Por estos días mucho es lo que se habla sobre las estrategias para enfrentar la pandemia de coronavirus. Una de ellas, la estrategia de supresión, ha sido caracterizada como la estrategia del martillo y el baile en tanto su etapa inicial –el martillo– implica un distanciamiento social estricto, para después, cuando la situación lo permita, pasar a una etapa en la que se relajan las medidas de control –el baile– de modo que podamos recuperar nuestras “libertades” y volver a un estado de vida social y económica “normales”.
Obviamente, la normalidad económica a la que se nos invita a regresar, paradójicamente, es la madre de la mayor parte de las penurias ecosociales que nos toca enfrentar, como el cambio climático antropogénico, la crisis del modelo energético fosilista, la pérdida irreversible de los componentes de la diversidad biológica, la imparable concentración de la riqueza y -claro está- algunas de las principales amenazas a la saluda humana.
Uno de los modelos paradigmáticos de la normalidad económica es el modelo agroindustrial que, tal como lo afirma el biólogo Rob Wallace, autor de Big Farms Make Big Flu (Las grandes granjas producen grandes gripes) es la causa por la que los virus se están volviendo más peligrosos, particularmente la producción ganadera, responsable de conducir a múltiples patógenos -hasta ahora marginales- a volverse celebridades mundiales.
Wallace considera que al motorizar un vertiginoso proceso de deforestación y puestas en producción de grandes extensiones, el modelo agroindustrial ocasiona la pérdida de la diversidad funcional y la complejidad -propias de los ecosistemas originales- facilitando que, patógenos antes inmovilizados en el equilibrio ecosistémico, se liberen y extiendan, primero, a la ganadería local y luego, a las comunidades humanas. A manera de ejemplos menciona que el ébola, el zika, el coronavirus, la reaparición de la fiebre amarilla, una variedad de gripes aviares y la peste porcina africana son algunos de los muchos patógenos que salen de las zonas más remotas del interior hacia áreas periurbanas, capitales regionales y, en última instancia, hacia la red mundial de tránsito.
Si de advertencias se trata, la del coronavirus no ha sido la primera que realizan los científicos sobre amenazas para la humanidad. Así por ejemplo, en 1972, un equipo de científicos[1] del Massachusetts Institute of Technology (MIT) publicó el informe Los Límites del Crecimiento, también conocido como Informe Meadows, donde advertían que: Si se mantienen las tendencias actuales de crecimiento de la población mundial, industrialización, contaminación ambiental, producción de alimentos y agotamiento de los recursos, este planeta alcanzará los límites de su crecimiento en el curso de los próximos cien años [se están refiriendo al siglo XXI]. El resultado más probable sería un súbito e incontrolable descenso tanto de la población como de la capacidad industrial.
Tal grave advertencia fue la conclusión a la que arribaron al modelar la trayectoria exponencial de industrialización, población, alimentos, uso de los recursos y contaminación dentro de un sistema cerrado como el planeta que habitamos. El modelo mostraba un clásico comportamiento de sobrepaso y colapso.
Resulta importante transcribir algunos párrafos del Informe Meadows cuando se describen las consecuencias esperables en el caso del escenario estándar (BaU) en el que no se hiciera nada por cambiar el rumbo:
…el colapso se produce debido al agotamiento de los recursos no renovables. El stock de capital industrial crece a un nivel que requiere un enorme aporte de recursos. En el proceso mismo de ese crecimiento agota una gran parte de las reservas de recursos disponibles. A medida que suben los precios de los recursos y se agotan las minas, se debe utilizar cada vez más capital para obtener recursos, dejando menos que invertir para el crecimiento futuro. Por último, la inversión no puede mantenerse a la altura de la depreciación y la base industrial se derrumba, llevando consigo los servicios y los sistemas agrícolas que se han vuelto dependientes de insumos industriales (como fertilizantes, pesticidas, laboratorios hospitalarios, ordenadores y especialmente energía para la mecanización). Por un corto tiempo la situación es especialmente grave porque la población, con los retrasos inherentes a la estructura de edad y al proceso de ajuste social, sigue aumentando. Finalmente, la población disminuye cuando la tasa de mortalidad se dispara por la falta de alimentos y servicios de salud.
El momento exacto de estos eventos no es significativo, dada la gran agregación y muchas incertidumbres en el modelo. Es significativo, sin embargo, que el crecimiento se detiene mucho antes del año 2100. Hemos intentado en cada caso dudoso hacer la estimación más optimista de cantidades desconocidas, y también hemos ignorado eventos discontinuos como guerras o epidemias, que podrían actuar para poner fin al crecimiento incluso antes de lo que nuestro modelo indicaría. En otras palabras, el modelo está sesgado para permitir que el crecimiento continúe más de lo que probablemente pueda continuar en el mundo real. Por lo tanto, podemos decir con cierta confianza que, con el supuesto de que no se produzca un cambio importante en el sistema actual, el crecimiento demográfico e industrial ciertamente cesará en el próximo siglo [se refieren a nuestro siglo XXI], a más tardar.
También resultan de particular importancia algunos comentarios del Comité Ejecutivo del Club de Roma sobre el Informe Meadows:
Es cierto que en la práctica los eventos ocurren en el mundo esporádicamente en puntos de estrés, no de manera general o simultánea en todo el planeta. Entonces, incluso si ocurrieran las consecuencias anticipadas por el modelo, a través de la inercia humana y las dificultades políticas, sin duda aparecerían primero en una serie de crisis y desastres locales. Pero probablemente no sea menos cierto que estas crisis tendrían repercusiones en todo el mundo y que muchas naciones y pueblos, tomando medidas correctivas apresuradas o retirándose al aislacionismo e intentando la autosuficiencia, agravarían las condiciones que operan en el sistema como un todo. La interdependencia de los diversos componentes del sistema mundial haría que tales medidas fuesen finalmente inútiles. Guerras, plagas, necesidad de materias primas de las economías industriales o una decadencia económica generalizada conducirían a una desintegración social contagiosa.
Graham Turner y Cathy Alexander en un artículo publicado en septiembre 2014 por The Guardian, afirmaban que hasta ese año, los datos del Informe Meadows del escenario estándar ajustaban con lo realmente acontecido en cada variable a partir de lo cual se preguntaban: ¿qué pasará después?
Según el informe publicado en 1972, alrededor de 2015 comenzaba a caer la producción industrial per cápita y sus efectos comenzaban a mostrarse hasta 2030. Con el aumento de la contaminación y la caída de los insumos industriales de la agricultura, la producción de alimentos per cápita cae. Los servicios de salud y educación se recortan, y se combinan para producir un aumento en la tasa de mortalidad alrededor de 2020. La población mundial comienza a caer desde aproximadamente 2030, en unos 500 millones de personas por década. Las condiciones de vida caen a niveles similares a los de principios de 1900.
Hoy pocos son los que se atreven a negar la existencia del coronavirus o a optar por no hacer nada para enfrentar la pandemia; pero también están aquellos que -inmersos en la razón productivista- anteponen la cuestión económica frente a cualquier otro aspecto social, incluso, frente a una amenaza tangible a la salud humana como lo es la actual pandemia de coronavirus y lo dicen sin tapujos, como es el caso del vicegobernador de Texas, Dan Patrick quien afirma que:
A mí nadie me ha preguntado si, como ciudadano mayor, estoy dispuesto a jugar mi supervivencia a cambio de mantener a los Estados Unidos tal y como es para nuestros hijos y nuestros nietos. Porque mi respuesta es que sí, que estoy dispuesto…Mi mensaje es que debemos volver al trabajo, volvamos a vivir, seamos listos acerca de todo esto y los mayores de 70 ya cuidaremos de nosotros mismos. No sacrifiquéis el país, no sacrifiquéis el gran “sueño americano”
Una declaración perfectamente alineada con la postura del Presidente Trump que sostiene que no permitirá “que el remedio sea peor que la enfermedad”.
Es esta corriente de pensamiento la responsable de haber rechazado sistemáticamente el llamado de Los Límites del Crecimiento para tomar conciencia de la existencia de restricciones cuantitativas del ambiente mundial y de las trágicas consecuencias de excederlos; de rechazar el llamado para el urgente inicio de nuevas formas de pensamiento que conduzcan a una revisión fundamental de la conducta humana y, en consecuencia, de la estructura entera de la sociedad actual. Es esta corriente pensamiento la responsable de negar la existencia de límites biofísicos para el crecimiento y de impulsar a la sociedad -como ahora lo hacen con el coronavirus- a continuar y multiplicar el negocio como de costumbre.
Para muchos, particularmente para aquellos que se encuentran entre los ganadores del sistema, el capitalismo subsiste porque tiene una enorme capacidad de reordenarse y comenzar con nuevos bríos.
Es altamente probable que esos bríos, martillo mediante, le permitan al sistema superar la pandemia y continuar como si nada hubiera ocurrido pero, si se continua como si nada hubiera ocurrido, si la vorágine productivista no se detiene, si la humanidad opta por el baile perpetuo, no habrá bríos suficientes que eviten el colapso civilizatorio hacia el que marchamos.
[1] El equipo técnico del MIT estaba integrado por: Dr. Donella H. Meadows (EEUU); Prof. Dennis Meadows (EE. UU.); Dr. Jørgen Randers (Noruega); Farhad Hakimzadeh (Irán); Judith A. Machen (EEUU);Dr. Alison A. Anderson (EEUU); Nirmala S. Murthy (India); Ilyas Bayar (Turquía); Dr. John A. Seeger (EEUU); Dr. Erich Zahn (Alemania); Dr. Jay M. Anderson (EEUU); Dr. William W. Behrens III (EEUU); Dr. Steffen Harbordt (Alemania); Dr. Peter Milling (Alemania); Dr. Roger F. Naill (EEUU); Stephen Schantzis (EEUU) y Marilyn Williams (EEUU).