Ética de la vida, ecologismo y cambio cultural, un mandato originario y regional para la EA

Pablo Sessano

 

La Educación Ambiental (EA) ha sido, prácticamente desde la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Humano, conocida como Conferencia de Estocolmo, en que fue enunciada por vez primera, un campo problemático, en tanto por un lado se resiste a ser definitivamente conceptualizada, por lo cual y por otro lado, su inscripción en los discursos y proyectos ideológico-políticos y regionales que disputan el sentido del presente y el futuro civilizatorios, ha sido también controvertido. Mucho se ha escrito sobre esta cuestión y otras tantas reuniones internacionales han contribuido a darle a la EA un cierto horizonte compartible globalmente basado en la presunta conciencia internacional de que solo un mundo ambientalmente preservado y socialmente solidario, (lo que se ha sintetizado en el concepto de sustentabilidad)  será capaz de seguir albergando a la especie y a la vida en general, dotando a la EA del mandato implícito de servir a la finalidad de garantizar o al menos contribuir a la sustentabilidad. Sin embargo esa conciencia, que debería traducirse en el cumplimiento efectivo de unos pocos pero imperativos principios éticos compartidos, como los que resume la Carta de la Tierra o recoge más recientemente y con urgencia la Encíclica Laudato  sí, se traduce en cambio, en diferentes estrategias que desde interpretaciones incluso contradictorias de lo que sería la mentada sustentabilidad, diferentes poderes e intereses sociales y mundiales con base en tradiciones ideológicas igualmente diferentes, accionan para adaptar el objetivo común a sus propios intereses, en lugar de estos a aquel, creando en torno a la sustentabilidad, y a los problemas que esta conlleva para el presente y futuro de la civilización humana y la propia vida en el planeta, en lugar de un campo de acuerdo de éticas mínimas, uno de debate de intereses irreductibles, lo que demuestra la debilidad ética de la sociedad humana, especialmente de los sectores que la historia a ubicado en el poder y que ha criticado certeramente la citada Encíclica. La EA no es ajena a esta controversia y refleja ella también sutiles matices, no por ello poco relevantes, configurando estrategias bien diferentes según sea quien la proponga.

Una cosa es cierta, la EA que hoy necesitamos practicar los pueblos latinoamericanos es bien diferente de la que nos proponen desde la lógica educativa y ambientalista mundializada. También en este segmento de la cuestión ha habido debates, construcciones y controversias. América latina tiene en sus culturas ancestrales, pero también en parte de las inmigrantes, una tradición de pensamiento íntima y primigéniamente vinculado a la tierra y a la lucha social que han sido -desde el triunfo de la conquista y con ella la instalación hegemónica de una concepción de mundo- un componente permanente de todo presente. Allí también hay elementos, tal vez mejores incluso, para una ética mínima sobre la cual reconstruir el contrato social como contrato natural según la expresión de M. Serres, en su obra homónima, que reprograme la cultura hacia una sustentabilidad bien entendida como cultura de la vida.

Se trata pues de una revolución cultural. Encaminar la EA en este sendero supone hoy al menos dos posicionamientos, uno en el campo del ecologismo en tanto ideología, y otro en el campo de la educación en tanto instrumento propiciador de cultura y herencia, asociado a aquel. Me animaría a decir que adolecen mutuamente uno del otro. Lo que equivaldría a decir que no hemos construido un proyecto cultural y educativo ecologista.

Incluso parecería que aún confiamos en que la educación moderna hegemónica, y la escuela su institución paradigmática, que ha operado como instrumento disciplinador de mentes y cuerpos, modelador de sujetos para el servicio de una sociedad que se niega a sí misma, niega su misma naturaleza y se somete al designio autodestructivo a que su propia creatividad desorientada y huérfana de ética, la condena, podrá contribuir al cambio sustancial.

Como supo decir Ivan Illich: Sustituir el despertar del saber por el de la educación es ahogar el poeta en el hombre, es congelar su poder de dar sentido al mundo.

El cambio cultural que ha de propiciarse mediante la Educación Ambiental tiene que ver con esto.