Leve, moderado, severo, grave, son términos usuales en la clasificación de la erosión. En su momento, fueron la clasificación propuesta por la FAO. A los fines prácticos, no son más que rótulos para designar una fracción del total de las muestras que presenta determinadas características. Por ejemplo, en el trabajo de Michelena et al (1989), que por otra parte es uno de los trabajos precursores realizados en relación a la degradación de la Pampa ondulada, podemos ver que para clasificar las mediciones de erosión hídrica de los suelos que estudiaron los autores adoptan la siguiente denominación:
Denominación | Pérdida del horizonte A |
Ligera | menos de 5 cm o menos del 25% |
Moderada | de 5 a 10 cm o del 25 al 50 % |
Severa | 10-20 cm o más del 50 % |
Grave | más de 20 cm o 100 % |
Podrían haber adoptado como denominaciones “A”, “B”, “C” y “D”, o también “Blanco”, “Gris claro”, “Gris oscuro”, “Negro”, y lo mismo habrían servido para designar las categorías en que las muestras debían ser clasificadas. Los resultados del trabajo, o sus conclusiones no hubieran cambiado. Las muestras con una pérdida de horizonte A de entre 10 a 20 cm serían clasificadas como con erosión “Severa”, o “C”, o “Gris oscuro”, y eso no cambiaría el hecho de que esa muestra en particular mostrara una pérdida casi completa o total del horizonte A. Cabe aclarar que la superficie afectada por pérdida moderada y severa (de 5 a 20 cm de horizonte A) en la región estudiada por los autores corresponde al 32 % del área, aproximadamente 1.280.000 ha., con zonas de mayor pendiente donde la pérdida del horizonte A es total. Recordemos aquí que el horizonte A es la capa fértil del suelo, que concentra la mayor parte de la materia orgánica joven, los nutrientes, el humus y la biodiversidad, y que en gran parte de los suelos tiene aproximadamente ese espesor.
Lo mismo ocurre cuando los autores clasifican la erosión hídrica actual de cada lote muestreado, también usando las denominaciones propuestas por la FAO:
Denominación | Tasa de erosión (T/ha/año) |
Nula a muy ligera | menos de 5 |
Ligera | de 5 a 20 |
Moderada | de 20 a 50 |
Alta | de 50 a 200 |
Muy alta | más de 200 |
Un lote que pierde 50 toneladas de suelo por hectárea por año tiene una tasa de erosión hídrica moderada, según se la denomina en esta clasificación. La palabra “moderada” podría ser “C”, “gris” o cualquier otra palabra que oficie de rótulo para la categoría según la cual se pierden entre 20 y 50 toneladas de suelo por hectárea por año.
Ahora imaginemos qué significa esta magnitud. Un camión volcador común puede cargar 12 toneladas de tierra. Supongamos un campo de 100 hectáreas con una tasa de erosión “moderada” de 50 toneladas de tierra por hectárea por año. Esto significa que el agua (en este caso se trata de erosión hídrica) se lleva por año tierra del campo que es equivalente a la carga de 416 camiones volcadores.
Debemos comprender, sin embargo, que estos términos usados como rótulos en el contexto de una clasificación técnica, tienen sin embargo un valor muy diferente en el contexto del lenguaje cotidiano. “Moderada” en los términos de la clasificación, toma la acepción de “en el medio entre dos extremos”, lo que puede ser perfectamente aceptable y cuya connotación no nos interesa debido a que sólo es un “rótulo” que designa una categoría. Pero en el contexto del leguaje, “moderado” es usado a menudo para designar a aquel que escapa de los extremos, en un sentido que tiene más que ver con “equilibrio”, “ecuanimidad”, “mesura”, “templanza”. “Moderado” es un término que en general tiene connotaciones positivas, y suele expresar más una virtud que un defecto.
“Dios mío. El lenguaje es un piojoso invento, ¿no es así?” se preguntaba Bateson (1991) durante una conferencia en 1975, en la cual volvía al tema siempre presente en su literatura sobre la diferencia entre los nombres y las cosas, y de cómo dar nombres a procesos a menudo los “cosifica” y los ubica de un solo lado de las partes que interactúan. La palabra “erosión” puede volcar nuestro parecer hacia la tierra que la sufre, pero representaríamos mejor lo que ocurre si pensamos en “procesos erosivos” donde tanto la tierra como el agricultor son parte de un sistema que a través de la historia de interacciones mutuas produce una pérdida significativa de tierra fértil y una pérdida de la capacidad futura de ejercer la agricultura. En este sistema, además, el agricultor pone en juego todo un conjunto de creencias sobre la tierra, la naturaleza, la sociedad, la tecnología, la economía, que se despliegan en la relación tierra-agricultor, y que desembocan en un proceso que es erosivo para ambos.
¿Cuál es el valor del rótulo denominativo “moderada” en la clasificación de la erosión, cuando es interpretado en el contexto del lenguaje cotidiano? Digamos, cuando esa palabra se filtra en un artículo periodístico que por cuestiones de espacio disponible debe resumir la información tomando el rótulo en lugar de los valores que designa. Aquí, la palabra “moderada” puede significar algo muy distinto de lo que significa la expresión “416 camiones volcadores”. Y la palabra “severa” quizá esté lejos de significar en el lector la “pérdida de 20 cm. de horizonte A”, algo que en términos de formación de suelo puede significar algo así como un proceso que llevó entre 10.000 y 15.000 años.
Quizá deberíamos cambiar de rótulos para que el “nombre” del proceso tenga alguna relación más formal con lo que designa. Supongamos, podríamos usar el logaritmo en base 10 para designar los años que le llevó a la evolución del suelo formar lo que se está perdiendo de la capa A. Así, la pérdida de 1 cm. de suelo fértil, que suponemos demanda en promedio unos 100 años de proceso de formación, podría designarse con:
Log 100 = 2
Y en ese caso, seguramente, el número 2 representaría un buen descriptor de la situación de ese suelo. Si, en cambio, la pérdida fuera de 10 cm, lo que podría llevar alrededor de 1.000 años de formación, entonces tendríamos que:
Log 1.000 = 3
Pero la diferencia entre ambos números significaría algo muy diferente a la resta 3-2=1. La diferencia entre ambos descriptores sería quizá la que existe entre los términos “preocupante” y “escandaloso”, o entre “reversible” o “irreversible”. En el sentido de nuestra descripción del proceso, la diferencia entre 3 y 2 es sustractiva, pero no en términos aritméticos, sino en términos de la pérdida que se produjo en el “proceso de pérdida de horizonte A” en el sistema formado por el agricultor y la tierra, como producto de la historia de su interacción. Ambas partes de la relación ven sustraída una indeterminada pero decisiva porción de su futuro. En otras palabras, lo que espera tanto al agricultor como a la tierra es un porvenir paupérrimo, una relación que puede devenir “no relación”.
También podríamos, para la pérdida de horizonte A, denominar nuestras categorías como sigue:
Denominación | Pérdida del horizonte A |
Ingenua | menos de 5 cm o menos del 25% |
Pícara | de 5 a 10 cm o del 25 al 50 % |
Criminal | 10-20 cm o más del 50 % |
Genocida | más de 20 cm o 100 % |
Con esta denominación, la que en nuestro ejemplo era una pérdida “Severa” (de entre 10 y 20 cm. de horizonte A), ahora sería “Criminal”. Esta forma de denominar técnicamente: ¿Brindaría información adicional sobre la forma que toma la relación tierra-agricultor? ¿Permitiría construir un sistema de valores más apropiado para calificar cómo funciona el sistema tierra-agricultor? ¿Nos diría algo sobre el futuro de ese sistema? ¿Sería representativa del sistema de creencias del agricultor? ¿Qué significaría para un lector no técnico una pérdida “genocida” de horizonte A?
A los fines descriptivos, y tratando de que los nombres de los procesos intenten ser una representación menos tosca del proceso, también podríamos inventar un “equivalente camión” para designar la erosión, como se usa el CV (caballo vapor) como equivalente de la potencia. Podríamos decir por ejemplo que “5” es el grado de erosión de un lote que tiene una pérdida anual de suelo equivalente a la carga de 5 camiones volcadores por hectárea por año. Quizá sea una denominación más adecuada para designar el proceso erosivo que las palabras “ligera” o “moderada”.
Lo cierto es que a los fines comunicativos, “5 camiones” o “Criminal” quizá sean expresiones más representativas que “Moderada” y “Severa”, especialmente en contextos comunicativos que están fuera del ámbito técnico. Evidentemente, los científicos no confunden el significado del término “moderada” dentro de su clasificación con el significado en el contexto del lenguaje cotidiano. Ellos saben que es un rótulo, y saben lo que representa. El problema aparece, como dijimos, cuando cambia el contexto en el que se usa y “moderada” pasa a ser valorada socialmente con su significado cotidiano, durante la lectura de un texto de divulgación no técnico. La valoración social puede imponer un significado abismalmente separado del significado del “rótulo” técnico.
Ahora cambiemos un poco de ejemplo, aunque no de tema. Cuando observamos la imagen que representa la desertificación en la provincia de Santa Cruz, entendemos que el rojo es más grave que anaranjado, y éste que el amarillo, y éste que el verde. El rojo es erosión muy grave (desertificado), el anaranjado es grave (casi desertificado). Entre ambos suman el 38,4 % de la superficie provincial. Si le sumamos el amarillo (desertificación media a grave) totalizamos el 73,3 % de la provincia con problemas de desertificación de muy difíciles a imposibles de solucionar.
Imaginemos que la imagen, en lugar de ser un mapa de la desertificación en Santa Cruz, es una radiografía de nuestro pulmón. Ya nos estamos imaginando lo que significan las áreas rojas…. Cuando el médico, al ver la radiografía y sin girar la cabeza, pregunta: ¿Usted fuma, verdad?, comienza a corrernos un escalofrío. En verdad, no necesitamos que el rojo ocupe sólo un 12 % para preocuparnos. Estaríamos más tranquilos si directamente no hubiera rojo. Un solo punto rojo sería quizá una de las peores noticias de nuestra vida.
Pero volvamos a Santa Cruz. ¿Qué significan el rojo, el anaranjado, y hasta el amarillo? ¿Por qué estos colores, cuyo significado se conoce hace décadas, no lograron “disparar” una terapéutica adecuada y urgente? ¿Qué mitigación ideológica opera en nuestra comprensión para no advertir la gravedad de nuestro “enfermo”? ¿Cómo es que no buscamos desesperadamente una “cura”?
Aquí podríamos redefinir nuestro sistema anterior y traducirlo como tierra-pastor ovejero (quizá a algunos miembros de la sociedad rural argentina les parezca despectivo llamarlos pastores). Evidentemente, la desertificación es el resultado de lo que llamaríamos “proceso desertificante” que ocurre en la historia de la relación entre los pastores ovejeros y la estepa patagónica. “La producción ganadera ovina es una de las principales actividades humanas en los ecosistemas áridos y semiáridos de Patagonia. Uno de los mayores problemas que enfrenta esta actividad pecuaria es el avance de la desertificación en gran parte de la región, debido principalmente al sobrepastoreo, que ha provocado un severo deterioro de la vegetación y del suelo” escribió alguna vez el experto Alberto Soriano.
Si no reaccionamos frente al diagnóstico de este “proceso desertificante” es porque, como en el “proceso erosivo” anterior, nos volcamos a ver sólo aquello que queda representado en el mapa, como si la desertificación fuera algo relativo solamente a la pérdida de vegetación y suelos de la patagonia. Estamos de alguna manera incapacitados de asumir que el “proceso desertificante” es el resultado de la historia de la relación entre el pastor y la estepa como integrantes de un sistema que los vincula, y que el “proceso desertificante” ocurre en todo el sistema, es decir, en la estepa, pero también en el pastor. No sólo se desertifica el suelo patagónico, también se desertifica la ganadería ovina. En otras palabras, describimos y actuamos como si la estepa estuviera “afuera” del sistema estepa-pastor, o como si el pastor no estuviera incluido.
También debemos considerar aquí que el pastor, al igual que el agricultor de la pampa ondulada, pone en juego un sistema de creencias posiblemente heredado de sus antepasados extracontinentales, que quizá resultaba funcional en otro tipo de ambiente, y quizá fue el reflejo de una relación tierra-pastor virtuosa e integrada por siglos. Lo que las áreas rojas nos están diciendo, es que definitivamente ese sistema de creencias trasladado a la estepa no refleja una relación virtuosa ni integrada, sino que contribuye a generar un “proceso desertificante” en la historia de la relación.
Evidentemente, a los fines ecológicos, la estepa es el pulmón de Santa Cruz (también sus bosques, por supuesto). El rojo del mapa es una pésima noticia, y el anaranjado, y el amarillo. La palabra “metástasis” es suficiente descripción, no sólo para la estepa y sus suelos, sino para todos los pastores santacruceños.
“Metástasis” nos describe un proceso irreversible y triste. Pero así es el “proceso desertificante” en la patagonia, un proceso histórico que involucra varias generaciones actuando bajo un sistema de creencias en una relación con el suelo que inicialmente pudo producir algunas ganancias monetarias temporales, pero a costa de una metástasis futura.
Tenemos relaciones tierra-agricultor, o pastor-estepa, tenemos sistemas de creencias erosivos y desertificantes, tenemos “equivalentes camión” para medir la erosión hídrica, y podríamos extender estas consideraciones a los nutrientes del suelo, a la materia orgánica, a las propiedades físicas o químicas de la tierra, y podríamos extender nuestro ejercicio a lo largo de años o décadas. Podemos llamar “moderada” o “genocida” a una cantidad determinada. Podemos dar diferentes nombres, como para que pique menos nuestro “piojoso” lenguaje. Lo cierto es que en cada instante una semilla está germinando y un embrión humano se está diferenciando en el útero de su madre, y que ambos se verán cara a cara algún día. ¿Tendrán en ese momento la posibilidad de establecer una relación distinta a las mencionadas? ¿Qué ideas pondrán a jugar en su historia de relación mutua? ¿Qué palabras elegirán para construir las descripciones de su mundo?
REFERENCIAS
Michelena, R., C. Irurtia, F. Vabruska, L. Mon, A. Pittaluga. 1989. Degradación de los suelos en el norte de la Región Pampeana. Proyecto de Agricultura conservacionista. EEA Pergamino. INTA Pergamino. Publicación Técnica Nº 6.
Bateson, G. 1991. Una unidad sagrada, pasos ulteriores hacia una ecología de la mente. Gedisa Editorial, Barcelona.
Del Valle, HF; NO Elissalde; DA Gagliardini & J Milovich. 1997. Distribución y cartografía de la desertificación en la región de Patagonia. RIA 28: 1-24.
Soriano, A. y Movia, C. P. 1986. Erosión y desertización en Patagonia. Interciencia 11(2):44-53.