Carlos MERENSON

Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie. ¿Y ahora qué sucederá? ¡Bah! Tratativas pespunteadas de  tiroteos inocuos, y, después, todo será igual pese a que todo habrá cambiado…una de esas batallas que se libran para que todo siga como está».
Giuseppe Tomasi di Lampedusa

 

Si se miden por los objetivos alcanzados por los grandes convenios o acuerdos ambientales internacionales, los resultados no podrían ser más desalentadores. Las concentraciones atmosféricas de los GEI siguen creciendo; los componentes de la diversidad biológica se siguen degradando y perdiendo; la deforestación y la desertificación siguen avanzando. La explicación de tanto fracaso acumulado no es otra que la hegemónica racionalidad productivista que ha impedido e impide cambiar el lamentable rumbo de las cosas.

No obstante lo anterior, algunos suponen que el impacto producido por la actual pandemia de coronavirus ha sido lo suficientemente grande como para obrar el milagro de cambiar radicalmente la manera de pensar de quienes, hasta ahora, conducían los destinos de la humanidad hacia la autodestrucción. Lo que no lograron pasadas pandemias y las dos grandes guerras mundiales, lo estaría por lograr la actual pandemia de covid-19.

En tal convencimiento, algunos referentes del ambientalismo reformista, imaginando que en la etapa pospandemia se abrirán las puertas para concretar los cambios por los que vienen bregando, se han lanzado a proponer un Green New Deal, convencidos que no hay otra salida que un plan mundial impulsado y financiado por los países desarrollados.

trump green new dealPropuesta que, con otras intenciones, también levantan algunas voces del establishment que han encontrado en el Green New Deal la formula gatopardista a la medida de las circunstancias. Recordemos aquí que frente a la crisis financiera desatada en 2007 y en vísperas de la cumbre Río+20, el G-20 realizo seis cumbres de jefes de Estado en las que propuso impulsar una “economía verde” capaz de llevar a tasas de crecimiento del PBI más altas y al aumento de la riqueza, lo cual, paradójicamente, es el motor de la destrucción ambiental. Propuesta que, además, en la medida en que se iba logrando administrar la crisis, quedó reducida a reclamar un firme compromiso con los principios del libre mercado; la sostenibilidad quedó restringida al crecimiento económico y asociada únicamente con la rentabilidad.

Este Green New Deal que ahora se propone toma como modelo planes que fueron hechos por y para los países desarrollados o que se presentaron como planes para los países en desarrollo y terminaron beneficiando únicamente a los países desarrollados.

Conviene recordar que el New Deal de la década del año 1930 fue generado por y para los EE.UU. y el Plan Marshall de finales de la década del año 1940 fue generado por EE.UU. para Europa. En su tiempo, la Alianza para el Progreso, que en teoría se creó como programa de ayuda económica, política y social de Estados Unidos para América Latina terminó reducida a una plataforma de acuerdos bilaterales de cooperación militar.

Eduardo Galeano lo ha resumido en forma brillante:

…no asistimos en estas tierras a la infancia salvaje del capitalismo, sino a su cruenta decrepitud. El subdesarrollo no es una etapa del desarrollo. Es su consecuencia. El subdesarrollo de América Latina proviene del desarrollo ajeno y continúa alimentándolo.

Más allá de las intenciones que puedan tener quienes impulsan estas iniciativas, las mismas están condenadas al fracaso. Las crisis ecosociales son los emergentes lógicos de la razón productivista y resulta imposible encontrar soluciones a tales crisis y lograr que adopten la forma de un pacto global, si las partes contratantes permanecen fieles -como lo están- a una racionalidad que no puede conducir más que al agravamiento de las ya existentes y a la generación de nuevas crisis.

Por más nuevos y verdes que parezcan, no se pueden firmar pactos con quienes siguen aferrados a las seculares fantasías de un mundo sin límites al que sistemáticamente destruyen mercantilizando todas las esferas de la vida.

La indispensable transición hacia una sociedad convivencial y sostenible no requiere de pactos, acuerdos ni contratos con incumplidores seriales.

El esfuerzo debe concretarse en lograr que el formidable movimiento social que se ha puesto en marcha para enfrentar la pandemia de covid-19 escale hacia un cambio de rumbo general y global impulsando a la gente a organizarse para construir la propia sociedad, creándola de las maneras que tenga a su alcance, aquí y ahora, en el lugar donde vivamos; multiplicando las comunidades que adopten estilos de vida opuestos a la receta única de tal manera que se extiendan en la sociedad, desbordando al sistema. Se trata de contrarrestar en la práctica y con el ejemplo la hegemónica cultura neocapitalista, antes que pactar con ella.

Parafraseando a Ted Trainer podemos afirmar que el objetivo de buscar soluciones en un pacto, acuerdo  o contrato es erróneo, inútil e incluso contraproducente. Tenemos que asumir que los gobiernos de turno nunca disolverán voluntariamente las estructuras que han conducido y conducen a la degradación ecosocial. Tenemos un tiempo, unos recursos y unas energías limitadas, así que mejor no malgastarlos en la búsqueda de imposibles acuerdos porque los gobiernos de turno no tienen interés ni capacidad para cambiar realmente el actual rumbo. Quienes realmente quieren un cambio harían mejor en implicarse activamente en sus comunidades locales y en comenzar a construir la nueva sociedad desde los movimientos de base para facilitar la toma de conciencia sobre las restricciones cuantitativas del ambiente mundial y sobre las consecuencias trágicas de los excesos, única manera de impulsar nuevas formas de pensamiento que conduzcan a una revisión fundamental de la conducta humana y, en consecuencia, de la estructura entera de la sociedad actual.