En 1979, el cantante popular brasilero Roberto Carlos edita una canción llamada El año pasado, la primera de varias cuyo tema central es la defensa de la naturaleza frente a los crecientes problemas ecológicos. El estribillo pregunta ¿cómo será el futuro que está en los umbrales? Cuarenta años después, la amazonia arde otra vez como un verdadero infierno.
Todo lo que sucede en la biosfera está conectado. Estos incendios que parecen lejanos y que observamos como espectadores externos, está íntimamente relacionado a nosotros, ya que una parte significativa de la crisis de la Amazonia tiene su origen en la Argentina. Cuando en 1996 fue aprobada la soja transgénica en nuestro país, mediante una resolución del Secretario de Agricultura de entonces Felipe Solá, Brasil tenía prohibido el cultivo de transgénicos en su territorio. Para favorecer la expansión del cultivo en aquellos primero años, la empresa Monsanto permitía que los agricultores guardaran semilla para la próxima siembra, sin cobrar las regalías por la modificación genética. De esta manera, la soja se expandió de la mano de los productores por todo el país, y también entró masivamente por contrabando en el sur de Brasil. Años más tarde, y ante la imposibilidad de erradicar el cultivo masivo de la oleaginosa ilegal, Brasil finalmente aprueba la soja resistente al glifosato.
La soja transgénica se convirtió en pocos años en una especie bandera para la economía brasilera y, al igual que sucede en nuestro país, en el combustible de un progreso comprendido sólo como resultado del crecimiento económico ilimitado, sostenido a expensas del sacrificio de los ambientes naturales. Una parte importante de los incendios en Brasil buscan eliminar la selva por el fuego para obtener nuevas tierras de cultivo. De la misma manera, el querido yuyo alabado por gobiernos de todo color político, codiciado por productores pequeños, medianos y grandes, convertido en moneda por corredores de bolsa y nombrado hasta el cansancio por economistas que parecen despreciar todo lo que no puede ser valorado económicamente, es también el principal agente que destruye no sólo la selva amazónica, sino también los bosques en nuestro país. Desde 1996 hasta la actualidad, se perdieron cerca de 7 millones de hectáreas en la región chaqueña, y productores, economistas y gobernantes – y sin duda una gran parte de la ciudadanía mal informada – quieren ir por más!!
Roberto Carlos comprende tempranamente que la crisis ecológica tiene un origen difícil de combatir: la codicia. Esta enfermedad no reconoce límites naturales ni políticos. Atraviesa tanto gobiernos de derecha como de izquierda, progresistas y conservadores. Envenena a las personas independientemente de las clases sociales, transformando lo que toca en bienes comerciables, no importa si se trata de selvas y pastizales, obras de arte, mujeres o niños. La economía moderna y globalizada se expande como una pandemia gangrenando los ecosistemas hasta convertirlos en suelos devastados por un puñado de dólares. Billetera mata galán, y también mata naturaleza. Mientras tanto, muchos ciudadanos canalizan su angustia como pueden, circunscribiendo las acciones ecológicas casi al ámbito de intimidad, pero sabiendo en el fondo que esto no conduce a los cambios de comportamiento radicales y masivos que la situación y el futuro común demandan. La angustia es agudizada por la evidente incapacidad que muestran los dirigentes en el manejo de esta situación.
La crisis de la amazonia es una crisis de valores, los valores que se gritan en la bolsa tienen más valor que los valores de la naturaleza dice Roberto Carlos, y agrega: “de frente a la economía, quién piensa en la ecología, si el dólar es verde y más fuerte que el verde que había”. El cambio de valores que se requiere para revertir la crisis ecológica es necesariamente un cambio ideológico profundo. Y lo que sucede es que el monocultivo como paradigma productivo no sólo está en los campos, está también en las mentes. La complejidad y belleza de la selva son arrasados para cultivar soja o criar ganado, y las ideas complejas y diversas que la humanidad atesora como un legado milenario, son aplastadas por un discurso basado sólo en teoría económica, a expensas del sacrificio de un pensamiento más rico, variado y humano. La riqueza fácil de la soja produce argumentos simples y grotescos.
Los incendios en el Amazonas son un llamado de atención a la humanidad, y son un llamado de atención para todos los argentinos. La crisis ecológica no tiene fronteras, ni reconoce diferencias políticas. De hecho, si hablamos de incendios, podemos recordar que en el verano del 2017-2018, se quemaron en La Pampa más de 600.000 hectáreas de bosque de caldén y montes de jarilla. Una tragedia ecológica, cuyo terrible impacto sobre la biodiversidad quedó opacado por la mención recurrente de las pérdidas de capital productivo y la muerte de ganado. Otra vez la economía aplastando la ecología.
La codicia enceguece con su pragmatismo brutal, y las consecuencias estallan como catástrofes ecológicas en el presente. Creer que los incendios de la Amazonia son sólo un problema del gobierno de Bolsonaro es una simplificación burda de una situación compleja y de larga data. Los incendios son provocados por personas que quieren producir ganado o cultivos donde hoy hay selva, y están amplificados por el cambio climático y una dirigencia cómplice del ecocidio. Lo mismo sucede con los desmontes en la región chaqueña, con los incendios en La Pampa, y podríamos seguir con una larga lista de crímenes ecológicos que ocurren en todo el territorio argentino. Son situaciones que se repiten década tras década y que denotan la profundidad de la crisis de valores en la que estamos sumergidos. Así como hoy podemos ver los resultados nefastos de malas decisiones productivas, tomadas sin contemplar los límites ecológicos, las consecuencias de los actos antiecológicos de hoy tendrán efectos amplificados y devastadores en el futuro. Los ecólogos lo saben desde hace mucho tiempo, pero dirigentes y ciudadanos seguimos sin aprender esta lección, como si estuviéramos condenados a cometer siempre los mismos errores. “Quien riñe a la naturaleza envenena su propia mesa” cantaba Roberto Carlos en 1979, y muchos nos preguntamos “¿cómo será el futuro que está en los umbrales?”.
Pienso que nos gusta ilusionarnos con la ecología y hacemos bien a ser ecológicos en todo lo posible . Lamentablemente no es el objetivo principal de los que nos gobiernan. El verde del dólar es lo que mueve los gobernadores del mundo, como ya lo veía Roberto Carlos en el ‘79.
Lo mejor que podemos hacer es seguir siendo ecológicos y pensar consecuentemente cuando nos llaman a votar.
Alejandro Garretta
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