundial basándose en un sistema de 45 ecuaciones básicas relacionando seis sectores fundamentales: población, inversión de capital, espacio geográfico, recursos naturales, contaminación y producción de alimentos. Siguiendo la misma metodología de Forrester, el equipo de Dennis L. Meadows preparó un nuevo modelo, World-3, con 77 ecuaciones básicas que relacionan cinco variables fundamentales: población, producción agrícola, recursos naturales, producción industrial y contaminación. World-3 demostraba que la actual tendencia del mundo llevaba inevitablemente a un colapso que debería producirse antes de un siglo, provocado principalmente por el agotamiento de los recursos naturales.
Como resultado del estudio se concluyó que para 2100 se estaría alcanzando un estado estacionario con la producción industrial y la agrícola per cápita, muy inferiores a las de principio del siglo XX y con la población humana en decadencia.
La única modificación de los datos introducidos en el ordenador que conseguía eliminar la crisis consistía en:
- la igualación inmediata de las tasas de natalidad y mortalidad en todo el mundo,
- la detención del proceso de acumulación de capital
- el destino de todas las inversiones exclusivamente a la renovación del capital existente, orientándolo a un uso más eficiente de recursos y menos contaminante
Pero ese freno brusco en el crecimiento de la población y del capital debía producirse – según los autores – antes del año 1985.
Los resultados fueron publicados en marzo de 1972 bajo el título «Los Límites del Crecimiento»[2].
La conclusión del Informe fue la siguiente: “Si se mantienen las tendencias actuales de crecimiento de la población mundial industrialización, contaminación ambiental, producción de alimentos y agotamiento de los recursos, este planeta alcanzará los límites de su crecimiento en el curso de los próximos cien años. El resultado más probable sería un súbito e incontrolable descenso tanto de la población como de la capacidad industrial.” (D.L. Meadows y otros – Los Límites del Crecimiento, 1972)
Entre las conclusiones del Informe Meadows se incluye un párrafo que invita al desarrollo de una nueva ideología política y que bien puede ser definido como el acta fundacional de la ecología política:
“Estamos convencidos de que tomar conciencia de las restricciones cuantitativas del ambiente mundial y de las consecuencias trágicas de un exceso es esencial para el inicio de nuevas formas de pensamiento que conduzcan a una revisión fundamental de la conducta humana y, en consecuencia, de la estructura entera de la sociedad actual”.
En su libro “Miles de millones”, Carl Sagan menciona el ejemplo de Casandra – princesa de Troya – a quien describe como la más inteligente y bella de las hijas del rey Príamo. Tal era su atractivo que Apolo se enamoró de ella. Dado que Casandra se resistió a su acoso le prometió el don de la profecía y fue entonces que ella accedió. Una vez que recibió el don prometido, Casandra se echó atrás y rechazó el cortejo de Apolo quien se enfureció y al no poder retirarle el don de la profecía, la condenó a un destino cruel e ingenioso: el de que nadie creyese en sus profecías. Fue así que Casandra profetiza a su propio pueblo la caída de Troya y nadie le prestó atención. Predice la muerte del caudillo de los invasores griegos, Agamenón y nadie le hizo caso. Anuncia incluso su pronta muerte, con el mismo resultado. No querían escucharla, se burlaban de ella. Tanto griegos como romanos la llamaron “la dama de las infinitas calamidades”. Sagan acota que hoy quizá la tacharían de “catastrofista”. La historia de Casandra simboliza el polo de un rechazo falto de inteligencia y razón e inamovible, sobre la posibilidad de un peligro.
Con la reacción de rechazo generalizado que se experimentó en el caso del Informe Meadows y sus conclusiones podemos reconocer esa misma resistencia a las profecías horrendas experimentada por Casandra. Tal como lo afirma Sagan: “Cuando nos enfrentamos con una predicción ominosa que alude a fuerzas inmensas sobre las que no es fácil ejercer influencia alguna, mostramos una tendencia natural a rechazarla o no tomarla en consideración”.
Lo cierto es que la crítica al dogma del crecimiento provocó un escándalo, tanto en el seno de la izquierda como de la derecha, considerando el informe como una herejía contra el progreso. Una de las reacciones más virulentas se dio en Latinoamérica donde el Informe fue mayoritariamente interpretado como un ataque directo a la base de la concepción del progreso continuado. El escudo que nos protegería de este “absurda” propuesta de discutir si existen límites para el crecimiento quedo acuñado en la frase: La pobreza es el primer problema ambiental de Latinoamérica.
Un buen ejemplo lo tenemos en la respuesta elaborada contra el informe Meadows por la Fundación Bariloche. Niega la existencia de límites. Sostiene que son enormes las existencias de recursos. Sostiene que es “imposible determinar la cantidad total de recursos no renovables existentes en el planeta”. Confía en la posibilidad de desarrollar nuevas tecnologías depositando su fe en la manipulación tecnológica del entorno y apelando a la energía nuclear. Sostiene que todas las formas de contaminación son controlables. Minimiza el límite a la disponibilidad de las tierras de cultivo, apelando a incrementos de productividad o la expansión de la frontera agropecuaria. Reduce a un mínimo toda la problemática ecológica apostando exageradamente a la tecnología y a los contextos políticos.
Edgard Morin[3] afirma que es verdad que sus métodos de cálculo fueron simplistas, pero que el objetivo del informe Meadows constituía en realidad un primer esfuerzo por considerar en conjunto el devenir humano y el biológico a escala planetaria. Para ilustrar su idea, Morin menciona que los primeros mapas establecidos en la Edad Media por los navegantes árabes tenían enormes errores, pero constituían el primer esfuerzo para concebir el mundo y ese es también el valor de “Los Límite del Crecimiento”.
Algunas importantes aclaraciones y los verdaderos aportes del Informe Meadows:
- En el informe no se presenta una demostración sobre la existencia de límites para el crecimiento físico en un planeta finito. Ello se asume como tal
- Se presenta información sobre una variedad de límites físicos – agua, suelos, metales y otros recursos – a fin de que la idea de los límites se haga plausible
- Se describen las razones por las que el crecimiento de la población y la producción industrial son inherentemente exponenciales
- Se demuestra que el crecimiento exponencial crece rápidamente hasta alcanzar cualquier límite imaginable
- Los escenarios informáticos demuestran que las actuales políticas de crecimiento darán lugar a excesos y colapsos, no a una aproximación asintótica a límites
- Se sugiere que los cambios en las políticas podrían llevar a un estado sostenible, si tales cambios se centraran en cuestiones culturales y técnicas y se implementaran prontamente
La vigencia del Informe Meadows
La revista del Smithsonian[4] presentó una actualización de los datos del informe Meadows con información disponible para las variables consideradas en los 30 años posteriores (1970-2000).
Los datos confirman las proyecciones del Informe Meadows.
En “Los límites del crecimiento, treinta años después” escrito por Donella Meadows, Jørgen Randers y Dennis Meadows los autores mencionan que:
“En varios escenarios hemos introducido la variable del avance tecnológico acelerado, así como posibles “saltos” tecnológicos más allá de las mejoras “normales”…Incluso contando con las tecnologías más eficientes…si éstos son los únicos cambios, el modelo sigue generando escenarios de colapso”.
Resulta aquí oportuno traer el ejemplo de la “Identidad Kaya” en tanto corrobora las afirmaciones arriba citadas.
En 1989 el economista japonés Yoichi Kaya[5] presentó una forma pragmática de visualizar el proceso y las causas que definen el aumento de las emisiones antropogénicas de gases efecto invernáculo mediante una simple identidad matemática que relaciona los factores que determinan el nivel de impacto humano sobre el clima en la forma de emisiones de dióxido de carbono.
Kaya postula que son cuatro los factores que definen la cuantía de tales emisiones: la “intensidad de carbono de la energía” (IC) – emisiones de carbono por unidad de energía consumida; la “intensidad energética de la economía” (IE) – consumo de energía por unidad de PIB; el PIB per cápita (RE) y la población (P).
Mientras las negociaciones que se desarrollan dentro de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático giran sobre las formas de disminuir la “intensidad de carbono” modificando las fuentes energéticas y sobre las formas de disminuir la “intensidad energética de la economía” aumentando la eficiencia en su uso, poco es lo que se dice, y nada lo que se negocia sobre el siempre creciente PIB/cápita, como expresión de un modelo económico productivista-consumista y el crecimiento exponencial de la población, pese a que ambos factores resultan preponderantes y definitorios de la cuantía de las emisiones de CO2.
Un claro ejemplo lo menciona Mariano Marzo en su artículo “Cambio climático y crecimiento” publicado por El País en febrero de 2011 cuando advierte que “…las proyecciones en el horizonte de 2035 contenidas en un reciente informe del Gobierno de Estados Unidos (International Energy Outlook 2010) señalan que en los próximos 25 años, el mundo podría reducir su intensidad energética a algo menos de la mitad y disminuir ligeramente la intensidad de carbono respecto a los valores de 2007. Sin embargo, estas mejoras se verían ampliamente contrarrestadas por el crecimiento del PIB per cápita (cercano al 100%) y por el aumento de la demografía (próximo al 30%), de forma que, en conjunto, la multiplicación de los cuatro factores de Kaya arroja el resultado de que en 2035 las emisiones globales de CO2 se habrán incrementado en algo más del 40% respecto a las de 2007”.
No debe extrañarnos que en el mundo real – fuera de las salas de negociación de las conferencias de las partes – las emisiones de CO2 hayan seguido creciendo hasta alcanzar en 2012: 394,49 ppm – muy lejos del límite de seguridad establecido en 350 ppm y muy lejos de las reducciones establecidas por el Protocolo de Kyoto equivalentes a un 5,2% de reducción respecto de las emisiones del año base (1990).
AÑO | CO2 (ppm) | |
2012 |
394,49 |
Río + 20 |
2011 |
391,57 |
|
2010 |
389,78 |
|
2009 |
387,38 |
Acuerdos de Copenhague |
2008 |
385,59 |
|
2007 |
383,77 |
|
2006 |
381,90 |
|
1997 |
363,71 |
Firma del PK |
1992 |
356,38 |
CNUMAD – Río 92 |
1990 |
354,35 |
Año Base del PK |
Elaboración propia
Década | Aumento Total (ppm) | Tasa anual de crecimiento (ppm/año) |
2002–2011 | 20,72 | 2,07 |
1992–2001 | 16,00 | 1,60 |
1982–1991 | 15,10 | 1,51 |
1972–1981 | 13,95 | 1,40 |
1962–1971 | 8,88 | 0,89 |
Elaboración propia
Los esfuerzos por combatir el crecimiento de las emisiones de dióxido de carbono mediante la diversificación del mix energético y las medidas de eficiencia chocan frontalmente con las partes intocables de la identidad Kaya: Población y PIB/cápita.
En un estudio publicado en la revista Nature en 2009, Johan Rockström[6] y sus colaboradores identificaron las nueve áreas específicas en las que la economía está ejerciendo una carga excesiva sobre la biosfera. Los nueve límites se refieren a los siguientes procesos del sistema terrestre:
(1) cambio climático
(2) pérdida de biodiversidad
(3) ciclos de nitrógeno y fósforo
(4) reducción del ozono estratosférico
(5) acidificación de los océanos
(6) uso mundial de agua dulce
(7) cambio en los usos del suelo
(8) carga de aerosoles atmosféricos
(9) contaminación química
De acuerdo con los resultados del estudio realizado, en tres de las 9 áreas ya hemos pasado los límites de seguridad: cambio climático, donde las concentraciones de CO2 superan en un 13% el límite de 350 ppm; el ciclo biogeoquímico del nitrógeno donde hemos superado en un 246% el límite de seguridad establecido en 35 millones de toneladas anuales de N removido de la atmosfera y en diversidad biológica donde hemos superado en un 900% el límite de seguridad establecido en 10 especies extinguidas por millón y año.
Un enfoque interesante que resulta convergente y demostrativo de la existencia de límites del crecimiento es el de “Huella Ecológica”.
El concepto de Huella Ecológica fue propuesto por William Rees y Mathis Wackernagel, y mide en “hectáreas globales”[7], cuánta tierra y agua biológicamente productivas requiere un individuo, población o actividad para producir todos los recursos que consume y para absorber los desechos que generan utilizando tecnología y prácticas de manejo de recursos prevalentes.
Como indicador, la Huella tiene la virtud de conducirnos a una nueva visión del mundo, particularmente cuando se la contrasta con un concepto emparentado como el de “capacidad biológica” o “biocapacidad” que expresa la capacidad de los ecosistemas de producir materiales biológicos útiles y absorber los materiales de desecho generados por los seres humanos, usando esquemas de administración y tecnologías de extracción actuales.
En tanto la huella ecológica de la humanidad crece día a día, la biocapacidad del planeta permanece del mismo tamaño y en la actualidad la comunidad humana utiliza los recursos vivos de la Tierra 35% más rápido de lo que ésta puede regenerarlos. Basados en estos cálculos se proyecta que para el año 2030 nuestro consumo va a requerir la capacidad de dos planetas Tierra para satisfacerlo.
Según los cálculos efectuados por la Global Footprint Network, la humanidad entró en “sobregiro ecológico” por primera vez en 1986, momento en el que para satisfacer el creciente consumo, se comenzó a liquidar el capital natural, situación que –obviamente – no puede sostenerse en el tiempo sin que los ecosistemas se degraden y posiblemente colapsen.
En el informe del PNUMA titulado: “GEO-5” se advierte que: “…nos hemos acercado a varios umbrales críticos mundiales, o los hemos superado, una vez que se hayan cruzado esos umbrales, es probable que ocurran cambios bruscos y posiblemente irreversibles en las funciones que sustentan la vida”
En 2012, un artículo publicado en el Nº 486 de Nature, bajo el título: “Aproximándonos a un cambio de estado en la biosfera de la Tierra”, Barnosky y otros 21 científicos advierten que el ecosistema global se aproxima a una transición crítica a escala planetaria como resultado de los impactos de la actividad humana.
A la luz de la numerosa información científica generada durante las últimas décadas sobre la existencia de límites naturales para el crecimiento económico, se han registrado notables cambios en cuanto a su aceptación.
- Durante la década del año 1970, la posición predominante era: no hay límites.
- Durante la década del año 1980 se reconocía la existencia de límites, pero se consideraba que estaban muy lejos.
- Durante la década del año 1990 se comenzó a admitir que los límites estaban cerca, pero se consideraba que la tecnología y los mercados podían evadirlos fácilmente.
- Durante la década del año 2000, se comenzó a reconocer que la tecnología y los mercados no siempre logran eludir los límites, pero que la mejor política era seguir con el crecimiento del PIB, para tener más recursos para resolver los problemas.
- Finalmente, durante la década del año 2010 se argumenta que si hubiéramos sido capaces de sostener el crecimiento económico, no habríamos tenido problemas con los límites.
Estos cambios de actitudes y opiniones frente a la irrupción de los límites naturales obviamente obedecen a la dificultad que se plantea cada vez que se produce un cambio de paradigma.
Un “paradigma” es un patrón de pensamiento en una disciplina científica y el ejemplo clásico de un cambio de paradigma es el cambio de la visión ptolemaica del sistema solar (con la Tierra como cuerpo celeste central) a la visión de Copérnico (con el sol en el centro). Las personas no son conscientes de los paradigmas en los que operan y ellos pueden llegar a estar tan arraigados en las creencias culturales que no se tolera ponerlos en cuestión – sino pregúntenle a Copérnico y Galileo. El agua es un paradigma para los peces, del que no se dan cuenta hasta que son removidos desde el paradigma. (Center for the Advancement of the Steady State Economy – CASSE)
La ecología política se configura como ideología a partir de la toma de conciencia sobre la existencia de restricciones cuantitativas del ambiente mundial y de las consecuencias de exceder tales límites. Para la ecología política existen límites “naturales” para el crecimiento económico y demográfico. Los ecologistas sostienen que el crecimiento económico se ve impedido, no por razones sociales – tales como relaciones de producción restrictivas – sino porque la Tierra misma tiene: limitada capacidad productiva (recursos); limitada capacidad de absorción (contaminación) y limitada capacidad de carga (población).
Principios fundamentales de la física y la ecología son los que explican la existencia de límites naturales para el crecimiento económico. Tal es el caso de las leyes de la termodinámica que introducen un concepto central: la irrevocabilidad. Georgescu-Roegen estableció además una “cuarta ley de la termodinámica”[8] que afirma que la materia, al igual que la energía, está sujeta a la entropía. Según esta ley, la materia también se degrada de manera irreversible y no es totalmente reciclable.
Lo anterior significa que las actividades humanas, incluidas obviamente las actividades económicas —alimentándose de baja entropía— se desarrollan a coste de su disipación irrevocable, lo cual marca el límite físico de las sociedades industriales y, por el carácter exosómatico de su existencia, de la especie humana en su conjunto.
Es a partir del reconocimiento de la existencia de límites naturales que – para la ecología política – la idea de progreso se transforma en el reto por perfeccionar lo más posible la adaptación a aquellos límites que resulta contraproducente traspasar. Es este concepto: el límite – su aceptación o rechazo – el punto en el que la ecología política se diferencia del resto de las ideologías.
Es importante destacar que la ecología política no se refiere al límite como un impedimento a vencer, sino como una condición a la que adaptarse. Estamos entonces frente a dos ideas radicalmente distintas: progreso como superación y progreso como adaptación. De esta manera la ecología política cuestiona el significado unívoco que hasta nuestros días ostenta el concepto de progreso.
La ecología política cuestiona la idea de un mundo ilimitado, al sostener que el mundo es limitado y que nuestros excesos – inevitablemente – conducirán a una situación crítica.
De los límites naturales al “antiproductivismo”
La aceptación de la existencia de límites naturales para el crecimiento económico, conduce directamente a la ecología política a cuestionar la concepción “productivista” que transformada en superideología del sistema conduce a la creencia en que las necesidades humanas sólo se pueden satisfacer mediante la permanente expansión del proceso de producción y consumo, transformados en el fin último de la organización humana.
El productivismo es el retorno al culto de la abundancia, una abundancia que garantizan por siempre las nuevas deidades del sistema: ciencia, tecnología, industria y mercado.
Podemos definir el productivismo como un sistema evolutivo y coherente que nace de la interpenetración de tres lógicas principales: la búsqueda prioritaria del crecimiento, la eficacia económica y la racionalidad instrumental, que tienen efectos múltiples sobre las estructuras sociales y las vidas cotidianas.
La eficacia económica busca ante todo la previsión, la mecanización, la racionalización, lo que llama a más división técnica del trabajo, más concentraciones, más jerarquía en el saber y el poder, más institucionalización de todos los aspectos de la vida.
Tal como lo sostiene François Degans: “…todo se convierte en objeto de competición, consumo, institucionalización… reducimos los seres y las cosas a funciones asignadas, a instrumentos vinculados a un fin concreto”.
La “racionalidad instrumental” conlleva la transformación de la herramienta en un aparato esclavizante, alienante y contraproducente. Tal como lo propone Ivan Illich: “al traspasar un umbral, la herramienta pasa de ser servidor a déspota y las grandes instituciones de nuestras sociedades industriales se convierten en el obstáculo de su propio funcionamiento. Más aún, la función de estas instituciones es legitimar el control de los seres humanos, su esclavización a los imperativos de la diferencia entre una masa siempre creciente de pobres y una elite cada vez más rica”.
Resulta oportuno aquí citar a Cornelius Castoriadis cuando menciona que:
Consideremos a manera de ejemplo el caso de nuestro país. Desde 1880 hasta nuestros días, se aplicaron diferentes modelos de desarrollo que – en apariencia – mostraban grandes diferencias.
- Conservador (1880-1945): Atracción de inversiones extranjeras (y mano de obra) para la creación de la infraestructura requerida para un desarrollo orientado al mercado externo.
- Populista (1945-1955): Mejora en la distribución de ingresos, fomento de la industrialización por sustitución de importaciones. Desarrollo orientado al mercado interno.
- Desarrollista (1955-1976): Estados activos, políticas económicas que impulsen la industrialización, protección a las industrias nacionales, sustitución de importaciones.
- Neoliberal (1976-2001): Fundamentalismo de mercado. Función prescindente o subsidiaria del Estado y de promotor del clima adecuado de negocios para el sector privado.
- Neokeynesiano (2003-): Fuerte inversión pública para generar empleo sin caer en el déficit fiscal, con inclusión social.
En la actualidad, en el escenario político-ideológico se han manifestado profundas diferencias a la hora de proponer un modelo de desarrollo para nuestro país.
Sirvan de ejemplo los siguientes artículos:
Una Argentina Verde y Competitiva: El resultado electoral es un triunfo contundente de la Argentina Verde y Competitiva. Ganó la soja. Ganó el modelo del eje Rosario-Córdoba, el nuevo centro de gravedad de la economía argentina. La sociedad entiende que no se pueden atender las necesidades de los sectores postergados, representados por el eje Matanza-Riachuelo, expoliando al interior genuinamente productivo. Como decíamos una semana atrás, no es desnudando al santo del interior como se va a vestir al santo del conurbano. Hace falta «otro modelo»… Sí, es el «soy power» (el poder de la soja). Es la respuesta de la sociedad ante el ataque absurdo que se intentó contra el nuevo maná que cayó sobre estas pampas. (Héctor Huergo – Clarín – Julio 2009)
Respuesta a la Argentina Verde y Competitiva: Al eje oligárquico-pampeano del modelo agroexportador debe anteponérsele uno que incluya a la totalidad de los argentinos. Esto es un eje bidireccional y de tipo triangular entre: Buenos Aires, La Quiaca y Ushuaia, sus tres vértices. Un eje apoderado de los intereses de la totalidad de la población, para que desde allí irradie al resto de la América del Sur, vinculándose específicamente con el Mercosur y el ALBA. Aquí el centro de gravedad de un modelo industrialista en la Argentina. (Federico Bernal – Página 12–Octubre 2009).
Más allá de las diferencias entre los modelos de desarrollo, aplicados y postulados en nuestro país, existe un punto común, una lógica común a todos ellos: su “productivismo”.
El productivismo es una creencia que no resulta solo patrimonio de los economistas, lo es de nuestra sociedad, está en el corazón mismo de nuestra civilización industrial, resulta común tanto al liberalismo como al comunismo.
Del antiproductivismo al “anticonsumismo”
Si hay límites para el crecimiento, entonces también hay límites para el consumo. Un claro contraste entre las ideologías tradicionales y la ecología política reside en la convicción verde de que la demanda cuantitativa se debe reducir y no incrementar.
Si quisiéramos una breve y contundente definición de la ideología Productivista/Consumista lo recomendable es recurrir a la propuesta formulada en la década del año 1950 por el analista de mercado Víctor Lebow[9]:
Con el objetivo de avanzar en la aplicación de esta concepción se emplearon tres herramientas sistémicas:
Cosima Dannoritzer en su video “Comprar-Tirar-Comprar” (http://vimeo-com/23524617) nos ofrece algunos ejemplos paradigmáticos de productos que fueron diseñados con obsolescencia programada. En el mencionado video se sugiere preguntarnos: ¿Por qué en el cuartel de Bomberos de Livermore, en California hay una bombita de luz que funciona hace casi 110 años, mientras que las nuevas duran pocos meses?
Esta pregunta responde al hecho de que fue la industria de las lámparas eléctricas en las que se avanzó por primera vez en una forma orgánica, en la aplicación de la estrategia de la obsolescencia programada. En 1924, se crea el cartel mundial denominado Phoebus integrado por las empresas Philips, Osram, y Lamparas Z; con el objetivo de producir Lámparas incandescentes de 1000 horas, que por aquel año duraban 2500 horas, intercambiando para ello patentes y fijando en 1929 multas en francos suizos para los miembros del cartel que no acaten la resolución. Para 1932 los miembros del cartel ya habían cumplido con su objetivo.
En el documental se incluyen intervenciones de Serge Latouche, economista y profesor de la Universidad de París, defensor del sistema económico del “decrecimiento”, donde propone reducir nuestra huella del despilfarro, sobreproduccion y sobreconsumo. También incluye intervenciones de Michael Braungart, químico y coautor de: “De la Cuna a la Cuna”, en donde propone que la industria debería imitar el ciclo virtuoso de la naturaleza, el cual no produce desechos solo nutrientes, por ejemplo creando productos biodegradables. Este último destaca que hemos transformado nuestra vida en pedir créditos para comprar cosas que no necesitamos.
Cuando la obsolescencia programada no alcanza los niveles de consumo necesarios para mantener el sistema en funcionamiento, irrumpe entonces el marketing y la publicidad con el objetivo de infundir en los consumidores el deseo de poseer productos más nuevos, un poco mejores y un poco antes de lo necesario. A este fenómeno psicológico se le denomina “obsolescencia percibida“.
La Obsolescencia percibida se plantea entonces cuando se crean productos con un cierto aspecto, y más adelante se venden exactamente los mismos productos cambiando tan solo sus diseños. Esto es muy evidente en la ropa, cuando un año están de moda los colores claros, y al siguiente los oscuros para que el comprador se sienta movido a cambiar su ropa perfectamente útil y así ganar más dinero
Una excelente definición de las estrategias de obsolescencia percibida la provee Frédéric Beigbeder en su libro “13,99 Euros” (2003) en el que se puede leer:
“…Soy publicista: eso es, contamino el universo… El que los hace soñar con esas cosas que nunca tendrán. Cielo eternamente azul, mujeres que nunca son feas, una felicidad perfecta retocada con el Photoshop. Imágenes relaminadas, músicas pegadizas. Cuando, a fuerza de ahorrar, logran comprar el coche de sus sueños, el que lancé en mi última campaña, yo ya habré conseguido que esté pasado de moda. Les llevo 3 tres temporadas de ventaja, y siempre me las arreglo para que se sientan frustrados. El Glamour es el país al que nunca se consigue llegar. Los drogo con novedad, y la ventaja de lo nuevo es que nunca lo es durante mucho tiempo. Siempre hay una nueva novedad para lograr que la anterior envejezca. Hacer que se les caiga la baba, ése es mi sacerdocio. En mi profesión, nadie desea vuestra felicidad, porque la gente feliz no consume.”
El objetivo principal, el valor indiscutible de nuestras sociedades es tener más. No hay espacio para las preguntas ¿qué y para qué producir? O para pensar si el crecimiento respeta la reproducción social y ambiental.
Podríamos afirmar que mediante el tándem ideológico “productivismo-consumismo” el principio filosófico de René Descartes que se convirtió en el elemento fundamental del racionalismo occidental: “pienso, luego existo” hoy parece haberse transformado en: “tengo, luego existo”.
En su libro “De la cuna a la cuna” Michael Braungart menciona que:
Cuanto más infelices somos, más consumimos. Y cuanto más consumimos, más infelices somos. Esta paradoja seguirá gobernando nuestro estilo de vida mientras no cuestionemos los fundamentos del “viejo paradigma económico”, que nos vende la gran mentira de que el materialismo nos conduce hacia la felicidad.
El ecologismo pone en tela de juicio una importante aspiración de la mayoría de la gente, como lo es el deseo de aumentar al máximo el consumo de objetos materiales y con el objeto de fundamentar su propuesta desarrolla dos argumentos:
- Diferenciar las “necesidades” (aquello a lo cual es imposible sustraerse o que no puede faltar) de las “carencias” (falta de algo). Percibir que hoy existen poderosas fuerzas persuasivas que convierten falsamente carencias en necesidades
- Nuestro anhelo de consumir se verá restringido, queramos o no
Si el principal objetivo del desarrollo es la satisfacción de las necesidades y aspiraciones humanas el modo en que ellas se satisfacen por medio del proceso de desarrollo debe contemplar dos tipos de restricciones:
- Restricciones ecológicas que vienen impuestas por la necesidad de conservar la capacidad de sostenimiento del planeta Tierra.
- Restricciones morales que debemos imponernos al renunciar a aquellos niveles de consumo a los que no todos puedan aspirar razonablemente.
En otras palabras, se trata de rechazar aquellas pautas de comportamiento humano que no pueden ser universalizadas, pues su generalización pondría en peligro la capacidad de sostenimiento del planeta Tierra.
El criterio de universalidad es un criterio ético por excelencia. Immanuel Kant, en “Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres” (1785) menciona que sólo existe un imperativo categórico: “obra sólo según aquella máxima que puedas querer que se convierta, al mismo tiempo, en ley universal”.
Jorge Riechmann en el capítulo 1: “Desarrollo sostenible: la lucha por la interpretación” del libro “De la economía a la ecología” (Riechmann J., Naredo J.M. et al; 1995) menciona que existen bienes y pautas de consumo antisociales a las que califica como “consumos inmorales” al considerar que el criterio de universalidad es un criterio ético por excelencia y para ejemplificarlo menciona que: “…Immanuel Kant de Königsberg,…aconsejaba, para saber si una acción es moral o inmoral, someterla al experimento mental siguiente: imagine que todos y todas hicieran lo mismo. Si la situación mental resultante es demasiado impensable, incoherente o insoportable, algo no va bien en su moralidad.”
Otro interesante enfoque es el de Fred Hirsch, en su libro “Los límites sociales del crecimiento” (1976), en el que acuñó el concepto de “bienes posicionales”: estos son bienes que dejan de serlo (que pierden valor) cuando muchas personas los poseen.
Sobre estos temas se detiene en el análisis Joaquim Sempere en “Necesidades, desigualdades y sostenibilidad ecológica” en Cuadernos Bakeaz, Nº 53 (2002) y en su libro “Mejor con Menos” (2009).
La sabiduría tradicional de muchas culturas sostiene que la plenitud va ligada no al cuanto más mejor sino a al justo medio.
- El oráculo de Delfos advertía: “de nada demasiado”.
- El confucianismo enseña que “tanto el exceso como la carencia son nocivos”.
- En el clásico libro taoísta de Lao Zi se lee que sólo “quien sabe contentarse es rico”.
- En la tradición judeocristiana: “no me des pobreza ni riqueza” (Proverbios); “es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que el que un rico entre en el Reino de los Cielos” (Mateo).
Resulta una verdadera paradoja que Benjamin Franklin – la imagen universal del dólar – haya dicho: “El dinero nunca hizo feliz a nadie, ni lo hará… Cuanto más tienes, más quieres. En vez de llenar un vacío, lo crea”.
El consumo pretende ser una vía hacia la felicidad pero es como una droga que requiere cada vez dosis mayores.
En definitiva podemos afirmar que para el ecologismo, el productivismo es la tesis a batir y no supone diferencia apreciable quien sea el poseedor de los medios de producción. La piedra angular en la que se edifica la ecología política es el “antiproductivismo” con lo cual pone en tela de juicio supuestos con los que hemos vivido al menos durante los dos últimos siglos.
¿Dónde se sitúa la ecología política en el tablero político?
El tablero político en el que se enfrentan las teorías y fuerzas políticas tradicionales responde a un esquema bidimensional basado en el eje clásico —de corte económico— izquierda/derecha y el eje de corte social: autoritario/libertario.
Fuente: Political compass
La ecología política plantea que es necesario superar el análisis bidimensional, y evolucionar hacia un esquema tridimensional, mediante la incorporación de un tercer eje que corresponde a la dialéctica fundamental productivismo/antiproductivismo.
Nos dice Florent Marcellesi en “Ecología política: génesis, teoría y praxis de la ideología verde” (Cuadernos Bakeaz 85):
“Dada la magnitud de la crisis ecológica y si se considera que la oposición entre capital y trabajo ya no es determinante sino que lo crucial es la cuestión de la orientación de la producción, postulo que el eje productivista/antiproductivista se convierta en un eje estructurante y autónomo. De hecho, desde una perspectiva ecologista fuerte, no supone diferencia apreciable quién posea los medios de producción, «si el proceso de producción en sí se basa en suprimir los presupuestos de su misma existencia» (Dobson, 1997: 55).”
Marcellesi señala que “Aunque este debate puede parecer a primera vista nominalista, tiene sus consecuencias a la hora de definir el lugar y las estrategias de la ideología verde en el tablero político y sobre todo trasladarla a la praxis política diaria, tal y como lo expresa Lipietz:
“Superar la única crítica del «¿cuánto cuesta?, ¿cuánto ganan?» y plantearse el «¿para qué sirve?, ¿cuál es el sentido de este trabajo?» extiende de manera considerable la crítica del desorden existente, pero también el alcance de las posibles coaliciones sociales para combatirlo”. (2006)
Ir a: APUNTES DE ECOLOGÍA POLÍTICA
NOTAS
[1] El equipo técnico estaba integrado por: Dr. Donella H. Meadows (EEUU); Prof. Dennis Meadows (EE. UU.); Dr. Jørgen Randers (Noruega); Farhad Hakimzadeh (Irán); Judith A. Machen (EEUU);Dr. Alison A. Anderson (EEUU); Nirmala S. Murthy (India); Ilyas Bayar (Turquía); Dr. John A. Seeger (EEUU); Dr. Erich Zahn (Alemania); Dr. Jay M. Anderson (EEUU); Dr. William W. Behrens III (EEUU); Dr. Steffen Harbordt (Alemania); Dr. Peter Milling (Alemania); Dr. Roger F. Naill (EEUU); Stephen Schantzis (EEUU) y Marilyn Williams (EEUU).
[2] MEADOWS, D.H.; MEADOWS, D.L.; RANDES, J. y BEHRENS, W.W. (1972) Los límites del crecimiento. México: FCE, 1972
[3] MORIN, E. “El Pensamiento Ecologizado” Gazeta de Antropología 12, 1996 Disponible en: http://hdl.handle.net/10481/13582
[4] STRAUSS, M. “Looking Back on the Limits of Growth”. Smithsonian magazine, April 2012. Disponible en: http://www.smithsonianmag.com/science-nature/Looking-Back-on-the-Limits-of-Growth.html
[5]Ver: KAYA, Y., 1989. “Impact of Carbon Dioxide Emission Control on GNP Growth: Interpretation of Proposed Scenarios,» paper presented to the Energy and Industry Subgroup, Response Strategies Working Group, Intergovernmental Panel on Climate Change, París, Francia.
YAMAJI, K., R. MATSUHASHI, NAGATA, Y. y KAYA, Y., 1991, An Integrated Systems for CO2/Energy/GNP Analysis: Case Studies on Economic Measures for CO2 Reduction in Japan. Workshop on CO2 Reduction and Removal: Measures for the Next Century, 19–21 March 1991. International Institute for Applied Systems Analysis, Laxenburg, Austria.
KAYA; Yōichi and YOKOBORI; Keiichi – Environment, Energy, and Economy: Strategies for Sustainability (1997).
[6] ROCKSTRÖM, J. “A safe operating space for humanity” Nature 461, 472-475 (24 September 2009) | doi:10.1038/461472a; Published online 23 September 2009 Disponible en: http://www.nature.com/news/specials/planetaryboundaries/index.html
[7] Hectárea global (gha) («global hectare (gha)»): Un área ponderada según su productividad utilizada para reportar tanto la biocapacidad de la tierra, y la demanda sobre la biocapacidad (la Huella Ecológica). La hectárea global se normaliza según la productividad promedio ponderada por el tipo de área de la tierra y el agua biológicamente productivas en un determinado año. Dado que diferentes tipos de terreno tienen una productividad diferente, una hectárea global de, por ejemplo, tierra de cultivo, ocuparía un área física menor que la tierra de pastoreo, la cual es biológicamente mucho menos productiva, ya que más tierra de pastoreo sería necesaria para proveer la misma biocapacidad de una hectárea de tierra de cultivo. Como la productividad del mundo varía ligeramente de año a año, el valor de una gha puede cambiar ligeramente de año a año.
[8] GEORGESCU-ROEGEN, N. (1983). “La Teoría energética del valor económico: un sofisma económico particular” en El Trimestre Económico Vol. L, Nº 198, Abril – Junio. México, FCE. Y también en: CARPINTERO REDONDO, O. (1999). “Economía y Ciencias de la Naturaleza: Algunas consideraciones sobre el legado de Nicholas Georgescu-Roegen” en Revista del Ministerio de Industria Turismo y Comercio Nº 779, julio – agosto de 1999. Madrid en http://www.revistasice.com
[9] LEBOW; V. “The Real Meaning of Consumer Demand” 1955 Journal of Retailing