Por Paul Kingsnorth
http://www.paulkingsnorth.web

Traducido por Sara Plaza
Revisado por Edgardo Civallero

El texto original, «Doug Tompkins Remembered», fue publicado originalmente el 18 de diciembre de 2015 en el blog del proyecto Dark Mountain (http://dark-mountain.net/blog/doug-tompkinsremembered/).

 

El conservacionista y filántropo Douglas Tompkins, una de las personas que apoyó el proyecto Dark Mountain desde sus inicios, murió la semana pasada a los 72 años en un accidente de canoa en la Patagonia chilena, donde vivía. Hace pocos años pasé algunos días con él y su esposa, Kristine, en Chile, y después seguimos comunicándonos durante bastante tiempo. Llegué a conocerle un poco y admiraba enormemente al hombre y su trabajo. No tengo muchos héroes, pero Doug fue uno de ellos. Creo que su muerte es una tragedia, y no solo para sus más allegados.

Ellos dos, Doug y Kris Tompkins, llevaban 25 años trabajando en uno de los proyectos más ambiciosos de conservación y «retorno a la vida silvestre» del planeta: la creación de parques nacionales protegidos en áreas vulnerables de Chile y Argentina como refugio vital para especies en peligro, en un momento en el que las demandas humanas sobre el resto de la biosfera aumentan a diario. Entre los dos protegieron del «desarrollo» más tierra que cualquier otro individuo en la historia: más de 800.000 Ha en total, y pretendían aumentar esa cantidad.

Esta extraordinaria demostración de filantropía y ambición ecológica era un proyecto a largo plazo, no solo para preservar la naturaleza y darle alguna oportunidad de recuperarse, sino también para persuadir a otros de que participasen en un plan global para conectar las áreas protegidas del continente, y establecer así un corredor salvaje por el que los seres vivos no humanos pudieran moverse y sobrevivir. No existe nada parecido en ningún otro lugar de la tierra, y la viuda de Doug, Kris, que colaboró estrechamente con él y también dedicó su vida a ese trabajo, ha dejado claro en los últimos días que continuará e incluso acelerará el proyecto.

Para mí, sin embargo, tal vez lo más significativo de Dough y de su trabajo no era la fortuna que hizo con sus firmas de ropa Esprit y North Face (de las que renegaría luego por considerarlas el paradigma de la cultura empresarial que está destruyendo el planeta), ni siquiera la manera como decidió gastar esa fortuna conservando y devolviendo a la naturaleza tanta tierra. Lo que más me llamó la atención de Doug fue la visión del mundo que guió su trabajo: singular, honesta e inflexible.

Frente al embate del hombre, Doug entendía la protección de los seres vivos no humanos como el trabajo crucial de nuestro tiempo. Veía –acertadamente, en mi opinión– que la labor de buena parte de los movimientos ecologistas y conservacionistas estaba seriamente comprometida, tanto por la necesidad que estos tenían de mantener su popularidad como por su cada vez mayor interés en las preocupaciones sociales y políticas del hombre. Para el movimiento ecologista dominante, proteger la naturaleza no humana de la rapiña del hombre a menudo parece tan importante como la «justicia social», a pesar de que, frecuentemente, una cosa está en contradicción con la otra («no hay justicia social en un planeta muerto» era uno de los aforismos favoritos de Doug). La denegación en la que está instalada nuestra sociedad, que atraviesa todos los sectores del espectro político  la negativa a aceptar la realidad y las implicaciones que conllevan el cambio climático, el aumento de la población mundial o la imposibilidad del crecimiento ilimitado– podemos encontrarla en todas partes, incluido el movimiento ecologista, y en la mayoría de nuestras vidas la mayor parte del tiempo.

La visión del mundo de Doug, por el contrario, era tan a largo plazo que resultaba incomprensible para muchas personas. Era un pensador de otra época, cuya meta era preservar lugares y especies en su estado natural para que lograran pasar a través del cuello de botella de la «gran aceleración», a medida que la economía humana consume todo lo que nos rodea en su lucha desesperada por seguir creciendo. Su trabajo no estaba pensado para obtener resultados hoy, mañana o el año que viene; ni siquiera estaba diseñado especialmente en provecho de los seres humanos. Era un gran proyecto con un único objetivo: salvar de la destrucción tanta naturaleza como fuera posible.

Este tipo de trabajo será siempre difícil e impopular, y es probable que solo personas tan decididas, tercas y, en última instancia, ricas como Doug Tompkins puedan llevarlo a cabo. Doug sabía que la civilización y la naturaleza estaban a punto de colisionar, de hecho ya estaban chocando, y que las consecuencias para la naturaleza serían terribles. No disfrazaba esa verdad con sutilezas, la decía sin más, tanto si la gente quería oírla como si no, y a la mayoría, incluidos muchos conservacionistas convencionales y muchos verdes del establishment, no les gustaba en absoluto. Pero él la decía de todas formas. Y además hizo algo al respecto.

Sus esfuerzos le valieron el apelativo –cuando sus oponentes se sentían educados– de «radical» o «controvertido», términos utilizados comúnmente para designar a alguien lo suficientemente insensato como para comprometerse con un trabajo que no anteponga los intereses de los seres humanos «desarrollados» a cualquier otra cosa viviente. Para mí, lo que él estaba haciendo no era ni lo uno ni lo otro: era un trabajo sumamente obvio, de sentido común, necesario en la era del ecocidio. La verdadera controversia radica en el hecho de que no haya más gente haciendo lo mismo.

Me gusta comparar el tratamiento que nuestra cultura dio a Doug con el que recibió Steve Jobs, otro rico empresario estadounidense de la misma generación. Los dos eran amigos, amigos con maneras de ver el mundo muy diferentes. Jobs, que dedicó su vida a crear una red global de tecnologías digitales basadas en combustibles fósiles, que animaba a los seres humanos a divorciarse de la naturaleza y perderse en mundos virtuales, es adorado hasta tal punto que Hollywood ha hecho un efusivo biopic sobre él. Doug, que se apartó de esa misma cultura para dedicarse a preservar enormes franjas de tierra en su estado natural, fue prácticamente un desconocido hasta su muerte. No es probable que Benedict Cumberbatch lleve su vida a la gran pantalla en el futuro inmediato, lo que al menos supone un pequeño alivio.

De todos modos, ser desconocido puede ser una bendición. Al final, lo que importa es el trabajo, el legado, y el de Doug es inmenso. Si los seres humanos conseguimos atravesar el cuello de botella, y si también lo logran otras formas de vida, y si las generaciones futuras llegan a valorar adecuadamente una visión del mundo que no considere éste como un juguete, será en parte gracias al trabajo realizado por Doug y sus compañeros. Su muerte es hoy un duro golpe, y yo, por mi parte, lo voy a extrañar.

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Lo que sigue es una entrevista que les hice a Doug y Kris en su casa en Chile, en el año 2011. Fue publicada originalmente en el número 3 de Dark Mountain.

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Petri_crop_!
La muerte del nacimiento

Conversación de Paul Kingsnorth con Douglas y Kristine Tompkins

2 El texto original, «The death of Birth», es una entrevista que Paul Kingsnorth les hizo a Douglas y Kristine Tompkins en el año 2011 en Chile, fue publicada originalmente en el número 3 de la colección Dark Mountain.
El título hace referencia a la expresión acuñada por el mirmecólogo E. O. Wilson para referirse a la extinción de las especies. (N.d.T.)

 

 

PK: En Europa estamos en un momento interesante, con muchas cosas viniéndose abajo en Grecia, en Italia, incluso en Gran Bretaña… Parece claro que algunas de las historias que nos han contado durante las últimas décadas sobre el crecimiento no eran ciertas, y no han tenido el final esperado. Creo que está empezando a calar esa idea y me pregunto a dónde llevará.

KT: La idea de los límites… Está claro que se ha tardado mucho en asumirla, ha costado siglos, pero ahora está avanzando muy rápidamente. La gente habla de los límites del crecimiento y de recursos naturales limitados en ámbitos que eran impensables hace solo un año. Realmente creo que la gente no ve posible volver al laissez faire de los últimos veinte años. Estoy rodeada de gente rica –gente con dinero que quiere invertirlo, o accionistas– y no dicen eso de «vamos a tocar fondo en los próximos 24 meses y nos recuperaremos en los 48 siguientes». No piensan eso. No ven luz al final del túnel. No he escuchado a una sola persona hablar así, ni siquiera a medio plazo.

Tengo los dos últimos números de The Economist, y la portada del primero es una gigantesca imagen satelital de un huracán, y justo en el medio pone «Siente miedo». ¡Estamos hablando del Economist! Y la portada de la semana siguiente reza «No hay lugar donde esconderse». Y eso es lo que piensa todo el mundo. Porque no hay ningún lugar donde esconderse. Piensan que tenemos una economía global que está contrayéndose. Ahí está China preguntándose dónde están sus clientes. No van a tardar en estar jodidos. No sé, pienso que está ocurriendo algo.

DT: Todas esas economías se basan en el crecimiento, es parte de la lógica intrínseca del capitalismo, y por eso cuando no crecen entran en una espiral descendente. En los países emergentes, como los BRICS, está habiendo un intenso debate en los círculos financieros sobre cómo pueden «coger carrerilla» e invertir el sentido de la espiral. Y dado que en esos países vive la mitad de la población mundial, podrían impulsar una nueva forma de capitalismo, una en la que dominarán pero en la que intentarán seguir creciendo a toda costa. Como observador, no estoy seguro de que lo consigan. Sin embargo, pienso que los países que están en vías de sobredesarrollo van a alcanzar ese sobredesarrollo antes de que el sistema entero se venga abajo, por una cuestión numérica, de inercia, de actitudes desarrollistas…

PK: Mi peor escenario es que pueda haber una especie de sociedad hiperdesarrollada justo por debajo del nivel en el que se alcanzan los límites ecológicos. En otras palabras, que se pueda mantener indefinidamente esta sociedad hormiguero sobrecivilizada. Todo el mundo está en la carrera. A veces parece que podría haber algo todavía peor que chocar: no poder cambiar el curso actual ni escapar de él.

En el movimiento ecologista esta cuestión ha suscitado una especie de división. Los verdes no han conseguido impedir que el desarrollo desenfrenado fuerce los ecosistemas más allá de sus límites, y los métodos tradicionales que llevamos años aplicando no funcionan a la escala que sería necesaria. Ante esto, la gente responde de diferentes maneras, pero parece que están surgiendo dos bandos. Podríamos decir que Dark Mountain es parte de uno de ellos: personas que se dan cuenta de que el sistema no da más de sí y que piensan que tenemos que negociar cómo salimos adelante, cultural y prácticamente.

El otro bando es el de los desfasados cornucopianos, que están volviendo con fuerza en estos momentos. Parece que su actual líder espiritual es Steward Brand. Estos también se han dado cuenta de que las viejas recetas ecologistas han fracasado, pero sostienen que la población mundial quiere vivir en ciudades y con más desarrollo tecnológico, y que como eso no va a cambiar, son los mimbres con los que tenemos que trabajar. Todos apuestan por un futuro sistema centralizado y tecnologizado, con alimentos genéticamente modificados, energía nuclear, hipercapitalismo, biología sintética y ciudades altamente pobladas, todo muy controlado y racional, con muchísima naturaleza fuera de las fronteras, en fin… todos somos dioses.

DT: Ya… Los tecno-optimistas.

KT: En una cosa llevan razón, y es que aumentará la densidad de población urbana, y se dejarán en paz tierras silvestres. Aunque a mi nunca me verás viviendo en una ciudad.

PK: Lo cual no deja de ser una paradoja, ¿no es cierto? Si todo el mundo vive en la ciudad, si todo el mundo se desconecta de la naturaleza, ¿por qué iban a estar interesados en mantenerla viva en gigantescos parques en otro lugar? Si no sienten ninguna conexión, al nivel que sea, con el mundo no humano, ¿se preocuparían por él?

KT: Me parece que ya estamos en ese punto si pensamos en los seres humanos y su relación con el resto de la naturaleza.

PK: ¿Y qué hacemos al respecto?

KT: Yo no creo que podamos hacer mucho, nada que verdaderamente vaya a tener un gran impacto. Quiero decir, no se trata de dejar de intentarlo, pero pienso que se ha generalizado una mentalidad urbana y hasta que las cosas no empiecen a cambiar, no me refiero a colapsar, sino simplemente a cambiar… De todas formas, en este momento no se trata solo de las ciudades. En todas partes se está enchufado a una máquina. No tienes que estar en una ciudad, puedes estar en Chaitén[1] o en cualquier otro lugar y todos los chicos, y los adultos, o bien están hablando por sus teléfonos o conectados a un MP3 o a un iPod, no pasa solo en las ciudades. En el coche los niños no se aburren de mirar por la ventana como hacíamos nosotros a su edad: tienen televisión, o juegos.

No se trata solo de ser «urbano». Necesitamos otro nombre. Es como un enchufe gigantesco. Todo el mundo está enchufado y todos están a lo mismo. Lo que pasa es que todo el mundo está desconectado de la naturaleza, pero también de las relaciones humanas. La gente no deja de mandar mensajes mientras está en la mesa. En la calle la gente no mira por dónde va, solo mira las pantallas. Ocurre todo el tiempo.

PK: Yo lo llamo la Máquina. Hace siglos que recibe ese nombre. Los poetas y los novelistas vienen denominándolo así desde hace al menos uno. Pero ahora está en todas partes, está mucho más extendido.

KT: Y hoy la gente se siente tonta si no está conectada.

PK: Creo que sienten ansiedad, como si se estuvieran perdiendo algo. La red está siempre encendida; siempre hay alguien intentando contactar contigo. Y sientes como que deberías estar todo el rato disponible, y ves a la gente disculpándose porque va a estar unos pocos días desconectada.

KT: A mí me parece que es justo donde estamos ahora. Es la etapa en la que estamos. Pero la sociedad irá cambiando conforme la afecten las realidades naturales, y eso puede ocurrir brusca o paulatinamente, no lo sabemos. Pero eso es lo que cambiará las cosas. Yo no veo a la gente eligiendo ir por otro camino. Al contrario, tengo pocas esperanzas. No puedes convencer a nadie de que se enganche a la naturaleza. Puedes exponerlos a ella, eso sí. Todos necesitamos ser expuestos a cosas. A lo mejor puedes atraer a algunos, conseguir que se enganchen a una historia diferente.

PK: Qué curioso, iba a preguntarte por ello. Yo tengo un vínculo profundo, emocional con eso que llamamos «naturaleza», lo he tenido desde que era muy joven… un tipo de vínculo que tiene que ver con la propia naturaleza y con lo que significa y representa para mí. Pienso que se establece cuando uno ha tenido una gran exposición a las cosas buenas y malas de la naturaleza siendo niño; la parte hermosa y relajante y la parte brava y peligrosa, que están dentro del mismo paquete. Pero tengo amigos que nunca han tenido esas experiencias y que no sienten ningún interés por ellas. Pueden entenderlo a nivel intelectual, pero ni se inmutan. A veces te sientes como un creyente hablándole a alguien que no tiene fe, prácticamente como si estuvieras ante un abismo infranqueable.

KT: Tengo amigos cuyos padres fueron montañistas famosos que les llevaron a la montaña desde muy jóvenes y no todos ellos lo entienden.

PK: No, supongo que no siempre funciona.

KT: Pienso que es algo de lo que te das cuenta o no. Resulta muy difícil describir cómo la gente se comunica con la naturaleza. Algunos lo hacen y otros no.

DT: ¿Oíste hablar alguna vez de un escritor ruso de ciencia ficción llamado Yvgeny Zamyatin? Escribió allá por los años veinte del siglo pasado; fue muy crítico con la Rusia leninista y al final tuvo que exiliarse. Orwell, Huxley y Zamyatin son los tres grandes. Su libro We [Nosotros], de principios de los veinte, es una crítica velada a la revolución bolchevique. La historia se desarrolla trescientos años después y está protagonizada por un ingeniero que construye aviones de vidrio. Ha habido una larga guerra, una guerra que ha durado trescientos años, y una vez que termina tienen que apañárselas con lo que queda. Al ser maleable, duro y demás, el vidrio se convierte en el material de construcción ideal. Y lo van a utilizar para levantar un muro, fuera del cual quedará a la vista la naturaleza salvaje e impredecible. La línea recta va a ser su modelo de perfección, todo tiene que ser liso y recto.

Merece la pena leerlo. En primer lugar porque se trata de un gran escritor, pero también porque fue capaz de ver por dónde iban a ir las tendencias –recordemos que está escrito hace un siglo– simplemente proyectando hacia delante lo que ya estaba ocurriendo en ese momento. Así que lo que tenemos que hacer es pensar en la proyección a partir de hoy, en cómo modificará el futuro el curso actual de la megatecnología y cómo ésta seguirá aislándonos de la naturaleza. Zamyatin imaginó una pared física, a través de la cual la gente podía seguir mirando hacia fuera, y en su historia había subversivos que querían salir y vivir al otro lado, en la naturaleza salvaje e incontrolada.

KT: Pero claro, lo que el autor no tuvo en cuenta fue el descenso energético. Es seguro que un cambio en la disponibilidad de petróleo, sea el que sea, cambiará el curso de los acontecimientos.

DT: En este momento estamos trabajando en un libro sobre la energía, y cuando lo empecé estaba bastante convencido del techo del petróleo y sus consecuencias, pero al ir profundizando en el análisis me he vuelto más cauto. Claro que vamos a alcanzar el techo del petróleo, es un recurso finito, pero se trata de algo dinámico debido a las nuevas tecnologías de la energía. Algunas son puro humo, pero otras es probable que muevan el tablero.

Sobrepasar la capacidad de carga, las quiebras, las muertes, todo ello forma parte de los ciclos naturales. Pero los combustibles fósiles y otras mega-tecnologías lo están retrasando y alargando; en mi opinión, unos y otras estarían alejando el día del juicio final. Es algo así como la expansión cuantitativa: los bancos centrales imprimiendo dinero, manipulando el sistema entero, la Eurozona intentando evitar lo inevitable… El sistema financiero parece un castillo de naipes a punto de venirse abajo. Creo que, por decirlo de alguna manera, quienes nos sentimos parte del proyecto Dark Mountain, tenemos que crear un movimiento social que diga «este sistema es sencillamente indeseable, culturalmente indeseable».

PK: Eso es, no basta contar con que todo va a venirse abajo. No sé si habéis leído la novela Riddley Walker, de Russell Hoban. Se desarrolla en Gran Bretaña, en un escenario posapocalíptico, y está escrita en una versión degradada de la lengua inglesa. La cultura y el paisaje también están degradados cientos de años después de una guerra nuclear, y todo, ha retrocedido hacia un tipo de feudalismo carroñero. La gente tiene recuerdos vagos de un tiempo en el que se podía volar y había ciudades. Y lo que intentan hacer es redescubrir cómo se fabricaba la pólvora. Ni siquiera saben lo que es, solo recuerdan que hubo un tiempo en el que tenían un poder inmenso y quieren recuperarlo.

Es algo así como una moral poscolapso. Si todo colapsa de repente, lo que mucha gente va a querer, puesto que crecieron en una cultura que se derrumbó, es recobrar todo lo que tenían. El colapso en sí mismo no supondría un viraje cultural o emocional; la gente, de pronto, no querría vivir una vida tranquila a pequeña escala, en armonía con la naturaleza; querrían recuperar lo que habían perdido, porque antes de perderlo no estaban convencidos de que no merecía la pena tenerlo.

Por otro lado, la paradoja estaría en que si no hubiera colapso, o si no hubiera un gran shock, la gente no tendría ningún motivo para realizar un cambio cultural o emocional. No hago más que darle vueltas a este asunto.

DT: El sistema, esta manera de vivir, me parece indeseable. Cada vez siento un mayor resentimiento hacia él. Me molesta tener que estar conectado a Internet. Lo siento como una imposición. Estoy atrapado en el sistema: si quiero ser un activista e intentar cambiar las cosas, formar parte del cambio ecológico y social, no puedo prescindir de Internet ni de la computadora porque ese es el medio de comunicación, y si no lo utilizo entonces estaría marginándome a mí mismo y comprometiendo el trabajo. Si no fuera por eso me desharía de mi ordenador portátil mañana mismo. Me resistí durante mucho tiempo. Hasta hace unos seis años trabajaba sin Internet y me negaba a tener teléfono móvil. Sigo sin él porque no me parece conveniente tenerlo.

PK: Resulta fascinante ver lo rápido que nos ha dominado la red. Ya hay una generación entera que siempre ha vivido con ella, y todas sus relaciones y el modo como viven sus vidas… Internet es el eje en torno al cual giran. Yo mismo me encuentro sin saber qué hacer sin ella. A mediados de los noventa trabajé un tiempo de periodista en Fleet Street[2], antes de que nadie usara realmente Internet o incluso supiera lo que era, y recuerdo cómo era la investigación anterior a Internet: tenías que meterte en el metro e ir a la biblioteca a consultar libros, tenías que recorrer las calles y llamar por teléfono. Hoy parece otro mundo, pero ocurrió no hace mucho. Si quisiera hacerlo de nuevo, probablemente tendría que enseñarme a mí mismo cómo. Ahora, cuando quieres saber algo, buscas en Google y aparece: pero solo hace cinco o diez años que las cosas funcionan así. Creo que la gente no aceptaría que le quitaran esto.

DT: Sin embargo, no conozco a nadie que piense que todo este estrés que sufre el sistema, con el crecimiento demográfico y el consumo, vaya a terminar bien. Viendo el rumbo que están tomando las cosas, no puedes pensar en serio que no vamos a alcanzar los límites. Esto tendrá consecuencias y yo creo que las personas que piensan, en lo más profundo de su corazón saben que las cosas van mal, aunque tal vez no sean capaces de articularlo.

PK: ¿Y cómo afecta este análisis a vuestro trabajo aquí, al trabajo de conservación en Pumalín y en otras partes, en el que os habéis embarcado?

DT: Bueno, en primer lugar creo que conviene distinguir entre conservación y ecologismo. En nosotros hay una mezcla extraña, somos tanto activistas como conservacionistas. Estamos trabajando lo más transversalmente que podemos con los recursos de que disponemos para, primero, cambiar las políticas y, segundo, ayudar a desarrollar la infraestructura intelectual necesaria para afrontar los desafíos ecosociales que se nos plantean. Eso es lo que estamos haciendo en el frente ecologista.

Del lado conservacionista lo que impulsa todo nuestro pensamiento es la conservación de la biodiversidad. Nuestro leitmotiv, por decirlo así, es la crisis de biodiversidad como medida para evaluar el comportamiento de la civilización. En estos momentos estamos atravesando otra crisis de extinción masiva que, en mi opinión, es la madre de todas las crisis. No hay nada peor que una crisis de extinción a gran escala. Si esto continúa así, si se permite que ocurra, entonces todo lo demás que estamos haciendo será irrelevante.

La idea de compartir el planeta con otras criaturas para mí es realmente una posición religiosa. No conozco una forma mejor de explicarlo. Esa, por supuesto, es la ética que subyace tras la conservación de la biodiversidad. Las razones de otros pueden ser diferentes: pragmatismo, utilitarismo, etc. Pero yo hablo de darle un motivo y un propósito a lo que uno hace a diario. He intentado explicarlo mil veces y siempre vuelvo a lo mismo: este trabajo surge de una posición ética o religiosa. El término «religioso» no tiene que ver con las religiones organizadas; sino que me parece que, en lo más profundo de su corazón, uno cree que la vida es sagrada, toda la vida, desde otras especies no humanas, hasta los bosques, los océanos o las montañas, el planeta entero como un gigantesco organismo vivo que, en general, conocemos como «naturaleza», pero para el que tenemos mil hombres dependiendo de nuestra cultura (Madre Naturaleza, Pachamama, Gaia). Esto no es algo nuevo, las culturas indígenas crearon muchísimos relatos y mitos alrededor de este concepto tan básico y, aunque varíen sus expresiones, la historia central es prácticamente la misma. Como hijos de la cultura industrial nosotros estamos intentando reconstruir una nueva narrativa que puede adquirir diversas formas, como por ejemplo la ecosofía o filosofía ecológica, del filósofo y pensador noruego Arne Naess (1912-2009), conocida como «ecología profunda». Para quienes provenimos de la cultura tecno-industrial, es una de las maneras de intentar comprender que necesitamos compartir el planeta con el resto de criaturas.

Pero, por supuesto, también puedes ver este trabajo de manera práctica. Si miras a los parques nacionales que existen en el mundo, te darás cuenta de que legal y prácticamente es en ellos donde se encuentra el mayor nivel de protección de la biodiversidad de hábitats y paisajes. Así que, desde un punto de vista pragmático, si vas a trabajar para intentar conservar la biodiversidad, crear más parques nacionales es una buena opción. Por eso esperamos poder crear cinco, tal vez seis, parques nacionales más mientras estemos vivos. Nos gusta, es un trabajo grato y creemos que valioso. Al menos nos motiva y nos da razones para seguir. Quiero decir, los desarrollistas nos atizan por todos los lados, pero eso va a ocurrir siempre si eres ecologista o conservacionista. No hay que prestar demasiada atención a los ataques o los insultos que uno recibe; eso no menoscaba tu trabajo, hay que seguir adelante.

Cuando llevas tiempo en el movimiento ecologista, cualquier análisis serio te dice que estás perdiendo terreno, que el superdesarrollo, el mito del progreso y demás están dejándote atrás. Pero también nos parece que es bueno ser ambas cosas, activista y conservacionista, porque te das cuenta de que son dos esferas que, si bien se tocan un poco, no lo hacen demasiado. Y a menudo están enfrentadas. Existen muchas organizaciones para la conservación de la tierra que rechazan explícitamente adoptar una posición activista. Lo ven contraproducente para sus objetivos particulares.

Tal vez por haber sido primero activista es por lo que no estoy dispuesto a tirar la toalla del activismo. El frente es muy amplio y necesariamente va a haber mucha acción en sus filas si se produce algún tipo de reversión de la crisis de extinción en la que estamos. Y si llega a ocurrir, harán falta tanto un cambio de políticas como alguna clase de reapropiación, por decirlo, por parte de la naturaleza, de las tierras que la humanidad se ha apropiado en exceso.

PK: Dado que ninguno de los dos cree que se pueda parar la máquina de manera voluntaria en un futuro cercano, si es que alguna vez se puede, y dado que ni siquiera estáis convencidos de que la crisis energética lo consiga, ¿podría entenderse vuestro trabajo como una operación tipo Arca de Noé?

DT: Es algo con lo que me podría identificar. Si se consiguiera que un número suficientemente grande de ciudadanos de todo el mundo reservara tierras para permitir sobrevivir a las especies hasta…

KT: …hasta que haya un cambio…

DT: …un cambio, correcto, algún acontecimiento tipo cisne negro[3], imprevisto, impredecible. Podría ser el colapso del sistema financiero, o alguna clase de transformación cultural, quién sabe. No encuentro nada malo en hacer algo así. Llámalo Arca de Noé, si prefieres. Tenemos que superar esto, llámese cuello de botella, catástrofe de superdesarrollo a cámara lenta, proyecto humano o lo que sea.

KT: Sin embargo, yo creo que el lenguaje es muy importante, y el Arca de Noé representa para mí una especie de quimera, mientras que la historia de los parques nacionales tiene un siglo y medio. La mayoría de los parques originales están prácticamente igual. Ha costado mucho tiempo encajar en ellos una política sobre la vida silvestre pero, en cualquier caso, a día de hoy los parques nacionales desempeñan principalmente el papel que tienen que desempeñar.

PK: No pretendo que suene como una quimera. Para mí es lo contrario: una respuesta práctica a un diluvio, supongo.

KT: Bueno, sí. Es exactamente eso.

DT: Estamos intentando hacer un hueco en las tierras altas a las criaturas que han sido expulsadas de sus hábitats naturales. Hay algunos ejemplos concretos. El venado de las pampas en Argentina ha sido expulsado por la silvicultura industrial que planta árboles exóticos y por los estancieros que se apropian de su hábitat. En la parte noreste, donde estamos trabajando, esto ocurre desde los años noventa. Van a acabar con ellos en todo el noreste argentino, por eso estamos trasladándolos, llevándolos a grandes áreas protegidas.

KT: Esa es una estrategia, y hacen falta muchas, pero cada vez cuesta más encontrar hábitats adecuados que sean a) asequibles económicamente; b) suficientemente grandes; c) susceptibles de ser protegidos. Podrían comprarse numerosas tierras y dedicarlas a la conservación, pero resulta prácticamente imposible protegerlas. Las presiones son inmensas. Aquí tenemos zonas donde la densidad de población es muy baja, pero existen otras, en el continente africano o en Indonesia y el sur de Asia, a las que es muy difícil proteger porque, en primer lugar, habría que tener un ejército para hacerlo y el sistema no está diseñado para eso, lo que comportaría todo tipo de inconvenientes. Así que la compra de tierras funciona en unos lugares del mundo pero no en otros. En algunas partes del Congo tienes que competir con personas que realmente necesitan el bosque o cazar, pero además tienes que lidiar con una guerra civil tras otra, que tienen lugar en paralelo y se imponen a lo que tú puedes hacer en términos de conservación. Lo que estamos haciendo es poner en práctica una de las muchas estrategias que hay que probar, y esperar que quede algo. Es muy complejo y existen muchas aproximaciones. La conservación es una suerte de programa a la medida, que tiene que adaptarse a una gran variedad de condiciones.

PK: Al repasar los argumentos y las ideas de la ecología profunda, me parece que el principio ético común es el concepto de ecocentrismo: el intento de extender la compasión y la idea de valor intrínseco más allá de la comunidad humana. Creo que es algo absolutamente necesario y, al menos por ahora, prácticamente imposible. No logro ver cómo podría hacerse a corto plazo, aunque es una idea que se está desarrollando en algunos rincones. Me preguntaba que pensabais sobre esto.

DT: No veo cómo la civilización va a poder sobrevivir si no es sobre una base ecocéntrica. Es como intentar derogar las leyes de la naturaleza.

KT: No lo sé. Hay un escritor finlandés, Pentti Linkola, ¿habéis leído alguno de sus escritos?

PK: He oído hablar de él. Es bastante peculiar, ¿no? ¡A su lado Jeffers parece un liberal!

KT: Yo leí la mitad de uno de sus libros, y pienso que llevaba razón en una cosa, la casi total imposibilidad del ser humano para ser ecocéntrico. Su explicación cambió por completo mi forma de pensar. Lo que él dice es que al tomar una decisión, se puede pensar pero no actuar de manera ecocéntrica. Somos seres humanos, miembros de esta especie particular. Si uno ve un bebé y un cachorro ahogándose, a quien salva es al bebé. Y explica que no podemos desembarazarnos de nuestra especie, de quienes somos.

PK: ¿Es posible ser emocionalmente antropocéntricos, que, supongo, es lo que todos somos –todos rescataríamos al bebé– y, al mismo tiempo, ser intelectualmente ecocéntricos, tener una ética ecocéntrica?

DT: Pienso que tenemos que ser más rigurosos. Primero hay que ocuparse de las cuestiones de tipo político. Debemos lidiar con el crecimiento. No podemos seguir creciendo constantemente, y si lo intentamos se habrá acabado la partida.

PK: Pero yo estoy hablando de algo más, no sé, hace un momento has hablado de una visión de la naturaleza casi religiosa, una conexión espiritual, una ética…

KT: Eso suena un poco a panteísmo.

PK: Sí, tal vez panteísmo; tal vez una actitud similar a la de Wordsworth…

KT: Me gusta esa parte de Wordsworth. Y John Muir, que no es panteísta pero habla del dios de la naturaleza.

PK: De lo que estamos hablando aquí es de algo que quizá no sea exactamente religioso, pero que obviamente sí es espiritual, algo más allá de la razón… No estoy muy seguro de lo que intento decir, pero supongo que si lo que está detrás de la idea del ecocentrismo es ese sentido espiritual y la gente no lo tiene, entonces de poco va a servir…

DT: Es una cuestión epistemológica, realmente. Algunas culturas tenían esa actitud. No soy antropólogo ni un gran estudioso, pero sabemos que hubo culturas que tenían lo que ahora llamamos una actitud ecocéntrica hacia la naturaleza.

KT: Porque eso era todo lo que tenían. Pero en el momento en que surgió otra cosa fueron a por ello. El bronce. Alguien empezaba a hacer clavos y una azada y le seguían los demás. Si se les da la oportunidad de «evolucionar», las especies lo hacen. Es como el pico del pinzón de Darwin. Apareció el fuego, nadie quería estar sin fuego. Una noche comenzaron a fundir menas, obtuvieron una aleación y con ella construyeron una azada, y ya no quisieron volver atrás. ¿Cuántos ejemplos hay –aparte del rey de Bután que prohibió tener televisión en el país– de gente que dé voluntariamente la espalda a la tecnología, del tipo que sea?

PK: Son esas dos ideas las que no puedo sacarme de la cabeza. En primer lugar la idea de que el problema al que nos enfrentamos es principalmente cultural, la idea de que han existido otras culturas, existen todavía, con una actitud diferente hacia la naturaleza, y que por lo tanto podríamos cambiar la nuestra. Y, por otro lado, la idea de que esta agresión, esta expansión, esta evolución a través de la tecnología avanzada y esta colonización del resto de la naturaleza, es algo que hacemos porque somos humanos, está en la especie o, tal vez, es inherente a la evolución de la vida.

KT: Creo que si adoptas una mirada determinista hacia una cuestión como esa estás jodido. Acabas atascado. Me parece que es mejor no tener una respuesta.

DT: Pienso que tiene que haber una superación cultural de esas tendencias. Quiero decir, es lo que las religiones llevan siglos haciendo.

PK: Siempre vuelvo a esta cuestión cultural. Porque me parece que lo que hacen los combustibles fósiles –que vienen a ser una metáfora–, y lo que hacen el crecimiento y el desarrollo, es ofrecer a la gente la oportunidad de tener precisamente una identidad individual. La modernidad consiste en liberar al individuo de la comunidad. Puedes comprarte la libertad. En esta sociedad de alta energía, puedes comprarte un piso en una ciudad y estar solo si eso es lo que quieres, puedes hacer cualquier cosa, de un modo que hubiera sido inimaginable en sociedades más tradicionales. Puedes expresarte sexualmente, materialmente, puedes hacerlo todo. Y esa debe ser la razón por la que tanta gente valora esta cultura a pesar de sus efectos colaterales: el divorcio de la naturaleza, la falta de comunidad, la sensación de aislamiento, la contaminación, el ruido y todo lo demás. Lo que subyace en el fondo es la promesa, aunque nunca se cumpla, de la autoexpresión del individuo.

DT: El individuo autónomo.

PK: Sí, exacto. Y entonces, al hacer campaña contra alguna de esas cosas, te encuentras con que hay personas que lo ven como una campaña contra el individuo autónomo. Y es por eso que tanta gente se opone. Es como emprender una campaña contra la luz eléctrica, la gente quiere conservarla y acabarás enfrentado con todo el mundo. Hay un montón de cosas que llevan con nosotros muy poco tiempo, y que de repente a la gente le parecen esenciales porque las asocia con la libertad y la autoexpresión.

KT: Pero fíjate en Mubarak. Durante nuestra vida ha habido acontecimientos como la caída del Muro de Berlín, o ahora la primavera árabe. La lista no es muy larga, pero te recuerda que hay una especie de punto de inflexión, del que raramente nos percatamos y que solo vemos retrospectivamente, en el que las cosas son posibles. No sabemos lo que va a pasar, y podría ocurrir rápidamente.

DT: Creo que cuando se reflexiona profunda y sistemáticamente sobre la crisis de extinción, por volver a ello un momento, inevitablemente sientes ese gran miedo de que es irreversible, de que no hay vuelta atrás. Hoy, la civilización humana ha detenido la evolución, y la crisis de extinción es expresión de ello. Llevado al extremo, convierte en irrelevante todo lo demás. La naturaleza se deshace hasta el punto de que la civilización no puede sobrevivir a causa de la acidificación de los océanos, el cambio climático, la desintegración de la trama de la vida, el colapso de la agricultura. Se trata de una gigantesca espiral descendente. Así que puedes verlo éticamente, desde esa posición religiosa…

KT: …es una cuestión moral.

DT: Es una cuestión moral. Es un pecado capital, por así decirlo, como sea que lo quieras expresar. Pero también es una cuestión práctica, porque estás cortando la rama sobre la que estás sentado. Y entonces uno puede preguntarse ¿cuáles son los otros aspectos de trabajar a favor de la conservación de la naturaleza, de la biodiversidad? Bien, supone una afirmación de la vida, estás haciendo algo que trae alegría y ayuda a otras especies a sobrevivir, permitiendo que la evolución continúe, colaborando con gente estupenda, enriqueciendo tu vida espiritual. Si sumas todos esos aspectos positivos, lo conviertes en tu razón de ser, en tu objetivo moral, tiene todo para poder recomendarlo. Y el resultado no es la muerte del nacimiento, que es lo que la extinción es. Así que a mí me parece que trabajar para detenerla es la manera más inteligente de actuar, porque da sentido a tu propia vida.

KT: Y no tiene mayores pegas.

PK: ¿Cómo fue pasar del mundo empresarial a esto, habiendo estado tanto tiempo en el negocio de ropa y luego en el de la moda?

DT: En mi caso tuvieron lugar una serie de cambios graduales. Yo no me creo mucho eso de volver a nacer, de la revelación. Las historias que se oyen sobre la consabida bombilla que se apaga y de un día para otro uno se muda de la izquierda a la derecha. No es fácil cambiar tu forma de ver la vida, lleva tiempo. Para empezar, porque la adquiriste muy lentamente. Así que, para enmendarla y desechar algunas partes tienes que hacer los deberes y ponerte a estudiar. Probablemente también puedes corregirla sin estudiar, pero será más difícil. Para ayudarte a acelerar la «rectificación», es preferible sentarse y leer a los pensadores que llevan tiempo reflexionando sobre estas ideas. Hay que cuestionar las propias suposiciones. ¿Por qué el mundo está como está? A partir de ahí todo comienza a aclararse.

Cuando puse en marcha mis empresas yo no tenía ni la más remota idea de lo que era la cosmovisión. No fue hasta que cumplí los cuarenta –hace casi treinta años– cuando me di cuenta de que tenía que averiguar cuál era mi visión del mundo. Recuerdo, aunque ahora no sé cuántos años hace de ello, que leí un libro de Ted Roszak titulado Where The Wasteland Ends [1972, Donde acaba la tierra baldía]. Trataba sobre la creación de la contracultura, que es el título de otro de sus libros [El nacimiento de una contracultura]. Es un buen crítico social con cierto aire ecologista. Luego leí The Unsettling of América [1977, La desestabilización de América] de Wendell Berry, y The Arrogance of Humanism [1978, La arrogancia del humanismo] de David Ehrenfeld. Después leí a Paul Shepherd y empecé a leer a otros pensadores como Ivan Illich, Tools for Conviviality y Deschooling Society [1973, La convivencialidad y 1971, La sociedad desescolarizada]. Entonces me puse con la epistemología y el imaginario, y con el tiempo comprobé que toda la gente con la que trabajaba y con la que estaba asociado en mi sector sabía lo mismo que yo cuando empecé a estudiar: nada. Su forma de ver la vida no llevaba a ningún lado –a ningún lado bueno, debería decir– y su visión tecnoindustrial del mundo y casi todo lo que la acompañaba estaba destruyendo la naturaleza y exacerbando la crisis de extinción.

Entonces fui hacia atrás y me pregunté: todas estas ideas desarrollistas, si resulta que están empeorando la crisis de extinción, ¿en qué van a desembocar? La visión desarrollista del mundo no puede funcionar jamás. Y me dije que iba a utilizar la crisis de extinción como la medida de todo. Nadie me ha mostrado algo mejor. Para mí no hay nada más inquietante que pensar en lo que significa la muerte del nacimiento, detener la evolución. Luego tienes que separar la estrategia de la sustancia. Creo que uno tiene que saber cuál es su visión del mundo antes de dar con algún tipo de solución. Es importante no lanzarse a la estrategia hasta no tener una buena comprensión del asunto. Lo que significa epistemología, un verdadero análisis de nuestro conocimiento. Es la visión del mundo la que tenemos que ajustar, y una vez que lo hagamos las soluciones llegarán por sí solas, y las estrategias encajarán.

PK: Y ahí está lo difícil, ¿no es cierto? Porque probablemente hay que pasarse veinte años leyendo para poder entender aquello en lo que hemos sido educados.

DT: A todos nos lleva mucho tiempo deshacernos de los elementos culturales que hemos recibido y asimilado. Tienes que estar muy alerta y ser crítico contigo mismo, y no resulta sencillo. Yo he cometido un montón de errores, pero ahora soy muchísimo más consciente de ellos y de cómo me arrastra el sistema. Desde mi punto de vista, sin un análisis profundo y sistemático de la crisis ecosocial en su totalidad, lo más probable es darle un enfoque estratégico equivocado. Por ejemplo, tenemos que examinar nuestras asunciones tecnológicas; por un lado, la creencia, la visión de que la tecnología va a seguir desarrollándose y evolucionando siempre, y que eso será positivo, y por el otro, la facilidad con la que se obvian los fracasos tecnológicos. Yo creo –y lo repito constantemente– que la crítica tecnológica es el talón de Aquiles de nuestros movimientos sociales. Los movimientos sociales no son buenos críticos tecnológicos. Nadie está dispuesto a lanzar la primera piedra.

PK: Ocurre a menudo cuando la gente empieza a hablar de sostenibilidad. Enseguida surge la pregunta: ¿cómo vamos a cubrir nuestras necesidades energéticas? Es la primera que se lanza, constantemente se oye eso de «nuestras necesidades energéticas», y el único debate que parece estar permitido cuando se habla de sostenibilidad es qué tipo de energía vamos a utilizar para cubrir estas necesidades. Es de lo que se discute en este momento: ¿vamos a utilizar reactores nucleares?, ¿la fuerza eólica?, ¿la radiación solar?, ¿una combinación de todas ellas? Pero esa frase, «nuestras necesidades energéticas» –que habría que desmontar y analizar antes de hablar de cualquier otra cosa–, rara vez o nunca es cuestionada. Cuáles son estas necesidades, por qué lo son, quiénes somos «nosotros», todas estas preguntas se van quedando por el camino. Y lo más curioso es que la mayoría de la gente dentro del
movimiento ecologista sabe que están ahí, sabe que son importantes, pero no vale la pena plantearlas.

DT: Volvemos otra vez a lo mismo, ¿es siquiera conveniente? ¿Qué es conveniente? Una noche asistí a una gran cena en California, un encuentro importante de gente a favor de la justicia social. Fue hace casi veinte años, allí estaba Aung San Suu Kyi con su marido, y todo el mundo se acercaba a escucharla. Yo me puse a discutir con una mujer sobre la electricidad y las presas. Estábamos hablando del proyecto de presas del Narmada, en India. En ese momento nosotros teníamos en marcha una campaña y comenté que debería paralizarse ese proyecto. La mujer me preguntó si lo que quería decir era que no debíamos tener electricidad. Le dije que no, que lo que yo estaba diciendo era que si esas presas iban a provocar la extinción de más especies, entonces no deberíamos construirlas. Al final, después de mucho ir y venir, le pregunté directamente: OK, tú quieres electricidad, ¿la quieres a cualquier precio? ¿Si el coste de la electricidad fuera la extinción de algunas especies, la querrías igualmente? ¿Seguirías empeñada en construir esas presas sabiendo que iban a desaparecer algunas especies? Respondió que sí. Estábamos en un grupo y el ambiente se había ido caldeando: los activistas por la justicia social debatiéndose entre el confort y los beneficios que la electricidad aporta al ser humano y la desaparición de otras formas de vida. Ahí lo tenías, encima de la mesa. La mayoría de la gente no va a pronunciarse, titubeará, pero ella estaba deseando hacerlo. Ella quería tener su electricidad. Y todas las personas que había alrededor, yo fui testigo del tenso momento, no podían creer que lo diría. ¡Podían creer que lo pensara, pero no que lo diría! Lo tengo grabado en mi memoria porque ella era simplemente la portavoz de un vasto universo de gente que, a la hora de la verdad, escogería lo mismo. Y ahí está la clave de la crisis de biodiversidad, justo ahí. Ahora bien, la mayoría de la gente está flotando en medio de esa gran corriente de progreso y tiempo, por decirlo así, y no piensa en esto. No ocurre nada para que en su cabeza cristalicen la causa y el efecto, y se vean forzados a adoptar un posicionamiento moral sobre la cuestión, y decir: no podemos desarrollar nuestra sociedad de manera que ponga en peligro a otras especies, que provoque su extinción. Ese es mi posicionamiento moral, que equivale a decir que los otros seres vivos tienen valor en sí mismos, un valor intrínseco independiente del valor de uso que le otorgue la economía. ¡No hay que ser un genio para saberlo! Es por eso que uno encuentra tantas personas que se identifican con el proyecto Dark Mountain. Hay un montón de gente con sentido común que, de una u otra forma, lo sabe.

PK: Creo que eso es verdad. Hasta el más fervoroso entusiasta del desarrollo sabe el precio que se está pagando, aunque le dé lo mismo. Pero también hay que saber qué hacer con ese conocimiento. Puedes tener esa visión del mundo, leer un montón, ver lo que está pasando, pero luego te preguntas ¿y qué hago con todo ello?

DT: Y la respuesta es que estás ante un problema que te afecta y te preocupa, y en ese frente amplio es donde te posicionas. Haz lo que puedas. La gente tiene diferentes habilidades, diferentes capacidades y diferentes recursos. Unos son buenos pensadores, otros saben gestionar un sitio web, a unos se les da bien hacer política, otros pueden utilizar su dinero, algunos tienen capacidad de liderazgo, otros son escritores… todos tienen un espacio en este gran frente, donde puedan aplicar sus habilidades y donde mejor puedan contribuir. Cada uno encuentra y ocupa su lugar. Tienes que ver cuáles son tus capacidades y ponerte en marcha. Pero primero hay que familiarizarse con ese análisis sistémico. Todo el tiempo veo gente que quiere dar el salto a la acción antes de haber cuestionado sus propias suposiciones y de haberse aclarado las ideas. Siempre estoy discutiendo con colegas conservacionistas o ecologistas por ese asunto. Les digo que tienen que reflexionar mucho más si no quieren equivocarse de estrategia. Cuando eres un optimista tecnológico debes empezar preguntándote por qué piensas que cualquier nueva tecnología es en sí misma progresista. Hay que examinar en profundidad la lógica intrínseca de muchas de las mega-tecnologías, pero con esa actitud resulta imposible; si no te paras a pensar antes, vas a cometer todo tipo de errores.

PK: Así es. Yo tengo las mismas discusiones sobre esos gigantescos aerogeneradores instalados en campo abierto, que cuentan con una aceptación incondicional por parte de muchos ecologistas. Ellos piensan en el viento, que se trata de una tecnología renovable, que supone progreso, y que si no te gusta es porque estás a favor de los combustibles fósiles y la energía nuclear. Y ahí están, abogando por la destrucción masiva de paisajes abiertos con la excusa de obtener «energía limpia» para un fin que todavía no han identificado. Y esgrimen argumentos espurios, te dicen «pero si son hermosas, son elegantísimas. Tienes que aprender a quererlas. Mi corazón late con fuerza cada vez que veo una turbina de 150 m en lo alto de una montaña». Y ese es el ecologismo mayoritario hoy en día, y si estás en contra eres un reaccionario y un romántico. Resulta asombrosa la manera tan rápida e incuestionada como ha ocurrido esto; es sorprendente cómo, para apoyar este caso, se ha trasladado a la discusión el relato progresista que el ecologismo solía desafiar.

DT: Ya lo creo. He tenido miles de discusiones como esa. ¿Sabes lo que yo les digo? En primer lugar, que es importante desarrollar un sentido estético y hacer juicios estéticos. Luego les pregunto: cuando estás ante una de esas gigantescas torres con enormes cuchillas giratorias, ¿qué es lo que ves, qué significado tiene para ti? Respuesta: ¿qué tratas de insinuar?, parece una pregunta con segundas. Y continuo: te diré qué es lo que yo veo y después me cuentas lo que ves tú. Cuando miro una de esas gigantescas turbinas veo el símbolo de la cultura tecnoindustrial. Veo la expresión contemporánea de la Ilustración, de la lógica cartesiana, de la revolución científica, seguida de la industrial y la de la información. Está todo representado ahí, como si fuera un logotipo. Lo veo como la iconografía de todo eso. Se puede retroceder y observar en qué ha derivado esa visión el mundo a lo largo de los últimos cinco siglos. ¿El resultado? El calentamiento global. La lógica que ha levantado esos molinos de viento es la misma lógica que ha causado el cambio climático. Imagina por un momento, retrocede e imagina alterar el clima. Ese es el
resultado de la cultura tecno-industrial que simbolizan esas enormes turbinas. Para producir una hace falta desplegar toda esa cultura tecno-industrial: minería, industria de la aleación, equipos informáticos, todo el andamiaje civilizatorio. La estructura que sostiene y configura la civilización está destrozando el mundo. Eso es lo que veo cuando miro tus molinos de viento en lo alto de la montaña. Y ese es el motivo por el que no me parecen deseables.

PK: Y entonces se quedan callados.

DT: Bueno, si consigues expresarte así de bien y si ellos están dispuestos a escucharte, entonces puedes añadir: no pretendo ofenderte ni insultarte, pero hay toda una serie de cuestiones que no te has planteado y que deberías analizar. Y cuando lo hagas, creo que no juzgarás esos molinos de la misma manera que lo has hecho hasta ahora. Y ese proceso, ese pequeño ejercicio, puedes repetirlo con otro montón de cosas. ¿Ves ese teléfono móvil que tienes en la mano? No parece algo bueno. Simboliza el inmenso andamiaje de la civilización que está destruyendo la naturaleza. Y no deberíamos valorarlo favorablemente, tampoco al resto de íconos de una civilización que hace eso, y que yo encuentro representados en cosas tales como los grandes aerogeneradores, el teléfono móvil, el ordenador portátil o cualquier cosa desde los motores de combustión hasta los agroquímicos. Básicamente, esta es una crítica tecnológica, y tienes que hacerla y entender lo que eso significa. Tienes que conocer mejor la naturaleza autónoma de la tecnología, y
como activista transferir ese conocimiento a la sociedad y a la cultura. Tienes que saber que las tecnologías que utilizas determinan un tipo de sociedad. Quiero decir, mira todos esos niños que caminan con el teléfono móvil en la mano, mirando su pequeña pantalla, ajenos a todo lo demás. Llevan la cabeza gacha, han perdido el rumbo, se han desconectado a sí mismos del mundo real y enchufado al virtual. Solía tener estas discusiones con mi viejo amigo Steve Jobs, el tipo de Apple, y se enojaba muchísimo.

PK: ¡Apuesto a que sí!

DT: Era como decirle a un católico que Dios no existe.

PK: ¿Y cómo respondía a tu crítica? Seguro que tenía argumentos para rebatirte.

DT: No, no podía y se enfurecía. Solía decirle, Steve, esos ordenadores que inventas están destruyendo el mundo. Son aparatos de aceleración, se mueven a la velocidad de la luz, aceleran y amplían la producción y la actividad económica, le reprendía a menudo. Unos 25 años atrás hizo aquella campaña gigantesca de «las 1001 cosas que el ordenador personal podía hacer», y por supuesto todas ellas eran estupendas, no podías impugnarlas. Pero solo suponían alrededor del 5% de lo que realmente hacía el maldito ordenador. El otro 95% lo dejó fuera, y tenía que ver con la extraordinaria aceleración de la conversión de la naturaleza a la cultura humana. Los océanos, el agua potable, el suelo, el aire limpio y los bosques: esos cinco elementos principales de la vida estaban transformándose cada vez más rápido –cinco veces más rápido, diez veces más rápido, cien veces más rápido– debido a la velocidad a la que los ordenadores estaban intensificando la actividad económica. Solía decirle: no me vengas con esa mierda sobre todas las cosas maravillosas que hacen tus máquinas, no es más que la guinda de un pastel asqueroso. Y él se mosqueaba, por supuesto, Steve estaba casado con su visión de que toda la tecnología que él había concebido era el camino al paraíso. Hablábamos antes de la generación que está creciendo embutida en todo esto; esta es su epistemología. Se trata del mundo en el que nacieron, se va a liar una buena al intentar sacarlos de ahí. Nadie en la tecnosfera menciona los peligros de esa tecnosfera, por supuesto. Todavía no entendemos la naturaleza autónoma de la tecnología. Una vez que te enchufas no puedes desenchufarte. Y no puedes examinarte a ti mismo porque estás incrustado en la tecnosfera sin poder salir. Nuestros contemporáneos están nadando en el medio tecnológico sin ser conscientes de ello, como peces que ignoran que están en el agua. No voy a hacer predicciones. Es cierto que los luditas fueron aplastados, pero hay un movimiento en marcha que no trata de desafiar a la tecnología en sí misma sino al sistema global dominante en el que todos estamos atrapados. Es lo que habéis detectado con el proyecto Dark Mountain. Mucha gente, en muchos lugares diferentes está llegando a conclusiones parecidas sin haber hablado entre ellos. Y en todas partes del mundo están llegando a ellas simplemente viendo y observando lo que ocurre a su alrededor. Son observadores atentos. Y no abundan los observadores atentos: uno o dos de cada cien. Pero cada vez hay más, y representan un buen número cuando los sumas todos. Y ahora tenemos Occupy Wall Street, los indignados en España y movimientos similares en otros lugares que están llegando a las mismas conclusiones sobre el sistema financiero. La riqueza está cada vez más concentrada en la parte más alta de la llamada escalera social, la desigualdad sigue aumentando y no podemos olvidar lo que hemos estado hablando esta noche sobre la destrucción de la naturaleza. Todo está en ebullición.
La gente de Dark Mountain es capaz de verlo de manera integral. El movimiento Occupy lo expresa de un modo más limitado, pero está ocurriendo en todas partes bajo distintas formas. En este momento se trata de una pequeña base, pero es el movimiento social que más rápido está creciendo en su conjunto. Si se analiza con detenimiento, resulta inevitable. Ahí fuera sucede algo, podemos ver sus tenues contornos, pero aún es confuso y no tiene una forma bien definida. Es como estar mar adentro y adivinar algo a lo lejos, como avistar tierra, no podemos verla bien, apenas asoma en el horizonte. Ese es el momento en el que estamos ahora, o así me siento.

[1] La capital de la comuna chilena del mismo nombre, en la Región de Los Lagos, junto al Parque Pumalín, que tiene unos 6000 habitantes. (N. d. T.)

[2] La calle londinense donde solían tener sus oficinas muchos periódicos. (N. d. T.)

[3] Nassim Nicholas Taleb. El cisne negro. Sobre el impacto de lo altamente improbable. Barcelona: Paidós,
2008. (N. d. T.)