Marcelo Viñas

Ir a: PUBLICACIÓN

4.3 DEGRADACIÓN FÍSICA

Los suelos son agregados de partículas de distinto tamaño (arena, limo y arcilla) que se aglutinan entre sí por la materia orgánica determinando su estructura. La estructura del suelo influye en el movimiento del agua y del aire, favorece la actividad biológica, el desarrollo de las raíces, la retención de agua y la resistencia a la erosión. La degradación física afecta principalmente a la estructura del suelo, y en general está relacionada con la pérdida de materia orgánica y los sistemas de laboreo. Normalmente se manifiesta en las formas de compactación, sellado, encostramiento y en cambios en la porosidad de los suelos.

La compactación es la compresión del suelo que produce cambios en la densidad, estructura, conductividad térmica e hidráulica y en la transferencia de gases. Esto afecta los balances químicos y biológicos. La compactación disminuye el rendimiento y la calidad de los cultivos, demanda un mayor uso de energía en la labranza. Los suelos compactados con altos contenidos de humedad pueden generar condiciones anaeróbicas que acentúan el riesgo de incremento en las emisiones de N2O (óxido nitroso) y de metano. Se incrementa el riesgo de escurrimiento y erosión por bajas tasas de infiltración. La actividad biológica del suelo, esencial para mantener su calidad, es seriamente afectada por la compactación. La rehabilitación de suelos degradados por compactación puede requerir varias décadas o siglos. Paralelamente se produce el sellado y encostramiento de los suelos, que reducen la porosidad y permeabilidad en la capa superficial (López Falcón, 2002).

En la Argentina, el empleo de tractores más potentes y equipos más pesados permitieron la intensificación de las labrazas, con degradación de la estructura y compactación del suelo (Casas, 1998). La falta de rotación, las pérdidas de materia orgánica, el mal manejo de rastrojos y labranzas produce la compactación, el encostramiento, la reducción de la infiltración de agua de lluvia y el aumento de la erosión hídrica (Michelena et al., 1989).
En el país este proceso degradatorio afecta principalmente a zonas de agricultura intensiva o de rotaciones con fases agrícolas prolongadas. En el sur de Santa Fe, por ejemplo, los problemas de compactación son frecuentemente encontrados en lotes en siembra directa continua bajo esquemas de monocultivo; mientras que lotes en rotación con gramíneas, presentan en general menos incidencia de este problema (Gerster et al, 2002). Además del sur de Santa Fe, otras regiones afectadas por degradación física son amplias áreas de la pampa ondulada (norte de Buenos Aires y sudeste de Córdoba), y la región chaqueña y pampeana semiárida, con suelos limosos y arenosos, respectivamente (Casas, 1998).

4.4 DEGRADACIÓN BIOLÓGICA

La degradación biológica del suelo es frecuentemente referida a tres aspectos: la degradación de la materia orgánica, la pérdida de cobertura vegetal, y la disminución en los organismos del suelo (Steiner, 1996, citado por López Falcón, 2002). La pérdida de cobertura fue tratada antes, por lo cual nos enfocaremos en los otros dos puntos.

Materia orgánica

La materia orgánica es un requisito fundamental para la salud y productividad de los ecosistemas. Es el principal sumidero y fuente de nutrientes. El 95 % del N y S y el 25 % del P se encuentran en la materia orgánica. Tiene importancia en el intercambio iónico, el almacenamiento de la humedad, en la capacidad de infiltración, en la formación de agregados y es el principal sustrato energético para los organismos del suelo. La mayoría de los estudios coinciden en que la materia orgánica (MO) es el principal indicador e indudablemente el que posee una influencia más significativa sobre la calidad del suelo y su productividad. (Quiroga y Bono, 2008). Por otra parte, la materia orgánica es responsable de la sostenibilidad porque hace que los agroecosistemas sean resilientes y elásticos (Doran y Parkin, 1994, citado por López Falcón, 2002).

La pérdida de materia orgánica en los suelos es un proceso que se inicia con la eliminación de la cobertura vegetal. La conversión de tierras naturales a agricultura, lleva a una rápida disminución del C del suelo, con pérdidas de materia orgánica de entre 10 y 55% cuando se incorpora un suelo virgen al uso agrícola. Estas pérdidas pueden darse en períodos de entre dos y cinco años (Frank y Viglizzo, 2010). La agricultura requiere quitar los vegetales y poner a disposición del cultivo el suelo, el agua y la luz. Claro que esto puede hacerse de muchas maneras, algunas de las cuales son más degradantes de la materia orgánica que otras. La llamada labranza convencional (LC), realizada masivamente hasta mediados de la década de 1990, cuando la siembra directa (SD) comenzó a imponerse, es uno de los principales agentes que produjeron erosión, degradación y pérdida de materia orgánica.

El estudio realizado por Michelena et al. (1989) comparó suelos trabajados con agricultura permanente en labranza convencional y otros en rotación agrícola ganadera en la pampa ondulada (las mejores tierras del país) con testigos de tierra virgen en los mismos predios. Los resultados indican en promedio una pérdida de materia orgánica del 40 %, pero en agricultura continua esta pérdida fue del 47 %. Una buena parte de esta pérdida de materia orgánica se debió a la erosión hídrica, que en el 32 % de la superficie estudiada de 4 millones de hectáreas fue entre moderada a severa (se perdieron entre 5 y 20 cm de capa superficial de suelo).
Ya fue señalado que la pérdida de materia orgánica en suelos obtenidos a partir del desmonte de bosques secos se produce rápidamente por la exposición al sol, los factores erosivos y el propio desmonte.

La materia orgánica es una de las primeras propiedades que se pierde de un suelo, y es una de las más difíciles de recuperar. Si consideramos que la materia orgánica es la condición para sostener no solo la producción sino la salud del suelo, recuperarla es un mandato ético productivo. La llegada de la siembra directa fue la solución técnica propuesta y adoptada para reducir la erosión y recuperar la materia orgánica. Pero los resultados dependen de que se cumplan ciertas condiciones.

La siembra directa es considerada una práctica conservacionista. En esencia es una siembra que se realiza sobre los restos (el rastrojo) de la cosecha anterior. De esta manera, la presencia de restos vegetales reduce el impacto del agua y del viento reduciendo la erosión, además de entregar material que puede ser degradado e incorporado como materia orgánica. Para que el sistema funcione, los cultivos no deben repetirse, sino que deben rotarse y deben intercalarse cultivos de leguminosas (que aportan nitrógeno pero poca materia orgánica) con gramíneas, que aportan materia orgánica por su volumen y tipo de rastrojo. Para que la siembra directa sea conservacionista debe incluir rotaciones con maiz, trigo, sorgo, y otros cultivos.

Existen muchos estudios que indican un aumento de la materia orgánica en los suelos bajo siembra directa con rotaciones, especialmente la llamada materia orgánica joven. El incremento de la fracción joven de la MO resulta dependiente del aporte anual de residuos de cultivos. Sólo cuando la cantidad de residuos es adecuada, la labranza conservacionista es altamente efectiva para conservar el suelo, proteger su MO y evitar la pérdida de agua. Del total de compuestos orgánicos del horizonte A de un suelo, los residuos representan generalmente entre 5 y 15 % siendo humus el resto de la MO. Mientras la cantidad de residuos cambia rápidamente en períodos de semanas o meses, el contenido de humus lo hace lentamente, en períodos de años, décadas o siglos (Alvarez, 2005, citado por Quiroga y Bono, 2008). Esto puede significar un ingreso menor de la materia orgánica de los residuos al humus. Vivas (2011) señala que luego de 11 años de manejo con fertilización y producción de biomasa, no fue posible encontrar diferencias significativas para el carbono orgánico del suelo, que no tuvo aumentos.

Otro aspecto es que el aumento de la MO no se da en todo el perfil del suelo sino en la capa superior. Debajo de los 5 cm de suelo los cambios no son detectables (Constantini et al., 2006). Se supone que la actividad biológica no sería suficiente para incorporarla más allá de unos pocos milímetros de profundidad (Andriulo, 2010).

La mayor parte de los estudios que indican un aumento de MO con siembra directa en rotaciones agrícolas fueron realizados en situaciones experimentales. Cuando las mediciones se hicieron en situaciones de cultivo, se encontró que la participación de la soja normalmente producía una disminución de la MO. Así, por ejemplo Forján y Manso (2011) encontraron un aumento de la MO en distintas rotaciones luego de 12 años en el sur de la provincia de Buenos Aires. En otro estudio, sin embargo, Forján et al. (2007) demostraron que la inclusión de soja en las rotaciones determinó una reducción de los niveles de MO del suelo, confirmando lo señalado por otros investigadores. Los autores señalan que esta disminución de la fertilidad de los suelos estaría alertando sobre la sustentabilidad física, ecológica y económica de las explotaciones agrícolas de la región en el largo plazo.

Resultados similares se encontraron en toda la región pampeana. Se estimó que los suelos agrícolas de Santa Fe perdieron entre el 2 y 3 % de MO en los últimos 20 años (con 15 años de siembra directa) lo cual implica pérdidas elevadas de nutrientes (Fontaneto y Gambaudo, 2010). Los balances negativos de MO se deberían a que todos los cultivos, pero especialmente la soja obtienen sus nutrientes (especialmente N) a partir de la mineralización de la MO, en un contexto dado por la baja reposición de nutrientes. Se fertiliza menos de lo que requiere el cultivo y éste, por ende, toma sus nutrientes de la MO. Por lo tanto, la MO sigue siendo la fuente más importante de N para los cultivos (Andriulo, 2010). Por otra parte, el aporte de restos vegetales de la soja es insuficiente para compensar la pérdida, y la fijación simbiótica de N propia de la soja también.

Inversamente, en la mayor parte de los estudios, la incorporación de pasturas y ganadería en las rotaciones produjeron aumentos de la MO. El valor de la siembra directa para aumentar la MO del suelo queda fuertemente reducido cuando se lo compara con suelos con pastizales o con descansos agrícolas. Constantini et al. (2007) mostró que incluso en tierras con apenas 10 años de no laboreo agrícola y de recuperación espontánea del pastizal, el incremento de materia orgánica es significativamente mayor. Esto muestra que la siembra directa podría no contribuir a fijar carbono en el suelo como lo hacen los pastizales, y podría ser incapaz de mantenerlo, al menos en las condiciones actuales de manejo.

En suelos desmontados y con agricultura, la disminución de materia orgánica puede ser drástica tanto en la región chaqueña (Bonelli, et al., s/f) como en el espinal (Adema et al., 2003). Pero no sólo la agricultura produce pérdidas de materia orgánica en suelos desmontados. En la región chaqueña, el desmonte con implantación de pasturas disminuye la MO, pasando de 4,4% en bosque nativo a 2,23% con 7 años de desmonte. (Cáceres Díaz, s/f).

Las pérdidas de MO acumuladas durante la etapa de labranza convencional, sumadas a las producidas en la era de la siembra directa, son un ejemplo elocuente de cómo decisiones productivas basadas en objetivos exclusivamente económicos degradan el suelo y malogran prácticas conservacionistas.

Diversidad biológica

Los organismos del suelo juegan papeles clave en el reciclado de nutrientes, la descomposición de desechos y residuos, la formación de humus, la desnaturalización de sustancias contaminantes, la restauración de la estructura del suelo. “La habilidad de las poblaciones de microorganismos para funcionar apropiadamente es de importancia crítica para la salud y bienestar de la humanidad. El reciclaje de elementos nutritivos por los microorganismos del suelo facilita la producción continua de alimentos derivados de plantas y animales” (López Falcón, 2002). La compleja naturaleza de las comunidades microbiológicas en el suelo está aún lejos de ser bien conocida.

El suelo es el ecosistema más diverso de la tierra, con hábitats y procesos ecológicos a cargo de millones de organismos trituradores de materia orgánica así como recicladores de nutrientes. Por ejemplo, en un metro cuadrado de suelo de bosque hay más de 1000 especies de invertebrados, y en un gramo de tierra, cantidad de microorganismos aún mayor que realizan dichos procesos. En cultivos de pasturas, en un metro cuadrado de suelo puede haber 50.000 lombrices de tierra y especies similares, 50.000 insectos y ácaros, 12 millones de nemátodos, y en un gramo de suelo, puede haber 30.000 protozoos, 50.000 algas, 400.000 hongos y billones de bacterias, trabajando conjuntamente para la aireación y el ciclado de nutrientes como parte del esfuerzo de equipo de la “fábrica de suelo” (Daily, 1999). Esta condición de ecosistema es fundamental para comprender que la funcionalidad del suelo depende de su biodiversidad, y para dimensionar la importancia que ésta tiene en el sostenimiento de las sociedades humanas.

La degradación biológica de los suelos se manifiesta en la pérdida de especies y en la reducción de las poblaciones. La intensificación agrícola, el empleo reiterado de fertilizantes químicos y plaguicidas, la pérdida de materia orgánica son algunos de los principales factores que afectan la biodiversidad del suelo. Las malas prácticas agronómicas están barriendo con las lombrices y los pequeños microorganismos. Se estima que sólo subsiste el 20% de la fauna edáfica que existía en condiciones naturales (De Petre y Pillati, 2003).

En los últimos años se está prestando más atención a la fauna edáfica, y diferentes estudios indican que el tipo de manejo tiene una fuerte influencia en la composición y la abundancia de organismos del suelo (Gizzi et al., 2009). Muchos estudios están demostrando que la siembra directa, especialmente con monocultivo de soja, tiene una fuerte influencia sobre la fauna edáfica, lo que se traduce en una limitación importante en cuanto a la incorporación de la materia orgánica al suelo, la cual es mediada por organismos (Arolfo et al., 2010). La abundancia de lombrices, por ejemplo, puede reducirse más de un 75 % en relación a pastizales naturales tomados como testigo (Domínguez et al., 2009). Por otra parte, ciertos plaguicidas tienen una fuerte influencia en la reproducción y en el ciclo de vida de estos organismos (Tamara et al., 2010). Esta atención creciente sobre la biodiversidad del suelo queda plasmada en la reciente creación de la Sociedad Argentina de Ecología y Biología de suelos (SABES), y en las sucesivas reuniones científicas que el tema convoca (ver por ejemplo Bedano et al., 2013). También numerosos estudios recientes prestan atención a la heterogeneidad ambiental y la conservación de la biodiversidad como un elemento fundamental en la funcionalidad de los sistemas agrícolas (ver por ejemplo Zaccagnini, 2010).

4.5 EROSIÓN

La erosión, es decir la pérdida directa de suelo o materiales de roca por desprendimiento y arrastre por la acción del agua, el viento, el hielo o la gravedad, es una de las causas de degradación. Los efectos sobre el suelo son particularmente desastrosos, a los efectos de la erosión, en áreas donde las condiciones climáticas dificultan el reestablecimiento de la vegetación protectora (López Falcón, 2002).

Mientras que la pérdida de nutrientes puede ser fácilmente repuesta mediante el uso cada vez más frecuente de fertilizantes, la reposición del suelo perdido o erosionado es prácticamente imposible. Lo que se pierde es la porción superior del suelo (horizonte A) que es la zona de mejores propiedades físicas y de mayor concentración de los elementos nutritivos importantes. Si se tiene en cuenta la distribución de los principales nutrientes en un perfil, la erosión de los horizontes superiores del suelo afecta principalmente a nutrientes como el nitrógeno, fósforo, azufre y potasio. En el campo, la erosión se lleva la fertilidad del suelo aproximadamente 20 veces más rápido que los cultivos (Casas, 1998).

Las propiedades del suelo que influyen reduciendo la erosión son aquellas relacionadas con la estabilidad estructural del suelo, como el alto contenido de materia orgánica, la elevada actividad biológica, la cobertura (López Falcón, 2002). Aquellos factores que degraden la estructura del suelo (cultivos continuos, sobrelaboreo, pérdida de materia orgánica, etc.) aumentan su erosionabilidad, mientras que aquellos que aumenten la estabilidad estructural la disminuyen. La cobertura del suelo otorga resistencia a la erosión, pudiendo retardar los procesos erosivos en una proporción de 10.000 veces, por lo cual representa el factor de mayor importancia en el control de la erosión (López Falcón, 2002).

La erosionabilidad es influida más por el manejo que por cualquier otro factor. La diferencia en la tasa de erosión en un mismo suelo, considerando distintos tipos de manejo, es mucho mayor que las diferencias de erosión entre distintos suelos sometidos al mismo manejo (López Falcón, 2002). Los efectos negativos de la erosión están ligados a la intensificación de los sistemas productivos y prácticas de laboreo tradicionales inapropiados. El proceso de agriculturización, produjo la degradación de los suelos con pérdida paulatina de la fertilidad física y química de los mismos. Uno de los aspectos graves de esta intensificación lo constituye las erosiones hídrica y eólica que se estima abarcan un 20% de las tierras productivas argentinas. La trascendencia de este fenómeno consiste en que, superado determinado valor umbral, es un proceso irreversible con consecuencias productivas y sociales de corto y largo plazo (Lorda, 2009).

La erosión es un problema de vieja data en nuestro país. Ya fue mencionado el estudio de Michelena et al. (1989), que en la pampa ondulada encontraron que por erosión hídrica se había perdido entre 5 y 20 cm de la capa superficial de suelo en el 32 % de la superficie estudiada de 4 millones de hectáreas. En algunas partes la pérdida de horizonte A fue total.

La erosión hídrica es intensa en áreas con pendiente, aunque ésta no sea muy pronunciada (Fig. 7). Una manera de reducir la erosión en las pendientes es el cultivo en terrazas, que reducen la velocidad del agua y por ende el arrastre de sedimentos. Cuando el terreno es trabajado sin terrazas aumenta siempre la erosión. Esto es casi imposible de revertir con la tecnología disponible. La SD sin terrazas, en suelos con pendientes, si bien puede reducir el escurrimiento y la erosión, no lo hace completamente. Es peor aún cuando se la hace en monocultivo de soja. La erosión es imposible de revertir, sólo se la puede detener o reducir (Gvozdenovich y Paparotti, 2011).

carcava

Fig 7. Cárcava de erosión hídrica en Gualeguaychú. Obsérvese que las labores siguen la línea de pendiente, en lugar de hacerlo en terrazas perpendiculares. La SD, en estas condiciones, no es significativa para controlar el proceso erosivo.

La erosión hídrica es intensa en áreas con pendiente, aunque ésta no sea muy pronunciada (Fig. 7). Una manera de reducir la erosión en las pendientes es el cultivo en terrazas, que reducen la velocidad del agua y por ende el arrastre de sedimentos. Cuando el terreno es trabajado sin terrazas aumenta siempre la erosión. Esto es casi imposible de revertir con la tecnología disponible. La SD sin terrazas, en suelos con pendientes, si bien puede reducir el escurrimiento y la erosión, no lo hace completamente. Es peor aún cuando se la hace en monocultivo de soja. La erosión es imposible de revertir, sólo se la puede detener o reducir (Gvozdenovich y Paparotti, 2011).

La erosión eólica produce la pérdida de los componentes texturales más finos del suelo, que superado ciertos valores críticos, difícilmente pueda revertirse. Se modifican de esta manera las propiedades iniciales del suelo, como el contenido de MO (Buschiazzo y Taylor, 1993). La erosión eólica ocurre con mayor frecuencia en áreas semiáridas o áridas, con suelos de poco desarrollo, y luego de que se pierde la cobertura del suelo. Puede ocurrir cuando tierras sin cobertura son empleadas en agricultura y también por sobrepastoreo.

En la región semiárida pampeana, por ejemplo, con suelos poco desarrollados, lluvias variables y escasas, y vientos de moderados a fuertes, se dan las condiciones para una erosión eólica potencial severa (Buschiazzo et al., 2004), lo que significa una pérdida de suelo de entre 50 y 100 toneladas por hectárea por año. Estos autores calcularon la erosión eólica potencia y actual en un área de 27 millones de hectáreas de la región semiárida y subhúmeda argentina, correspondientes a las provincias de La Pampa, San Luis, Córdoba y Buenos Aires. En el 42 % (11 millones de ha.) de la superficie la erosión eólica potencial es severa. En el 30 % es grave o muy grave.

El desarrollo de la MO del suelo depende en gran medida de la cantidad de arcilla y limo del mismo. Pero estos materiales son los primeros afectados por la erosión eólica, y en mucha menor medida la arena. Así, la erosión no sólo implica un menor espesor del perfil, que involucra a la porción de suelo más productiva, sino que impedirá recuperar los niveles potenciales de MO. Esto determina un proceso irreversible, que reduce su capacidad de retener y recuperar la MO y se afectan las propiedades que aporta la misma. Llegado a este punto, las condiciones iniciales del suelo no se recuperan con el agregado de nutrientes y enmiendas (Lorda, 2009).

La erosión produce pérdidas de nutrientes. En ensayos experimentales se detectó que las pérdidas por erosión eólica, medidas en función del balance de nutrientes, pueden representar una disminución del 25% del margen bruto inicial de un cultivo. En 10 años las pérdidas sucesivas de perfil de suelo podrían hacer perder un 20% del valor comercial de la tierra y hasta un 25% de su productividad (Lorda, 2009). Se calcula que el 25% de la disminución de estos nutrientes en el suelo, en base a la comparación con suelos vírgenes, se debe a la erosión eólica (Zanotti y Buschiazzo, 1997).

Frente a la erosión eólica, la SD puede reducirla, pero no detenerla. En la región semiárida pampeana, la SD representó el pasaje de una erosión severa a una moderada o ligera, reduciéndose entre un 40 y un 50 % (Lorda, 2009). Aún reduciendo la erosión, los estudios evidencian que el fuerte déficit de nutrientes al que está sometida la actividad agrícola en la estepa pampeana cuando se calculan las pérdidas por erosión eólica. La extracción de P provocada por erosión eólica fue una de las más intensas.

erosion

Fig 8: Erosión eólica en el Partido de Patagones en 2009. El médano casi tapa el alambrado.

Un ejemplo extremo de erosión eólica en áreas desmontadas y transformadas a la agricultura ocurrió en el Partido de Patagones, de la Provincia de Buenos Aires. El proceso de transformación agrícola de la región viene de la década de 1950, aunque al principio este proceso fue lento. A los planteos ganaderos, se sumaba la producción de trigo luego del desmonte de la vegetación arbustiva natural, aunque los suelos no eran aptos para una producción agropecuaria intensiva (Pezzola et al., 2009). A partir de la década de 1970 y durante dos décadas aproximadamente, se acelera el proceso de desmonte. Entre 1975 y 2009 se eliminaron 432.000 ha. de monte nativo, el 32 % de la superficie del partido. Si bien los procesos erosivos por la acción del viento siempre estuvieron presentes, la sinergia entre la sequía del período 2007-2009 con el viento predominante en la zona, produjeron una extraordinaria erosión eólica que afecta el 58 % de la región (Fig. 8). El 88 % de los suelos erosionados tuvieron una erosión de grave a severa. Este avance sobre la vegetación y el posterior mal manejo agrícola y ganadero es la causa de la pérdida de estructura y fertilidad de los suelos, y finalmente su erosión (Pezzola et al., 2009). El resultado fue el quebranto masivo de productores, la pérdida de capacidad productiva de los suelos, y un deterioro irreversible en el sentido que recuperar la condición inicial puede llevar cientos de años o ser directamente imposible en las actuales condiciones climáticas. La erosión fue tan significativa, que quedó registrada en una imagen satelital, en la que se observa la nube de tierra entrando unos 300 km. en el océano Atlántico (Fig. 9).

erosion2

Fig 9: Erosión eólica en el Partido de Patagones en 2009, imagen satelital.

Otro aspecto relevante, es que el proceso de desintegración ecosistémica del suelo del partido de Patagones, y finalmente su de desertificación, fue fomentado por el estado a partir de la década de 1970, por ejemplo con subsidios para la compra de maquinaria para el desmonte. La expectativa de lucro de los productores mediante el cultivo de trigo y el fomento del estado, fueron los artífices de esta destrucción ambiental, con impactos sociales incalculables a futuro. Es importante destacar que el beneficio económico regional, a partir de la ganancia de los productores con el trigo durante los “años buenos”, no se condice con el grado de deterioro alcanzado por el suelo en menos de 40 años, el cual difícilmente se pueda recuperar por décadas o quizá siglos. La región no tuvo un desarrollo proporcional al grado de deterioro alcanzado en el ambiente.

La erosión eólica también puede ser producida por el sobrepastoreo. La ganadería ovina durante más de 100 años produjo grandes cambios en los ecosistemas y es una de las principales causas de la desertificación en la estepa patagónica (León y Aguiar, 1985; Soriano y Movia, 1986; Golluscio et al., 1998, del Valle et al., 1997). En un estudio reciente (Gaitán et al. 2009) se demostró que el pastoreo produjo un deterioro en la estructura y funcionalidad de los pastizales de la estepa. Cuando un ecosistema pierde funcionalidad y se degrada se producen cambios fisómicos y florísticos en la vegetación observándose una disminución en la cobertura total y de gramíneas palatables y un incremento en la cobertura de gramíneas no palatables. A su vez, la productividad forrajera se reduce con la degradación y pérdida de funcionalidad de los ecosistemas. La disminución de la cobertura vegetal deja expuesto al suelo a la acción del viento desatando un proceso de erosión eólica. Además, las lluvias concentradas generan eventos de erosión hídrica en suelos con pendientes (PAN, 1997).

El sobrepastoreo ovino y los procesos erosivos asociados culminaron con un 32 % de la superficie con problemas irreversibles de desertificación, y un 52 % con un estado medio a grave de desertificación (Del Valle et al., 1997; Oliva, G., 2006; Gaitán et al., 2009). Esto es más significativo en las provincias de Santa Cruz y Chubut (Fig. 10).

patagoniaErosión y desertificación en la Patagonia
Hectáreas
Estado Leve 7.318.500 9,3
Estado Medio 13.503.700 17,1
Estado Medio a Grave 27.781.500 35,4
Estado Grave 18.235.800 23,3
Estado Muy Grave 6.704.500 8,5

Fig. 10. Estado de erosión y desertificación de la Patagonia en 1997 (del Valle et al., 1997).

4.6 DESERTIFICACIÓN

La combinación de procesos erosivos mencionados hasta ahora culminan, cuando no se toman medidas a tiempo, en un proceso de desertificación. Aunque el término hace referencia normalmente a la degradación terminal de tierras áridas y semiáridas, puede extenderse a aquellas situaciones en las cuales el grado de deterioro del suelo es irreversible en el corto y mediano plazo. La desertificación es el proceso culminante de una serie de procesos que vinculan al ambiente con el sistema social. Cuando las instancias de decisión dejan afuera la consideración de los límites biofísicos del ecosistema, es casi natural que se concluya en la desertificación. “La historia de la humanidad está llena de experiencias que permiten afirmar que las prácticas abusivas que llevan a la sobreexplotación del suelo pueden conducir, en plazos de tiempo no demasiado largos, a la desertificación” (Lowdermilk, 1978; Gelburd, 1985; citados por López Falcón, 2002).

argentina

Fig. 11: Estimación de la superficie erosionada por provincia en 2003, fuente GTZ-PAN

A pesar de ser un tema de interés fundamental por su gravedad y por su magnitud, en nuestro país no existe un sistema de monitoreo centralizado sobre desertificación y en general sobre ninguna forma de degradación de los suelos. Mientras que muchas líneas de investigación en biotecnología, tecnología de nutrientes, producciones intensivas, etc, reciben cifras multimillonarias anualmente en diversos órganos académicos, no se creó un instrumento que evalúe la degradación de los suelos de manera sistemática y permanente, a pesar de que existe en la actualidad tecnología precisa para hacerlo. Los datos integrales más recientes datan de lo realizado en el marco del programa PAN-GTZ, que resultó de la integración de datos anteriores (Fig. 11).

4.7 PÉRDIDA DE TIERRAS POR DESARROLLO URBANO/INDUSTRIAL

La expansión urbana no es un tema frecuentemente tratado en la Argentina en relación a la ocupación permanente del suelo, y su inutilización productiva. Sin embargo, existen algunos trabajos al respecto.

Frente al proceso de urbanización sobre tierras fértiles, por ejemplo, es importante el análisis de Morello et al. (2005). La pampa ondulada tiene 3,8 millones de has de tierra agrícola, sin embargo, el conjunto de las ciudades ubicadas en ella ocupa 162.000 has, los fragmentos de ecosistema sustituidos por urbanización unas 69.500 has, los barrios residenciales unas 190.000 has. Esto significa una quita del espacio rural de 422.000 has. Si se computan las canteras, las áreas de extracción, la superficie de periurbanos, se llega a una cifra de 674.000 has, lo cual representa un 17,7 % de la superficie agrícola de la pampa ondulada. Si se considera que es una de las zonas con mayor fertilidad de la región Pampeana, se comprende que es fundamental la discusión sobre las políticas de avance de las aglomeraciones humanas, ya que estas condicionan fuertemente la evolución de las disponibilidades de suelo agrícola para el territorio.

Ir a: PUBLICACIÓN