Estamos convencidos de que tomar conciencia de las restricciones cuantitativas del ambiente mundial y de las consecuencias trágicas de un exceso es esencial para el inicio de nuevas formas de pensamiento que conduzcan a una revisión fundamental de la conducta humana y, en consecuencia, de la estructura entera de la sociedad actual.
Párrafo tomado de los comentarios del Comité Ejecutivo del Club de Roma[1] sobre el informe Los Límites del Crecimiento[2]
“…la gran división de la sociedad no se dará entre la izquierda y la derecha, o entre los ricos y los pobres, sino entre aquellos que por un lado hayan aceptado el veredicto de la historia acerca de nuestra fantasía de progreso ilimitado y, por el otro, aquellos que se aferren a fantasías a pesar de la gran cantidad de datos en contra”
John Michael GREER
En un nivel más profundo, la concepción clásica sostiene que el ser humano es una criatura que en última instancia ha de adaptarse a los límites (finitud, entropía, interdependencia ecológica) de la Creación de la que forma parte. La concepción neoclásica es que el hombre, el creador, sobrepasará todos los límites y reconstruirá la Creación de forma que se acomode a sus preferencias subjetivas individualistas, que se consideran raíz de todo valor. Al cabo, la economía es pura religión.”
Herman E. DALY[3]
El imperativo de crecimiento del capitalismo no tiene nada que ver con filosofías, modelos, paradigmas, éticas o con los números en los que se centran expertos y economistas. Ni se puede ‘reinventar’, como algunos piensan, para que sea algo ecológicamente sensato y socialmente justo. Al contrario, es un sistema económico que tiene fuerzas internas básicas — sobre todo la búsqueda de beneficio y la competencia entre empresas— que operan de tal forma que promueven el crecimiento exponencial provocando simultáneamente enormes efectos negativos tanto sociales como ecológicos. Y cuando el crecimiento en este sistema falla, lo que Herman Daly define como ‘una economía de crecimiento fallida’, las formas más crueles de austeridad prevalecen, dando lugar a condiciones cada vez más desiguales y formas más brutales de explotación tanto de los seres humanos como de la Tierra.
Fred MAGDOFF [4]
Nuestro planeta se comporta como un gran sistema auto-regulado, que siempre tiende al equilibrio, en el que conviven diferentes sistemas interdependientes que forman un todo complejo. ¿No resulta obvio entonces que lo interrelacionado no puede dispersarse sin consecuencias?
Es un hecho que un crecimiento físico infinito no puede concretarse a partir de un abastecimiento finito de recursos y también es un hecho que la Tierra es un planeta de recursos finitos. ¿No resulta obvio entonces que antes o después, el crecimiento económico ha de detenerse? ¿No resulta evidente que si el crecimiento es exponencial, se detendrá mucho antes?
Donde existen equilibrios – como es el caso de los sistemas que hacen posible la vida en el planeta – necesariamente existen límites.
Se podría pensar entonces que el reconocimiento de límites naturales – particularmente aquellos tan obvios como los vinculados con las existencias de recursos naturales[5] – es una cuestión fuera de toda discusión, pero ello está muy lejos de ser cierto.
En una verdadera embriaguez fáustica la humanidad ha hecho caso omiso de las restricciones que impone el ambiente a los insostenibles estilos de vida y sus inherentes modelos de producción y consumo. Tanto aquellos que detentan riqueza y poder – cegados por el afán de lucro – como aquellos que los enfrentan sin haberse desprendido de sus escorias productivistas, ignoran o prefieren ignorar que los sistemas que hacen posible la vida en el planeta Tierra dependen de complejos equilibrios naturales.
Que gran paradoja es hablar – hasta el hartazgo – de un idílico desarrollo sostenible mientras se desprecian sistemáticamente los límites biofísicos. Que gran paradoja aplicar las leyes de la termodinámica a los más sofisticados desarrollos tecnológicos mecánicos, mientras se las ignora a la hora de tomar decisiones que – infructuosamente – pretenden burlarlas, como cuando se impone un desenfrenado consumismo, o cuando se propone una economía pretendidamente circular sin advertir que la economía es entrópica[6].
Excedidos los límites naturales emergen las graves consecuencias de las que nos habla el Informe Meadows (cuyo escenario BaU[7] – anticipado a principios de la década del año 1970 – se ha verificado como real[8]) y que hoy se materializan en la triple crisis que supimos conseguir: energética, climática y biosférica, todo ello motorizado por un imparable proceso de concentración de la riqueza[9]. Resulta obvio que el rebasamiento de los límites naturales y la profundización de las desigualdades y la exclusión social no pueden sostenerse en el tiempo sin que se llegue a un colapso, como bien lo enseña la historia.
Un viejo proverbio Chino dice que: …si no cambiamos nuestra dirección, es muy probable que terminemos en el lugar hacia dónde vamos y como todo indica que ya no podemos cambiar nuestra dirección, arribaremos al lugar hacia dónde vamos: el colapso del sistema-mundo productivista.
Anunciar un inevitable colapso ecosocial no es para el ecologismo político un ejercicio de catastrofismo ilustrado y tampoco persigue el destino de profecía auto-cumplida; anunciarlo es la consecuencia lógica de conocer la existencia de dinámicas ecosociales[10] que se aproximan – asintóticamente – a un punto en que la expansión cuantitativa se detendrá y con ello – inevitablemente – colapsará la sociedad de crecimiento perpetuo.
Parafraseando a Riechmann[11] podemos afirmar que el ecologismo político no es catastrofista, la realidad es catastrófica. Todo lo anterior no significa que debamos sumergirnos en la resignación sino que, aun pensando que el colapso es inevitable, seguir militando como si se pudiera evitar[12].
La secuencia: limites-excesos-consecuencias nos invita a preguntarnos: ¿Por qué nos comportamos como nos comportamos? ¿Qué tenemos que hacer para salir del actual rumbo autodestructivo? ¿Por qué no hacemos lo que sabemos que deberíamos hacer, para remediar la crisis ecológico-social?
Cuando hacemos caso omiso de las restricciones cuantitativas del ambiente mundial, afrontando cada día mayores y más graves consecuencias ecosociales, lo hacemos desplegando una conducta en la que se mezclan negación, irresponsabilidad y omnipotencia.
Se trata de conductas que se han extendido en la sociedad como consecuencia de haberse naturalizado la permanente competencia de todos contra todos, la mercantilización de las relaciones sociales y el consumismo, todo lo cual transformó a la mayor parte de la humanidad en adictos al crecimiento económico y en idólatras del mercado y la tecnología. Una humanidad que parece estar convencida que podemos hacer frente a la crisis ecosocial sin cambiar nada sustancial de la estructura económica y sin alterar nuestro sagrado estilo de vida.
Estilo de vida que – como lo propone Ken Booth[13] – es herencia de miles de años de patriarcado y fundamentalismos religiosos; de quinientos años de capitalismo; de unos trescientos años de estatismo-nacionalismo; de unos doscientos años de racismo y de casi cien años de “democracia de consumo” que ha conducido a lo que Galbraith llamó una cultura de la satisfacción para los triunfadores dentro de cada sociedad y entre unas sociedades y otras, mientras que los perdedores viven en condiciones de opresión y explotación[14].
Quienes pretendan liberar a los perdedores de las condiciones de opresión y explotación deben, ademas de luchar contra un sistema asentado en la desigualdad, rechazar el estilo de vida depredador que es inherente a dicho sistema.
No habrá justicia social, sin justicia ambiental y no habrá justicia ambiental, sin justicia social.
Urge dejar atrás el sistema-mundo productivista y construir una sociedad convivencial y sostenible.
NOTAS
[1] El Comité Ejecutivo del Club de Roma estaba integrado por ALEXANDER KING; SABURO OKITA; AURELIO PECCEI; EDUARD PESTEL: HUGO THIEMANN y CARROLL WILSON
[2] Informe publicado en 1972 cuya autora principal fue Donella Meadows en colaboración con 16 profesionales contratados por el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), también conocido como Informe Meadows.
[3] Herman E. Daly, intervención ante la Comisión de Desarrollo Sostenible del Reino Unido: “A steady state economy”, 24 de abril de 2008, disponible en http://steadystaterevolution.org/files/pdf/Daly_UK_Paper.pdf
[4] Fred Magdoff, “Una economía ecológicamente sensata y socialmente justa”, mientrastanto.e, 15 de octubre de 2014; puede consultarse en http://www.mientrastanto.org/boletin-129/ensayo/unaeconomia-
ecologicamente-sensata-y-socialmente-justa
[5] Fundamentalmente aquellos recursos naturales que denominamos como “no renovables” y en cuanto a los “renovables” la restricción cuantitativa queda definida por sus respectivas tasas de regeneración natural.
[6] Ver Martínez Alier, Joan. La economía no es circular, sino entrópica. http://www.jornada.unam.mx/2015/06/14/opinion/026a1eco
[7] Business as usual.
[8] Growing within Limits. A Report to the Global Assembly 2009 of the Club of Rome – Netherlands Environmental Assessment Agency (PBL), Bilthoven, October 2009 PBL publication number 500201001
[9] https://www.oxfam.org/sites/www.oxfam.org/files/file_attachments/bp-economy-for-99-percent-160117-es.pdf
[10] Crecimiento poblacional, consumo de recursos, crisis del modelo energético fosilista, contaminación, emisiones de gases efecto invernadero, extinción masiva de especies, concentración de la riqueza.
[11] El futuro no va a ser lo que nos habían contado… (reflexión sobre las perspectivas de colapso en el Siglo de la Gran Prueba) (2017)
[12] Juan Carlos Travela
[13] Ken Booth, “Cambiar las realidades globales: una teoría crítica para tiempos críticos”, Papeles de relaciones ecosociales y cambio global 109, CIP Ecosocial, Madrid 2010, p. 12.
[14] En: ¿De las tramas piramidales a la complejidad autolimitada? Jorge Riechmann (2010)