El titulo encierra paradojas. La primera es que, después de tanta estigmatización especialmente en los últimos años, el camino de la grieta al de la convivencia, solo sea posible a través de peronismo. Y lo interesante es que no solo los peronistas han de reconocerlo. Pero ya lo dijimos en nota anterior, el peronismo es el único movimiento capaz de representar la comunidad nacional como tal, aunque para concretarlo finalmente deba, ahora más que nunca, hacer algunos ajustes doctrinarios y práxicos. El peronismo hace culto de la lealtad, pero esa lealtad debe orientarse, más allá del líder y su carisma –no es gritando la vida por Perón que se hace patria sino manteniendo el credo por el cual luchamos- precisamente hacia el proyecto y su potencialidad en tanto viabilizador de una transición pero, ya no solo hacia una sociedad diferente en un mundo más o menos predecible, sino hacia un mundo diferente en medio de una sociedad inefable.
La segunda paradoja radica en que tal empresa supone abandonar la idea de bienestar deformada por el artificio capitalista y teleológico del progreso indefinido devenido desarrollo después de la segunda guerra y marcado sintomáticamente por el disparo exponencial de todos los indicadores de deterioro de la biosfera, en concordancia con los que describen el también exponencial aumento de la tecnología, el consumo de petróleo, de energía, de minerales, de agua, la explosión de la manufactura de objetos inútiles y el acortamiento deliberado de la vida útil de los bienes de consumo, el aumento de la población y el incremento de la urbanización, y no paradójicamente la caída de los indicadores de bienestar tales como salud, educación, trabajo, seguridad, bienestar, entre otros, al punto que ya se acepta que la calidad de vida de las generaciones más jóvenes del mundo ha comenzado a empeorar respecto de las anteriores. Ahora, de nueva cuenta, la democracia en la región también está en peligro. Va de suyo que proponer continuar por la misma senda hacia un presunto escenario de progreso y bienestar basándose en la ampliación de la explotación de los mismos recursos, y nuevos, de la misma manera, aún cuando la riqueza obtenida sea repartida con justicia o equidad, es una propuesta que tiene patas cortas y es suscribir, nuevamente, la mayor mentira que la humanidad se ha hecho a sí misma. El antropoceno es un nuevo estado geobiológico ya reconocido científicamente, una nueva era que refleja el impacto negligentemente imponderado de la actividad humana sobre el planeta, el cambio climático es su manifestación más característica, en tanto se trata de un proceso que apenas comienza y cuyo derrotero es en gran medida impredecible. Lo que sí es cierto y reconocido por la misma ciencia, que en mucho ha contribuido a generarlo, es que se trata del resultado del modelo que la humanidad ha elegido para ocupar el planeta y conducir sus relaciones intra e interespecíficas. Perón decía al respecto que “el ser humano ya no puede ser concebido independientemente del medio ambiente que él mismo ha creado. Ya es una poderosa fuerza biológica, y si continúa destruyendo los recursos vitales que le brinda la Tierra, sólo puede esperar verdaderas catástrofes sociales para las próximas décadas”. Considerando que omitir reconocer tales datos y eludir trabajar para evitar tal catástrofe conspira primariamente contra el principio rector del peronismo que es la justicia social, esta sentencia inadvertida de Perón ¿no debería pasar a integrar las ideas que referencian el accionar del movimiento y el mismo rediseño del proyecto nacional? Redefinir la idea y reconducir el imaginario de bienestar hacia escenarios de posibilidad real y sostenible, es el núcleo de la transformación cultural que debemos impulsar. Vivir, habitar este fragmento de tierra que nos toca disfrutar, aprovechar, administrar, cuidar, aumentando la dignidad y disminuyendo las apetencias suntuarias innecesarias por definición y generadoras de desigualdad y despilfarro productivo. Identificar calidad de vida y buen vivir con la consecución de satisfactores limitados por la finitud de los recursos, la equidad distributiva, la ética de la otredad, la igualdad y la vida.
¿Puede el peronismo servir a esta finalidad suprema? La pregunta está abierta. La disyuntiva es binaria pues no hay opciones intermedias ni geobiológicamente ni éticamente. Y cualquiera fuese la fuerza política o movimiento social que se proponga conducir esta transición, en ello se juega su propia credibilidad y sobrevivencia.
Otra paradoja implícita en esta proposición, aunque coherente con el propósito, es la que resulta de que la transición hacia esa “otra” sociedad más sencilla ha de basarse tanto en la búsqueda de nuevos saberes e instrumentos tecnológicos discretos, enfocados únicamente a perfeccionar esos satisfactores limitados como, o más quizás, en la recuperación de instrumentos, saberes y practicas antiguas, ancestrales tan sencillas como eficaces. En ello recuperar y recrear los saberes y las tecnologías de aquellos grupos humanos que mejor adaptaron su ser/estando en la tierra aprovechándola sin descuidarla, es indispensable. Ellos existen también en Argentina y recrean sus identidades con base en imaginarios de sociedad quizás no muy distantes del imaginario generalizado, toda vez que la hegemonía del modelo ha sido internalizada en todos los rincones humanos y más en países del todo urbanos como Argentina, pero peculiares por la persistencia de la memoria y las tradiciones culturales que indígenas y criollos han sabido y necesitado mantener y resguardar por tradición y por propia supervivencia. La agroecología es un buen ejemplo de ello. Hay allí una noción de la vida buena que es la que irrumpe emergente frente al desastre ecológico y el fracaso social como una alternativa que respetar y con la cual entrar en dialogo y promover.
No sé si el buen vivir tal como es concebido por los llamados pueblos originarios con gran presencia en países como Perú, Bolivia o Ecuador es un concepto adecuado para apoyar la transición en la Argentina, considerando que la diversidad cultural aquí suele remitirse a la inmigración transatlántica más que a la presencia de esos pueblos cuyas culturas son persistentemente percibidas como marginales y rurales por una mirada eurocentrada y en una confusión con visos racistas propia del proceso de homogeneización sarmientino que marco la historia nacional, sin que el peronismo hiciera realmente diferencia alguna todavía, y que hay que desarmar. De tal suerte la idea parece ajena a la idiosincrasia de la mayoría de los argentinos y no resulta fácilmente procesable y por tanto útil a la transición. Sin embargo sí lo es la idea que subyace y ellos han sabido preservar como imaginario convivencial, utopía restauradora de justicia, identificable quizás con el también subyacente sentir que carga la idea de justicia social que el peronismo ha levantado como su principal motivación. En todo caso los argumentos antes expuestos sobre las determinantes y los imperativos que la transición impone, demandan trabajar intensamente esta identificación no solo para reivindicar la legitima presencia y por lo menos la igualdad de derechos de esas culturas, sino la pertinencia de adoptar sus tradiciones y saberes como recursos necesarios para el cambio de mundo. Tal vez pues, por aquí, el buen vivir no sea conducente, de hecho su concreción practica no está resultando coherente e incluso es traicionada en la política real de los países que lo adoptaron discursivamente como nuevo paradigma, especialmente en todo aquello que involucra la relación de la sociedad con la naturaleza o la preservación de los recursos para la vida, la buena vida. Pero también este es un debate abierto y por demás interesante. Por lo pronto, caben tres proposiciones.
En el contexto argentino, un buen convivir parece un propósito más próximo a los desafíos nacionales y una meta menos exigente para el peronismo que tiene el desafío por delante, al menos en el corto plazo, y su consecución supone, necesariamente, proteger de la degradación y la perdida las fuentes de vida que son su condición de posibilidad presente y futura, lo cual requiere cuestionar al menos en parte los métodos, los fines y los medios de los modelos productivos hegemónicos y transnacionales; y ello a su vez implica simultáneamente la valoración de los pueblos que portan los saberes que la ciencia hegemónica al servicio del capital destruye o se apropia ilegítimamente destruyendo la valiosa fuente de conocimiento que representan para hacer frente a los escenarios impredecibles del antropoceno.
Un buen convivir implica muchos acuerdos y alianzas, sólidas y determinantes decisiones políticas. Y la inclusión de derechos y sujetos de derecho ausentes en el diseño jurídico que rige la sociedad de la injusticia presente. La pregunta queda abierta: ¿Cuáles serían las estrategias nacionales y populares para transicionar hacia una sociedad de buen con-vivir?