Este año, el movimiento de las agujas del Reloj del Apocalipsis[1] nos colocó a tan solo 100 segundos de la medianoche. Lo más cerca que nunca antes del fin.
El ajuste de la hora obedeció a la proliferación nuclear, la incapacidad de abordar el cambio climático y la desinformación basada en la guerra cibernética; cuestiones todas tan reales como amenazantes, no obstante lo cual, podríamos afirmar que el Reloj del Apocalipsis atrasa, en tanto una amenaza silente ha permanecido ignorada a la hora de ponderar la gravedad de la situación en la que estamos: la degradación y pérdida de los componentes de la diversidad biológica, no obstante ser este imparable proceso una amenaza mayor y concreta a nuestra supervivencia.
Basta mencionar que los procesos naturales que hacen posible nuestra vida en el planeta, como la fotosíntesis, polinización, regulación del clima, moderación de eventos extremos, formación de suelos, regulación de los ciclos de nutrientes, regulación del ciclo del agua o disponibilidad de agua dulce, no serían posibles, sin la indispensable participación de componentes de la diversidad biológica. Son esos componentes, además, a los que echamos mano para proveernos de materias primas; alimentos; recursos genéticos; medicinas; recreación y esparcimiento. (Gráfico Planeta Vivo 2018 WWF)
Vemos entonces que nuestra supervivencia depende significativamente de la diversidad de ecosistemas, especies, poblaciones y genes; no obstante lo cual, el término biodiversidad[2] se ha mantenido como algo inasible para la mayor parte de la gente, que no comprende bien su real significado, ni las consecuencias de su degradación y pérdida; menos aún comprende las limitaciones que se deben autoimponer, si se pretende conservar la biodiversidad del planeta, a la que no podemos reemplazar, ni aún, a los más altos costos económicos imaginables (ver anexo).
La gran paradoja es que la humanidad necesita de la biodiversidad para sobrevivir pero vive destruyéndola.
El Homo sapiens se ha convertido en la especie más mortífera en los anales de la biología.
La primera oleada de extinción fue impulsada con la expansión de los cazadores-recolectores; la segunda oleada de extinción se originó al expandir la agricultura y finalmente la tercera oleada de extinción dio inicio a partir de la primera revolución industrial, extendiéndose hasta nuestros días en los que la creciente presión humana está mermando el capital natural, provocando que se haya disparado la tasa de extinción y que la tasa de aparición de nuevas especies muestre una tendencia declinante, configurando un escenario que puede ser caracterizado como el inicio del sexto episodio de extinción en masa en la historia de nuestro planeta y el primero que no obedece a catástrofes naturales.
El Índice Planeta Vivo construido a partir del control de 16.704 poblaciones correspondientes a 4005 especies de vertebrados revela que la población mundial de peces, aves, mamíferos, anfibios y reptiles ha disminuido un 60% entre 1970 y 2014, debido a las actividades humanas.
Las estrategias evolutivas de la humanidad difieren notablemente de las empleadas por la naturaleza y en lugar de basarse en la diversidad se han basado en una creciente homogeneidad. Observemos lo acontecido con los mamíferos terrestres. Tomando en consideración su biomasa en peso, vemos que hace 10.000 años atrás, cuando se produce el advenimiento de la agricultura, el 97% de esa biomasa correspondía a diferentes especies de mamíferos silvestres, mientras que el 3% restante correspondía a los humanos. En la actualidad, los mamíferos silvestres representan tan solo el 2,97% de la biomasa en peso, mientras que humanos, ganados y mascotas dan cuenta del 97,03% restante.
Estas estrategias de homogeneidad se manifiestan particularmente en el suministro de alimentos donde veinte especies proporcionan el 90% de la comida del mundo y cuatro: maíz, trigo, soja y arroz, aportan más de la mitad, tornando extremadamente frágil un factor que, históricamente, ha sido el desencadenante de la declinación y derrumbe de civilizaciones tempranas, tales como -por ejemplos- han sido los casos de la civilización Sumeria o la civilización Maya.
Frente a tal escenario, resulta importante destacar que la fuerza motora que impulsa los procesos que definen la degradación y pérdida de los componentes de la biodiversidad no es otra que la racionalidad productivista, con sus insostenibles modelos de producción y consumo. Esta fuerza motora es la que impulsa a la agroindustria, la silvicultura, las actividades de caza y pesca, el sector energético, la minería, el transporte y las obras de infraestructura que –conjunta o separadamente- actúan como factores de presión, definiendo las principales amenazas para especies, poblaciones y ecosistemas. Amenazas entre las que se destacan la sobreexplotación y la agricultura que han sido responsables de la extinción del 75% de todas las especies de plantas, anfibios, reptiles, aves y mamíferos extinguidas en los últimos cinco siglos.
Si los organismos vivos de la tierra están siendo depredados a causa de formas inmediatistas de entender la economía y la actividad comercial y productiva, necesitamos que las políticas públicas en la materia adopten una actitud proactiva, basada en un enfoque ecosistémico, trabajando sobre los patrones, estructuras sistémicas y sobre los mecanismos económicos subyacentes a la degradación y pérdida de la diversidad biológica. Pero la realidad marcha en otra dirección y lejos de atacar las causas principales, las políticas públicas sobre biodiversidad se han caracterizado por su actitud reactiva, centrando los esfuerzos -casi exclusivamente- sobre las especies en extinción, mediante estrategias de conservación que -bueno es mencionarlo- han dado pruebas suficientes de su ineficacia.
La humanidad ha generado una contradicción, a la postre fatal, entre el crecimiento económico al que se considera indispensable, insustituible e ilimitado; y la biodiversidad, que también es indispensable e insustituible pero que resulta limitada.
A tan solo 100 segundos del final y ello sin haber ponderado que nos encontramos en el sexto episodio de extinción en masa, lo cual nos colocaría mucho más cerca de la medianoche, deberíamos preguntarnos si podremos realmente abandonar la razón productivista que nos ha conducido a transformar un planeta biológicamente abundante y diversificado, en un planeta empobrecido y homogeneizado; que nos ha conducido de la biodiversidad hacia la necro-homogeneidad; si tenemos tiempo suficiente para construir una razón diferente, una razón ecosocial, capaz de mostrarnos el camino hacia una sociedad convivencial y sostenible; capaz de conducirnos a considerar el planeta como la casa común que todes habitamos.
ANEXO
Un muy buen ejemplo sobre la dependencia significativa que tenemos respecto de los componentes de la diversidad biológica fue el experimento BIOSFERA II, desarrollado en el desierto de Arizona en EUA mediante el cual se intentó que ocho personas vivieran en un ecosistema cerrado de 1,27 ha dentro del cual se reprodujeron varios ecosistemas naturales, incluso un océano en miniatura.
A pesar de una inversión de más de US$ 200 millones en el diseño, la construcción y la operación de esta tierra modelo, se probó que era imposible proveer el material para cubrir las necesidades físicas de los ocho voluntarios, que debieron enfrentar entre otros problemas:
- Una concertación de O2 del 14 % (equivalente a la encontrada naturalmente a 5.400 m de altura).
- Altísimas concentraciones de CO2 y óxido nitroso capaces de producir un irreversible deterioro del cerebro.
- Muy alto nivel de extinción en vertebrados incluidos en el experimento (se extinguieron 17 de las 23 especies recluidas) y de todos los insectos y otros agentes polinizadores, lo cual llevaba a esperar la segura extinción de la flora prevista en el recinto.
- Crecimiento agresivo de algas, explosión demográfica de hormigas y cucarachas.
El costo de la experiencia: US$ 34.500/persona/día.
Nuestro planeta -Biosfera I- realiza esta tarea diariamente a ningún costo monetario para los más de 7000 millones que lo habitamos. Solo al costo de Biosfera II, significaría la cifra total de: US$ 241.500.000.000.000/día.
Conclusión: La naturaleza no puede ser fácilmente reemplazada, ni aún a los más altos costos económicos.
NOTAS
[1] El Reloj del Apocalipsis fue creado a finales de la década del año 1940 por los integrantes de la Junta Directiva del Boletín de Científicos Atómicos de la Universidad de Chicago, con la intención de denunciar, en una forma simbólica, lo cerca que está el mundo de la destrucción total, ponderando los minutos que quedan para llegar hasta la medianoche, que representa la destrucción total y catastrófica de la Humanidad. Las agujas de este reloj se mueven según las conclusiones que resuelven un grupo de expertos tras analizar la situación en la que está el mundo en cada momento. Para dimensionar el tiempo restante, los científicos ponderan la amenaza de guerra nuclear global, los cambios climáticos y todo nuevo desarrollo en las ciencias y tecnologías, en particular la nanotecnología, que pudiera infligir algún daño irreparable.
[2] Fue Edward Osborne Wilson quien en la década del año 1990 populariza el concepto biodiversidad (contracción de diversidad biológica) como un término que incluye la diversidad de ecosistemas donde habitan las especies; la diversidad entre especies, la diversidad entre poblaciones de una misma especie y la diversidad genética dentro de las especies. En realidad, biodiversidad es un concepto, una idea que intenta resumirse en un término que nos remite al universo de la complejidad, de los equilibrios y de los límites. Un concepto que, frente a la dominación, antepone la interrelación mutua, la reciprocidad entre los seres humanos y el resto de la naturaleza.