Con esta pregunta iniciaba Soddy (1877-1956) su conferencia en Londres en noviembre de 1921, el mismo año en que recibió el premio Nobel de Química por sus investigaciones en el campo de la radioactividad.
Esta es la primera pregunta que deberían contestar los economistas, sin embargo no es posible esperar de la mayoría de ellos una respuesta razonable puesto que el inicio del estudio de la economía –que podemos situarlo a partir de Adam Smith y su obra “La riqueza de las naciones” de 1776- es anterior al inicio de las ideas vinculadas al segundo principio de la termodinámica, desarrollado sucesivamente por Carnot (1824), Clausius (1850) y Boltzman (1873), entre otros físicos.
Es imposible analizar seriamente la macroeconomía sin conocer el segundo principio de la termodinámica.
Soddy fue uno de los primeros pensadores en intentar unificar la economía clásica con el mundo de la física.
En todas sus necesidades para su preservación física, la vida sigue los principios de la máquina de vapor. Los principios y la ética de las costumbres y leyes humanas no deben ir en contra de los principios de la termodinámica. (…) Consumo significa dejar la energía en estado no apto para su uso posterior. Toda la energía radiante recibida del sol tarde o temprano va a parar al gran sumidero de energía, esa especie de océano de energía térmica de temperatura uniforme incapaz de cualquier transformación posterior.
Soddy clasifica la energía según dos usos fundamentales: el uso vital y el uso laboral. Para el uso laboral es determinante el empleo de máquinas:
El hecho fundamental bajo esta civilización es que, mientras los hombres pueden llegar a aligerar sus trabajos exteriores con la ayuda de máquinas alimentadas con combustibles, sólo pueden alimentar su combustión interior mediante la energía solar a través de los buenos oficios de las plantas. El mundo vegetal continúa siendo el único que puede transformar el flujo originario de energía inanimada en energía vital.
Este aspecto es central, la actividad humana vinculada al ámbito rural es –por mucho- más importante que la actividad industrial y este es un punto que muy pocos economistas son capaces de comprender. Ernst Schumacher es uno de los economistas que sí comprendió perfectamente este asunto plasmándolo en los años 70 en su recordada obra “Lo pequeño es hermoso”.
Por otra parte Soddy distingue claramente lo que significa “vivir de los ingresos” (o flujos) como hizo la humanidad hasta el siglo XIX y vivir del capital (o stocks), como es el caso de los combustibles fósiles.
La población de Gran Bretaña creció, a cuenta de ese intercambio de capital por ingresos corrientes, de productos fabricados a partir de alimentos, de 10,5 millones en 1801 a 40,9 millones en 1911, mientras que en Irlanda, que no tiene carbón, caía en el mismo período de 5 millones a 4,3 millones.
Bueno es recordar que el crecimiento fenomenal de Gran Bretaña por esos años se explica no sólo por el carbón disponible sino también por su expansión colonialista. Curiosamente Piketty en su obra “El capital en el siglo XXI” se refiere casi exactamente al mismo período que Soddy en estos términos:
Entre 1800 y 1914 el Reino Unido y Francia recibían del resto del mundo bienes y servicios por un valor netamente superior a los que exportaban ellos mismos (su déficit comercial se situaba en promedio entre uno y dos puntos del ingreso nacional durante ese período) Esto no les ocasionaba problemas, ya que los ingresos del capital extranjero que recibían del resto del mundo rebasaban los cinco puntos del ingreso nacional. Su balanza de pagos tenía de esta forma, un enorme excedente, lo que les permitía conservar su posición patrimonial exterior cada año. En otras palabras, el resto del mundo trabajaba para incrementar el consumo de las potencias coloniales y, al hacerlo, se endeudaba cada vez más con esas mismas potencias coloniales. Puede parecer grotesco, pero es esencial comprender que el objetivo mismo de la acumulación de activos extranjeros, por medio de los excedentes comerciales o de las apropiaciones coloniales, es justamente poder tener después déficits comerciales. No sería de ninguna utilidad tener eternamente excedentes comerciales. La ventaja de ser propietario es justamente poder seguir consumiendo y acumulando sin tener que trabajar, o por lo menos poder consumir y acumular más que el simple producto del propio trabajo. Sucedía lo mismo a escala internacional en el colonialismo.
Como veremos enseguida hay una estrecha relación entre riqueza y deuda que está muy bien explicada por Soddy a partir de –curiosamente- el pensamiento de un escritor: John Ruskin (1819-1900)
También en otro punto Ruskin estuvo muy por delante de su tiempo, por no decir del nuestro. Tanto él como Marx entendían muy bien que la economía debía explicarse desde el punto de vista de los creadores y productores de riqueza y no desde el punto de vista de los financieros o comerciantes. La riqueza de una comunidad sólo puede crecer por la producción y las innovaciones, y no por la adquisición y el intercambio. En el comercio e intercambio «para cada signo más hay un signo menos precisamente equivalente». Pero los más crecen espectacularmente y los menos se ocultan en callejones o bajo tierra, «lo que hace muy peculiar el álgebra de esta ciencia» (John Ruskin, Unto this Last, 1877). Así pues, mi protesta principal contra la economía ortodoxa es que confunde la sustancia con su sombra. Confunde la riqueza con la deuda y es culpable de la misma equivocación que la vieja señora que, al quejarse su banquero que su cuenta estaba en descubierto, rápidamente le envió un cheque sobre esta misma cuenta para cubrirlo.
Hacia el final de la conferencia, se menciona específicamente a Silvio Gesell (1862- 1930) cuya obra cumbre “El orden económico natural” fue estudiada por Soddy, y se detiene en un punto central: el dinero
Para concluir me detendré unos momentos en la forma más común de deuda, es decir, el dinero, porque creo que hasta que tengamos un entendimiento más correcto de lo que representa la existencia del dinero, y hasta que su poder de compra no quede fijado tan definitivamente como el sistema de pesos y medidas, no habrá paz en la sociedad, y los sistemas políticos y sociales continuarán estando basados en el engaño. (…) Ahora bien, es evidente que si el dinero ha de cumplir su función de medida del valor hay que regular su cantidad pari passu con los cambios en el ingreso, de modo que crezca al crecer éste y que sea destruido al menguar.
Aquí ingresamos en un punto crucial que es el tema de la inflación y que tanto preocupa a todos los partidos políticos y que dice preocuparle a nuestro actual presidente. El problema de cómo reducir la inflación a cero es un asunto que ya fue estudiado y comprendido acabadamente, quienes gobiernan no quieren resolverlo puesto que se benefician con el sistema monetario actual (cuentas offshore por caso). Como bien lo califica Soddy es “un fraude sofisticado”:
Las naciones civilizadas tienen mucho cuidado en vigilar el sistema de pesos y medidas, reclutan inspectores para evitar las trampas, conservan en instituciones estatales réplicas exactas del metro, el kilogramo y el litro. Pero esta pasión por la exactitud afecta solamente un lado de los dos que hay en toda transacción, y no es más que un fraude sofisticado. A la gente no le interesa la magnitud absoluta de los pesos y medidas; lo que tiene importancia práctica es la medida relativa, es decir, no sólo cuánto carbón hay en un saco o cuánta cerveza en una pinta, sino también cuánto dinero cuesta ese carbón y esa cerveza. ¿Tenemos acaso una Oficina Económica Nacional cuya tarea sea estabilizar el poder de compra del dinero, y disponemos de una organización de inspectores, paralela a la que vigila los pequeños fraudes de peso o medida, que vigile a las organizaciones que manipulan con la libra esterlina? Nuestro sistema consiste en sellar un brazo de la balanza y ceremoniosamente protegerlo del viento y de los falsificadores mientras que la calibración del otro brazo se encarga a una clase de personas que viven del negocio de la manipulación.
El último párrafo de la conferencia es demoledor. Como puede verse estamos en presencia de un colosal científico que al mismo tiempo fue un gran humanista y no tuvo ningún reparo en difundir su propuesta radical sin importarle las consecuencias. Como se verá todo esto guarda una enorme relación con lo que sucede en el mundo y en particular con la Argentina.
Me refiero -entre otros asuntos- a la “visita” del FMI, la intención del gobierno de reformular el rol de las fuerzas armadas….
¡y al valor del dólar!
Con lo que queda dicho de las confusiones sobre el concepto auténtico de riqueza, puede entenderse ya por qué las bendiciones de la ciencia han tenido una repercusión tan limitada. La civilización ha estado en lo que respecta a sus intereses más vitales no en las manos de quienes más han contribuido a su riqueza, sino en las de sus acreedores, en sentido literal, y cada vez, con el sistema actual, va a estar más en manos de esos acreedores. Eso proporciona un remedio fácil y práctico para los males que esta civilización ha heredado: instituyamos una organización que cada vez que se debate una medida averigüe cuál es la opinión de la City de Londres y de los capitanes de las finanzas y los bancos, y hagamos exactamente lo contrario. Seguro que en todas las ocasiones acertaremos, siempre que nuestro punto de vista sea el bienestar de la comunidad y no el bienestar de los acreedores de la comunidad
Como podrá apreciarse, si juntamos a todo el elenco del mejor equipo de los últimos cincuenta años, no le llegan ni a los talones de este gran pensador: Frederick Soddy.