La historia ha demostrado que se han requerido de prolongados y cruentos procesos revolucionarios para producir verdaderos cambios en los cimientos estructurales de la sociedad y sus edificios superestructurales, pero cambiar el substrato superideológico del sistema-mundo[1] implicaría un cambio social mucho mayor que el que ha atravesado la humanidad en varios milenios, un verdadero giro copernicano en la manera de concebir nuestra forma de vida, tal como – por ejemplo – aconteció durante el prolongado proceso de sustitución del comunismo de tribu o primitivo por los modos de producción esclavista y feudal.
Hoy, el proceso de cambio ambiental global y la crisis ecosocial que le es inherente, nos están conduciendo – vertiginosamente – hacia un punto en el que hará crisis el utopismo productivista de la sociedad y con ello se abrirán las puertas a un cambio del paradigma superideológico, proceso en el cual, el ecologismo político[2] está llamado a cumplir un rol fundamental.
Los cambios de paradigmas
Desde remotas civilizaciones se desarrolló una visión geocéntrica del universo que fue el modelo indiscutido en torno al cual se organizó la realidad, un paradigma que mantuvo su hegemonía durante 3500 años. Para superar esta visión geocéntrica, primero hubo que demostrar que la Tierra era la que giraba alrededor del Sol y luego que el Sol no era el centro del Universo, sino que formaba parte de un complejo mucho mayor: la Vía Láctea y que esta era tan solo una entre miles de millones de galaxias más. Para ello – desde Aristarco de Samos en el siglo III AC, hasta Edwin Hubble en 1920 – debieron transcurrir veintidós siglos para arribar a una nueva visión del mundo.
En la actualidad, la irresuelta y creciente crisis ecosocial exige un nuevo cambio en nuestra visión del mundo, en nuestra forma de vivir, pero en esta ocasión no disponemos de milenios, ni siquiera de algunas centurias, sino que el cambio de paradigma deberá concretarse en pocas décadas más, si es que queremos abandonar la actual trayectoria que nos condena a la autodestrucción.
Hoy no están en discusión diferentes teorías astronómicas, lo que se encuentra en el centro mismo del debate es la raíz humana de la crisis ecosocial, la superideología del sistema-mundo en el que vivimos: el productivismo.
Estructura, superestructura y substrato superideológico del sistema-mundo
Desde la derecha hasta la izquierda, en todo el ancho espectro de la política tradicional; en el mundo industrializado y en la periferia; entre economistas, financistas, empresarios y sindicalistas; en la sociedad en general reina una común obsesión: el crecimiento económico. Cuánto crecemos, por qué no crecemos, cuándo volveremos a crecer, cuál es la mejor fórmula para que el sacrosanto producto bruto interno se dispare hasta el infinito. Esas y no otras cuestiones son las que preocupan y ocupan los cotidianos esfuerzos desplegados para mantener en movimiento – no una economía que tenga crecimiento, sino – tal como lo plantea Ted Trainer[3] – nuestra globalizada economía de crecimiento, un sistema en el que la mayoría de las estructuras y procesos centrales entrañan crecimiento, sin el cual, todo se desmorona.
Giorgio Mosangini[4] afirma que existe: …unanimidad absoluta de que el crecimiento económico es el objetivo central de nuestras sociedades (partidos, empresas, sindicatos…)…el objetivo principal, el valor indiscutible de nuestras sociedades es tener más. No hay espacio para las preguntas ¿qué y para qué producir? O para pensar si el crecimiento respeta la reproducción social y ambiental…en nuestras sociedades no se habla de decrecimiento, disminución o estabilidad en términos económicos. Se habla de “crecimiento negativo” o “crecimiento cero”. Algo así como hablar de rejuvenecimiento negativo en lugar de envejecimiento…
Para Jordi Pigem la economía contemporánea ha emergido como la primera religión verdaderamente universal en la que:…el ora et labora dejó paso a otra forma de ganarse el paraíso: producir y consumir. Como ha señalado David Loy, la ciencia económica “no es tanto una ciencia como la teología de esta nueva religión”. Una religión que tiene mucho de opio del pueblo (Marx), mentira que ataca a la vida (Nietzsche) e ilusión infantil (Freud).
Tal es el nivel de coincidencia en la aceptación de la superideología productivista que los dos sistemas que se disputaron la hegemonía mundial durante gran parte del siglo XX: capitalismo y comunismo – cuyas profundas diferencias estructurales y superestructurales están fuera de discusión – compartían una verdadera obsesión por el crecimiento económico. El ecologista británico Jonathon Porritt en su libro Seeing Green (1984) lo describe de la siguiente forma:
Ambos [capitalismo y comunismo] están dedicados al crecimiento industrial, a la expansión de los medios de producción, a una ética materialista como el mejor medio de satisfacer las necesidades de la gente, y al desarrollo tecnológico sin cortapisas. Ambos se apoyan en una centralización y un control y coordinación burocráticos a gran escala y cada vez mayores. Partiendo de un restrictivo racionalismo científico, ambos insisten en que el planeta está ahí para ser conquistado, que lo grande es evidentemente bello, y que lo no se puede medir no tiene importancia…las similitudes entre estas dos ideologías dominantes son de mayor significación que sus diferencias…las dos están unidas en una “super-ideología” que lo abraza todo… el industrialismo.
Según los textos fundacionales de los verdes franceses, citados por Florent Marcellesi[5]: Tanto el socialismo como el capitalismo privilegian la producción y descansan sobre la esclavitud del trabajo asalariado como fuente de la riqueza y como valor de referencia ético. Ambos tienden a un economismo reductor donde se olvida la dimensión humana, el deseo, la afectividad, no cuantificables (Les Verts, 1984: 14).
En el capítulo 6 de La habitación de Pascal (p. 15), Jorge Riechmann cita a Cornelius Castoriadis mencionando que: En un debate que tuvo lugar en 1989, Castoriadis señalaba con claridad el fundamento del productivismo contemporáneo que hemos de superar:
Por un lado, el liberalismo con el imaginario del progreso indefinido; por otro lado el marxismo, que proclama el carácter inevitable de una revolución que instauraría una sociedad donde el hombre podría dominar racionalmente las relaciones con sus semejantes y con la naturaleza. Ambos proyectos se desmoronaron, pues son intrínsecamente absurdos. Ambos expresan el imaginario de un control y un dominio racionales sobre la naturaleza y la sociedad, ambos se apoyan de manera explícita en la fantasía de la omnipotencia de la técnica. Para ambos, lo que se encontraba en el centro de los intereses de la humanidad era la satisfacción de las necesidades materiales. Inútil discutir esta idea por sí misma; vemos lo que hoy ocurre con ella. Tres cuartas partes de la humanidad no pueden satisfacer ni siquiera de manera elemental estas necesidades, y la cuarta parte restante está atada como una ardilla a su rueda, persiguiendo la satisfacción de las ‘necesidades’ nuevas, manufacturadas día tras día ante nuestros ojos.
Florent Marcellesi emplea el término “productivismo” para referirse a la superideología industrialista. Un productivismo caracterizado por la sobrevalorización de la acumulación y la idea de que un aumento de los bienes materiales aumenta la felicidad; vinculado a la obsesión con el crecimiento, el economicismo y la tecnocracia.
Esta visión crítica del productivismo por parte del ecologismo político reviste hoy – más que nunca – una fundamental importancia para poder enfrentar la crisis ecosocial emergente de la contradicción establecida entre la incesante búsqueda de un infinito crecimiento económico y los límites naturales del planeta.
En la elaboración de la actual teoría crítica de la sociedad productivista por parte del ecologismo político se destaca la figura de Ivan Illich. Su impecable análisis del industrialismo, sus advertencias visionarias, formuladas en la década del año 1970, sobre los primeros síntomas de agotamiento irreversible del sistema y su exacta predicción sobre la evolución que tendría la insipiente crisis ecosocial dan un fundamental valor a su obra literaria.
En La Convivencialidad[6] Illich advierte que:
Ya son manifiestos los síntomas de una crisis planetaria progresivamente acelerada. Por todos lados se ha buscado el porqué. Anticipo, por mi parte, la siguiente explicación: la crisis se arraiga en el fracaso de la empresa moderna, a saber, la sustitución del hombre por la máquina. El gran proyecto se ha metamorfoseado en un implacable proceso de servidumbre para el productor, y de intoxicación para el consumidor. El señorío del hombre sobre la herramienta fue reemplazado por el señorío de la herramienta sobre el hombre. Es aquí donde es preciso saber reconocer el fracaso. Hace ya un centenar de años que tratamos de hacer trabajar a la máquina para el hombre y de educar al hombre para servir a la máquina. Ahora se descubre que la máquina no ‘marcha’, y que el hombre no podría conformarse a sus exigencias, convirtiéndose de por vida en su servidor. Durante un siglo, la humanidad se entregó a una experiencia fundada en la siguiente hipótesis: la herramienta puede sustituir al esclavo. Ahora bien, se ha puesto de manifiesto que, aplicada a estos propósitos, es la herramienta la que hace al hombre su esclavo.
Illich, también destaca la coincidencia en el productivismo entre los dos sistemas que se disputaron la hegemonía mundial: capitalismo y comunismo, cuando menciona que:
La sociedad en que la planificación central sostiene que el productor manda, como la sociedad en que las estadísticas pretenden que el consumidor es rey, son dos variantes políticas de la misma dominación por los instrumentos industriales en constante expansión. El fracaso de esta gran aventura conduce a la conclusión de que la hipótesis era falsa…El ideal propuesto por la tradición socialista no se traducirá en realidad mientras no se inviertan las instituciones imperantes y no sea sustituida la instrumentación industrial por herramientas convivenciales. Y por su parte la reinstrumentación de la sociedad tiene todas las probabilidades de perdurar como piadoso propósito, si los ideales socialistas de justicia no lo adoptan. Por ello se debe saludar a la crisis declarada de las instituciones dominantes como al amanecer de una liberación revolucionaria que nos emancipará de aquellas instancias que mutilan la libertad elemental del ser humano…
Frente a la “gran bifurcación” a la que hemos arribado como fruto de nuestra peligrosa forma de vivir – tal como la califica Ervin Laszlo[7] – y sin restar importancia a la histórica discusión sobre los indispensables cambios en la estructura económica[8] de la sociedad y consiguientemente, en su superestructura[9], el ecologismo político antepone la cuestión del substrato superideológico “productivista”, al que señala como responsable directo del actual estado de cosas, situándolo en el centro de un necesario y urgente debate.
Cabe aquí aclarar que, para referentes del ecologismo político de tradición marxista – como es el caso de André Gorz – el productivismo no reviste la categoría de una superideología. Por el contrario – para Gorz – el productivismo es exclusivo del capitalismo y una consecuencia directa de su afán de lucro que lo constriñe al aumento constante de la productividad y del consumo.
Estas diferentes opiniones, dentro del universo ecologista político, en cuanto a la naturaleza del productivismo – superideológico o superestructural – no resulta una cuestión menor a la hora de pensar las formas en las que podemos cambiar nuestro actual rumbo autodestructivo y merecerían ser debatidas en profundidad.
Productivismo, reformismo y regresión
En La Dinámica del Capitalismo, Fernand Braudel – refiriéndose al empleo del término “capitalismo” – afirma que si lo expulsamos, molestos, por la puerta, vuelve a entrar casi inmediatamente por la ventana; atribuyendo tal situación al hecho de no poder encontrar otro término que lo pueda sustituir adecuadamente. La afirmación de Braudel extendida al sistema capitalista como tal, también resulta válida. La caída del Muro de Berlín y la auto disolución de la URSS pueden ser vistas como una corroboración de tal afirmación. Esos hechos nos están insinuando que, más allá de los errores que se les puedan achacar a quienes condujeron al colapso del sistema socialista, existe una razón superior que le permitió al capitalismo, luego de ser expulsado en 1917 por la puerta del imperio zarista, regresar por la ventana de la perestroika, en la década del año 1980.
El núcleo estructural ha sido tomado de Socialismo y Comunismo de Marta Harnecker (1979), habiéndose incorporado la superestructura y el substrato superideológico
Esa razón la podemos encontrar en el productivismo que – aun cuando se hace presente en ambos sistemas – ha encontrado en el capitalismo, definido como un sistema histórico que prioriza la acumulación incesante de capital (Immanuel Wallerstein), su mejor interprete y ello – tarde o temprano – conduce al sistema productivista no capitalistas a desarrollar procesos reformistas que lo terminan reintegrando en el sistema-mundo capitalista.
Elaboración propia
Resulta oportuno aquí la mención que sobre el fracaso del socialismo autoritario hace Jean Zin en su artículo: Gorz, un pionero de la ecología política[10]:
El fracaso del socialismo autoritario está puesto esencialmente en la cuenta de la apropiación colectiva de los medios de producción no habiendo cambiado nada del modo de producción capitalista ni del trabajo alienado, ejerciendo así una crítica política de la técnica. Si se vale de las mismas herramientas, el socialismo no valdrá más que el capitalismo; si perfecciona los poderes del Estado sin favorecer al mismo tiempo la autonomía de las comunidades y de las personas, arriesga caer en el tecnofacismo. La expansión de esta autonomía se halla en el centro de la exigencia ecologista. Ella supone una subversión de la relación de los individuos con sus útiles, con su consumo, con su cuerpo, con la naturaleza (Ecología y política).
Profundizando sobre el productivismo
Las ideologías de raíz productivista comparten una misma base cultural: lo esencial descansa en la economía, que a través del llamado “trabajo productivo”, es la base de cualquier riqueza posible (Viveret, 2002). Porritt define al industrialismo (productivismo) como la adhesión a la creencia de que las necesidades humanas sólo se pueden satisfacer mediante la permanente expansión del proceso de producción y consumo.
En Algunas Reflexiones sobre la Política en Tiempos de Productivismo[11] se mencionaba que:
Tal como lo propone François Degans[12] (citado por Florent Marcellesi[13]) vamos a definir al productivismo como un sistema evolutivo y coherente que nace de la interpenetración de tres lógicas principales:
- la búsqueda prioritaria del crecimiento económico(aumento de la producción y consumo),
- la eficacia económica(previsión, mecanización, racionalización, división técnica del trabajo, concentración, jerarquía en el saber y el poder, institucionalización de todos los aspectos de la vida) y
- la racionalidad instrumental(transformación de la herramienta en un aparato esclavizante, alienante y contraproducente: al traspasar un umbral, la herramienta pasa de ser servidor a déspota – Ivan Illich. El ser humano que hoy se sirve de la técnica es de hecho el que la sirve – Jacques Ellul)
Lógicas que además de tener efectos múltiples sobre las estructuras sociales y las vidas cotidianas, resultan absolutamente enfrentadas con la cuestión de los límites naturales, en tanto ningún subsistema, que en sus dimensiones físicas es abierto, como por ejemplo lo es la economía, puede pretender crecer infinitamente dentro de un sistema que es finito, no creciente y materialmente cerrado, como lo es el ecosistema terrestre.
El productivismo, transformado en superideología del sistema-mundo, ha cerrado el espacio de la inventiva y de la creatividad de nuestro imaginario, conduciéndonos a creer que todo – absolutamente todo – puede resolverse con más y más crecimiento económico. Intoxicada de productivismo, la sociedad ha transformado en la regla de oro del sistema, aquello que un oscuro analista de mercado estadounidense – Victor Lebow – propusiera en la década del año 1950 para mantener en funcionamiento una economía enormemente productiva: hacer del consumo nuestra forma de vida, convertir en rituales la compra y el uso de bienes, buscar nuestra satisfacción espiritual, la satisfacción de nuestro ego en el consumo, impulsar por todos los medios que las cosas se consuman, quemen, reemplacen y desechen a un ritmo cada vez más acelerado.
Ecología Política: una ideología transformadora
Cuando se habla de ecología política muchos – particularmente en américa latina – la definen o entienden como un campo en construcción, como un espacio de convergencia de diferentes tradiciones políticas y ecológicas que encuentran en ella un espacio común de reflexión y análisis; un conjunto de valores que, como lo sostiene Marcellesi: se pueden incorporar a —es decir, pueden reverdecer y actualizar— otras ideologías reconocidas y asentadas.
Por el contrario, para el ecologismo, la ecología política es un sistema de pensamiento político, global y autónomo, una ideología única y diferente; capaz de describir analíticamente el sistema socioeconómico imperante y – a partir de ello – describir una sociedad diferente, prescribir acciones particulares dentro de ella y buscar formas de motivarnos a emprender tales acciones, las condiciones que Andrew Dobson propone como básicas para otorgar el carácter de ideología global a una determinada corriente de pensamiento.
Configurada definitivamente en la década del año 1970, a partir del reconocimiento de la existencia de límites naturales para el crecimiento, su caracterización del productivismo como superideología y su posición antiproductivista resulta el eje que la estructura y le confiere carácter autónomo, pudiendo en consecuencia, definir claramente el lugar y las estrategias del ecologismo en el tablero político tradicional.
Del productivismo al extractivismo
Las teorías esenciales de la visión del mundo y el sistema de valores que están en la base de nuestra cultura…se formularon en los siglos XVI y XVII. Entre 1500 y 1700 se produjo un cambio radical en la mentalidad de las personas y en la idea que éstas tenían acerca de las cosas… [que] dieron a nuestra civilización occidental los rasgos que caracterizan la era moderna y se convirtieron en las bases del paradigma que ha dominado nuestra cultura durante los últimos trescientos años.
Fritjof Capra[14]
Las trágicas consecuencias ecosociales del paradigma productivista y los mecanismos centrípetos de redistribución de los recursos en los que se asienta el sistema-mundo capitalista convierten en utopía el paradigma que inspira a la dirigencia política tradicional, particularmente aquella que hoy promete transformar a los países de la periferia en “paraísos productivos”. Ninguno parece advertir que – dentro del sistema-mundo capitalista – es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un país periférico entre en el reino del “primer mundo” y menos aún advierten que la actual crisis ecosocial global, ya ni siquiera asegura la continuidad del desarrollo en los países centrales a los que se intenta imitar.
Desde sus orígenes – en el siglo XVI – el paradigma que ha dominado nuestra cultura confirió prioridad existencial a la expansión (económica y geográfica) y a la conquista de la naturaleza. Las instituciones de los Estados se orientaron entonces a garantizar dicha prioridad, conduciendo – en conjunto – a una desenfrenada mercantilización de todos los ámbitos de la vida natural y social, como así también a una creciente acumulación y concentración del capital. La consecuencia directa sobre las áreas periféricas, semiperiféricas y las “arenas exteriores” del sistema-mundo fue el establecimiento de un colosal mecanismo centrípeto de redistribución de recursos: el extractivismo.
Para ampliar los conceptos sobre Estados centrales y áreas de la semiperiferia, periferia y arena exterior de la economía-mundo ver las definiciones de Immanuel Wallerstein en El moderno sistema mundial: la agricultura capitalista y los orígenes de la economía-mundo europea en el siglo XVI.
En los últimos tres siglos la triada productivismo-consumismo-extractivismo condujo a un incremento de la influencia humana en el planeta Tierra alcanzando niveles cuali y cuantitativos de tal magnitud que – tal como lo ha sostenido Paul Crutzen[15] – han conducido al fin del Holoceno y el ingreso a una nueva era geológica: el Antropoceno; era en la que se destaca el siglo XX durante el cual, la actividad humana se expandió sin cesar, alcanzando niveles nunca antes imaginados. Con mayor precisión podemos afirmar que fue la década del año 1950[16], la que marcó un punto de inflexión a partir del cual, el sistema-mundo capitalista aceleró decididamente su marcha en rumbo de colisión contra los límites naturales del planeta, generando una crisis ecosocial de carácter global.
En los últimos 65 años, los seres humanos hemos transformado los ecosistemas más rápida y extensamente que en ningún otro período de tiempo, de los más de dos millones de años de evolución humana sobre la Tierra. La década del año 1950 bien puede ser identificada como un punto de inflexión en cuanto al aumento de la actividad humana y sus consecuencias.
Veamos a manera de ejemplo los siguientes gráficos elaborados por el “Programa Internacional Geosfera – Biosfera” (IGBP)[17].
Para un mayor detalle de los gráficos ver: http://en.wikipedia.org/wiki/Global_change
A partir de la década del año 1950 la mayor parte de las actividades de producción y consumo comenzaron a crecer exponencialmente impulsadas por la explosión consumista de postguerra y como contrapartida, comenzaron también a incrementarse exponencialmente nuestros impactos ambientales, instalándose en una escala global que nos ha traído hasta este presente en el que vivimos como si dispusiéramos de 1,5 planetas Tierra, tal como ha sido demostrado bajo el concepto de Huella Ecológica[18].
Al comparar biocapacidad[19] y huella ecológica a nivel de países se puede constatar la existencia de los mecanismos centrípetos de redistribución de recursos sobre los que se asienta el sistema-mundo capitalista lo cual permite diferenciar claramente deudores de acreedores ecológicos.
Los siguientes gráficos[20] correspondientes a los países centrales (industrializados) permiten visualizar muy bien sus enormes déficits ecológicos que – obviamente – vienen compensando mediante la “importación” de biocapacidad de las áreas periféricas/semiperiféricas.
USA
ALEMANIA
FRANCIA
ITALIA
JAPÓN
REINO UNIDO
Los países desarrollados inmersos en una cultura productivista han conducido a una crisis ecosocial global. Pueblos y naciones del mundo han sido empobrecidas por largos siglos de colonización y explotación, creando una sideral deuda ecológica de las naciones ricas. Esa inmensa aspiradora de recursos responde a la insaciable apetencia de ganancias que guía los pasos de los dueños del capital y son esas ganancias las que los empujan – sistemáticamente – a ignorar la cuestión ambiental, en tanto ella, se ha transformado en la variable de ajuste de sus ecuaciones económicas.
El sistema no ofrece salidas
En Ecología y costes de producción capitalistas: No hay salida[21] Immanuel Wallerstein sostiene que la creciente des-ruralización ha traído consigo un sensible aumento del poder negociador del movimiento obrero en defensa del precio del trabajo lo cual condujo a los dueños del capital a descargar parte de sus costes sobre el Estado o la «sociedad» en su conjunto y es justamente aquí que se comprende la muy generalizada inacción de los gobiernos frente a la cuestión ambiental, permitiendo que las empresas no asuman el coste de restaurar el ambiente impactado por su operación productiva, no haciéndose cargo – por ejemplo – de “limpiar” los efectos negativos de sus actividades o de invertir en la renovación de los recursos naturales que han sido utilizados.
Para no detener la acumulación de capital, la sociedad en general y en particular su clase dirigencial – política y económica – renuncia a la puesta en práctica de medidas ecológicas significativas y seriamente llevadas a cabo, en tanto emergen por sus altos costes como la más seria amenaza para la viabilidad de la economía-mundo capitalista. En consecuencia lo único que podemos esperar de los capitalistas frente a la cuestión ecosocial es su constante mirar para otro lado y seguir con el negocio como de costumbre. La reducción de ganancias de las empresas al internalizar sus costes ambientales y los inevitables e insostenibles aumentos de impuestos que traería aparejado que tales costes fueran asumidos por los gobiernos, conduce inevitablemente al “no hacer” como única respuesta frente a las catástrofes ecológicas emergentes de la cultura productivista.
Immanuel Wallerstein en su introducción al Análisis de Sistemas–Mundo (2006) al referirse a la externalización de los costos empresariales afirma que: una cierta parte de costos de producción se transfieren de la hoja de balance de la firma a esa entidad amorfa externa, la sociedad. A partir de ello postula que – en la práctica – el productor no está cubriendo todos los costos y que su ganancia no es solamente una recompensa por su eficiencia sino por un mayor acceso a la asistencia estatal. Sobre el particular afirma Wallerstein que: Pocos productores pueden pagar todos los costos de la producción. Existen tres diferentes costos que con frecuencia se externalizan de modo significativo: los costos de toxicidad; los costos de agotamiento de materiales y los costos de transporte.
El inexorable cumplimiento de las previsiones
Aferrados a mirar para otro lado y seguir con el negocio como de costumbre no resulta casual que – a 40 años de su publicación – hoy constatemos que las previsiones de Los Límites del Crecimiento[22] (Informe Meadows) eran exactas, y ello, mal que les pese a quienes – tanto desde las derechas como de las izquierdas – las hayan considerado predicciones pesimistas, de carácter marcadamente neomalthusiano y conservador.
Modelando datos hasta 1970 sobre industrialización, población, alimentos, uso de los recursos y contaminación, el equipo del Massachusetts Institute of Technology (MIT) – bajo la coordinación de los Meadows – desarrolló una serie de escenarios entre los que el business-as-usual (BaU) conducía a una situación de exceso y colapso global. Al analizar los datos sobre las variables consideradas, el Dr. Graham Turner de la Universidad de Melbourne constató que los datos recogidos no coinciden con otro escenario que no sea el «BaU» anticipado en Los Límites del Crecimiento.
Los siguientes gráficos muestran los datos del mundo real (primero de los trabajos del MIT y luego de la investigación realizada en la Universidad de Melbourne). La línea de puntos muestra el escenario «BaU» de Los Límites del Crecimiento a 2100 y la línea continua muestra los datos de 1970 hasta 2010. Se puede ver que hasta ese año, los datos son muy similares a las previsiones del libro.
Graham Turner y Cathy Alexander en un artículo publicado en septiembre 2014 por The Guardian, afirmaban que hasta el momento, los datos del informe Meadows ajustan con la realidad a partir de lo cual se preguntaban ¿qué pasará después? Según el informe publicado en 1972, alrededor de 2015 (nuestro tiempo) comienza a caer la producción industrial per cápita y sus efectos comienzan a mostrarse hasta 2030. Con el aumento de la contaminación y la caída de los insumos industriales de la agricultura, la producción de alimentos per cápita cae. Los servicios de salud y educación se recortan, y se combinan para producir un aumento en la tasa de mortalidad alrededor de 2020. La población mundial comienza a caer desde aproximadamente 2030, en unos 500 millones de personas por década. Las condiciones de vida caen a niveles similares a los de principios de 1900.
Dentro del sistema nada, fuera del sistema todo
Luego de siglos de expansión económica y de continua degradación ecosocial hemos arribado a un punto en el cual se hace evidente que dentro del sistema-mundo capitalista no existen salidas que permitan evitar el colapso global que fuera pronosticado en la década del año 1970. Los márgenes de maniobra se han estrechado y los continuos intentos de descargar las crisis en las espaldas de los trabajadores o exportarlas a la periferia no logran resolver las contradicciones del sistema.
La crisis ecosocial es inherente al capitalismo de allí la imposibilidad para resolverla sin cambiar el sistema. James O´Connor, en su libro Causas Naturales: ensayos de Marxismo Ecológico, destaca la importancia que reviste para los procesos de cambio histórico y del desarrollo, los conceptos de naturaleza y cultura. Su análisis se centra en la segunda contradicción del capitalismo[23]: la reducción de las ganancias marginales generada por la contradicción entre el capital y la naturaleza. O´Connor sostiene que la propia dinámica del capitalismo lleva ineludiblemente a la crisis ambiental y que la segunda contradicción define la incapacidad del capitalismo de reproducir las condiciones generales de su producción, esto es: el ámbito externo – la naturaleza – sobre la cual se asienta, con lo cual concluye que el sistema capitalista se derrumbará por la contradicción capital-naturaleza antes que por la contradicción existente entre capital y trabajo.
Tampoco pueden dar respuesta a la crisis ecosocial global las ideologías que – aun siendo críticas del sistema capitalista – se han forjado en la cultura productivista.
La opción es clara: seguimos escuchando los cantos de sirena de las minorías que se han beneficiado de la cultura productivista y nos dirigimos a un colapso civilizatorio o evolucionamos hacia nuevas formas de pensamiento, hacia una revisión fundamental de nuestras conductas productivistas que – sistemáticamente – nos han hecho ignorar la existencia de las restricciones cuantitativas del ambiente mundial y las trágicas consecuencias de nuestros excesos.
La alternativa ecologista
Estructurado – tal como ya fuera mencionado – partir del reconocimiento de la existencia de límites naturales para el crecimiento y – consecuentemente – de oponerse a la superideología productivista/consumista, el ecologismo político emerge como un movimiento de nuevo signo, capaz de ofrecer una verdadera salida frente al colapso que se avecina.
Es el ecologismo político el que se atreve a romper la palabrería de aquellos que solo saben promover una cultura productivista como la llave de la felicidad y lo hace asumiendo el rol de objetor del crecimiento. Emerge aquí como un aspecto clave en las propuestas del ecologismo político[24] la cuestión del decrecimiento, o mejor del: a-crecimiento, el no creer en el crecimiento.
Es la propuesta del “decrecimiento” la que ha planteado muchos interrogantes y polémicas, particularmente en los países de la periferia del sistema-mundo, razón por la cual – sin agotar el tema – resulta conveniente aclarar aquí que se trata de una propuesta fundamentalmente dirigida hacia aquellos países centrales que viven muy por encima de sus respectivas biocapacidades, pero que también aplica a los países “pobres”, aunque en una forma totalmente diferente, la cual describe claramente Carlos Taibo[25] de la siguiente manera:
…el debate sobre el decrecimiento tiene un sentido distinto en los países pobres –está fuera de lugar reclamar reducciones en la producción y el consumo en una sociedad que cuenta con una renta per cápita treinta veces inferior a la nuestra—, parece claro que aquéllos no deben repetir lo hecho por los países del Norte. No se olvide, en paralelo, que una apuesta planetaria por el decrecimiento, que acarrearía por necesidad un ambicioso programa de redistribución, no tendría, por lo demás, efectos notables en términos de consumo convencional en el Sur. Para esos países se impone, en la percepción de Serge Latouche, un listado diferente de «r»: romper con la dependencia económica y cultural con respecto al Norte, reanudar el hilo de una historia interrumpida por la colonización, el desarrollo y la globalización, reencontrar la identidad propia, reapropiar ésta, recuperar las técnicas y saberes tradicionales, conseguir el reembolso de la deuda ecológica y restituir el honor perdido.
Ted Trainer plantea que para la transición de la sociedad de consumo hacia una sociedad más sencilla, más cooperativa, justa y ecológicamente sostenible – capaz de hacer realidad ese “mejor con menos” que nos propone Naredo – se requiere contraponer a los estilos de vida opulentos, una vida más simple, en la que el lujo, las posesiones y la riqueza dejen su sitial hegemónico en la sociedad, dando lugar a la frugalidad, la autosuficiencia, el rechazo de la codicia y de la desenfrenada competencia. Persuadido de que existen muchas fuentes alternativas de satisfacción diferentes de la adquisición y consumo material, el ecologismo político propone garantizar una alta calidad de vida para todos, sin tanta producción, consumo, trabajo, exportación, inversión, uso de recursos y daños al ambiente. Propone en definitiva un cambio cultural copernicano que se centre en el crecimiento personal, en el trabajo socialmente útil y agradable, sin miedo a la desocupación y sabiendo que no se está contribuyendo a los problemas globales. Una sociedad de nuevo tipo que se apoye en una nueva economía que no sea impulsada por las fuerzas del beneficio o del mercado y que se centre en las pequeñas economías locales, autosuficientes y en gran medida independientes de la economía mundial. Una sociedad en la que florezcan todas las formas de cooperación y de participación, permitiendo a la gente en las comunidades pequeñas tomar el control de su propio desarrollo.
Se trata – en definitiva – de hacer realidad la propuesta que Ivan Illich formulaba en La Convivencialidad: articular de forma nueva la milenaria tríada del hombre, de la herramienta y de la sociedad; poniendo a la herramienta moderna al servicio de la persona integrada a la colectividad en una sociedad convivencial en la que el hombre controla la herramienta; una sociedad convivencial que permita…a todos sus miembros la acción más autónoma y más creativa posible, con ayuda de las herramientas menos controlables por los demás.
Para Illich la solución de la crisis exige una conversión radical: solamente echando abajo la sólida estructura que regula la relación del hombre con la herramienta, podremos darnos unas herramientas justas. La herramienta justa responde a tres exigencias: es generadora de eficiencia sin degradar la autonomía personal; no suscita ni esclavos ni amos; expande el radio de acción personal. El hombre necesita de una herramienta con la cual trabajar, y no de instrumentos que trabajen en su lugar. Necesita de una tecnología que saque el mejor partido de la energía y de la imaginación personales, no de una tecnología que le avasalle y le programe.
Emerge entonces la colosal tarea de cambiar radicalmente el substrato superideológico productivista y reconstruir la sociedad completamente.
El impasse del productivismo y la transición
Con el productivismo en su laberinto, toca al ecologismo político la tarea de ayudar a guiar los pasos de la humanidad en el complejo proceso de transición que se ha abierto como fruto de la contradicción fundamental existente entre la madurez de las condiciones objetivas para un cambio de sistema (crisis terminal del sistémica-mundo productivista) y la inmadurez de las condiciones subjetivas necesarias para concretar el cambio (nivel de conciencia social). Se trata de un período en el que se establece una lucha entre quienes pretenden defender el sistema, el statu quo y quienes propugnan e impulsan los cambios necesarios. Entre estos últimos, los ecologistas políticos sostienen – a partir de su toma de conciencia de las restricciones cuantitativas del ambiente mundial y de las trágicas consecuencias de los excesos – que los problemas ambientales, son en realidad socio-ambientales y que una existencia convivencial y sostenible presupone cambios radicales en nuestra relación con el mundo natural no humano y en nuestra forma de vida social y política, requiriéndose en consecuencia una revisión fundamental de la conducta humana y de la estructura entera de la sociedad actual.
En tal contexto – obviamente – los esfuerzos deben estar dirigidos hacia la superación de la inmadurez de las condiciones subjetivas y si bien ellos comprenden diferentes ámbitos de acción, es la cuestión económica la que reviste fundamental importancia en la transición hacia los cambios necesarios.
Alcanzar equidad y justicia social en un marco de sostenibilidad ecológica implica construir una economía capaz de garantizar el acceso de todos a los medios de sustento y de desarrollo personal y social, manteniendo la integridad de los ciclos de la vida. Se trata de una economía descentralizada y desconcentrada, que combina autonomía con interdependencia, para que todos los sectores de la sociedad puedan satisfacer sus necesidades – tanto como sea posible – de sus propios recursos, alentando a todos a contribuir a la sociedad de acuerdo a sus capacidades, fomentar la toma de conciencia sobre la responsabilidad para con los otros, las generaciones futuras y para el planeta. Un modelo económico que pone el acento en la economía local, acercando la toma de decisiones económicas a los actores económicos locales y promoviendo la autosuficiencia de las comunidades y regiones.
Se requiere avanzar hacia una ecologización de la economía basada en un enfoque entrópico que conceda menos importancia a los flujos de dinero y las transacciones mercantiles y otorgue mayor importancia a los intercambios de materia y energía de los sistemas socioeconómicos con sus entornos biofísicos (el metabolismo entre sociedad y naturaleza).
Un aspecto fundamental en la propuesta económica del ecologismo político es el referido a la orientación del progreso económico, que tal como lo propone Herman Daly en: La «manía» por el crecimiento[26]: …debe cambiar del crecimiento cuantitativo al cualitativo e iniciar una etapa de desarrollo sostenible, una economía estable o una “condición estacionaria” de la población y el capital, si usamos el concepto clásico de John Stuart Mill. “La condición estacionaria del capital y de la población -decía- no implica el estado estacionario del mejoramiento humano. Habría tantas oportunidades para todo tipo de mentalidades culturales, para el progreso moral, social, para perfeccionar el arte de vivir si las mentes dejasen de enfrascarse en el arte de medrar”. La humanidad debería olvidar la manía por el crecimiento y comenzar a considerar la visión de Mill como base del desarrollo sostenible.
La apuesta es optar por desplegar los principios de la economía ecológica y obviamente se requiere una etapa de transición a un modelo económico que aúne en una radical transformación justicia ambiental y justicia social. Una transición desde una economía productivista/consumista, a otra que ponga el acento en la reproducción de las condiciones para el buen vivir, el cuidado, la contención, la supervivencia colectiva y el obligado decrecimiento de las economías ricas.
Una economía para la transición debe considerar al ambiente, no como un factor secundario de la producción, sino como el recipiente que la contiene, provee y sostiene. Debe reconocer que su principal factor limitante reside en la disponibilidad y funcionalidad del capital natural, en especial los servicios que soportan la vida, para los cuales no hay sustitutos y que carecen de valor de mercado. De allí que la economía para la transición deba prestar atención a las causas primarias de la pérdida de capital natural: los sistemas de negocios mal concebidos o mal diseñados, el crecimiento de la población y los patrones de consumo dispendiosos.
La economía convencional mide los avances económicos y sociales con criterios de crecimiento a corto plazo mediante el Producto Interno Bruto (PIB) que es un muy pobre indicador económico del verdadero progreso y que no miden adecuadamente el bienestar. Una economía para la transición – necesariamente – debe sustituir los indicadores económicos convencionales por aquellos que miden el progreso hacia la sostenibilidad, la equidad y la descentralización[27].
Otro aspecto importante es el referido a las formas organizativas económicas más adecuadas para la etapa transicional, destacándose en este punto las diferentes formas cooperativismo y las asociaciones mutuales. Una economía para la transición debe facilitar la conformación de cooperativas de trabajo – de propiedad y control de sus trabajadores – de cooperativas de consumo – de propiedad y control de sus clientes – de cooperativas de construcción y de sociedades mutuales.
En una economía para la transición, el énfasis en la política monetaria debe estar puesto en controlar y dirigir la creación de dinero hacia las áreas social y ambientalmente sanas de la economía, lejos de las áreas insostenibles e impulsoras del consumismo.
En la transición, la idea de soberanía del consumidor gradualmente se torna anacrónica dejando su lugar a las estrategias de gestión de la demanda (en sectores como el uso de energía, los transportes, la alimentación, etc.) dirigidas a respetar los límites de sostenibilidad, preservando al mismo tiempo, en todo lo posible, la libertad de opción. Se trata de construir una autogestión colectiva de las necesidades y los medios para su satisfacción.
Otro aspecto clave en la transición es el referido a los criterios operativos que deben guiar el proceso de desarrollo, entre los que se destacan: la reducción de las intervenciones acumulativas y los daños irreversibles; la recolección sostenible de los recursos renovables (tasas de recolección menores o iguales a las tasas de regeneración de estos recursos); la explotación cuasi-sostenible de recursos naturales no renovables (tasa de vaciado igual a la tasa de creación de sustitutos renovables); las tasas de emisión de residuos menores o iguales a las capacidades naturales de asimilación de los ecosistemas a los que se emiten esos residuos; una actitud de vigilante anticipación que identifique y descarte de entrada las vías que podrían llevar a desenlaces catastróficos (aun cuando la probabilidad de estos parezca pequeña y las vías alternativas más difíciles u onerosas); la solidaridad sincrónica y diacrónica (entre todas las poblaciones del mundo, y entre las generaciones actuales y las futuras); la equidad social; la participación del conjunto de los actores sociales en los mecanismos de decisión; la autocontención (gestión generalizada de la demanda) y la biomímesis o la reinserción de los sistemas humanos dentro de los sistemas naturales.
Una herramienta básica para el cambio de rumbo y por lo tanto del proceso de transición lo constituye el establecimiento de un ingreso universal, incondicional e individual que posibilite a los beneficiarios satisfacer sus necesidades básicas para llevar una vida digna, una cuantía por persona por encima del umbral relativo de pobreza. Este ingreso, que algunos la identifican como Renta Básica de Ciudadanía, es uno de los motores de mayor justicia social y ambiental, reconversión ecológica de la economía y promoción de la esfera autónoma.
Por último cabe señalar que en la transición resulta necesario evolucionar, de las tecnologías que incrementan la cantidad extraída de recursos, hacia tecnologías que aumentan la productividad en el uso de los recursos (el volumen de valor extraído por unidad de recurso). El aumento en la productividad de los recursos resulta central para nuevas formas de organización de la producción.
Se podría pensar que muchas de las propuestas descriptas resultan inaplicables y está bien que lo parezcan, porque una verdadera economía para la transición – gradualmente – debe conducir hacia objetivos socio-ambientales que inevitablemente se irán tornando irrealizables en el marco del funcionamiento normal de la cultura productivista, posibilitando así que la sociedad, a través de su propia experiencia, llegue a comprender la necesidad, lo inevitable de la salida del productivismo hacia una sociedad convivencial y sostenible.
Para muchos – particularmente para las minorías que se benefician con el actual estado de cosas – todo lo anterior es frecuentemente calificado como utopía, pero la verdadera utopía es imaginar que es posible un infinito crecimiento económico en un planeta finito, la verdadera utopía es creer que podemos seguir en la misma dirección sin marchar hacia la autodestrucción.
En El Punto de Caos: El mundo en la encrucijada (2006), Laszlo identifica las siguientes cuatro fases en la dinámica transformadora de la sociedad:
- Fase Disparadora: que se desarrolló entre 1800 y 1960 con la aparición de tecnologías duras – herramientas y máquinas.
- Fase de Acumulación: se desarrolló entre 1960 y 2005 crecientes impactos socio-ambientales.
- Ventana de la Decisión: se abrió en 2005 con la irrupción de crecientes fuerzas desestabilizadoras en los ámbitos político económico, ambiental y social.
- Punto de Caos: aquel en el que la sociedad llega a ser tan críticamente inestable que de una manera u otra tiene que iniciar un proceso de cambio.
Todo hace suponer que nos encontramos próximos a un punto donde se decidirá el futuro de nuestra civilización. Si apelamos – como hasta ahora – a los retoques del sistema, seguramente nos encaminaremos hacia un colapso, que según su profundidad, puede desembocar en una crisis general de las visiones, los valores, las instituciones y los hábitos sociales, una suerte de locura colectiva en la forma de neofascismos o neoimperialismos. Frente a esa perspectiva, nuestros esfuerzos deben orientarse hacia un cambio de sistema, hacia la búsqueda de un nuevo nivel de equilibrio.
No resulta posible aventurar cuál será el rumbo que adoptaremos al enfrentarnos al ya bastante próximo punto de caos, pero de lo que si podemos estar seguros es que si optamos por insistir con más de lo mismo, nos encaminaremos hacia la decadencia e incluso, hacia la propia extinción, mientras que, si somos capaces de abandonar definitivamente la superideología productivista, abriremos las puertas a un verdadero proceso de cambio evolutivo de la humanidad, «reaprendiendo» a vivir y a convivir, con los otros y con el resto de la naturaleza.
NOTAS
[1] La teoría del sistema-mundo (también conocida como economía-mundo, o teoría, enfoque o acercamiento analítico de los sistemas-mundo) es una perspectiva macrosociológica que busca comprender y explicar la dinámica de la economía del mundo capitalista como un sistema social total, para ello se centra en el estudio del sistema social y sus interrelaciones con el avance del capitalismo mundial como fuerzas determinantes entre los diferentes países.
[2] Ecologismo político es aquel que ha adoptado a la ecología política como su ideología.
[3] TRAINER, Ted (2011): ¿Entienden bien sus defensores las implicaciones políticas radicales de una economía de crecimiento cero?
[4] Ante un mundo imposible: decrecimiento (2011)
[5] MARCELLESI, Florent (2008): Ecología política: génesis, teoría y praxis de la ideología verde, Bakeaz, Bilbao.
[6] ILLICH, Iván (1978): La convivencialidad. Ocotepec (Morelos, México).
[7] LASZLO, Ervin (2009): La Gran Bifurcación, GEDISA, ISBN 9788474323764
[8] Estructura económica de una sociedad – su base material – definida por el modo de producción y este por las relaciones sociales de producción y las fuerzas productivas.
[9] Superestructura jurídico-política y de conciencia que justifica la naturalidad y legitimidad del modo de producción del que deriva.
[10] Artículo original: L’écologie politique, une éthique de libération (2008). Traducido al castellano para EcoPolítica por Eduardo Baird
[11] https://laereverde.com/2015/10/14/algunas-reflexiones-sobre-la-politica-en-tiempos-de-productivismo/
[12] DEGANS, François (1984): «Qu’est-ce que le productivisme?», en LES VERTS: Textes fondateurs des Verts
[13] MARCELLESI, Florent (2008): Ecología política: génesis, teoría y praxis de la ideología verde, Bakeaz, Bilbao.
[14] El Punto Crucial – Ciencia, sociedad y cultura naciente
[15] Químico holandés, ganador del premio Nobel de química en 1995 por sus investigaciones sobre la incidencia del ozono en la atmósfera.
[16] Resultan sumamente impactantes e ilustrativos los datos sobre crecimiento y decrecimiento exponencial registrado en todas las variables significativas a partir de la década del año 1950 que proporciona el International Geosphere-Biosphere Programme (http://www.igbp.net/).
[17] Disponible en: (http://www.igbp.kva.se/)
[18] Sistema de indicadores desarrollado por Mathis Wackernagel y William Rees de la Universidad de Columbia Británica.
[19] Capacidad biológica o biocapacidad («biological capacity or biocapacity»): La capacidad de los ecosistemas de producir materiales biológicos útiles y absorber los materiales de desecho generados por los seres humanos, usando esquemas de administración y tecnologías de extracción actuales. “Materiales biológicos útiles” se definen como aquellos usados por la economía humana, mientras lo que se considera “útil” puede cambiar de año a año (e.g. el uso de hojas de maíz para la producción de etanol podría resultar en las hojas de maíz convirtiéndose en un material útil, y así incrementar la biocapacidad de la tierra de cultivo de maíz). La biocapacidad de un área se calcula multiplicando el área física actual por el factor de rendimiento y el factor de equivalencia apropiado. La biocapacidad generalmente se expresa en hectáreas globales como unidad.
[20] Disponibles en: http://www.footprintnetwork.org/es/index.php/GFN/page/world_footprint/
[21] Trabajo presentado por el profesor Wallerstein en las jornadas PEWS XXI, «The Global Environment and the World-System,» Universidad of California, Santa Cruz, 3 a 5 de abril, 1997. Publicado en Iniciativa Socialista, número 50, otoño 1998
[22] MEADOWS, D.H.; MEADOWS, D.L.; RANDES, J. y BEHRENS, W.W. (1972) Los límites del crecimiento. México: FCE, 1972
[23] La «primera contradicción» hace referencia a la explotación capitalista del trabajo y ha sido considerada por Marx como la contradicción principal del capitalismo, en tanto conduce inevitablemente a la lucha de clases y a las crisis económicas recurrentes.
[24] Sobre las propuestas del ecologismo político ver también: Sus crisis, nuestras alternativas – https://laereverde.com/2015/01/05/sus-crisis-nuestras-alternativas/
[25] http://www.decrecimiento.info/2010/09/12-preguntas-sobre-el-decrecimiento.html
[26] Daly, H. La manía por el crecimiento. http://www.eumed.net/cursecon/textos/Daly-mania.htm
[27] Entre los indicadores que se proponen, se destacan el Índice de Huella Ecológica (Wachernagel y Rees, 1996); la Apropiación Humana de la Producción Primaria Neta (Vitousek, 1986); los Indicadores de Flujo de Materiales (Wuppertal Institute y Faculty for Interdisciplinary Studies); la Huella Hídrica Agrícola y Agua Virtual (UNESCO-Institute for water education); los Balances Energéticos de las Actividades Económicas y el Análisis Integrado Multiescalar del Metabolismo Social (Giampietro 2003); el Índice de Progreso Real (IPR); el Índice de Desarrollo Humano (IDH); el Índice de Bienestar Económico Sostenible (IBES) y el Producto Interno Bruto Verde
Excelente entrada. con importantes conceptos y buenas fuentes de información para quien quiera profundizar
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