Marcelo Viñas

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LA RELACIÓN SOCIEDAD-SUELO DESDE UNA VISIÓN RELACIONAL

El “Problema superior” es inherente a la relación Sociedad-Suelo (o Sociedad-Ambiente). La agricultura, como cualquier sistema productivo, es el nombre que designa una relación determinada entre el ser humano y su entorno. Tratándose de una relación, es posible tipificarla en virtud de la teoría de la comunicación humana, por lo cual trataremos de analizar esta relación a partir de los tipos o patrones de interacción descriptos desde esta teoría: interacción simétrica o complementaria (Watzlavick et al, 1981), si bien inicialmente estos conceptos fueron usados inicialmente para describir los procesos de diferenciación en la conducta humana a partir de la interacción acumulativa entre individuos (Bateson, 1972). Ambos tipos de interacción se pueden describir como basados en la igualdad o en la diferencia. En la Interacción simétrica ambos miembros de la relación tienden a igualar sus conductas (basada en la igualdad), mientras que en la Interacción complementaria la conducta de un miembro es distinta y complementa a la del otro (basada en la diferencia).

Tanto las relaciones simétricas como las complementarias pueden entrar en procesos de escalada en las reacciones de cada lado, que generan rupturas de la relación y, muchas veces, la desintegración de sus miembros. Estos procesos progresivos fueron descriptos bajo la noción de esquizmogénesis. En la esquizmogénesis simétrica, la respuesta del mismo tipo de un miembro desata una respuesta del mismo tipo del otro pero de mayor intensidad, y así sucesivamente. Esta progresión puede verse como una escalada en espejo, donde cada parte exhibe una conducta similar a la de la otra pero amplificada (carrera armamentista, conflicto campo-gobierno, river-boca). Podríamos representar el conflicto campo-gobierno por la resolución 125 en términos de una esquizmogénesis simétrica (Fig 12).

En la esquizmogénesis complementaria, la conducta de una parte produce una respuesta de distinto tipo en la otra, pero que siendo complementaria refuerza la primera y profundiza la segunda (dominio-sumisión, peón-patrón, etc.). También aquí, la respuesta de la otra parte genera una amplificación de la respuesta (la sumisión de un miembro refuerza la conducta dominante del otro, que a su vez aumenta la sumisión del primero, que a su vez refuerza la dominancia, y así sucesivamente).

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Fig 12: Conflicto Campo-Gobierno representado como esquizmogénesis simétrica.

Un tercer tipo de interacción es la llamada Interacción recíproca (Bateson, 1972). Cuando los procesos esquizmogenéticos se tornan insoportables, puede generarse o recuperarse cierta estabilidad por una alternancia de los patrones en las respuestas entre ambas partes de la relación. En una escalada simétrica, una de las partes puede reaccionar de manera diferente en lugar de igual (es decir hay un cambio de patrón de simétrico a complementario), relajando la tensión y recomponiendo estabilidad en la interacción. En una esquizmogénesis complementarias, el miembro más débil puede reaccionar de manera simétrica, reduciendo la “dominancia” del otro.

Habiendo aclarado un poco estos conceptos, trataremos de analizar la relación sociedad-suelo (o ser humano – naturaleza) y las transformaciones que fue experimentando con el paso del tiempo en términos de esta clasificación de relaciones y procesos. Debemos aclarar que en la relación Sociedad-Suelo, por ejemplo en la actividad agropecuaria, existen dos carriles lógicos por los que discurre la relación: por un lado el propio de los tiempos y los procesos del Suelo, es decir la lógica del proceso ecológico, y por el otro el sistema de creencias y valores de la Sociedad. Esto fue expresado también en función del Tiempo naturaleza (Tn), el Tiempo agrícola (Ta), y el Tiempo industrial (Ti) (Pinheiro, 2010).

Tradicionalmente, la relación entre “Suelo” y “Sociedad” ha experimentado a una serie de cambios que la llevaron desde un tipo de relación “recíproca” hacia un tipo “complementario”. Es decir, desde una situación inicial de contacto directo con la tierra y de respeto por los ciclos y tiempos naturales, el antiguo colono implementaba producciones diversificadas cuyo objeto era por un lado abastecer de alimentos a su familia durante todo el año, y por el otro, obtener excedentes para intercambiar por bienes que no podía obtener del campo. En esta relación pretérita, el colono estaba conscientemente integrado a su ecosistema, y comprendía de manera directa la relación entre sus acciones y las respuestas del ecosistema, de forma que podía regular esta relación para regenerar las condiciones deterioradas de su ambiente, en virtud de un mantenimiento de la salud del conjunto a futuro. En otras palabras, existía una cierta congruencia entre el proceso ecológico y la epistemología puesta en las actividades agropecuarias. En términos de Pinheiro, el Tn y el Ta eran casi idénticos, con pequeñas alteraciones, anticipaciones o retardos.

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Fig 13: Ejemplo simplificado de esquizmogénesis complementaria.

Pero esta relación fue cambiando con el tiempo, y el objetivo de producir alimentos variados y bienes para el intercambio comercial, dejó su lugar al objetivo casi exclusivo de producir bienes de cambio para el mercado internacional. Es la aparición del Tiempo industrial (Ti). En este punto, el suelo pasó a ser un medio en extremo manipulable para obtener estos bienes traducibles a dinero, y el colono pasó a ser un productor o un agroempresario. Aquí se rompió la congruencia entre el proceso natural y las ideas que se tienen de éste. Los avances tecnológicos y el incremento en el uso de combustibles fósiles y agroquímicos, representaron un subsidio energético que aumentó los rendimientos, pero que también implicó la pérdida de diversidad productiva, en función de la demanda del mercado. A partir de este momento, lo que era una relación recíproca pasó a ser una relación complementaria, en el sentido de que cuanto más se presiona al sistema para aumentar la producción, el sistema cede cada vez más en la pérdida de sus condiciones ecosistémicas y de su resiliencia (el ecosistema es forzado o sometido para entregar bienes comerciables a costa de su integridad) (Fig 13). El ecosistema suelo responde a la demanda del productor cediendo flexibilidad y aumentando la tensión en ciertas relaciones, las que conducen a una pérdida de estabilidad. En este aspecto, la relación actual tiene más similitudes con la antigua relación que se estableció entre los pobladores de la región chaqueña y aquel bosque chaqueño que había que “vencer” o “dominar” para poner a “producir”, con el resultado inevitable del colapso productivo, una vez que la tierra perdió sus pocos nutrientes, su escasa materia orgánica y su capacidad de retener el agua y soportar las sequías. Nótese que los términos de linaje bélico empleados comúnmente en las publicidades y artículos de divulgación remiten a una relación simétrica, pero no reflejan la naturaleza complementaria de la interacción.

Por otro lado, el colapso del sistema representa un retorno obligado a la relación recíproca.

A su vez, el consumo cada vez mayor de combustibles fósiles aumenta la entropía de todo el sistema. La eficiencia es cada vez menor, y los daños extendidos en el sistema cada vez mayores.

Un caso paradigmático puede observarse en el proceso de desertificación patagónica como producto del sobrepastoreo ovino. Aquí, lo que se observa es una situación que puede describirse como complementaria o simétrica, según el contexto de análisis. Como vimos, en el trabajo de Oliva (2006) se pone de manifiesto el “orgullo” de los ovejeros patagónicos como uno de los factores que oponen mayor resistencia a las medidas para controlar la erosión y la sobrecarga ganadera y evitar el avance del proceso de desertificación. Citando el trabajo de Andrade (2005), señala que los productores tienden a asumir que la pérdida de vegetación se debe a factores climáticos, con independencia de lo que señalen los datos meteorológicos. Así, la percepción de que “llueve menos” es una especie de acto divino que impele a reducir la carga ganadera por la reducción de los índices productivos. Según la misma percepción, cuando la lluvia vuelva a ser “normal”, los campos mejorarán. Más allá de que esta visión contradice los numerosos datos técnicos que atribuyen al sobrepastoreo el origen principal de la desertificación en Patagonia, funciona como un escape para asumir la propia responsabilidad. La evidencia intolerable de haber causado la desertificación de su campo, refuerza el orgullo del ovejero, que se siente amo y señor de su porción de Patagonia, y que fue una pobre víctima inocente del clima despiadado. Definitivamente no fueron sus ovejas y su mala percepción de los límites ecológicos los causantes de la erosión trágica. Al interior del ovejero, su orgullo es simétrico frente a la desazón impotente de no poder producir más ovejas (su orgullo simétrico es el síntoma de su “doble vínculo”). Frente al ambiente, sin embargo, su conducta fue complementaria: a medida que aumentaba la carga ganadera se intensificaban los procesos erosivos que quitaron potencial productivo al ecosistema.

A los fines productivos y de conservación de los pocos suelos patagónicos aún con restos de resiliencia, Oliva menciona que “en este sentido, la amenaza del mal manejo de pastizales con respecto a la distribución del rebaño y sobrecarga de ganado sigue latente, porque lo único que hay que hacer es esperar a que regrese la lluvia y a que mejoren los precios de lana y carne. La mejora en los sistemas de producción, la evaluación de pastizales, la información climática y de mercados, pierde valor en esta visión fatalista.

La lógica de los productores incluye elementos de análisis económicos y otros que no son empresariales y son difícilmente cuantificables. El estilo de vida y el reconocimiento social de las familias de campo hacen que muchos productores se sientan ovejeros de raza, y estén dispuestos a arriesgar capital y esfuerzos por reproducir un sistema ganadero que es en muchos casos apenas sustentable”.

Este hecho, entre otras cosas, también produce una reacción adversa de muchos productores hacia la adopción de iniciativas productivas que no se relacionen con la ganadería ovina, como planteos de agricultura a pequeña escala. “¿Así que esta es la Patagonia verdulera?” pregunta con sorna un dirigente rural ante el stand del INTA sobre diversificación.

Si bien la dinámica del quehacer productivo está mediada por los actores directos de la producción agropecuaria, la complementariedad de su relación con el suelo se extiende hacia la sociedad toda, ya que los paradigmas del sector agrícola son compartidos por el conjunto de los ciudadanos, y porque los ciudadanos, en mayor o menor medida, participan de la producción como consumidores. Por otra parte, la segmentación del conocimiento presupone un acuerdo social implícito por el cual cada tema es tratado por un especialista, que es depositario de toda la confianza social para tomar las decisiones que afectan al conjunto y que, se supone, comparte los presupuestos básicos. Cuando los problemas de desertificación de la patagonia eran no sólo evidentes sino también gravísimos, la mayor parte de los planes de recuperación, evaluación y desarrollo tecnológico, así como los órganos de fomento del estado, seguían teniendo a la oveja como el ganado privilegiado para la región. Sólo unos pocos esfuerzos se hicieron para sustituir la ganadería ovina por otros sistemas productivos de menor impacto (Oliva, 2006). Sólo unos pocos se cuestionan: ¿Tiene sentido seguir insistiendo en la recuperación de las existencias ganaderas históricas como si nada hubiese ocurrido?

Como hemos expresado, las relaciones complementarias pueden entrar en procesos esquizmogénicos que destruyen a sus partes y por ende a la relación. Esto se está verificando por la pérdida de productividad de los campos, por la mala calidad de los alimentos, por la degradación social en general, por la pérdida de resiliencia, por los bajos índices de biodiversidad, por la pérdida de servicios ambientales (inundaciones, voladuras de suelo), etc. En otras palabras, la esquizmogénesis se manifiesta en el “Problema superior” de los suelos.

Esto también es importante para ser analizado en relación al lenguaje empleado para referirse a la degradación. Es importante para resignificar lo que a menudo llamamos desertificación, degradación, erosión, etc. La palabra “erosión” por ejemplo, puede volcar nuestro parecer hacia la tierra que la sufre, pero representaríamos mejor lo que ocurre si pensamos en “procesos erosivos” (esquizmogenéticos) donde tanto la tierra como el agricultor son parte de un sistema que a través de la historia de interacciones mutuas (relación complementaria) produce una pérdida significativa de tierra fértil y una pérdida de la capacidad futura de ejercer la agricultura. En este sistema, además, el agricultor pone en juego todo un conjunto de creencias sobre la tierra, la naturaleza, la sociedad, la tecnología, la economía, que se despliegan en la relación tierra-agricultor, y que desembocan en un proceso que es erosivo para ambos. En otras palabras, lo que espera tanto al agricultor como a la tierra es un porvenir paupérrimo, una relación que puede devenir “no relación”.

Para retomar la desertificación patagónica desde esta mirada, podríamos redefinir nuestro sistema anterior y traducirlo como tierra-pastor ovejero. Evidentemente, la desertificación es el resultado de lo que llamaríamos “proceso desertificante” que ocurre en la historia de la relación entre los pastores ovejeros y la estepa patagónica. “La producción ganadera ovina es una de las principales actividades humanas en los ecosistemas áridos y semiáridos de Patagonia. Uno de los mayores problemas que enfrenta esta actividad pecuaria es el avance de la desertificación en gran parte de la región, debido principalmente al sobrepastoreo, que ha provocado un severo deterioro de la vegetación y del suelo” escribió alguna vez el experto Alberto Soriano.

Si no reaccionamos frente al diagnóstico de este “proceso desertificante” es porque, como en el “proceso erosivo” anterior, nos volcamos a ver sólo aquello que queda representado en la fig. 10 de la página 36, como si la desertificación fuera algo relativo solamente a la pérdida de vegetación y suelos de la patagonia. Estamos de alguna manera incapacitados de asumir que el “proceso desertificante” es el resultado de la historia de la relación entre el pastor y la estepa como integrantes de un sistema que los vincula, y que el “proceso desertificante” ocurre en todo el sistema, es decir, en la estepa, pero también en el pastor.

No sólo se desertifica el suelo patagónico, también se desertifica la ganadería ovina. En otras palabras, describimos y actuamos como si la estepa estuviera “afuera” del sistema estepa-pastor, o como si el pastor no estuviera incluido.

También debemos considerar aquí que el pastor, al igual que el agricultor de la pampa ondulada, pone en juego un sistema de creencias posiblemente heredado de sus antepasados extracontinentales, que quizá resultaba funcional en otro tipo de ambiente, y quizá fue el reflejo de una relación tierra-pastor virtuosa e integrada por siglos. Lo que las áreas rojas de la fig. 10 nos están diciendo, es que definitivamente ese sistema de creencias trasladado a la estepa no refleja una relación virtuosa ni integrada, sino que contribuye a generar un “proceso desertificante” en la historia de la relación.

LA NECESIDAD DE UNA LEY DE PRESUPUESTOS MÍNIMOS SOBRE EL SUELO

La diversidad de suelos presentes en nuestro país es realmente muy alta (Panigatti, 2010).

Hasta ahora tratamos de describir algunos aspectos de la degradación de los suelos argentinos, de analizar las racionalidades subyacentes a los sistemas productivos, y de indicar algunas de sus consecuencias patológicas. Estos antecedentes plantean la necesidad de generar una herramienta legal que no sólo tienda a proteger el suelo y su fertilidad con vistas a sostener la producción de alimentos en las próximas décadas, sino también a fortalecer un vínculo virtuoso de la sociedad con el suelo. La forma de la relación sociedad-suelo es determinante de su degradación o de su recuperación. Hemos tratado de analizar esta relación con la idea de conocer algunos de sus patrones y comprender cómo podrían transformarse de viciosos a virtuosos. En el siguiente apartado trataremos de acercarnos a una definición de suelo que permita revalorarlo y resignificarlo socialmente.

Provisoriamente, tratándose de un documento preliminar, proponemos que una ley de presupuestos mínimos sobre el suelo debería observar los siguientes lineamientos:

  • Conservar el suelo significa conservar una unidad compleja, ecológica, multifuncional y multidimensional. Una definición de suelo que incluya sus funciones y sus dimensiones (ecológica, social, económica, temporal, ética), permitirá definir los límites de su conservación, contemplando todas sus dimensiones, y excluyendo decisiones de manejo tomadas sólo en función de la dimensión económica (ver más adelante).
  • El suelo no es un recurso natural no renovable, sino un ecosistema cuyo uso puede ser renovable y sostenido en el tiempo.
  • El suelo es limitado, pero puede ser inagotable dentro de sus límites biofísicos.
  • El suelo es inclusivo de la sociedad y es su sostén.
  • La supervivencia social depende de la supervivencia del suelo.
  • Los objetivos de uso, conservación y restauración del suelo deben priorizar el mantenimiento o la recuperación de su integridad funcional a largo plazo, la fertilidad, la resiliencia, aún a costa de la reducción de beneficios económicos en el corto plazo.
  • No puede ser el objetivo de una ley de presupuestos mínimos aumentar o mantener la productividad, ya que ésta puede ser aumentada o mantenida a expensas de la degradación del suelo.
  • El uso del suelo es un privilegio, lo cual implica una enorme responsabilidad en la toma de decisiones productivas. Este privilegio debería ser adecuadamente regulado y limitado por una ley de presupuestos mínimos.
  • Los suelos no pueden ser usados más allá de sus capacidades. Con sólo pensar en los suelos patagónicos perdidos por desertificación deberíamos comprender este punto. Si aun así ocurriera, y esto condujera a la desertificación, debería constituir un delito grave.
  • Los suelos tienen un valor intrínseco por encima de los derechos de propiedad. El propietario o aquel que haga uso del suelo no puede desconocer su responsabilidad si incurriera en prácticas que dañan su integridad ecológica.
  • Generar deliberadamente cualquier tipo de degradación del suelo debe ser considerado como una causa de pérdida del privilegio de usarlo.
  • No todos los suelos y los ecosistemas que sostienen deben ser usados con fines productivos.
  • La inflexibilidad de las ideas productivas se sostiene con la pérdida de flexibilidad de los ecosistemas.
  • La degradación, más que ser explicada por cuestiones meramente económicas, parece estar generada por procesos patológicos de relación.
  • Las políticas de investigación deben incorporar enfoques más holísticos para analizar los sistemas productivos, en lugar de adecuarse a las necesidades del mercado, incluyendo formas de producción de bajos insumos energéticos.
  • La política crediticia de los bancos debe ser controlada desde el punto de vista de la conservación del suelo. Los bancos u otros organismos de crédito deben ser responsables de los procesos de degradación que se deriven de actividades financiadas por ellos.
  • En las políticas de uso del suelo debe privilegiarse a las personas o grupos que mejor lo cuiden. La tierra debe ser del que mejor la trabaja.
  • De ser posible, se recomienda la omisión de términos como “sustentable”, o “responsable” para referirse a prácticas agroganaderas, a menos que sean estrictamente definidos en concordancia con una definición de suelo aceptada.

 

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