Carlos MERENSON

Considerando el ambiente como un factor secundario de la producción, los candidatos que han recibido el apoyo mayoritario del electorado en las elecciones primarias, parecen no advertir que el ambiente es el recipiente que contiene, provee y sostiene toda la economía y es así que nos hablan de la urgente y necesaria reactivación industrial, pero ninguno se detiene para analizar la manera en la que el desarrollo de las capacidades de producción no conlleve a la destructividad ecosocial implícita en muchos de los modos y técnicas empleados.

Poco y nada es lo que se le habla a la sociedad sobre las amenazas ecosociales que ponen en peligro la supervivencia humana; sobre los nexos entre las preocupaciones relativas al ambiente y al desarrollo; sobre lo urgente que resulta superar las divisiones partidarias o ideológicas para enfrentar y dar respuesta a los desafíos que plantea la cuestión ecosocial; sobre los nuevos modelos de producción, consumo, organización y desarrollo tecnológico que satisfagan las necesidades esenciales del ser humano, racionando el consumo de recursos naturales y disminuyendo al mínimo posible la contaminación ambiental; sobre la manera de transformar en realidad el derecho que nuestros habitantes tienen a un ambiente sano, equilibrado, apto para el desarrollo humano y del deber que todos tenemos de preservarlo; sobre las inequívocas señales de deterioro de nuestros ecosistemas; sobre la necesidad y el deber de proteger el patrimonio natural y ambiental de nuestra patria en tanto constituyen nuestra heredad natural y su destino hace al destino de nuestro país y sobre la necesidad de construir una sociedad basada en los principios de justicia social, democracia participativa, no-violencia, respeto por la diversidad, sabiduría ecológica y sostenibilidad.

La manifiesta desvalorización de la agenda ambiental contrasta con la innegable agudización y multiplicación de las crisis ecosociales que obligan  -hoy más que nunca- a reconciliar las luchas por llegar a fin de mes con las luchas para poner fin al ininterrumpido saqueo de los sistemas ecológicos de nuestro país.

Así las cosas -desde una perspectiva ecologista- se requiere de un cambio copernicano en la visión de aquellos que pretenden conducir los destinos del país. Un cambio de visión que los conduzca a plantear un camino de transición hacia un modelo de desarrollo orientado por el principio de la justicia social, en armonía con la naturaleza y no en una guerra contra ella; un desarrollo humanista, un ecodesarrollo en el que la ciencia y la técnica se reorienten dentro de los criterios ecológicos que garantizan la reproducción del capital natural, dejando de estar al servicio de una lógica de infinita acumulación del capital económico, que nunca derrama y siempre aliena, mientras destruye la naturaleza y envenena el ambiente.

En estas elecciones presidenciales, el ecologismo tiene en claro cuáles son las opciones que se encuentran en las antípodas de sus principios y valores, pero ello no los libera de las contradicciones que le genera dar su voto por otros candidatos y propuestas. Contradicciones que encuentran sus causas en la superideología productivista que impregna a las corrientes de pensamiento tradicionales, pero también nos interpelan en cuanto a la incapacidad del ecologismo para construir su propia representación política.

Sin representación política propia, el voto ecologista obedecerá a razones ajenas a la racionalidad ecosocial que lo caracteriza, de allí que -tras las elecciones- se hará indispensable sumar esfuerzos para instalar en la agenda política de nuestro país, la urgente e indispensable transición ecosocial hacia una sociedad verdaderamente convivencial y sostenible, hacia un país socialmente justo, económicamente independiente, políticamente soberano y ecológicamente prudente.