El desesperado intento por continuar alimentando el hegemónico e insostenible modelo de producción y consumo, recurriendo a un extractivismo de cuarta generación, con el que se pretende estrujar la tierra para extraer hasta el último vestigio de materia y energía, es claro indicador del agotamiento del secular modelo extractivista; no tanto por voluntad de los saqueados de oponerse a tal estado de cosas– manifestada en las desiguales luchas que se desarrollan a lo largo y ancho del continente – sino por imperio de la realidad biofísica.
Además del deterioro de los términos de intercambio, que – históricamente – motorizó la revisión del modelo extractivista, hoy son los límites biofísicos los que definen su inviabilidad.
El obligado abandono del modelo energético fosilista, conducirá al decrecimiento en los países industrializados, operando como desencadenante – entre otros procesos – del ocaso del extractivismo en los países de la periferia.
Las reiteradas frustraciones en los intentos por atraer inversiones o promover exportaciones, que se pretenden explicar con mil argumentos que invariablemente invitan a ajustes y mas ajustes, no son otra cosa que claros síntomas del inevitable decrecimiento en el mundo industrializado y la consiguiente desglobalización económica.
Es la configuración de un nuevo sistema-mundo la que – queramos o no queramos – nos impulsará a vivir con lo nuestro, convivencial y sosteniblemente, como obligada respuesta al desafío que nos plantea la actual etapa de transición que – por vez primera en la historia humana – nos conduce desde la abundancia hacia la escasez, en términos energéticos y materiales; desde un mundo vacío hacia un mundo lleno, en términos ecológicos y poblacionales.
Hoy resulta absolutamente irresponsable pretenderse político e ignorar la situación de sobregiro ecológico en el que se ha colocado la humanidad. Prepararse para el fin de un modelo socioeconómico que se ha mantenido vigente durante más de quinientos años, caracterizado por el ininterrumpido drenaje de energía y materias primas hacia los países industrializados, debería ser el objetivo central de la política en nuestra región.
Obviamente, cambiar el rumbo no resultará tarea simple. En américa latina, las dirigencias políticas tradicionales y sus tecno-burocracias han estado y están corriendo – permanentemente – tras un objetivo inalcanzable en un sistema-mundo caracterizado por sus mecanismos centrípetos de redistribución de los recursos y la riqueza, sin advertir que – dentro del sistema – es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un país periférico entre en el reino del “primer mundo” y sin advertir que la actual crisis ecosocial global, ya ni siquiera asegura la continuidad del crecimiento en los países centrales a los que se intenta imitar.
Para el ecologismo político, vivir con lo nuestro implica un proceso de transformación que requiere del establecimiento de un nuevo sistema de relaciones sociales, en el cual, un número cada vez mayor de personas, tome parte activa en la construcción de una sociedad convivencial y sostenible.
Vivir con lo nuestro es optar por formas de vida opuestas a la receta única, es ir construyendo en las entrañas mismas del sistema, el sistema alternativo. Un reformismo radical basado en desarrollar nuevos sistemas locales, de pequeña escala y participativos.
Vivir con lo nuestro implica desarrollar resiliencia social para sobreponerse a los desenlaces desfavorables que se avecinan, reconstruyendo los vínculos internos mediante estrategias basadas – principalmente – en la adaptación, la autoorganización, la autocontención y la autosuficiencia, todo lo cual tenderá a reducir nuestra gran vulnerabilidad ecosocial.
Enfrentamos una crisis ecosocial global cuya gravedad extrema abre – como nunca antes – las puertas para que, en todas partes, las comunidades desarrollen su enorme capacidad de tomar sus destinos en sus propias manos.
En el corto tiempo disponible, antes de 2030, debemos ayudar a la gente a darse cuenta de que el sistema ya no tiene respuestas frente a la crisis ecosocial global y paralelamente – en la transición – desarrollar sistemas alternativos, verdaderos salvavidas frente al inevitable naufragio que se avecina.
Obviamente, no serán las hegemónicas corrientes de pensamiento políticas y económicas las que podrán conducir los destinos de los pueblos de américa latina en la senda convivencial y sostenible que la hora reclama, no lo podrán hacer, en tanto no pueden liberarse de sus raíces productivistas a derechas y de sus escorias productivistas a izquierdas, de allí la urgencia de sumar voluntades que puedan converger en un movimiento de nuevo tipo, tanto en sus formas organizativas como en su ideario. Un movimiento ecosocial que – a partir de la toma de conciencia sobre la existencia de límites biofísicos – sea capaz de redefinir la noción de progreso, enfrentando la superideología productivista que todo lo impregna y llevando a la práctica los principios básicos de justicia social, democracia participativa, no violencia, respecto por la diversidad, sostenibilidad y sabiduría ecológica.