Carlos Merenson

Que tiempos serán los que vivimos, que hay que defender lo obvio. Bertolt Brecht
Ahora hemos caído a tal profundidad que la actualización de lo obvio es el primer deber de los hombres inteligentes. George Orwell

El padre de la Bioeconomía, Nicholas Georgescu-Roegen afirmaba que lo obvio debía ser enfatizado porque había sido ignorado durante largo tiempo. Una de esas obviedades es la que nos recuerda B. W. Hill: se requiere de petróleo para extraer petróleo.

Esta verdadera obviedad, que es clara e irrefutable, ha sido largamente ignorada, convirtiéndose en una amenaza silente para el futuro de la humanidad.

En una mezcla de negacionismo, omnipotencia prometeica e irresponsabilidad; aplicando una y otra vez las estrategias de atenuación, tan bien descriptas por Slavoj Žižek, mirando para otro lado, impulsados por el inmediatismo económico que caracteriza al sistema-mundo productivista, devolvimos a la atmósfera el carbono capturado y depositado en las fuentes fósiles de energía durante millones de años, en tan solo 300 años, imaginando que semejante crecimiento exponencial en las concentraciones de CO2 en la atmósfera no tendría consecuencias desastrosas.

Enfrascados en semejante vorágine energética no prestamos la menor atención a otra verdadera obviedad: las fuentes fósiles de energía son recursos naturales no renovables y, por lo tanto, inevitablemente agotables.

Esta característica, en el caso del petróleo, tiene la particularidad de no depender de la cantidad finita de sus reservas bajo el suelo, sino de depender de la relación entre la energía necesaria para extraerlo y la cantidad de energía que obtenemos a cambio, relación que, cuando alcanza el valor de «1», define que no sea rentable extraerlo, por muy alto que sea su precio.

He aquí el fundamento de un indicador que hoy debería ocupar la atención de toda la dirigencia política y sus tecnoburocracias: la Tasa de Retorno Energético (TRE). Un indicador que muestra una clara tendencia declinante para las fuentes fósiles y que resulta extremadamente bajo para sus potenciales sustitutos. Un indicador que pesa mucho más para el futuro de la humanidad que los productos brutos con los que tanto se entretienen mientras la civilización marcha alegremente hacia la autodestrucción.

Resulta de vital importancia que la sociedad y sus clases dirigentes adviertan que, en los volúmenes en que lo empleamos -equivalentes a cuatro siglos de plantas prehistóricas todos los años- no existen sustitutos para el petróleo; que la sociedad crecimientista que hemos construido, no puede detenerse ni ralentizar su marcha y que solo es cuestión de algunas décadas más para que se derrumbe el actual modelo energético fosilista y con ello, se derrumben los modelos de producción y consumo que alimentan al sistema-mundo productivista.

El pico del petróleo, tal como la advierte el geólogo Walter Youngquist: será un punto de inflexión en la historia de la Tierra cuyo impacto mundial sobrepasará todo cuanto se ha visto hasta ahora. Y es seguro que ese acontecimiento tendrá lugar durante la vida de la mayoría de las personas que viven hoy.

Es hora de que pueblos y gobiernos se percaten que un fantasma recorre el mundo: el fantasma del cenit petrolero