La confianza –según la doctora en filosofía Laurence Cornu- es una hipótesis sobre la conducta futura del prójimo.
Lo que la actual conducción política Argentina pide a sus conciudadanos –en particular en materia económica- es confianza para tropezar por enésima vez con la misma piedra.
Decía Ivan Illich: La supervivencia humana depende de la capacidad de los hombres para aprender muy pronto y por sí mismos lo que no pueden hacer.[1]
Si hay algo que no debemos hacer -y uno esperaba que se hubiera aprendido en la Argentina- es endeudarnos.
Doscientos años de historia de una novela cuyo primer episodio lo tuvo por protagonista excluyente a Bernardino Rivadavia bajo el auspicio de la Baring Brothers en julio de1824.
Decía Schopenhauer: del mismo modo que el país más feliz es aquel que tiene menos necesidad de importación o no tiene necesidad de ninguna, así también es feliz el hombre a quien basta su riqueza interior y que exige para su diversión muy poco o nada al mundo exterior.[2]
Lo que para el filósofo alemán resultaba tan claro, no lo es para la mayoría de la dirigencia política argentina.
Pero no tenemos que remontarnos a la Alemania decimonónica para encontrar estos argumentos.
Thomas Piketty actualiza el asunto con absoluta elocuencia:
…la forma más sencilla de que un Estado aislado recupere cierta soberanía económica y financiera es recurrir al proteccionismo y a los controles de capital. (…) Ninguno de los países asiáticos que se han acercado a los países más desarrollados, ya sea Japón, Corea o Taiwán, o más recientemente China, gozó de inversiones extranjeras masivas. En lo esencial, todos esos países financiaron por sí mismos la inversión en capital físico que requerían y, sobre todo, la inversión de capital humano.[3]
Lamentablemente lo que nos espera es un nuevo proceso de endeudamiento acompañado de la consecuente e inexorable fuga de capitales.
Nuevamente Piketty: ¡la fuga de capitales de los capitalistas de los países pobres hacia los países ricos supera las inversiones que van en sentido opuesto![4]
Recuerdo las palabras de mi profesor de historia de primer año del colegio secundario; en el primer día de clase nos preguntó a los jóvenes alumnos treceañeros: ¿para qué sirve estudiar historia?
La respuesta resuena aún hoy en mis oídos – luego de más de cuarenta años-: Para no cometer los mismos errores.
[1] La convivencialidad.
[2] Eudemonología
[3] El capital en el siglo XXI
[4] La economía de las desigualdades