Hoy dio inicio o mejor se reinició la lucha contra la presión tributaria en el sector agroindustrial. Lucha que estuvo congelada en los últimos cuatro años en los que, tal como lo afirmara el presidente de la Sociedad Rural Argentina, en noviembre del año pasado, se aplicaron las ideas que fueron el mejor camino para el “campo”.
Tal afirmación nos conduce a preguntarnos si las ideas que le hicieron “tanto bien” al campo, son las mismas que desembocaron en un escenario socioeconómico caracterizado por el aumento de la inflación; caída en el consumo privado y en la inversión; saldo comercial promedio mensual negativo; pérdida del empleo privado; aumento del desempleo; aumento de la pobreza y la indigencia; significativo aumento en el número de los trabajadores que pagan impuesto a las ganancias sobre los salarios; caída en el consumo anual per capita de leche y de carne; caída en las ventas de las PYMES; reducción en el número de empresas; caída en la demanda de energía y del cemento; caída del salario mínimo y la jubilación mínima; pérdida de la capacidad de compra de medicamentos; caída en la participación de los trabajadores en el PBI; descomunal aumento tanto en la tasa de política monetaria como en la cotización de la divisa estadounidense; derrumbe en la producción automotriz y textil; caída en el sector de la construcción; retroceso en el empleo industrial y de las exportaciones de manufacturas de origen industrial; colosal incremento de la deuda pública bruta y de la deuda externa; récord en el incremento del riesgo país e inusitada aceleración en la fuga de capitales.
Todo lo anterior, sin considerar los impactos ambientales que le son inherentes al modelo agroindustrial y que se proyectan como externalidades hacia toda la sociedad.
Cabe preguntarse entonces: ¿a quién le va bien cuando a la agroindustria le va bien?