Marcelo VIÑAS

INTRODUCCIÓN

Este trabajo pretende ser una síntesis de los problemas que existen en torno a los suelos argentinos que sirva de base para la reflexión sobre esta cuestión ambiental y productiva trascendental, y que proporcione un marco conceptual para fundamentar una Ley de Presupuestos Mínimos sobre el Suelo.

El contexto general está dado por varias situaciones a diferentes escalas. A nivel global, el deterioro de los ecosistemas del planeta y específicamente el deterioro de las tierras aprovechables por la producción agroganadera es de una magnitud que jamás fue alcanzada en la antigüedad y que amenaza la supervivencia de muchas sociedades, a menos que cambiemos la forma de producción.

Según Millennium Ecosystem Assessment (2005) desde 1950 se incorporaron al cultivo más tierras que entre 1700 y 1850. En la actualidad, aproximadamente un 24% de la superficie terrestre ha sido transformada a sistemas de cultivos. La actividad humana produce más nitrógeno – biológicamente utilizable- que lo producido por todos los procesos naturales combinados. Uno de los indicadores que marcan la intensificación agrícola se manifiesta en que desde 1985 se empleó más de la mitad del todo el fertilizante nitrogenado manufacturado desde 1913.

A nivel nacional, la mayor parte de las tierras agropecuarias argentinas muestra una creciente degradación y en algunos casos pérdidas totales por desertificación. El 75 % del territorio nacional está ocupado por zonas áridas y semiáridas de bajo potencial productivo y sometidas a crecientes problemas de erosión (PAN, 1998).

La mayor parte de la producción agropecuaria está concentrada en la región Pampeana y en algunos sectores extra-pampeanos ecológicamente vulnerables. El perfil agro-exportador de nuestro país, intensificado en los últimos 15 años, significa una enorme presión productiva sobre los suelos más aptos, que luego de décadas de manejo inadecuado, están subsidiando al total de las exportaciones argentinas perdiendo su fertilidad de manera alarmante (Cruzate y Casas, 2012). El avance de la agricultura hacia zonas marginales y de alta vulnerabilidad implica la eliminación de bosques protectores cuyos suelos están mostrando signos acelerados de degradación y erosión aunque su transformación agroganadera haya sido reciente.

El suelo está en la base de toda la producción agropecuaria argentina. Su conservación y restauración es de importancia estratégica, no sólo por los aspectos relacionados a la economía, sino por la misma posibilidad de sostener la seguridad y soberanía nacionales en función de la seguridad y soberanía alimentarias.

Durante miles de años, el ser humano dependió de sistemas de agricultura sostenible para su supervivencia. En la actualidad, el ritmo de crecimiento poblacional humano y la disminución de las tierras fértiles y de los recursos de energía fósil representan problemas acuciantes que implican adoptar sistemas agrícolas no industriales (Pimentel y Pimentel, 2001). Esto depende en gran medida de que seamos capaces de cambiar la forma en que pensamos la producción de alimentos.

En este sentido, las maneras planteadas de producir, y que los marcos legales existentes son ambos inadecuados para garantizar la sustentabilidad en el uso de los suelos. Esto es evidente al analizar la documentación técnica existente en todos los ámbitos productivos en cuanto al estado de degradación de los suelos, a las negligencias en cuanto a su vocación de uso, y a la forma en que actualmente se produce.

A todas vistas es evidente y concluyente que las aspiraciones de sustentabilidad en la producción agropecuaria argentina son una ilusión. En función de la política actual de intensificación en la producción de commodities y materias primas para exportación, aún considerando un aumento en el valor agregado, estas medidas, bajo los planteos productivos actualmente generalizados, y considerando que la ausencia del estado (en la regulación, control, bonificación o penalización sobre lo que se produce, dónde se produce, de qué manera se produce, con qué planificación se produce, ignorando la aptitud del ambiente y la integridad productiva del suelo), significan el sacrificio del principal capital natural de nuestro país, y una violación manifiesta al artículo 14 de la Constitución Nacional en lo referido a los derechos ciudadanos a un ambiente sano, especialmente si consideramos los ciudadanos que todavía no nacieron. Lo peor de esta situación es que la insustentabilidad ambiental inherente a los sistemas productivos agroganaderos mayoritarios de nuestro país casi no es cuestionada en ámbitos sociales y políticos. Las discusiones en torno a la tierra agrícola expresan desacuerdos en la distribución de la renta, en el régimen de tenencia, en los conflictos entre bienes públicos y propiedad privada, en los riesgos sanitarios derivados del uso de plaguicidas, etc. Los aspectos relacionados a la profunda degradación de nuestros suelos permanecen invisibilizados en la bruma de discursos económicos, políticos y sociales, lo cual pone de manifiesto que los valores culturales puestos en práctica en la producción en sí misma no son un motivo de preocupación social.

La imposibilidad de alcanzar la sustentabilidad, más que apoyarse sobre las dificultades de la coyuntura económica local, regional e internacional, parece fundamentarse en un sistema ideológico que no reconoce límites biofísicos al crecimiento económico, y que es característico de nuestra cultura. Las ideologías (creencias socialmente compartidas por un grupo) anteceden las relaciones económicas, políticas y sociales, la creación de instituciones y organizaciones. Las instituciones del mundo moderno/posmoderno responden a una ideología que fue construida sin un sentido de los límites del mundo y de los sistemas sociales. Para explicitar la ideología de lo ilimitado es necesario explorar el pensamiento social que imposibilita pensar en los límites ecológicos y energéticos de la biosfera y de la sociedad (Páez, 2004). Una sociedad que persigue una economía sin límites encuentra su límite en la imposibilidad de producir y sobrevivir en un suelo profundamente degradado.

Este trabajo se nutre de una buena cantidad de información edafológica, pero no pretende ser un trabajo sobre edafología. Los datos técnicos, que no están incluidos de manera exhaustiva sino como un resumen de la situación, sirven para traer precisión en el contexto del diagnóstico. Pero entendemos que el problema de los suelos de nuestro país requiere una aproximación amplia, enriquecida con el aporte de distintas visiones, muchas de las cuales escapan a la literatura edafológica.

Consideramos que la conservación de los suelos es un tema de extrema importancia nacional, estratégico para nuestro futuro como nación, que atraviesa todos los espacios de interés y los abordajes posibles, por lo cual reducirlo a un problema técnico de un área específica del conocimiento sería una torpeza imperdonable, además de una irresponsabilidad. Creemos que gran parte de los problemas de nuestros suelos se deben a que pusimos su manejo en manos de expertos, bajo una ciencia cada vez más dogmática, y condicionando sus resultados en un contexto sólo económico. Es el contexto lo que otorga el significado, y en este sentido, en el presente trabajo intentamos describir el contexto actual de uso del suelo para definir sus patologías, proponer herramientas conceptuales para analizarlos y finalmente señalar algunos aportes que permitan avanzar en la construcción de un nuevo marco conceptual para el uso del suelo en nuestro país.

Es imperativo que la sociedad en su conjunto comprenda que nuestro destino está inevitablemente ligado al destino de nuestros suelos. Es fundamental que se comprenda que los factores que están mellando la capacidad de recuperación de los suelos de los problemas de degradación que vienen sufriendo desde hace décadas se deben en gran parte a que fueron y son tratados desde una visión económica extraordinariamente estrecha. Si no logramos comprender que las metas de crecimiento económico no pueden fundarse sobre la degradación de los suelos y en general de los ecosistemas, no podemos esperar un futuro auspicioso, por más que nuestros discursos empleen un lenguaje ambientalizado y que invoquemos la sustentabilidad como un mantra mágico para defender o promocionar cualquier actividad insustentable.

Prácticamente no existe manifestación verbal o escrita que no mencione el término “sustentabilidad”. Normalmente se asume que la sustentabilidad debe ser productiva, ambiental, social y económica. Más allá de los múltiples significados atribuidos al término, discutidos por Naredo (1997) y desarrollados entre otros por Gudynas (2002), aquí vamos a considerar como de índole superior la sustentabilidad ambiental, ya que no existe posibilidad de sostener en el tiempo, y de cumplir con el mandato de la intergeneracionalidad, cualquier producción que degrade el ambiente sobre el cual se produce. Por otra parte, consideramos a la sociedad como dentro del ambiente, por lo cual la sustentabilidad social es inherente a la sustentabilidad ambiental. En cuanto a la economía, consideramos que el abuso del término lleva a emplear “sustentabilidad” como sinónimo de “rentabilidad”, desnaturalizando el concepto. En este trabajo consideramos a la economía como la encargada de la administración de los recursos, y en ese contexto, no es su función ser sustentable, sino administrar las posibilidades productivas dentro del marco dado por la sustentabilidad ambiental. A partir de aquí, salvo en casos que serán aclarados, usaremos el término sustentabilidad como sinónimo de sustentabilidad ambiental, entendiendo que así definido no estamos cometiendo malentendidos lógicos, ni estamos apelando innecesariamente a nuevos términos.

Este trabajo es un borrador en avance, que espera nutrirse con el aporte de nuevos lectores y nuevas miradas, siempre tendiendo a comprender de la manera más amplia posible la relación que establecemos con nuestros suelos, para de esa manera crear el cimiento para una ley general de presupuestos mínimos de uso y manejo del suelo, en el convencimiento de que: una nación que destruye su suelo se destruye a si misma, por lo que la conservación de los suelos hace a la soberanía nacional (Casas, 1998).

EL SUELO Y LA FERTILIDAD

El suelo es, por lejos, la parte con más vida y diversidad de la biosfera. Funciona como una membrana de intercambio entre los componentes vivos de la biosfera y los componentes no vivos de la lito-hidrosfera y la atmósfera. Es el ecosistema más diverso e importante del planeta. En él persisten en paralelo la miríada de procesos biofísicos y bioquímicos necesaria para sostener todos los otros niveles tróficos de la biosfera. Aunque para la mayoría de la gente el suelo sea invisible y, por tanto, indestructible, es un sistema completo y complejo cuya importancia se debe al menos a siete razones (Maser, 2009):

  1. es la base de la vida, el escenario que sostiene físicamente y nutre todas las acciones humanas;
  2. desempeña un rol central en la descomposición de la materia orgánica muerta y su transformación a potenciales nutrientes;
  3. almacena elementos que, en la proporción y disponibilidad apropiadas, actúan como nutrientes para las plantas que crecen en él;
  4. protege las semillas y provee el soporte físico para su germinación y enraizamiento;
  5. es la nursery de las esporas de los microbios, organismos descomponedores y hongos de los cuales depende la vida de las plantas;
  6. los suelos de diferentes tipos, actuando en concierto, desempeñan un rol crítico en la regulación de los mayores ciclos de elementos de la Tierra (los del carbono, nitrógeno, azufre, etcétera);
  7. almacena y purifica el agua.

Cuando se contaminan en forma directa o indirecta los suelos o se induce su degradación, se aumenta la fragilidad de todos los ecosistemas de la biosfera, ya que es la salud del suelo lo que permite su desarrollo, no la mera presencia del suelo.

El funcionamiento del suelo depende de lazos retroalimentados y mutuamente reforzados, según los cuales sus organismos generan las condiciones que las plantas necesitan para crecer y, a su vez, las plantas y las comunidades asociadas proveen materia y energía en forma de material orgánico, que selecciona y estructura las comunidades de organismos del suelo. Uno influye sobre el otro, y ambos determinan el desarrollo y la salud del suelo. La cadena trófica del suelo es el principal indicador de la salud de un ecosistema terrestre.

Aunque la protección del suelo y su fertilidad pueda ser justificada en términos económicos, el grado de nuestra conexión con el suelo como seres humanos escapa a la mayoría de las personas. Esto se debe, entre otras cosas, a que el pensamiento económico lineal tradicional trata con productos básicos tangibles de corto plazo, tales como los cultivos de granos o legumbres, más que con otros valores intangibles de largo plazo, tales como la futura prosperidad de nuestros hijos. Es preciso comenzar a ver que el sistema económico lineal tradicional no puede sostenerse, considerando que la tierra fértil como ecosistema tiene una capacidad de carga biofísica limitada.

Uno de los primeros pasos hacia la protección de la fertilidad de los suelos es preguntarse cómo las diferentes maneras con que el ser humano trata a un ecosistema afectan su productividad en el largo plazo, particularmente la del propio suelo. A su vez, entender los efectos de largo plazo de las actividades humanas requiere conocer los factores que contribuyen a la estabilidad y productividad de los ecosistemas, tales como diversidad y salud de hábitats. Con este conocimiento, pueden enfocarse los esfuerzos hacia el mantenimiento de la resiliencia en la fertilidad del suelo, la mejor póliza de seguro ecológico para las futuras generaciones.

En este punto, es importante tener en mente que un suelo fértil (así como el agua de buena calidad) es uno de los pilares de la sustentabilidad y de la calidad de vida de una comunidad. Si se destruye la fertilidad del suelo de una comunidad, entonces nada más importará demasiado (Maser, 2009).

La fertilidad es algo que comienza a valorarse cuando comienza a perderse. La naturaleza compleja y diversa de los fenómenos que la producen, sus extendidos y complementarios ciclos de retroalimentación en el interior del suelo y entre éste y los ecosistemas que sostiene, y las características de parte de ellos que los tornan socialmente invisibles, hacen de la fertilidad una propiedad difusa, difícil de aprehender mientras el suelo responde, pero claramente distinguible cuando se va perdiendo.

La pérdida de fertilidad, en términos generales, es el resultado de procesos de degradación del suelo.

LA DEGRADACIÓN DEL SUELO

La degradación del suelo es el resultado de uno o más procesos que ocasionan la pérdida total o parcial de su productividad, afectando las propiedades físicas, químicas y biológicas.

Es difícil efectuar una separación entre los distintos procesos de degradación que puede sufrir el suelo, debido a que están íntimamente relacionados y en permanente evolución en función principalmente de la utilización de la tierra por el hombre (Casas, 1998). El problema de la degradación de los suelos es tan antiguo como la historia de la humanidad. Muchos científicos sostienen que la degradación de suelos por mal manejo de las tierras es la principal causa de la caída y desaparición de grandes civilizaciones en el pasado. Sin embargo en la actualidad la degradación alcanza proporciones enormes y alarmantes no sólo por socavar la capacidad productiva de los ecosistemas, sino por sus efectos en el cambio climático y en la alteración de los ciclos de la materia (López Falcón, 2002).

En relación a los conceptos de suelo y tierra, la tierra representa un concepto más amplio que el suelo (Olson, 1978). La tierra abarca el ambiente natural incluyendo el clima, la topografía, los suelos, los recursos hídricos y la vegetación, todos determinantes del potencial de uso. Por ende, la degradación de la tierra puede incluir la degradación de cada uno de sus componentes. Genéricamente, la degradación de la tierra es la reducción en la capacidad de ésta para producir beneficios considerando un uso particular y bajo una específica forma de manejo (Blaikie y Broofield, 1987, citados por López Falcón, 2002). En cuanto a la degradación del suelo, podemos también afirmar que se encuentra relacionada con algunos de los otros componentes de la tierra, como la vegetación, la topografía y los recursos hídricos.

Otros autores (Kimpe y Warkentin, 1998) plantean que la degradación de la tierra es una disminución en el funcionamiento óptimo de los suelos en los ecosistemas. Los ecosistemas funcionan a través de lo que está sobre y debajo del suelo, y las funciones del suelo son fundamentales para sostener a los ecosistemas. Estas funciones pueden resumirse en:

  • Diversidad de hábitat para la biota
  • Estabilidad del hábitat, potencial de amortiguación contra cambios bruscos
  • Almacenamiento, transformación y transporte en su interior

Los suelos realizan estas funciones a través de distintos procesos ecológicos:

  • Reciclado de nutrientes y carbono, descomposición de materiales tóxicos, meteorización de minerales y liberación de nutrientes.
  • Partición del agua por infiltración y escurrimiento superficial
  • Almacenamiento de nutrientes, agua y aire
  • Amortiguación de temperatura, humedad, concentración de sales y nutrientes
  • Partición de energía

De esta manera, el papel del suelo en los ecosistemas, sean naturales o agroecosistemas, representa una base para evaluar el uso de la tierra, la conservación del suelo, el control de la calidad de agua y otros aspectos relacionados con la calidad de vida de los seres humanos, que dependen del suelo (López Falcón, 2002).

En términos energéticos, el suelo está sujeto naturalmente a la pérdida de energía por distintos procesos (fuerza gravitacional, procesos morfogenéticos, meteorización, etc), y a un aumento de su energía a partir de la transformación de energía solar en biomasa sobre y bajo el suelo, que se traduce en la acumulación carbono orgánico y en su actividad biológica, las cuales lo protegen contra las pérdidas de energía (López Falcón, 2002). Al aumento de entropía resultante de los procesos naturales de pérdida de energía, se antepone un aumento de neguentropía por los procesos resultantes de la vida. La actividad de la vida sobre y bajo la superficie resulta en un mantenimiento de las propiedades del suelo. Aquellas actividades humanas que perturban el suelo y sus mecanismos de protección, destrucción de la vegetación, la pérdida de materia orgánica, etc., están contribuyendo a acelerar su pérdida de energía y por ende contribuyendo a su degradación. La degradación del suelo puede definirse entonces como una pérdida o reducción de la energía del suelo.

La degradación de la tierra implica una serie de componentes interrelacionados, que incluyen al suelo (Douglas, 1994). La manera en que estos componentes interactúan implica que la degradación de uno de ellos puede generar impactos sobre otros, afectando al conjunto. En términos generales, estos componentes son:

  • Degradación del suelo
  • Degradación de la vegetación
  • Degradación del agua
  • Deterioro del clima
  • Pérdida de tierras por desarrollo urbano/industrial

A grandes rasgos, las causas de degradación de los suelos se pueden incluir en las siguientes categorías (tomado parcialmente de López Falcón, 2002):

  • Ocupación del suelo por infraestructura, yacimientos energéticos o mineros, sitios de interés cultural
  • Aporte de contaminantes y/o alteraciones degradantes del suelo y del ambiente generadas por actividades antrópicas de diversa índole (pesticidas, fertilizantes, sedimentos, deshechos animales o industriales, desperdicios domésticos, contaminación atmosférica, destrucción de la capa de ozono, deshechos nucleares, etc.)
  • Sobreexplotación del suelo (agricultura industrial, sobrepastoreo, monocultivo)
  • Pérdida de la cobertura original, sustitución de ecosistemas.

Según Lal (1998) hay dos tipos principales de degradación de suelos: natural y antropogénica. Dentro de la segunda, establece tres mecanismos principales: industrial, urbana y agrícola. A su vez, dentro de la degradación agrícola, el autor distingue tres amplias categorías en virtud de la naturaleza física, química o biológica de la degradación. Aquí trataremos el tema con la siguiente lógica

  • Pérdida de cobertura
    • Deforestación
    • Agricultura
    • Sobrepastoreo
  • Degradación química
    • Pérdida de nutrientes
    • Desbalance químico (acidificación, salinización, contaminación)
  • Degradación física
    • Degradación de la estructura
    • Compactación (aire y agua, enraizamiento)
    • Porosidad, sellado y encostramiento
  • Degradación biológica
    • Materia Orgánica
    • Diversidad biológica
  • Erosión
    • Erosión Hídrica
    • Erosión Eólica
    • Desertificación
  • Pérdida de tierras por desarrollo urbano/industrial

 

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