Marcelo VIÑAS

A menudo usamos la palabra tragedia para expresar una catástrofe ambiental desenfrenada y masiva.  Hablamos de la tragedia del bosque chileno, la tragedia del desmonte chaqueño, la tragedia de un derrame de petróleo.   Usamos la palabra tragedia cuando lo que sucede es muy grave y de alguna manera irreversible.     En las últimas semanas, los incendios en la amazonia, y también paulatinamente los que ocurren en Bolivia, en el Chaco Argentino, en África, en Asia, ocupan los medios de comunicación y son narrados en términos de tragedia.  No son una novedad, los incendios se encienden todos los años para obtener buenas pasturas y para generar nuevas tierras de cultivo a expensas de la selva.  Lo que sobresale hoy es la magnitud, amplificada por el cambio climático y el contexto particular de la política brasilera.

La tragedia remite a un género literario originado en Grecia, que se mantuvo con pocos cambios con el paso del tiempo.  En general se trata de una historia en la que el personaje principal es enfrentado voluntaria o involuntariamente a una situación que lo supera y de la que sólo puede salir a través de su muerte o su alienación.   Una de las características más notables de la tragedia es que despierta una reacción compasiva en el espectador, generando una suerte de catarsis que sirve de alivio.

La descripción de catástrofes naturales en términos de tragedia, puede conducir a pensar que el personaje de la misma es la naturaleza.  Evidentemente, los incendios en Brasil generan la pérdida y destrucción de la biodiversidad, la muerte de árboles, animales y personas.  Ellos son las víctimas evidentes del incendio y de la historia, pero ¿son los personajes centrales de la tragedia?

El elenco de actores que participa de las catástrofes naturales es más amplio que lo que solemos ver.  Los incendios en la amazonia incluyen como personajes a la selva que se quema, al gobierno que hace la vista gorda, a un sistema económico que privilegia el monocultivo por sobre la biodiversidad, al colono que enciende el fuego, a la sociedad que lo contiene y que también se escandaliza por la catástrofe, y también al conjunto de valores y creencias sobre la relación entre el ser humano y la naturaleza que comparten tanto el colono como el resto de la sociedad que lo contiene.    Lo importante ahora es comprender cuál es el personaje principal en este drama trágico.   Para simplificar, podríamos reducir el elenco a dos personajes principales:  la naturaleza que se quema, y la sociedad que vive en y de ella (que incluye a los gobernantes, a los colonos y a los ciudadanos escandalizados), con su sistema de creencias y valores (que incluye a la economía sostenida por esa sociedad).    Esto debe quedar claro, la sociedad depende de la naturaleza, de su biodiversidad, de sus servicios ambientales, de la fertilidad de sus suelos, de su capacidad para reciclar nutrientes, producir oxígeno y purificar las aguas.

Si suponemos que el personaje principal es la selva, la tragedia queda consumada con el incendio, y la participación de la sociedad y sus ideas no sirven más que de marco para la compasión y la catarsis generada por la historia.   La selva se enfrenta a una situación que la supera y la única resolución posible es su muerte a través del fuego.  La tragedia finaliza con miles de seres vivos que agonizan entre las llamas.   Sería, en todo caso, una tragedia que se inicia con cada temporada de quema y con cada incendio, en una serie que se repite año tras año.

Pero ocurre que los fuegos no se encienden solos, los encienden algunas personas guiadas por sus ideas sobre la selva y la economía, y que viven en una sociedad que estimula esas prácticas mediante los premios que otorga el sistema económico.   Esto nos obliga a pensar que quizá la selva no sea el personaje de esta tragedia, sino la sociedad que genera las personas que encienden los fuegos.  En esta versión de la historia trágica, la selva ardiendo es apenas la antesala de la agonía del personaje principal, la sociedad que para obtener tierras origina los incendios y que irremediablemente avanza hacia su propia destrucción y muerte.   Si el personaje es la sociedad que a través de algunos de sus habitantes quema la selva en una suerte de suicidio lento y desquiciado, de masoquismo terminal, de alienación irreversible: ¿cómo podemos comprender qué la motiva?   ¿Cómo juegan en esta tragedia las creencias y valores que la sociedad incendiaria pone en juego y que precipitan el final a través de los incendios?

Podríamos buscar algunas pistas para alimentar esta historia.   Sabemos que la naturaleza es el contexto en el que se desarrollan las sociedades humanas, sin naturaleza no hay alimentos, ni agua, ni oxígeno, aquello que nos permite vivir.  Es de sentido común, entonces, comprender que destruir la naturaleza es destruir las condiciones que posibilitan la vida y por ende la existencia y desarrollo de las sociedades humanas.   Sin embargo, y contra el sentido común, un puñado de creencias y valores basta para explicar por qué la sociedad podría buscar su propia muerte a través de la destrucción de la naturaleza, arrastrándose fatalmente hacia un final irreversible y trágico.    Una de las ideas más nefastas de la sociedad incendiaria es la creencia de que la humanidad está separada de la naturaleza, y no sólo separada, sino que es algo “superior”.  Esto lleva a suponer que está bien el sacrificio de la naturaleza para satisfacer cualquier necesidad humana, incluso las más extravagantes y suntuosas.   Otra idea que produce los incendios amazónicos es la suposición de que la economía es la forma correcta de explicar la relación entre la humanidad y la sociedad y las sociedades entre ellas.   Los economistas aplican una teoría del siglo 19, que supone que los recursos son ilimitados y que los mercados no necesitan ajustarse a las leyes ecológicas.  Pero si pensamos un poco, enseguida comprendemos que la economía es un lenguaje insuficiente, limitado y hasta inadecuado para describir los procesos ecológicos, sociales y eco-sociales.   Otra idea es que la tecnología siempre estará disponible para solucionar nuestros problemas.  Esta idea tiene varios problemas, pero el principal es suponer que las soluciones a los problemas son tecnológicas, cuando en realidad son filosóficas y éticas.  La ciencia y la técnica no son un sustituto de los debates necesarios sobre los valores y las preferencias de una sociedad.   Éstas son sólo algunas de las ideas que ayudan a comprender por qué la sociedad puede convertirse en el personaje principal de la tragedia del Amazonas, llevada a su final fatal de la mano de sus creencias menos cuestionadas.

Lo cierto es que los fuegos consumen la selva, y el bosque, y los pastizales, y los seres vivos.  Pastos, árboles, hongos, animales mueren quemados.  Sin embargo la naturaleza puede regenerarse, la vida no va extinguirse del planeta.  La evolución va a seguir su camino con o sin personas.  Pero no ocurrirá lo mismo con una sociedad que busca afanosamente su muerte agotando las instancias de recuperación de la naturaleza, quemando una y otra vez los bosques, matando una y otra vez la biodiversidad, destruyendo el contexto natural que le sirve de sostén.   La tragedia del amazonas es en realidad la tragedia de nuestra sociedad alienada.  La tragedia del amazonas no va a terminar con el fin los incendios, sino con la muerte del sistema de creencias que los produce.