Argentina basa fuertemente su economía en actividades extractivistas con lo cual está agotando sus recursos naturales, sin embargo «abulta» su ingreso con el valor de la venta de esos recursos naturales que están desapareciendo. Obviamente, el crecimiento basado en el agotamiento de los recursos naturales es ilusorio y la prosperidad que se origina es transitoria. Más aún, al «abultar» el ingreso también se abulta el consumo aparente, por lo cual se cree tener una buena performance económica, lo cual retrasa los necesarios ajustes a la política económica.
Repetto[1] describe la situación de la siguiente manera:
Un país que acaba con sus recursos naturales, tumba sus bosques, erosiona sus suelos, contamina sus acuíferos, caza su fauna silvestre y pesca sus recursos marinos hasta exterminarlos, no ve afectados sus ingresos por la pérdida irremediable de su patrimonio desaparecido. A los países en desarrollo, que son los más dependientes de los recursos naturales tanto a nivel nacional como de sus exportaciones, se les inculca un sistema de contabilidad nacional y de análisis macroeconómico que ignora casi completamente la base de la economía: el acervo físico.
Tal es la situación en nuestro país y es por ello que -para superar estas deficiencias- se propone concretar una reforma ecológica de nuestro Sistema de Cuentas Nacionales (SCN) [2], capaz de ofrecer indicadores que midan el verdadero progreso hacia la sostenibilidad, la equidad y la descentralización.
Son muchos los indicadores que han sido desarrollados para evaluar la economía en su comportamiento biofísico (más allá de la esfera del valor monetario) tales como, entre otros:
- Índice de Huella Ecológica (Wachernagel y Rees, 1996)
- Apropiación Humana de la Producción Primaria Neta (Vitousek, 1986)
- Indicadores de Flujo de Materiales (Wuppertal Institute y Faculty for Interdisciplinary Studies)
- Huella Hídrica Agrícola y Agua Virtual (UNESCO-Institute for water education)
- Balances Energéticos de las Actividades Económicas y el Análisis Integrado Multiescalar del Metabolismo Social (Giampietro 2003)
- Índice de progreso real (IPR)
- Índice de desarrollo humano (IDH)
- Índice de bienestar económico sostenible (IBES)
Se propone entonces incluir criterios ambientales en el análisis macro-económico, reexaminando el sistema tradicional de cuentas nacionales, de manera de elevar a los recursos ambientales a la misma jerarquía de los restantes activos de capital de que dispone un país, con el objeto de hacerlos entrar en la contabilidad del ingreso nacional.
El sistema tradicional de medición del crecimiento económico a través del Producto Bruto Interno (PBI), no sólo ignora los aspectos distributivos y las actividades económicas informales, sino que no considera en absoluto la degradación ambiental y el agotamiento de los recursos naturales.
¿Qué mide el Producto Bruto Interno? “El PIB incluye la polución del aire, la publicidad de cigarrillos y las ambulancias que limpian de sangre nuestras autopistas. Tiene en cuenta las cerraduras especiales para nuestras puertas y las cárceles para la gente que las rompe. El PIB incluye la destrucción de las sequoias y la muerte del Lago Superior. Crece con la producción de napalm, misiles y cabezas nucleares… no incluye la salud de nuestras familias, la calidad de su educación, o el gozo de sus juegos. Es indiferente a la formalidad de nuestras fábricas y la seguridad de nuestras calles. No incluye la belleza de nuestra poesía o la fuerza de nuestros matrimonios, la inteligencia de nuestro debate público, o la integridad de nuestros funcionarios. En pocas palabras, mide todo menos aquello que hace que la vida valga la pena” – Robert KENNEDY 1968
“…actualmente estamos robando el futuro, vendiéndolo en el presente y denominándolo Producto Bruto Interno” – Paul HAWKEN
En realidad la situación es aún más cruda: estamos robando del futuro (destrucción de biodiversidad), del pasado (combustibles fósiles) y del presente (expoliación de recursos naturales y fuerza de trabajo mal pagada), y lo llamamos PBI. – Jorge RIECHMANN
Es un grave error intentar medir el bienestar con el PBI porque el bienestar va mucho más allá del ingreso monetario, en particular para los estratos de población que no han cubierto sus necesidades básicas. Por otra parte, el ingreso verdadero es el ingreso que puede sostenerse a lo largo del tiempo, y esto está indisolublemente ligado a los recursos ambientales.
En definitiva, el PBI, tal como se lo mide corrientemente, no representa un verdadero ingreso sostenible.
En este contexto y a los efectos de diseñar políticas correctas de desarrollo el gobierno debería conocer cuál es el máximo ingreso que puede sostenerse sin disminuir el capital ambiental.
Existen distintas alternativas para modificar o complementar los SCN, tales como, por ejemplo:
- introducir una «Cuenta Natural» que se sume a las cuentas tradicionales [Peskin, 1989].
- construir Cuentas Patrimoniales [Gligo, 1991] [Walshburger, 1991].
- establecer cuentas accesorias o «satélites» que estén vinculadas al SCN, y donde puedan reflejarse los ajustes debidos a los impactos ambientales [El Serafy y Lutz, 1989] [Munasinghe, 1993].
Las cuentas satélites son un paso importante hacia el cálculo de un PBI ajustado ambientalmente, que puedan ser utilizados como guía de análisis político. Su objetivo subyacente es el de atribuir los costos y beneficios de cada actividad correctamente, distinguiendo claramente entre la verdadera generación de ingreso y la disminución de los activos de capital producida por el agotamiento o degradación de los recursos naturales y el ambiente.
En Argentina, la reforma ecológica del SCN se ve facilitada porque los problemas ambientales están concentrados y son fácilmente percibidos.
Para avanzar en el establecimiento de cuentas ambientales deberíamos comenzar con los recursos más importantes económica, ecológica y socio-culturalmente y con los más accesibles en cuanto a información. Los sectores más adecuados para comenzar a ensayar la contabilidad ambiental son aquellos donde ya existen algunos inventarios disponibles.
Balance Huella Ecológica-Biocapacidad.
Como ya fuera mencionado, existe un gran número de propuestas de indicadores ambientales, pero el indicador que hasta ahora ha logrado sintetizar mejor la marcha hacia la sostenibilidad es el ÍNDICE DE HUELLA ECOLÓGICA desarrollado por los investigadores William Rees y Mathis Wackernager (1996); indicador que se destaca por su valor clarificador y su potencial didáctico para fundamentar la toma de decisiones. (Ver mayor detalle en el Anexo 1)
Vale aquí aclarar que cuando hablamos de Huella Ecológica también estamos hablando de un indicador asociado que es el de BIOCAPACIDAD en tanto ambos se miden en la misma unidad: hectáreas globales (gha) y de la comparación entre Huella Ecológica y Biocapacidad se genera un sistema de contabilidad ecológica que puede mostrar si, por ejemplo, nuestro país tiene una situación de déficit o de reserva ecológica.
Así por ejemplo si la Huella Ecológica de Argentina excede su Biocapacidad disponible, se genera una situación de déficit ecológico; o si –inversamente- la Huella Ecológica de nuestra población no excede la Biocapacidad nacional disponible para esa población, se genera así una situación de reserva ecológica.
Por otra parte, el balance Huella Ecológica/Biocapacidad aportaría información indispensable para la correcta planificación productiva y en el caso de constatarse una situación de reserva ecológica, los decisores políticos podrían contar con la información necesaria para fundamentar la aprobación o impulso de nuevas iniciativas productivas.
La Huella Ecológica y el desarrollo sustentable están íntimamente vinculados, en tanto que el primero es un indicador y una herramienta importante para la planeación del segundo. Además, ambos apuntan al mismo objetivo: mejorar la calidad de vida de todos sin aumentar el uso de los recursos naturales más allá de la capacidad del ambiente de proporcionarlos indefinidamente, sin comprometer el futuro ni a las siguientes generaciones.
Anexo 1. La Huella Ecológica y la Biocapacidad
El cálculo de la Huella Ecológica se basa en seis supuestos fundamentales (Wackernagel et al. 1997, 2002):
- La mayoría de los recursos que las personas consumen y los desechos que generan pueden ser identificados.
- La mayoría de estos flujos de recursos y desechos se pueden medir en términos del área productiva necesaria para mantener esos flujos. Los recursos y flujos de residuos que no pueden ser medidos se excluyen de la evaluación, lo que conlleva una subestimación sistemática de la verdadera Huella Ecológica.
- Al ponderar cada área en proporción a su bioproductividad, los diferentes tipos de áreas pueden convertirse a una unidad común de “hectáreas globales”, es decir hectáreas con un promedio mundial de bioproductividad.
- Dado que una hectárea global representa un solo uso, y todas las hectáreas globales en un mismo año representan la misma cantidad de bioproductividad, se pueden sumar para obtener un indicador agregado de Huella Ecológica o de Biocapacidad.
- La demanda humana, expresada como la Huella Ecológica, se puede comparar directamente con el suministro de la naturaleza o Biocapacidad, cuando ambos se expresan en hectáreas globales.
- El área demandada puede exceder el área suministrada si la demanda en un ecosistema excede la capacidad regenerativa de ese ecosistema (p. ej., los humanos pueden exigir temporalmente más Biocapacidad de los bosques o del área de pesca que la que tienen disponibles esos ecosistemas). Esta situación, donde la Huella Ecológica excede la Biocapacidad disponible, se conoce como sobregiro (overshoot).
[1] R. Repetto y otros en «Wasting Assets: Natural Resources in the National Income Accounts» (1989) [citado en Walshburger, 1991]
[2] Propuesta basada en el documento: Crecimiento Económico y Política Ambiental: El Caso Argentino. Carlos Merenson y Eduardo Beaumont Roveda.
Para ampliar información ver: