Carlos Merenson

Comprobamos que los hechos unifican y las abstracciones dividen y que por sobre la carnadura de los acontecimientos, las divergencias del nivel ideológico pierden importancia ante la demanda de las soluciones. Arturo Jauretche

No se pretende aquí realizar un detallado análisis del pensamiento ecosocial en los principales referentes de las corrientes del pensamiento nacional, sino identificar el núcleo central con el cual, el ecologismo político ha encontrado -hasta ahora- discrepancias que dificultan una tan urgente como indispensable convergencia.

El pensamiento nacional[1], caracterizado por su visión desarrollista, ha conferido centralidad a la búsqueda de los caminos más adecuados para alcanzar un desarrollo independiente en el contexto de la división internacional del trabajo, visión desarrollista que incluye dos dimensiones que operan simultáneamente: la defensa del patrimonio natural del país, frente a la economía de rapiña impuesta por los países centrales y la aspiración de alcanzar una utilización intensiva de esos recursos naturales dentro de un proyecto nacional.

Quizás la más temprana expresión del pensamiento nacional sobre la preocupación por el cuidado de la heredad natural de nuestro país la encontramos en el pensamiento de Belgrano quien, en abril y junio de 1810, en «Correo de Comercio», destacaba la manera en la que bajo la administración colonial se arruinaron los ambientes naturales con total despreocupación por la posteridad, afirmando que: …por todas partes que se recorra en sus tres reinos, animal, mineral y ve­getal, sólo se ven huellas de la desolación, y lo peor, es que se continúa con el mismo, o tal vez mayor furor, sin pensar ni detenerse a reflexionar sobre las execraciones que merecemos de la posteridad, y que ésta llorará la poca atención que nos debe.[2]

Quien muy bien sintetiza las dos posiciones del pensamiento nacional frente a la defensa y aprovechamiento de los recursos naturales es el General Enrique Mosconi (1877-1940) cuando afirma que: Resulta inexplicable la existencia de ciudadanos que quieren enajenar nuestros depósitos de petróleo acordando concesiones de exploración y explotación al capital extranjero, para favorecer a éste con las crecidas ganancias que de tal actividad se obtiene, en lugar de reservar en absoluto tales beneficios para acrecentar el bienestar moral y material del pueblo argentino. Porque entregar nuestro petróleo es como entregar nuestra bandera.

En igual dirección se inscribe el pensamiento de Arturo Jauretche al afirmar que: En el territorio más rico de la tierra vive un Pueblo pobre, mal nutrido y con salarios de hambre. Hasta que los argentinos no recuperemos para la Nación y el Pueblo el dominio de nuestras riquezas, no seremos una Nación soberana ni un Pueblo feliz.

También vamos a encontrar esta linea de pensamiento en los referentes del neoextractivismo progresista latinoamericano. Tal es el caso de Alí Rodríguez, quien fuera Ministro de Economía y responsable de PDVSA durante el Gobierno de Hugo Chávez, y luego Ministro de Relaciones Exteriores de Venezuela y Secretario General de la UNASUR que, al defender las políticas extractivistas que se aplicaban en toda la región afirmaba que: América Latina en general y Suramérica en particular, no se caracterizan por ser potencias tecnológicas ni financieras y su mayor riqueza está en sus recursos naturales y su gente, es el momento de utilizar esos recursos naturales para financiar tareas urgentes tanto del desarrollo, como del crecimiento económico, la redistribución del ingreso, la salud y la educación.

Frente a ello, el ecologismo político encuentra puntos de coincidencia cuando se plantea la defensa de la heredad natural; pero discrepa a la hora de validar políticas nacionales que, aun cuando cambian el destino de la renta extractivista, desde economías concentradas hacia políticas sociales, no cambian en nada los impactos inherentes a las insostenibles modalidades de producción.

Le toca al General Perón, con el Mensaje a los Pueblos y Gobiernos del Mundo (1972) y con El Modelo Argentino para el Proyecto Nacional (1974), introducir la dimensión ecológica en el pensamiento nacional. Este aporte reconoce su origen en la etapa que le toca vivir en las décadas de los años 1960 y 1970, durante su exilio en España, cuando es testigo del nacimiento del ecologismo político en Europa; advirtiendo tempranamente que las nuevas ideas que emergían del ecologismo -dirigidas, como el mismo lo afirmaba, a enfrentar aquello que, en su conjunto, no es un problema más de la humanidad, sino que es el problema- estaban llamadas a cambiar significativamente el eje de debate político a nivel nacional e internacional. Sus planteos son los que tienden los puentes que posibilitan una convergencia con el ecologismo al instalar la idea de la defensa de los recursos naturales frente a las apetencias de las potencias centrales, pero no en una defensa para hacer con ellos un extractivismo por propia mano, como hoy lamentablemente se ha instalado en muchas de las corrientes nacionales y populares en latinoamérica; sino para garantiza una utilización soberana y racional de los recursos naturales, tal como lo sintetizaba al afirmar que:  Debemos cuidar nuestros recursos naturales con uñas y dientes de la voracidad de los monopolios internacionales que los buscan para alimentar un tipo absurdo de industrialización y desarrollo en los centros de alta tecnología donde rige la economía de mercado… Advirtiendo que …de nada vale que evitemos el éxodo de nuestros recursos naturales si seguimos aferrados a métodos de desarrollo, preconizados por esos mismos monopolios, que significan la negación de un uso racional de aquellos recursos.

Para Perón …cada nación tiene derecho al uso soberano de sus recursos naturales.  Pero, al mismo tiempo, cada gobierno tiene la obligación de exigir a sus ciudadanos el cuidado y utilización racional de los mismos.  El derecho a la subsistencia individual impone el deber hacia la supervivencia colectiva, ya se trate de ciudadanos o pueblos.

Allí reside el núcleo del planteamiento que puede ayudar a una tan urgente como necesaria convergencia de las diferentes corrientes del ecologismo con las corrientes nacionales y populares; convergencia que permitirá salir de un esquema político que ya no puede dar solución a las nuevas y complejas demandas de la sociedad y que resulta clave para generar la fuerza política capaz de cambiar el actual rumbo de insostenibilidad.

La división es clara, o se ignora que existe una amenaza real, un peligro mayor que se cierne sobre todos los habitantes de la Tierra en la forma de una crisis ecosocial global y se sigue haciendo politiquería o se hace política con mayúsculas asumiendo la realidad y afrontando decididamente la contradicción suprema establecida a partir de la conflictiva interacción entre sociedad y naturaleza.

Así como en su momento fueron los ideales de la Revolución de Mayo y las guerras por la independencia los que dieron nacimiento a las corrientes de pensamiento nacional; así como más tarde fueron las reivindicaciones sociales las que realimentaron su carácter revolucionario; hoy es la incorporación del ideario ecologista la que puede volver a conferir ese carácter revolucionario que, en la actualidad, se ha ido diluyendo al no poder ofrecer verdaderas y efectivas respuestas frente a la agudización de las múltiples y entrelazadas crisis ecosociales.

Respuestas que el pensamiento nacional no puede ofrecer a menos que tome conciencia sobre la finitud de los recursos biofísicos y de los servicios ecosistémicos que hacen posible, no solo el funcionamiento de la economía, sino de la vida misma y transformen esa toma de conciencia sobre la finitud de nuestra casa común y sus límites biofísicos, en una nueva noción de progreso, dejando atrás aquella que lo asimila al permanente rebasamiento de límites para entenderlo como sinónimo de la capacidad de adaptación a aquellos límites que no deben ser rebasados.

Sin dejar de mantener, como cuestión central, la imperiosa necesidad de un desarrollo independiente de nuestro país, resulta imprescindible que el pensamiento nacional rompa con la obsesión crecimientista y que asuma las restricciones cuantitativas que impone la ecósfera y las consecuencias trágicas de los excesos, como el inicio de un proceso de revisión fundamental de la conducta humana y –en consecuencia– de la estructura entera de la sociedad actual, de tal manera de poder prepararse para cambios inminentes, inevitables, y –si no nos preparamos adecuadamente– probablemente brutales.

Si bien en la matriz ideológica de las corrientes nacionales y populares se encuentra el enfrentamiento con el pensamiento neocolonial y los intereses de los grupos privilegiados, no ocurre lo mismo con la necesidad de dejar atrás el ideario productivista/consumista y producir cambios radicales en nuestra forma de vida y los valores que la guían, cuestión que –hasta el presente– ha impedido que maduren las condiciones para producir un indispensable cambio de rumbo.

Por más que se apele a declaraciones pobladas de buenas intenciones y superpobladas de menciones a un idílico “desarrollo sostenible”, para las diferentes corrientes de pensamiento nacional, el paradigma dominante sigue siendo el mismo. Se habla de ecología y ambiente, pero se piensa y actúa con una concepción productivista, incapaz de dar respuesta a la crisis ecosocial de la cual es responsable.

Frente a la impotencia que han generado décadas de promesas incumplidas y de recetas únicas que solo han servido para multiplicar las crisis, emerge una nueva corriente de pensamiento capaz de terminar con el vaciamiento de la política para pasar a ocuparse de su contenido, capaz de poner fin a la perpetua competencia por el poder entre hombres y partidos intercambiables y alternantes, mientras se deja a la sociedad sin proyecto y liberada a las fuerzas del mercado, sumergida en una cultura productivista y consumista que inevitablemente conduce a la agudización de las crisis ecosociales.

Es en tal escenario donde el ecologismo puede ayudar a despertar en el pensamiento nacional una conciencia ética ecológica que le permita cambiar la visión desarrollista que lo caracteriza por la de un «ecodesarrollo» en el que sus objetivos generales y requisitos esenciales simultáneamente sean: la lucha contra la pobreza; la modificación de las modalidades insostenibles de consumo y producción; y la protección y gestión de la base de recursos naturales del desarrollo económico y social.


[1] Al igual que en el resto de latinoamérica, existe en Argentina una corriente de pensamiento “nacional” (no colonial) que se contrapone a aquellas corrientes de pensamiento cuyo común denominador es la defensa de las estructuras y superestructuras que garantizan la dependencia cultural, política, económica y social del país

[2] Abundando en la cuestión, Belgrano menciona ejemplos concretos sobre la destrucción de la naturaleza al afirmar que: Se supo que la lana de Vicuña, Alpaca, pieles de Chinchilla, de Nutria, de Cisne, eran objetos de valor; inmediatamente se tocó a destruir sin consideración a los tiempos oportunos, y llegar el en que no existan frutos tan apreciables, no obstante que parezca paradoja a los que, sin meditar, creen que son inacabables. Deslumbró la abundancia de Plata y Oro; y he aquí que, sin orden, ni concierto, sin más que unas ideas vulgares, se entró en la apertura de minas abandonando innumerables aprovechamientos, a más de causar estragos infinitos, todavía no se ha salido del camino ignorante y rutinario que se adoptó, a pesar de los esfuerzos del Gobierno ilustrado, y de cuanto han empeñado los inteligentes para facilitar los trabajos y lograr las mayores ventajas. Parecieron los bosques como el inmenso mar respecto de la corta población que teníamos, y aún tenemos, si se atiende a los grandes territorios que poseemos, y sin atención a las consecuencias, no hay estación que sea reservada para los cortes, éstos se ejecutan a capricho, y hemos visto a los montaraces dar por el pie un árbol frondoso, en lo más florido de la primavera, sólo por probar el filo del hacha; de modo que causa el mayor sentimiento al observador, ver tantos árboles muertos a cuya existencia había siglos que concurría la naturaleza: se presiente ya lo detestable que seremos a la generación venidera, si en tiempo no se ponen remedios activos para que los mismos propietarios no abusen de sus derechos pensando sólo en aprovecharse del producto presente. Belgrano cierra sus reflexiones afirmando que: …la declamación es contra la general propensión que existe para destruir y la ninguna idea para conservar, reedificar, o aumentar lo que tan prodigiosamente nos presenta la naturaleza.