Carlos MERENSON

Muchos son los que imaginan que la crisis generada por la pandemia de coronavirus encierra la oportunidad para abrir las puertas a la construcción de un nuevo y diferente sistema-mundo. Otros, basados en innumerables ejemplos de la historia, sostienen que superada la emergencia, poco y nada es lo que cambiará.

Así por ejemplo, el filósofo, sociólogo y psicoanalista Slavoj Žižek afirma que el virus ha asestado al capitalismo un golpe mortal, en tanto que el filósofo y ensayista Byung-Chul Han afirma que tras la pandemia, el capitalismo continuará aún con más pujanza e incluso reforzando -en forma extrema- su autoritarismo digital.

Con el objeto de reflexionar sobre el real potencial de la pandemia de coronavirus para abrir las puertas al abandono del sustrato superideológico productivista, resulta conveniente recurrir al pensamiento de Ivan Illich cuando reflexiona sobre las condiciones para una inversión del rumbo y del sistema político en su libro La Convivencialidad, publicado en 1978.

Aun cuando Illich afirma que el crecimiento se detendrá por sí mismo imagina que será un suceso imprevisible el que servirá de detonador a la crisis, a partir de lo cual establece algunas condiciones indispensables para que tal suceso tenga el potencial de cambio necesario.

En primer lugar, para conducir a un cambio socioeconómico radical, un suceso debe tener el efecto de congelar el crecimiento. Ello es así porque tal efecto es el que directamente conduce a comprender las causas de la crisis global del sistema que nos amenaza y a no tratar un acontecimiento extremo como a una crisis parcial, interior del sistema.

En segundo lugar, para expresar su potencial transformador, un acontecimiento debe poner en evidencia la contradicción estructural entre los fines oficiales de nuestras instituciones y sus verdaderos resultados. En otras palabras, el efecto debe ser tal que motive la pérdida de confianza de la población, no sólo de las instituciones dominantes, sino también en los gestores de la crisis, en definitiva, la pérdida de respetabilidad, legitimidad y reputación de las instituciones para servir al interés público.

Illich afirma que tales cambios pueden ocurrir de la noche a la mañana en tanto el despertar de la conciencia se produce de golpe porque cuando un pueblo pierde la confianzatodo puede suceder.

En tercer lugar, para transformar un acontecimiento extremo, una catástrofe global, en una crisis en el sentido estricto de la palabra, se requiere que, habiendo congelado el crecimiento y generado la desconfianza en instituciones y gestores, exista objetivamente la voluntad de los prisioneros del progreso de escaparse del paraíso industrial.

Finalmente y si se abriera la puerta del recinto de la prisión dorada habrá que demostrar que el desvanecimiento del espejismo industrial presenta la oportunidad de elegir un modo de producción convivencial y eficaz siendo la preparación para esa tarea la clave de una nueva práctica política.

Cabe preguntarse entonces sí: ¿tiene la pandemia de coronavirus el potencial de cambio necesario? ¿es capaz de congelar el crecimiento? ¿es capaz de conducir a un descreimiento generalizado sobre instituciones y gestores políticos? ¿existe un convencimiento general en la sociedad sobre la necesidad de dejar atrás este «paraíso industrial» en el que sobrevivimos?

La actual pandemia de coronavirus, como otras pandemias en el pasado -por si sola- no parece tener el potencial transformador necesario para impulsar un cambio del substrato superideológico del sistema-mundo productivista.

No obstante lo anterior, la actual pandemia debe ser vista como la punta de un iceberg que, por debajo de su línea de flotación, esconde las crecientes consecuencias del cambio climático global, la pérdida de biodiversidad, el fin del modelo energético fosilista, la imparable concentración de la riqueza y la irresuelta crisis financiera, configurando –conjuntamente- un escenario de tal gravedad que amenaza sobrepasar la habilidad de las instituciones de la sociedad para evitar un colapso generalizado.

En tal contexto y sin restar importancia a las amenazas que emergen de cada una de las crisis ecosociales que nos toca afrontar, seguramente será la crisis del modelo energético fosilista la que en definitiva obligará a replantear las formas de producir, comerciar, residir, consumir, viajar, divertirnos, en definitiva, a replantear la manera de vivir. Por encima de dudas e incertidumbres, el modelo energético postindustrial definirá el modelo de sociedad que tengamos, en un proceso que, como lo advierte el geólogo Walter Youngquist será motorizado por el Pico del Petróleo, un punto de inflexión en la historia de la Tierra cuyo impacto mundial sobrepasará todo cuanto se ha visto hasta ahora.