Guillermo BALIÑA

La teoría de la plusvalía de Marx es sencilla en sus líneas generales, aunque complicada en sus detalles.
Bertrand Russell (1872-1970) Teoría de la plusvalía (1934)

 

En este año se cumplen 200 años del nacimiento de Karl Marx.

Para abordar su obra monumental,  El Capital, debe el lector estar dispuesto a lidiar con tres tomos divididos en un total de ocho volúmenes y con una serie de términos específicos –sólo por mencionar algunos-  tales como:

minusvalor / plusvalor / plusvalor absoluto y relativo / plustrabajo / trabajo necesario / capital / capital constante y capital variable / fondo  de trabajo /

proletariado / ejército industrial de reserva / etc

Más aún, deberemos abrir nuestras mentes a frases y conceptos cuasi-esotéricos:

El plusvalor asume la forma trasmutada de la ganancia. (TIII Vol 6)

(…) por lo tanto, la ganancia, tal como la tenemos aquí ante nosotros en primera instancia, es lo mismo que el plusvalor, sólo que en una forma mistificada. (TIII Vol 6)

(…) la figura fetichista del capital (TIII Vol 7)

(…) el enigma del dinero (TI Vol 1)

El carácter fetichista de la mercancía y su secreto (TI Vol 1)

¿De dónde brota, entonces, el carácter enigmático que distingue al producto del trabajo no bien asume la forma de mercancía?  (TI Vol 1)

(…) por el contrario, transforma a todo producto del trabajo en un jeroglífico social. (TI Vol 1)

Este tipo de expresiones no son del todo sorprendentes si recordamos que Marx basó parte de su filosofía en la obra de Hegel, el filósofo revolucionario de la dialéctica.

El Capital es un análisis profundo y minucioso que gira alrededor de dos conceptos centrales: el propio concepto de capital y el de plusvalía.

Tratándose de un tema de absoluta actualidad a nivel global, desdoblaremos esta presentación en dos artículos

.- Primera parte: una resumida aproximación acerca de las ideas y aportes fundamentales de su obra y la visión de dos intelectuales de primer orden: Roegen y Russell.

.- Segunda parte: una comparación entre la obra de Marx y la de Silvio Gesell

Primera Parte

El punto de partida es doble: la mercancía y la división del trabajo a partir de la libre asociación:

La mercancía es, en primer lugar, un objeto exterior, una cosa que merced a sus propiedades satisface necesidades humanas del tipo que fueran. La naturaleza de esas necesidades, el que se originen, por ejemplo, en el estómago o en la fantasía, en nada modifica el problema. Tampoco se trata aquí de cómo esa cosa satisface la necesidad humana: de si lo hace directamente, como medio de subsistencia, es decir, como objeto de disfrute, o a través de un rodeo, como medio de producción. (TI Vol 1)

Desde el punto de vista de la Ecología Política advertimos un obstáculo apreciable. En un entorno finito como es el caso de nuestro planeta, la naturaleza de las “necesidades” es fundamental. Debemos recordar que para la época en que se escribe El Capital, prácticamente sólo Malthus advierte el problema derivado de las limitaciones físicas del entorno.

Para la enorme mayoría de los filósofos –Marx incluido- las necesidades básicas son tres: alimento, vestimenta y vivienda. De este modo es relevante –hoy día más que nunca- diferenciar las necesidades que se originan “en el estómago o en la fantasía”.

Desde el punto de vista de la división del trabajo, dice Marx:

La figura del proceso social de vida, esto es, del proceso material de producción, sólo perderá su místico velo neblinoso cuando, como producto de hombres libremente asociados, éstos la hayan sometido a su control planificado y consciente. (TI Vol 1)

No podemos menos que coincidir con el párrafo anterior. Si los hombres se encuentran libremente asociados, el proceso material de producción necesariamente responderá a una planificación democrática  y consciente.

(Aplicado al siglo XXI, nada tiene que hacer aquí la publicidad, uno de los mayores flagelos de la “modernidad”).

Es muy interesante el aporte de Marx con relación a la jornada laboral, en particular en lo que respecta a su duración. Recordemos que la Ecología Política impulsa la reducción de la jornada laboral. (no hay más que recordar los trabajos en ese sentido de André Gorz).

La implantación de la ley fabril ha demostrado de manera contundente que la mera reducción de la jornada laboral aumenta portentosamente la regularidad, uniformidad, ordenamiento, continuidad y energía del trabajo. (TI Vol 2)

La reducción de la jornada laboral deja inalterado el valor de la fuerza de trabajo y por consiguiente el tiempo de trabajo necesario. (TI Vol 2)

El límite absoluto trazado a la reducción de la jornada laboral es, en este sentido, la generalización del trabajo. (TI Vol 2)

Con respecto a las condiciones de trabajo de los obreros, encontramos en esta obra una denuncia ejemplar de las inhumanas condiciones de trabajo de ese entonces y que –lamentablemente- perduran en la actualidad en muchos lugares del planeta, en particular en el hemisferio sur.

El modo capitalista de producción llega a incluir la dilapidación de la vida y la salud del obrero, la depresión de sus condiciones de existencia. (TIII Vol 6)

El siguiente párrafo es central, puesto que muestra el círculo vicioso en el que se encuentra encerrado el capitalismo y el de su necesidad imperiosa de un crecimiento económico permanente.

El desenvolvimiento de la producción y acumulación capitalistas condiciona procesos laborales en una escala cada vez mayor, y por ende de dimensiones constantemente crecientes y los adelantos de capital correspondientemente en aumento para cada establecimiento en particular. Por ello, una creciente concentración de los capitales (acompañada al mismo tiempo, aunque en menor medida, de un creciente número de capitalistas) es tanto una de sus condiciones materiales como uno de los resultados producidos por ella misma. (TIII Vol 6)

Y ahora una perfecta descripción de la alienación en la que nos encontramos

El verdadero límite de la producción capitalista no es el propio capital-, es éste: que el capital y su autovalorización aparece como punto de partida y punto terminal, como motivo y objetivo de la producción; que la producción sólo es producción para el capital, y no a la inversa, que los medios de producción son meros medios para un desenvolvimiento constantemente ampliado del proceso vital, en beneficio de la sociedad de los productores. Los límites dentro de los cuales únicamente puede moverse la conservación y valorización del valor de capital, las que se basan en la expropiación y empobrecimiento de la gran masa de los productores, esos límites entran, por ello, constantemente en contradicción con los métodos de producción que debe emplear el capital para su objetivo, y que apuntan hacia un aumento ilimitado de la producción, hacia la producción como fin en sí mismo, hacia un desarrollo incondicional de las fuerzas productivas sociales del trabajo. El medio — desarrollo incondicional de las fuerzas productivas sociales— entra en constante conflicto con el objetivo limitado, el de la valorización del capital existente. (TIII Vol 6)

“Aumento ilimitado de la producción”, “la producción como un fin en sí mismo”. Como puede observarse, la predicción acerca del deterioro social y ambiental se anticipa en más de un siglo.

Lo que sigue es la consideración de los ciclos de prosperidad y crisis, de tanta actualidad en el mundo en general y en Argentina en particular, y su vinculación con el problema de la tasa de interés:

Si se consideran los ciclos de rotación dentro de los cuales se mueve la industria moderna — estado de reposo, creciente animación, prosperidad, sobreproducción, crisis catastrófica, estancamiento, estado de reposo, etc., ciclos éstos cuyo análisis ulterior cae fuera del ámbito de nuestro análisis, se descubrirá que mayormente un bajo nivel del interés corresponde a los períodos de prosperidad o de ganancias extraordinarias, el ascenso del interés corresponde a la línea divisoria entre la prosperidad y su trastrocamiento, mientras que el máximo del interés hasta el nivel extremo de la usura corresponde a la crisis. (TIII Vol 7)

Pasemos ahora al problema de la tasa de interés, tema que profundizaremos en la segunda parte:

Pero el capital que devenga Interés existe históricamente como una forma acabada y tradicional, y por consiguiente existe el interés como subforma acabada del plusvalor generado por el capital, mucho antes de que existieran el modo capitalista de producción y las ideas de capital y ganancia que le corresponden.

Efectivamente el interés es anterior al modo capitalista de producción. Sorprendentemente, Marx no se revela –al menos con la misma intensidad en que lo hace contra el sistema de producción-  frente a la tasa de interés que beneficia a los banqueros y las “élites” en detrimento de los ciudadanos comunes.

Si una parte desproporcionadamente elevada de los capitalistas transformarse su capital en capital dinerario, la consecuencia sería una enorme desvalorización del capital dinerario, y una tremenda caída del tipo de interés; muchos quedarían de inmediato en la imposibilidad de vivir de sus intereses, es decir que se verían obligados a reconvertirse en capitalistas industriales. (TIII Vol 7)

Si la “tremenda caída del tipo de interés” llevara el interés a cero, -cosa absolutamente deseable y que propugnaban Proudhon primero y Silvio Gesell después-, todos los especuladores-capitalistas deberían hacer algo inimaginable… ¡trabajar! (Un análisis más detallado de este punto quedará para la segunda parte).

Analizaremos ahora brevemente la figura de Marx a partir de la mirada de dos intelectuales destacados del siglo XX: Roegen y Russell.

Nicholas Georgescu Roegen (1906-1994) fue un destacado matemático y economista rumano. Su obra principal, La ley de la entropía y el proceso económico (1971) es considerada el punto de partida de la economía ecológica y de la teoría del decrecimiento. (Notar que la obra fundacional de la Ecología Política –los límites del crecimiento- es muy próxima temporalmente -1972)

Roegen considera que el análisis de la economía debe centrarse en dos pilares básicos que son: la biología y el segundo principio de la termodinámica.

En los siguientes párrafos encontramos ambos aspectos y su relación con la obra de Marx:

Un sistema es estacionario si todo lo que hace puede repetirse idénticamente una y otra vez. Por consiguiente, el «estado estacionario» y la «reproducción simple» de Marx son términos perfectamente sinónimos. Ahora bien, para que un proceso parcial sea capaz de repetirse después de su conclusión, es obligatorio que los factores de fondo implicados en él no salgan degradados. De acuerdo con lo que ya hemos visto en este ensayo, esta condición lleva a un punto muerto.

(…)  al igual que Marx, creo que el conflicto social no es una mera creación del hombre sin raíz alguna en las condiciones humanas materiales. Pero, al contrario que Marx, considero que, debido precisamente a que el conflicto tiene tal fundamento, no puede eliminarse ni por decisión del hombre de hacerlo así ni por la evolución social de la humanidad. El dogma marxista en su forma amplia ha sido frecuentemente aclamado como una nueva religión. (…) La única diferencia es que el marxismo promete tal estado aquí, en la tierra: una vez que los medios de producción estén socializados por el advenimiento del comunismo, eso será el fin de todo cambio social. Como en el cielo, el hombre vivirá después eternamente sin el pecado del odio y de las luchas sociales. Esta tesis me parece tan poco científica como cualquier religión conocida por el hombre. El final del conflicto social implica un cambio radical en la esencia humana, mejor dicho, en su esencia biológica.

Pasemos ahora a Bertrand Russell (1872-1970)

Fue un humanista absolutamente comprometido con la paz y la búsqueda del conocimiento como herramienta central de la integración social.

Su denuncia junto con Albert Einstein del peligro que significaba el desarrollo nuclear y el impulso a la creación de un comité pluralista que investigara los abusos de la política exterior estadounidense en los años de la guerra de Vietnam (denominado Tribunal Internacional sobre Crímenes de Guerra, integrado por reconocidos intelectuales como Sartre o Cortázar), son sólo dos ejemplos de su infatigable lucha por la paz mundial.

Su abundante producción literaria  le significó -entre otros reconocimientos- el Premio Nobel de Literatura. Su diáfana e inquebrantable honestidad intelectual se descubre en ensayos cuyos títulos  nos muestran que no es su intención “quedar bien” con nadie, por ejemplo: “Por qué no soy cristiano”; “por qué no soy comunista”; “elogio de la ociosidad”.

De este modo es que resulta atinado repasar algunos pensamientos de Russell con relación a la figura de Marx.

En su ensayo “La teoría materialista de la historia” (1920), encontramos los siguientes párrafos

Lo que se llama concepción materialista de la historia se debe a Marx y es la base de toda la filosofía comunista (…) El materialismo en sentido filosófico, se puede definir como la teoría de que todo acaecimiento aparentemente mental o es realmente físico  o en todo caso proviene  de causas puramente físicas. (…) En particular el materialismo filosófico no prueba que las causas económicas  sean fundamentales en política. (…) Hay innumerables modos de mirar la historia que son materialistas en sentido filosófico, sin ser económicos ni caer en la fórmula de Marx. (…) Las causas económicas operan a través del deseo de posesión del hombre y pueden ser supremas si el deseo es muy fuerte, aunque el deseo  no se puede explicar, desde un punto de vista filosófico,  en términos materialistas.

No hay pues,  conexión lógica entre materialismo filosófico y lo que se llama “concepto materialista de la historia”

En lo que sigue el lector podrá apreciar que Russell -pese a provenir de la nobleza británica -su abuelo paterno fue primer ministro-  se opone al afán de riqueza

El desear cada uno su propio medro, es relativamente razonable. Marx, que heredó  la psicología racionalista de los economistas británicos ortodoxos del siglo XVIII, considera natural el afán de hacerse rico.

Desde la visión de la Ecología Política podemos señalar que el afán de hacerse rico es antinatural y –si se generaliza- lleva al colapso socio-ambiental.

Todos los políticos  viven dominados por los deseos humanos. La teoría materialista de la historia, en último análisis, requiere  el supuesto de que toda persona políticamente consciente  está dominada por un simple  deseo, el deseo de incrementar la parte que le corresponde de los productos, y además, que el medio de lograr este deseo será generalmente el de incrementar la parte  que le corresponde a su clase  y no la suya propia solamente. Este aserto está muy lejos de la verdad, los hombres desean el poder, desean satisfacer su vanidad y su amor propio (…) En política como en la vida real, los hombres  inventan motivos pata justificar su conducta. (…)

En el ensayo “Por qué no soy comunista” (1956), encontramos varios pasajes sumamente esclarecedores. Para empezar, un par de párrafos contundentes:

El comunismo es una teoría que se alimentó de la pobreza, del odio y de la lucha. Su propagación solo puede ser detenida por medio de la disminución del área donde reinan la pobreza y el odio.

Siempre he estado en desacuerdo con Marx. Mi primera crítica  hostil hacia él fue publicada en 1896. Pero mis objeciones al comunismo moderno son más profundas que mis objeciones a Marx. Lo que yo considero particularmente desastroso es el abandono  de la democracia

Para abordar el análisis del comunismo en particular o de cualquier doctrina política en general, nada más claro que empezar con dos preguntas sencillas:

Ante cualquier doctrina política, debemos plantearnos dos cuestiones

  • ¿son ciertos sus principios teóricos?
  • la puesta en práctica de esa doctrina ¿es susceptible de incrementar la felicidad humana?

Los principios teóricos del comunismo provienen, en su mayoría, de Marx.  Mis objeciones a Marx obedecen a dos motivos: uno, que era una mentalidad confusa; otro,  que su pensamiento estaba casi enteramente inspirado por el odio. (…) Su creencia de que hay una fuerza cósmica, llamada materialismo dialéctico, que rige la historia humana, independientemente de la voluntad de los hombres, es mera mitología. (…) Su principal deseo era  el de ver castigados a sus enemigos, sin tener en cuenta  lo que sucediera en la coyuntura, a sus amigos. La teoría de Marx era bastante mala, pero el desarrollo que ha experimentado con Lenin y Stalin la ha hecho aún peor.

En el próximo artículo, el gran duelo: Marx vs Gesell