Carlos Merenson

A partir de los siglos XVI y XVII la economía política fue el punto de referencia obligado para monarquías y súbditos, como así también para los gobiernos y ciudadanos de los nacientes Estados nación. A finales del siglo XIX, se inicia un proceso de creciente especialización dentro de las nuevas ciencias sociales que fueron limitando el campo de acción de la economía política.

Aldo Madariaga en El Resurgimiento de la Economía Política en la Ciencia Política Actual[1] afirma que: la hegemonía de la economía neoclásica en la disciplina y sus intentos de presentar sus herramientas como canon universal para las demás ciencias sociales contribuyeron a limitar aún más los análisis y el alcance de la economía política.

Una vez que la economía neoclásica logra desplazar a la economía política, comenzó a extender su hegemonía sobre los demás ámbitos de interacción social, incluida la política; al punto de transformarse, como lo propone Jordi Pigem en la primera religión verdaderamente universal.

Pero este avance, arrollador durante el siglo XX, ha ralentizado su marcha. Encerrada en sus propias contradicciones, la economía neoclásica hoy se encuentra en un callejón sin salida, sin poder dar respuestas frente a las crecientes y graves consecuencias del cambio climático o de la degradación y perdida de los componentes de la diversidad biológica; tampoco puede resolver la crisis del modelo energético fosilista y menos aún puede justificar el imparable proceso de concentración de la riqueza. Interactuando y reforzándose mutuamente, estos procesos han configurado una crisis ecosocial global, que amenaza transformarse en crisis civilizatoria. En definitiva, la teoría económica y sus indicadores no pueden explicar cómo, ni por qué, la economía está destruyendo los sistemas naturales de la tierra y los tejidos sociales de la humanidad.

Si bien los procesos arriba mencionados reconocen un origen antrópico, ello no significa que todos los seres humanos tengan la misma responsabilidad. Han sido y son quienes detentan el poder, los grandes decisores políticos y económicos los responsables directos de la crisis ecosocial que nos toca enfrentar. Pero, además, las decisiones que adopta el establishment requieren del permanente respaldo de las tecno-burocracias, esa pléyade de especialistas, siempre prestos para aportar justificaciones técnicas aun, para aquellas decisiones a todas luces injustificables. Es entre este heterogéneo grupo de profesionales de la insostenibilidad que se distinguen los economistas de la corriente principal y a ellos nos vamos a referir aquí cada vez que hablemos de “economistas” o a la economía neoclásica cada vez que hablemos de “economía”.

El pensamiento económico de la modernidad es el resultado de la convergencia de tres vertientes principales: mecanicismo[2]; mercado-crecimientismo[3] y darwinismo social[4]; convergencia que permanentemente impulsa a la involución de la economía hacia la crematística[5].

La mercadolatría y el darwinismo social extirparon la moral de la teoría económica al considerar que la búsqueda del interés individual/egoísta es la única manera en la que se puede generar un orden social armónico.

El mecanicismo y la tecnolatría condujeron a los economistas a centrar su atención en el empleo de modelos matemáticos que, como tales, resultan cerrados e inflexibles a partir de lo cual, comenzaron a mostrar serias dificultades para relacionarse con el exterior y para saber lo que acontece en el mundo real, fragmentando y reduciendo la realidad social a sus partes más pequeñas y simples.

Tal es la situación de irrealidad en la que se ha sumergido a la economía, que uno de sus referentes, Milton Friedman afirmó que: …la economía ha llegado a ser cada vez más una rama arcana de las matemáticas antes que tratar con los verdaderos problemas económicos; o Ronald Coase para quien: …La economía existente resulta un sistema teórico [de significado matemático] que flota en el aire y que tiene escasa relación con lo que sucede en el mundo verdadero.

El químico Ugo Bardi menciona que la economía es un sistema muy complejo y uno de los problemas de los economistas es que la mayoría de sus modelos simplemente no parecen estar funcionando muy bien. A veces, los economistas parecen estar todavía pensando en la «mano invisible» que se parece mucho a los ángeles empujando planetas que se tenía hace mucho tiempo atrás. Pero los astrónomos ya no piensan en ángeles, mientras que los economistas…

Lo cierto es que, sumergidos en su posición hegemónica, caracterizada por el escaso o nulo diálogo interdisciplinario, ignorando o prefiriendo ignorar los principales desarrollos de las diversas escuelas de pensamiento o los avances registrados en las ciencias sociales y en las biológicas, particularmente los enormes avances en la física, el surgimiento de la bioeconomía/economía ecológica y de la ecología política, los economistas continúan tercamente aferrados a axiomas que han sido absolutamente refutados[6] por los hechos.

De esta manera la teoría económica se ha convertido en el reino del “como si”. En ella todo funciona como si lo imposible fuese posible. Lo grave es que, aunque la mayoría de los economistas reconocería que se trata de un verdadero disparate, todo en la economía funciona como si ese dislate fuese cierto.

En Five Fundamental Errors, Jay Hanson plantea que cualquier error fundamental de la teoría (económica) neoclásica debería ser razón suficiente para rechazar las conclusiones a que esta teoría da lugar, a partir de lo cual identifica cinco errores fundamentales en la teoría económica neoclásica: un método incorrecto; una forma invertida de ver el mundo; una visión incorrecta del dinero; una visión incorrecta de su razón de ser y una visión fundamentalmente incorrecta del élan vital económico[7].

Lo cierto es que la teoría económica muestra errores fundamentales y tal como lo ha afirmado Steve Keen[8] los economistas: …se gradúan con una comprensión efectivamente vacua de la economía, sin ninguna apreciación de la historia intelectual de su disciplina, y con un enfoque matemático que renguea tanto en su comprensión crítica de la economía, como en su habilidad de apreciar los últimos avances en matemáticas y otras ciencias. Una minoría de estos estudiantes mal informados pasan a ser economistas académicos, y ellos repiten el proceso. La ignorancia se perpetúa.

Veamos entonces algunas de las refutaciones e inconsistencia de la teoría económica responsables de haberla tornado impotente para resolver las crisis ecosociales que genera.

El origen por el que los economistas han adquirido una visión invertida del mundo emerge por la necesidad de fundamentar el crecimientismo, el que no tendría sustento alguno si se viera al mundo tal cual es.

Para la teoría económica, los procesos de producción se llevan a cabo dentro de un ciclo cerrado y en aislamiento total del mundo natural. La naturaleza sólo es un proveedor inerte. Es por lo anterior que la economía plantea una inconsistencia deliberada y desarrolla su teoría como si existiera una separación entre economía y naturaleza e incluso, en un intento por economizar la naturaleza -propio de la economía ambiental- plantea el absurdo de considerar a la economía como si fuera un sistema cerrado que incluye a la naturaleza como un subsistema abierto. Pero el como si no puede transformar la realidad: en sus dimensiones biofísicas, la economía es un subsistema abierto del ecosistema terrestre que es: finito, no creciente y materialmente cerrado donde, obviamente, ninguno de sus subsistemas puede crecer infinitamente ni rebasar los límites biofísicos sin graves consecuencias, tal como lo pretenden los economistas.

Para los economistas la economía funciona, no solo como si fuera un sistema cerrado sino también, como si en tal sistema se pudiera volver al momento inicial sin dejar huella, lo cual se traduce en el modelo de flujo circular de la renta, un equivalente a nuestro sistema circulatorio. Pero aquí también el como si no puede transformar la realidad en la cual la economía funciona de una manera asimilable al sistema digestivo con las etapas de extracción, producción, distribución, consumo y disposición.

Una gran paradoja del pensamiento económico es que: el valor se genera creando escasez; degradando los recursos se aumenta su valor medible. Esta paradoja conduce a la teoría del valor de intercambio por la que se considera que solo los recursos que son considerados escasos deben ser usados eficientemente, condenando así a los recursos no escasos a llegar a serlo, transformando a la economía en un motor de insostenibilidad.

Si la economía es un subsistema humano dentro de un sistema mayor como lo es la naturaleza, resulta disparatada la idea fundamental en la economía según la cual, el mercado -que no es más que una parte de ella— pueda imponer su modo de funcionamiento, su lógica, al resto de los niveles superiores. Pero, pese a lo disparatada, la realidad es que tal idea, transformada en una exigencia intransigente de sometimiento al mercado y en la creencia en un modelo económico único aplicado a toda circunstancia y a todo el mundo; motivó profundas transformaciones en las matrices culturales y políticas, conduciendo a la actual reorganización economicista de la vida con su múltiples e interactuantes impactos ecosociales negativos.

Para los economistas, el mercado es el escenario social perfecto, en el que imaginan que los individuos, atendiendo a sus intereses particulares, están en realidad atendiendo a los fines colectivos, de allí que piensen en que las interacciones sociales no son otra cosa que relaciones de mercado y que la sociedad, antes que una categoría con características propias es un agregado de personas distintas, cada una atendiendo sus propios fines. A contramano de la realidad y de las contundentes evidencias proponen al mercado como si fuera capaz de llevar a cabo un reparto justo y racional de los recursos naturales y los servicios ambientales entre individuos, naciones y generaciones.

Los economistas asumen al crecimiento económico como sinónimo del bienestar social, a partir de lo cual su sociedad de mercado debe además ser una sociedad crecimientista adoptando al crecimiento económico como su objetivo primordial; crecimiento que además miden con un pobre y perverso indicador como lo es el Producto Interior Bruto. Para la lógica del crecimientismo más es siempre mejor.

Al igual que con el productivismo, existe unanimidad en las corrientes de pensamiento tradicionales en cuanto a considerar que el crecimiento económico es el objetivo central de nuestras sociedades sólo discrepando en cuanto a la redistribución, pero nunca cuestionando el carácter intrínsecamente positivo del infinito crecimiento; como si el plantea tuviera infinita capacidad de carga, infinitos recursos naturales e infinita capacidad de asimilación de deshechos.

Giorgio Mosangini[9] afirma que: …el crecimientismo conduce a un sistema de valoración exclusivamente monetario y la mercantilización de todas las esferas de la vida.  Algo existe sólo si se intercambia por dinero. La ideología crecimientista busca incorporar la producción y el intercambio de todos los bienes y servicio a la lógica mercantil. Para seguir creciendo, cada vez más bienes y servicios tienen que intercambiarse por dinero.

Tal es el grado de alienación, de obsesión crecimientista que no se habla de decrecimiento, disminución o estabilidad en términos económicos. Se habla de crecimiento negativo o crecimiento ceroAlgo así como hablar de rejuvenecimiento negativo en lugar de envejecimiento…

La necesidad de alimentar una economía de mercado y crecimientista condujo directamente a hacer todo lo posible por transformar al consumo en nuestra forma de vida, llevando a la practica la propuesta que Víctor Lebow[10] hiciera en la década del año 1950 de convertir en rituales la compra y el uso de bienes, de buscar nuestra satisfacción espiritual, la satisfacción de nuestro ego, en el consumo todo ello para lograr que las cosas se consuman, quemen, reemplace y desechen a un ritmo cada vez más acelerado.

Las ideas de Adam Smith condujeron a los economistas a considerar que, a través de la inversión, la mayor productividad y la acumulación de riqueza individual es como la sociedad logra un proceso de continua mejora; que el progreso es inevitable; que la mejora de la sociedad es equivalente a la producción de riqueza material; y que la producción de bienes constituye el centro de la economía.

Pero un error fundamental en esas consideraciones es ignorar absolutamente el problema del agotamiento de los recursos y la pérdida de los servicios ambientales estos últimos muchas de un valor superior al de los propios recursos naturales, en tanto no solo son los que hacen posible la actividad económica sino la vida misma.

Los economistas desarrollan sus teorías como si los recursos, en lo que se refiere a materiales y energía fueran inagotables; como si el crecimiento en el nivel global de la economía pudiera continuar eternamente y como si la sustitución de un material o una forma de energía por otra pudieran continuar indefinidamente aun cuando, en la realidad, las reservas totales son limitadas.

Con el objeto de sostener tales inconsistencias, los economistas, apoyados en el supuesto de la sustitución sin fin entre las diferentes formas de capital[11] postularon que el capital económico puede sustituir al capital natural y que, si se suma a lo anterior las bondades del cambio tecnológico, se puede entonces pensar en una explotación ilimitada de los recursos naturales. En esa dirección se inscribe la sorprendente afirmación de Robert Solow en Intergenerational equity and exhaustible resources referida a que: El mundo puede continuar de hecho sin recursos naturales, de manera que el agotamiento de recursos es una de aquellas cosas que pasan, pero que no es una catástrofe.

Una vez más, se manifiesta el error fundamental del pensamiento económico: la falta de reconocimiento de la dependencia de la economía humana respecto de los recursos naturales y de los servicios ambientales que soportan toda la vida sobre el Planeta y protegen la salud.

Muy bien lo ejemplifica Lester Brown en Plan B cuando afirma que el progreso incesante está restringido hoy, no por el número de barcos de pesca disponibles, sino por la extinción de los peces; no por la cantidad y potencia de las bombas, sino por el agotamiento de los acuíferos y no por la cantidad de motosierras que se puedan disponer, sino por la desaparición de los bosques.

Al analizar los problemas de las funciones de producción que ignoran el capital natural, Herman Daly afirma que: El hecho de tener dos o tres veces más sierras y martillos no nos permite construir una casa con la mitad de madera. En todo caso…el capital natural y el artificial son complementarios y sólo son marginalmente sustituibles entre sí.

Los economistas persiguen maximizar la producción, minimizar los costes económicos directos, maximizar el beneficio y exportar los daños. Los daños exportados y no pagados por el consumidor de productos baratos es lo que han dado en identificar como externalidades, tanto sociales como ecológicas, sin las cuales, la economía no puede funcionar y con las cuales la vida no puede prosperar.

Al concentrarse en el estudio del dinero; del funcionamiento de los mercados y la formación de precios; al manejar agregados económicos monetizados como el PIB y la renta per cápita –más cerca de la crematística que de la economía- el objeto de la ciencia económica se ha reducido a una mínima parte de la realidad. Muy bien lo advierte y ejemplifica José Manuel Naredo quien considera que de todos los objetos que componen la biosfera y los recursos naturales, a la economía le interesan solamente aquellos objetos directamente útiles para ser usados por el hombre o empleados en sus elaboraciones o industrias; de estos, solo aquellos que han sido apropiados; de estos, solo aquellos que han sido valorados monetariamente y de estos, solo aquellos que se consideren productibles; Naredo concluye entonces afirmando que aparece así un ambiente inestudiado compuesto por recursos naturales, todavía no valorados, apropiados o producidos, y por residuos que, por definición, han perdido su valor.

La ciencia económica se forjó en el paradigma mecanicista es decir para fenómenos atemporales, sin tener en cuenta los descubrimientos científicos de Carnot, Clausius y Darwin que introducen un concepto central: la irrevocabilidad. La teoría económica no ha incorporado la revolución de la termodinámica y de la biología; y sigue viviendo como a principios del siglo XIX, muy alejada de la definición del padre de la bioeconomía, Nicholas Georgescu-Roegen para quien: …la economía es una ciencia que se ocupa de la especie humana que vive en sociedad dentro de un ambiente finito, o no es nada.

Hoy la economía es una teoría que se contrapone con la segunda ley de la termodinámica y, en consecuencia, tal como lo sentenciara Arthur Eddington[12]no hay nada que pueda hacerse por ella sino sumirla en la humillación más profunda.

Tal como la visión del sistema solar de Ptolomeo, la visión de los economistas se ha transformado es un gran escollo para entender el mundo que habitamos. Han creado una economía que está fuera de sincronización con el ecosistema del que depende y ello no puede augurar otra cosa que un camino hacia un colapso.

Lo grave de la situación es la manera en la que se ha extendido en la sociedad una lógica económica que, tal como lo asegura Hazel Henderson[13]ha entronizado algunas de nuestras predisposiciones menos atractivas: voracidad material, competición, gula, orgullo, egoísmo, imprevisión y simple codicia.

La manera en la que se ha extendido es bien descripta por el ecologista francés Jean Jaul Besset cuando afirma que: Toda la humanidad comulga en la misma creencia. Los ricos la celebran, los pobres aspiran a ella. Un solo dios, el Progreso, un solo dogma, la economía política, un solo edén, la opulencia, un solo rito, el consumo, una sola plegaria: Nuestro crecimiento que estas en los cielos… En todos lados, la religión del exceso reverencia los mismos santos -desarrollo, tecnología, mercancía, velocidad, frenesí-, persigue los mismos heréticos -los que están fuera de la lógica del rendimiento y del productivismo-, dispensa una misma moral -tener, nunca suficiente, abusar, nunca demasiado, tirar, sin moderación, luego volver a empezar, otra vez y siempre. Un espectro puebla sus noches: la depresión del consumo. Una pesadilla le obsesiona: los sobresaltos del producto interior bruto.

Hemos quedado presos de una economía enferma; desinformada y soberbia(mente) equivocada y solamente se podrá torcer el rumbo hacia la autodestrucción si somos capaces de liberarnos de la superideología productivista que la inspira, condición indispensable para evolucionar hacia una sociedad convivencial y verdaderamente sostenible.


[1] Madariaga, A. (2019). El resurgimiento de la economía política en la ciencia política actual. Revista de Economía Institucional, 21(41), 21-50.

[2] El mecanicismo comienza a finales del siglo XVI con Sir Francis Bacon, quien se esforzó por demostrar que la ciencia no era diabólica, que no era perjudicial para el hombre y que podía conciliarse con la religión. Es a partir de Bacon que comienza a desarrollarse el proyecto científico occidental para conquistar y controlar la naturaleza y también comienza a imponerse la idea de un mundo similar a una máquina. A mediados del siglo XVII emerge la figura de Rene Descartes que creía que la clave del universo se hallaba en su estructura matemática y, para él, ciencia era sinónimo de matemáticas. Pensaba que la matemática era el lenguaje de la naturaleza y que el universo material era una máquina. La naturaleza funcionaba de acuerdo con unas leyes mecánicas, y todas las cosas del mundo material podían explicarse en términos de la disposición y del movimiento de sus partes. A principios del siglo XVIII, Isaac Newton en su libro “Principios Matemáticos de la Filosofía Natural”, describe su ley de la gravitación universal y postula que todos los fenómenos físicos se reducen al movimiento de partículas de materia provocado por su atracción mutua.

[3] El mercado-crecimientismo emerge con Adam Smith quien entre mediados y fines del siglo XVIII, desarrolla su teoría sobre la economía de mercado, sosteniendo que los individuos que actúan en su propio interés (como productores o consumidores) buscando mayor riqueza, pero regulados por la competencia entre ellos, producen el resultado más beneficioso para el conjunto de la sociedad; sosteniendo además que es inherente al libre mercado la capacidad de autorregulación a manera de una mano invisible que resuelve cualquier problema o contradicción que pudiera presentarse y en consecuencia, cuanto menos control estatal exista sobre las economías, más fácil y rápidamente se resolverán los problemas, se alcanzará el equilibrio de la economía y los precios se fijaran de manera natural. En su Investigaciones sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones (1776), Smith sostenía que como fruto de la propensión a intercambiar, que es exclusiva del hombre, se crea riqueza y se genera y acumula capital conduciendo a la división del trabajo y que ésta junto con la empatía con el egoísmo del otro (dame lo que necesito y tendrás lo que deseas) son los que potencian el crecimiento económico clave del bienestar social.

[4] El darwinismo social surge a partir de las teorías de Herbert Spencer sobre la evolución social de la humanidad, proponiendo la existencia de un estrecho paralelismo entre las sociedades humanas y los organismos biológicos, tanto en la forma de su evolución, como en la manera que se conservaban vivos gracias a la dependencia funcional de las partes. Este principio de desarrollo por especialización de funciones y la idea de supervivencia del más apto, fueron los fundamentos centrales del darwinismo social y se convirtieron en la justificación sociológica del modelo económico propuesto por Adam Smith basado en la libre competencia en el mercado, como el sistema que mejor expresa la naturaleza humana. Para esta teoría social el esclavismo, la pobreza y el no intervencionismo estatal, como así también la expansión imperialista y su economía de rapiña; no eran otra cosa que la lógica consecuencia de la lucha por la supervivencia que se estaba liberando, en la que -necesariamente- debía haber ganadores y perdedores.

[5] 350 años antes de nuestra era Aristóteles (384 a. C. – 322 a. C) hablaba de una actividad diferente de la economía, que consistía en la acumulación de dinero por dinero, una actividad contra natura que deshumanizaba a aquellos que a ella se libraban. A esa actividad la identificó -empleando el término que Tales de Mileto había propuesto un siglo y medio antes- como crematística (del griego khrema, la riqueza, la posesión) definido como el arte de hacerse rico, de adquirir riquezas. En su obra Política, señala la diferencia fundamental entre economía y crematística al considerar a la primera como la administración de los bienes necesarios y a la segunda como una forma de adquisición que no conoce límites ni de riquezas ni de medios para obtenerla. Para Aristóteles, una cosa es economía y otra muy diferente el arte de hacer dinero.

[6] La refutación identifica el momento de las teorías científicas en el que los hechos, la experiencia, en lugar de corroborar las hipótesis formuladas las desechan, tal como fuera el caso de la monumental intervención Estatal para salvar al sistema financiero internacional y a la banca privada en la crisis 2007/2008, dando por tierra con la teoría de la “mano invisible”.

[7] Los cinco errores fundamentales son los siguientes:

  1. Un «método» fundamentalmente incorrecto: los economistas usan razonamiento «correlativo» y «post hoc, ergo propter hoc (después-del-hecho), prefiriéndolo respecto al «método científico».
  2. Una forma invertida de ver el mundo: los economistas ven el ambiente como un subsistema de la economía, más que de otra manera predominantemente. En otras palabras, los economistas han tratado los recursos naturales como si proviniesen de «mercados», más que del «medioambiente». El corolario es que el «capital hecho por el hombre» puede sustituir al «capital NATURAL«. Pero la Primera Ley de la termodinámica nos dice que no hay «creación»- entonces no existe esa cosa llamada «capital hecho por el hombre». Por lo tanto, TODO capital es «capital NATURAL«, y la economía es 100% dependiente del ambiente para cualquier cosa.
  3. Una visión fundamentalmente incorrecta del «dinero»: los economistas ven al «dinero» nada más que como un medio de intercambio, más que como poder social — o «poder político». Pero eventualmente un observador casual puede ver que ese dinero es poder social porque este «potencia» a gente a comprar y hacer cosas que ellos quieren — incluso comprar e influir en otras personas: política. Si los empleadores tienen la libertad de pagar a los trabajadores menos «poder político», entonces ellos retendrán más poder para sí mismos. El dinero es, en una palabra «coerción», y la «eficiencia económica» es un concepto político destinado a conservar el poder social en manos de quienes lo poseen — para hacer al políticamente poderoso, más poderoso y al políticamente débil, más débil. 
  4. Una visión fundamentalmente incorrecta de su raison d’etre: los economistas ven al «Homo economicus» como un «maximizador de utilidades Bayesiano», más que como «Homo sapiens» que es un «primate». En otras palabras, la economía y econometría contemporáneas están CHUECAS desde la base — y los economistas saben esto. La disciplina económica completa está basada en una mentira — y los economistas lo saben. Mas encima, si el comportamiento humano no es el resultado de un cálculo matemático — y no es así — entonces en principio, los economistas NUNCA estarán en lo correcto.
  5. Una visión fundamentalmente incorrecta del élan vital económico: los economistas ven la actividad económica como una función de la infinita «creación de dinero», más que como una función de «acopios (stocks) de energía» finitos y «flujos de energía» también finitos. En efecto, la economía es 100% dependiente de la energía suministrada — esto siempre ha sido así y siempre lo será.

[8] Steve Keen es profesor de economía y finanzas en la Universidad de Western Sydney.

[9] Giorgio Mosangini es Licenciado en Ciencias Políticas por la Université Libre de Bruxelles (ULB), Master en Estudios del Desarrollo por la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) y Especialista en Evaluación de Impacto.

[10] Víctor Lebow “The Real Meaning of Consumer Demand” 1955 Journal of Retailing.

[11] Solow y Stiglitz “demostraron” matemáticamente que el flujo de recursos usados en la producción puede ser tan pequeña como se desee siempre que el capital económico sea suficientemente grande, postulando la existencia de sustitución entre el capital económico y el natural.

[12] Arthur Eddington fue un astrónomo, físico y matemático inglés que realizó su mayor trabajo en astrofísica, investigando el movimiento, la estructura interna y la evolución de las estrellas. También fue el primer expositor de la teoría de la relatividad en el idioma inglés.

[13] Hazel Henderson. Creating Alternative Futures. Kumarian Press, 1996.