A partir de la década del año 1970 y luego de casi un siglo de estabilidad, se inicio una etapa caracterizada por violentas fluctuaciones en los precios del crudo, preanunciando el comienzo del derrumbe del actual modelo energético fosilista.
En ese contexto, la actual baja que se registra en el precio del barril de petróleo –histórica por su nivel- define una situación explosiva, llevando al límite a la burbuja de carbono creada en virtud de las colosales inversiones de las petroleras –con su consiguiente endeudamiento- particularmente aquellas efectuadas en las fuentes fósiles no convencionales. Inversiones que se han efectuado imaginando que se pueden seguir quemando los combustibles fósiles como si ellos fueran infinitos y sin tener en cuenta los efectos que esta quema traerá para el sistema climático mundial.
El endeudamiento de las empresas petroleras, que supera los U$S 700.000 millones amenaza en forma directa al sistema económico mundial. La contracción económica y la baja en el precio del crudo harán impagables las deudas del sector, particularmente de aquellas empresas que han apostado al desarrollo de las reservas de petróleo de alto costo, como las de aguas profundas o las no convencionales.
El precio del petróleo se hunde y hunde a todo el sistema-mundo productivista que -entrando en pánico- no atina a otra cosa que dedicarse a sacar a la superficie el crudo, para volver a enterrarlo en las cuevas de sus reservas estratégicas.
En su naufragio, el modelo energético fosilista arrastra también a las inversiones en fuentes renovables y limpias, que no podrán competir con los irrisorios precios del crudo, cerrando así las puertas a la urgente e ineludible transición energética que nos lleve de la actual sociedad hiperenergética a una sociedad hipoenergética, convivencial y sostenible.
De persistir la baja en los precios del crudo, la poca o mucha demanda de energía en el mundo pospandemia será satisfecha -mayoritariamente- por fuentes fósiles convencionales, ello hasta que sus menguantes tasas de retorno energético lo permitan. De ser así, todo hace suponer que en las próximas tres décadas, las actuales crisis ecosociales serán peccata minuta frente a un mundos con 8600 millones de habitantes, la mayor parte sumidos en la pobreza, sin que se haya podido avanzar con las fuentes renovables y afrontando los peores impactos del cambio climático global.