Carlos Merenson

Las generaciones presentes, este heterogéneo grupo que arranca a partir del establecimiento de la sociedad de consumo en la década del año 1950, es el responsable de haber construido el sistema-mundo productivista en su forma actual, un sistema que haciendo caso omiso de las limitaciones biofísicas del planeta se lanzó a la conquista del mundo natural alcanzando niveles de impacto nunca antes imaginados, transformado los ecosistemas más rápida y extensamente que en ningún otro período de tiempo, de los más de dos millones de años de evolución humana sobre la Tierra, desatando con ello un conjunto de procesos ecosociales que amenazan la supervivencia humana.

A las generaciones venideras les tocará vivir en sociedades en las que se ha instalado la pobreza e indigencia; en las que se discriminan a las culturas indígenas, las minorías étnicas y a las mujeres; en las que la riqueza se ha concentrado como nunca en la historia y en las que el crecimiento poblacional se aproxima a los límites de carga sostenible. Una sociedad en la que se ha extendido la frustración y descontento por el cada vez mayor nivel de concentración del capital y el poder; por el aumento de la brecha entre los dueños de la riqueza y los poseedores del poder respecto de los crecientes segmentos de pobres y marginados de la población. Un mundo en el que han crecido las actitudes fundamentalistas, tanto religiosas como ideológicas. Un mundo donde ha crecido la inseguridad.

Ellos deberán enfrentar las consecuencias de la polución de mares y océanos; la eutroficación de estuarios y costas; la acumulación de los residuos biocidas, los desechos tóxicos y nucleares; del cambio climático global; de la pérdida de los componentes de la diversidad biológica; de las lluvias ácidas; de los cambios en la concentración atmosférica del ozono; de todas las formas de contaminación; de la merma en la calidad y cantidad de agua fresca; del despilfarro energético; de la rotura de procesos ecológicos y biogeoquímicos; de la pérdida de fertilidad del suelo y los procesos de erosión y salinización; del avance de la desertificación y de la deforestación.

Resulta claro que las generaciones venideras nos juzgarán como mezquinos ególatras y les sobrarán motivos para hacerlo. Como prueba allí estarán los residuos nucleares generados para satisfacer el derroche energético y el bienestar de nuestras generaciones, residuos mortales legados por nosotros por miles de años a centenares de generaciones venideras. Como prueba allí estará en marcha el sexto episodio de extinción en masa. Como prueba allí estará un clima caracterizado por el aumento de la temperatura media global y sus muy graves consecuencias como la subida en el nivel de mares y océanos; la ruptura en la estacionalidad, los cambios en la localización, la reducción en la recurrencia y el aumento en la intensidad de eventos climáticos extremos; los impactos sobre la seguridad alimentaria, el suministro de agua y la expansión de enfermedades.

En conjunto se trata de un escenario próximo a un punto de ruptura ecológica, económica y social; un punto de no retorno que puede desembocar en un verdadero holocausto global.

Las generaciones venideras nos juzgaran como generación, no por nuestras conductas individuales o por las corrientes de pensamiento o ideologías que cada uno hizo suyas a lo largo de su vida; para ellos seremos una sola cosa: la detestable generación productivista, responsable del irreversible deterioro de la casa común en las que les tocará sobrevivir.