Cuando se trata de abordar el tema de la inminente crisis civilizatoria -y las primeras voces de alarma que se alzaron en el pasado- es cita obligada referirse al Club de Roma y el Informe Meadows de los años setenta.
Sin embargo contamos en Argentina con un “profeta” que tal vez sea desconocido por los jóvenes; en este artículo rememoraremos el trabajo señero de Don Ernesto Sábato.
Nació en la ciudad de Rojas (pueblito de la provincia de Buenos aires) en 1911. Se doctoró en física en la Universidad Nacional de La Plata y trabajó en los años treinta en los Laboratorios Curie (Francia) de donde se alejó espantado por los descubrimientos en el campo de la radioactividad que luego terminarían con la construcción de la bomba atómica.
A partir de allí abandona la física y se dedica a escribir novelas (“solo tres”) y varios ensayos.
En diciembre de 1983 Sábato es elegido presidente de la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas) cuya misión fue elaborar un informe sobre la violación a los derechos humanos durante la dictadura de 1976 a 1983; el recordado Nunca Mas.
En 1984 recibe al premio Cervantes.
Falleció en su casa de Santos Lugares en abril de 2011, a pocas semanas de cumplir cien años.
En las primeras páginas de su obra “Hombres y Engranajes” (1951) nos encontramos con esta profunda y premonitoria reflexión:
Reflexione mucho sobre el título y la calificación que deberían llevar estas páginas. No creo que sea muy desacertado tomarlas como autobiografía espiritual, como diario de una crisis, a la vez personal y universal, como un simple reflejo del derrumbe de la civilización occidental en un hombre de nuestro tiempo. Este derrumbe que los comunistas imaginan un mero derrumbe del sistema capitalista, sin advertir que es la crisis de toda la civilización basada en la razón y la maquina; civilización de la que ellos mismos y su sistema forman parte.
Respecto a su experiencia como científico por los años treinta, rescatamos de “Hombres y Engranajes” lo siguiente:
En 1938 trabajaba en el laboratorio Curie de Paris. Me da risa y asco contra mí mismo cuando me recuerdo entre electrómetros, soportando todavía la estrechez espiritual y la vanidad de aquellos cientistas, vanidad tanto más despreciable porque se revestía siempre de frases sobre la Humanidad, el Progreso y otros fetiches abstractos por el estilo; mientras se aproximaba la guerra, en la que esa Ciencia, que según esos señores había venido para liberar al hombre de todos sus males físicos y metafísicos, iba a ser el instrumento de la matanza mecanizada.
En estos tiempos de pesadilla de Coronavirus es imprescindible repensar el valor de la Ciencia y sus caminos posibles. Es urgente un autoexamen de lo que como sociedad hemos venido haciendo hasta este punto, porque como bien lo señala Sábato hemos de alcanzar la gran paradoja, que es “la deshumanización de la humanidad”; cuyas consecuencias son el resultado “de dos fuerzas dinámicas y amorales: el dinero y la razón”
Y así aprendimos brutalmente una verdad que debíamos haber previsto, dada la esencia amoral del conocimiento científico: que la ciencia no es por sí mismo garantía de nada, porque a sus realizaciones le son ajenas las preocupaciones éticas.
Muchos de quienes abordaron la obra de Sábato han señalado como defecto su pesimismo. Separemos los tantos: cuando se analizan modelos físicos una cosa es ser pesimista y otra es ser realista.
Si una civilización arroja toneladas y toneladas y más toneladas de CO2 a la atmósfera y una persona advierte que eso lleva al calentamiento global con desastrosas consecuencias, esa persona no puede ser señalada como pesimista; en todo caso Sábato si era pesimista respecto a la cordura de quienes dirigían los destinos de la civilización, pesimismo que uno se ve obligado a compartir cuando salta a la vista en esta crisis el desempeño de dirigentes como Trump o Bolsonaro.
Otro asunto de particular importancia que advirtió Sábato y lo desarrolló en su primer ensayo (Uno y el Universo – 1945) es lo que llamó “el porvenir de la ignorancia” de la mano “del fetichismo de la especialización”
El futuro estará en manos de especialistas lo que no creo que pueda ser motivo de orgullo o alegría.
Es un hecho que para poder realizar un gran avance en cualquier terreno de la ciencia es necesario alcanzar algún tipo de “síntesis conceptual” y un científico solo podrá alcanzar el nivel mínimo de síntesis si es “capaz de elevarse sobre su propio territorio”
Esta tarea en el siglo XXI es prácticamente imposible. Las ciencias se han ramificado e hiperespecializado en tal grado que ya nadie puede alcanzar una visión integral de los problemas y esto parece estar fuera del alcance de cualquier intento de síntesis aun cuando provenga de un “equipo multidisciplinario”
Es momento de “parar la pelota” mirar a nuestro alrededor y comprender que si no bajamos “unos cuantos cambios” será muy difícil revertir lo que ya cualquier persona de a pie comienza a advertir –sin necesidad de ser pesimista-
La humanidad en su intento por tratar de entender todo terminará por no entender nada…
En uno de sus últimos trabajos, nos referimos a “Antes del fin”, escrito en 1998, es decir a los 87 años, nos cruzamos nuevamente con otra de sus proféticas reflexiones
Cuando el mundo hiperdesarrollado se venga abajo, con todos sus siderántropos y su tecnología, en las tierras del exilio se rescatará al hombre de su unidad perdida.
Y que mejor cierre para este breve artículo que sus palabras finales en Antes del fin:
Les propongo entonces, con la gravedad de las palabras finales de la vida, que nos abracemos en un compromiso: salgamos a los espacios abiertos, arriesguémonos por el otro, esperemos, con quien extiende sus brazos, que una nueva ola de la historia nos levante. Quizá ya lo está haciendo, de un modo silencioso y subterráneo, como los brotes que laten bajo las tierras del invierno. Algo por lo que todavía vale la pena sufrir y morir, una comunión entre hombres, aquel pacto entre derrotados. Una sola torre, sí, pero refulgente e indestructible. En tiempos oscuros nos ayudan quienes han sabido andar en la noche. Lean las cartas que Miguel Hernández envió desde la cárcel donde finalmente encontró la muerte:
“Volveremos a brindar por todo lo que se pierde y se encuentra: la libertad, las cadenas, la alegría y ese cariño oculto que nos arrastra a buscarnos a través de toda la tierra”.
Piensen siempre en la nobleza de estos hombres que redimen a la humanidad. A través de su muerte nos entregan el valor supremo de la vida, mostrándonos que el obstáculo no impide la historia, nos recuerdan que el hombre sólo cabe en la utopía. Sólo quienes sean capaces de encarnar la utopía serán aptos para el combate decisivo, el de recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido.