Carlos MERENSON

El subdesarrollo de América Latina proviene del desarrollo ajeno y continúa alimentándolo.
Eduardo Galeano

¿Puede calificarse como sostenible la megaminería a cielo abierto? ¿Pueden serlo las monoculturas transgénicas? ¿Es posible calificar como sostenible una matriz energética basada en fuentes fósiles y nucleares?

En el afán por tornarlas socialmente aceptables se suele calificar a las actividades extractivistas con el término sostenible. Pero la sostenibilidad involucra una serie de criterios operativos cuyo incumplimiento invalida su empleo como calificativo.

A manera de ejemplo mencionaremos aquí cinco criterios operativos de la sostenibilidad. [1]

El primer e irrenunciable criterio operativo de sostenibilidad es el de irreversibilidad cero; que implica la reducción a cero de las intervenciones acumulativas como la emisión de tóxicos persistentes que no son biodegradados y se acumulan en las cadenas tróficas, los desechos radiactivos y la reducción a cero de los daños irreversibles como la extinción de especies animales y vegetales.

Otro importante criterio operativo de sostenibilidad para el caso de recursos naturales renovables es el de recolección sostenible que implica utilizar tasas de recolección iguales a las tasas de regeneración de estos recursos.

Para el caso de los recursos agotables, pero reciclables y los agotables irreversiblemente, el criterio operativo de sostenibilidad es el de vaciado sostenible que expresa que es cuasi sostenible la explotación de recursos naturales no renovables cuando su tasa de vaciado es igual a la tasa de creación de sustitutos renovables.

Tenemos también el criterio de emisión sostenible que implica que las tasas de emisión de residuos deben ser iguales a las capacidades naturales de asimilación de los ecosistemas a los que se emiten esos residuos.

Por último se debe mencionar al criterio de precaución que supone adoptar una actitud anticipatoria para identificar y descartar de antemano las vías que podrían llevar a desenlaces catastróficos, aun cuando la probabilidad de estos parezca pequeña.

¿Podemos preguntarnos entonces si la megaminería a cielo abierto, el modelo agroindustrial de monoculturas transgénicas o la matriz energética hegemonizada por fuentes fósiles y nucleares, satisfacen los criterios operativos enunciados?

Dar respuesta a estos interrogantes resulta de fundamental importancia para los decisores políticos. La palabra “sostenible” no tiene poderes mágicos. Su inclusión en nuestro vocabulario, discursos, informes o proyectos, no es suficiente para asegurar que nuestra sociedad o las actividades económicas se vuelvan sostenibles. Por el contrario, el bastardeo del término nos conducirá -más rápido de lo que imaginamos- a la insostenibilidad de nuestro proceso de desarrollo.

En las últimas décadas hemos sido embarcados en cuanta aventura extractivista se ha propuesto y pretendiendo justificar lo injustificable, se ha corrido tras la utopía de sostener lo insostenible, destruyendo en el camino una parte sustancial del patrimonio natural, ignorando que el destino de la heredad natural de nuestro país hace al destino del país y es sobre este destino que se está decidiendo cada vez que se decide una política determinada en materia de actividades extractivistas.

Fruto de la cultura productivista que todo lo impregna y de sus urgencias nunca ha quedado tiempo para evaluar cuidadosamente los pasivos ecosociales que lleva consigo el ininterrumpido saqueo de los sistemas ecológicos de nuestro país y las inequívocas señales de deterioro de nuestros ecosistemas.

Si las urgencias del presente, como la lucha contra la pobreza, la indigencia y el hambre nos conducen a los extractivismos, debemos hacerlo en el marco de una planificación que nos pueda sacar -lo antes posible- de ese camino que, inevitablemente, nos conduce a la insostenibilidad, multiplicando los problemas que se pretendían resolver con el agravante de un deterioro natural que hará imposible resolverlos.

Si bien es cierto que la mayor riqueza de nuestro país está en sus recursos naturales y su gente, la historia ha mostrado que es erróneo pensar que haciendo un uso indiscriminado de los recursos naturales se puede financiar las urgencias del desarrollo. Pretender elevar el nivel de vida de la gente sin tomar en consideración el impacto catastrófico de la lógica extractivista sobre la vida de los seres humanos y el ambiente -tal como la experiencia lo demuestra- solo ha servido para maximizar la renta de pocos y los impactos ecosociales de muchos.

 

[1] Jorge Riechmann Capítulo 1: “Desarrollo sostenible: la lucha por la interpretación” del libro “De la economía a la ecología” (Riechmann J., Naredo J.M. et al; 1995).