En su ensayo Energía y Mitos Económicos [1975] Nicholas Georgescu-Roegen propone el siguiente «Programa Bioeconómico Mínimo»:
Sería completamente absurdo proponer una completa renuncia al confort industrial de la evolución exosomática. La humanidad no regresará a las cavernas o, más bien, al árbol. Pero hay unos cuantos puntos que pueden ser incluidos en un programa bioeconómico mínimo.
Primero: la producción de todos los artefactos de guerra, no sólo la guerra en sí misma, debe de prohibirse de inmediato. Sería totalmente absurdo e hipócrita seguir cultivando tabaco si, abiertamente, nadie tuviera la intención de fumar. Las naciones más desarrolladas y que son las principales productoras de armamento deberían llegar sin dificultad al consenso sobre esta prohibición si es que, como afirman, también poseen la sabiduría suficiente para guiar a la humanidad. La terminación de la producción de todos los instrumentos de guerra no sólo impedirá los asesinatos en masa mediante ingeniosos aparatos, sino que también dejará inmensas fuerzas productivas para prestar ayuda internacional sin disminuir el nivel de vida en los correspondientes países.
Segundo: a través del uso de estas fuerzas productivas, así como también de medidas sinceras y bien planeadas, las naciones subdesarrolladas deben recibir ayuda para lograr tan pronto como sea posible una vida mejor (no lujosa). Ambas partes deben participar y aceptar la necesidad de un cambio radical en sus distintas formas de ver la vida.
Tercero: la humanidad debería disminuir gradualmente su población a un nivel en que pudiese alimentarse adecuadamente sólo a través de la agricultura orgánica. Naturalmente, las naciones que ahora tienen un muy alto crecimiento demográfico tendrán que hacer un gran esfuerzo para obtener resultados en ese sentido lo más rápidamente posible.
Cuarto: hasta que el uso directo de la energía del sol sea de conveniencia general o se logre la fusión controlada, todo desperdicio de energía, por sobrecalentamiento, sobreenfriamiento, sobrevelocidad, sobreiluminación, etc., debería evitarse cuidadosamente y, si fuera necesario, reglamentarse de forma estricta.
Quinto: debemos curarnos nosotros mismos del anhelo morboso de los artefactos extravagantes, espléndidamente ilustrado por un artículo tan contradictorio como el carrito de golf y por tales esplendores gigantescos como los automóviles de garaje doble. Una vez que lo hagamos así, los fabricantes tendrán que parar la fabricación de tales “comodidades”.
Sexto: también debemos deshacernos de la moda, de “esa enfermedad de la mente humana”, como la caracterizó el abad Fernando Galliani en su celebrado Della moneta (1750). Es realmente una enfermedad de la mente desechar un abrigo o un mueble cuando aún pueden ser útiles. Es un crimen bioeconómico tener un “nuevo” automóvil cada año y remodelar la casa cada tres. Otros ensayistas ya han propuesto que los bienes sean fabricados de tal manera que sean más durables […]. Pero es más importante aún que los consumidores se reeduquen ellos mismo para desdeñar la moda. Los fabricantes tendrán entonces que abocarse a la durabilidad.
Séptimo: y estrechamente relacionado con el punto anterior, la necesidad de que los bienes durables se hagan aún más durables diseñándolos para ser reparables.(Para ponerlo en una analogía plástica: en muchos casos estamos hoy en día forzados a desdeñar un par de zapatos sólo a causa de que una agujeta se rompió.)
Octavo: en necesaria armonía con todas las ideas anteriores, nos deberíamos curar de lo que he llamado “la pista circular de la máquina de rasurar”, o sea: rasurarse más aprisa para tener más tiempo para trabajar sobre una máquina que rasure aún más aprisa y así ad infinitum. Este cambio requerirá retractación en el campo de todas aquellas profesiones que han atraído al hombre hacia este inacabable y vacío progreso. Tenemos que llegar a darnos cuenta de que un prerrequisito de la buena vida es una cantidad sustancial de ocio consumido en forma inteligente.
Consideradas en abstracto, las recomendaciones anteriores deberían parecer razonables, en general, para cualquier persona deseosa de examinar la lógica sobre la cual descansan. Pero un pensamiento ha persistido en mi mente desde que me interesé en la naturaleza entrópica del progreso económico. “¿Hará caso la humanidad a un programa a que implique una limitación de su adicción exosomática?” Quizá el destino del hombre es tener una vida breve pero ardiente, excitante y extravagante, más bien que una existencia larga, apacible y vegetativa. Que sean otras especies, las amebas, por ejemplo, que no tienen ambiciones espirituales, las que hereden un planeta aún bañado en plenitud por la luz de sol».
(Georgescu-Roegen 1975:830-832)