Carlos MERENSON

El Secretario General de la ONU, António Guterres acaba de presentar un informe[1] donde se advierte que: …la Tierra se encamina hacia un incremento de la temperatura de al menos tres grados respecto a los niveles preindustriales; que más de un millón de especies de animales y vegetales del mundo están en un peligro de extinción; que las enfermedades vinculadas a la contaminación causan cada año unas nueve millones de muertes prematuras; y que la degradación ambiental está impidiendo los progresos hacia el fin de la pobreza y el hambre. Guterres revela un secreto a voces: ninguno de los objetivos mundiales para la protección de la vida en el planeta y para detener la degradación de la tierra y los océanos se ha cumplido plenamente (lo de plenamente no es más que un eufemismo por poco y nada). En el informe se afirma también que: estamos cerca del punto de no retorno; la deforestación y la sobrepesca continúan; la trayectoria actual de las emisiones de gases de efecto invernadero lleva a un incumplimiento claro del Acuerdo de París contra el cambio climático, todo ello como preámbulo para advertirnos que estamos destruyendo el planeta y que la prosperidad de la humanidad está en riesgo.

Apoyado en las evidencias sobre la crisis ecosocial global, Guterres señala que la humanidad está incumpliendo sus compromisos de protección medioambiental. En la misma dirección se ha manifestado la directora ejecutiva del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, Inger Andersen quien además ha señalado que 2021 debe ser el año en el que la humanidad haga las paces con la naturaleza.

Ambas declaraciones coinciden en considerar a la humanidad -en su conjunto- como embarcada en guerra contra la naturaleza, incumpliendo los acuerdos ambientales internacionales. Se diluyen así en toda la humanidad a las minorías que son principales beneficiarias del sistema-mundo productivista y responsables directas de las decisiones con las que -día tras día- se maltrata y lastima nuestra casa común.

Por loable que sea el llamamiento, no existen elementos concretos que hagan suponer que 2021 será el año en el que se logre desarticular las contradicciones fundamentales entre capital-trabajo y capital-naturaleza; y menos aún, que las mencionadas minorías, resuelvan renunciar voluntariamente a sus privilegios y en un cambio copernicano se decidan a hacer las paces con la naturaleza. Por el contrario, todo hace suponer que ello no acontecerá en 2021 ni en los años por venir.

Si bien se puede coincidir con el detallado diagnóstico y el llamado a producir un cambio fundamental en la organización tecnológica, económica y social de la sociedad, incluidas las visiones del mundo, las normas, los valores y la gobernanza, a la hora de proponer medidas concretas el informe presentado por el Secretario General de la ONU solo atina a echar mano a las recetas tradicionales que, desde la Cumbre de Río hasta la fecha, se han estrellados con las estructuras, superestructuras y el sustrato superideológico que sostienen a todo el sistema-mundo productivista y que, más allá de las voluntades políticas puestas en juego, han impedido, impiden y no permitirán que se transformen en realidad.

Es así como no hay novedad alguna cuando el informe apela a muy conocidos y pocas veces exitosos artilugios de mercado o a malabares tecnológicos que, paradójicamente, resultan esencialmente anticientíficos como por ejemplo lo es la pretensión de desacoplar el crecimiento de la contaminación mediante la denominada economía circular que de circular tiene solamente el irrefutable hecho termodinámico de conducirnos a un cambio de 360°, o sea, de conducirnos a ningún cambio. Realmente resulta indignante que se siga hablando del utópico desacople entre prosperidad y contaminación o uso de energía, sin tomar en consideración alguna la mochila ecológica que pesa sobre toda la producción del mundo industrializado. Que nadie crea que pueden existir economías circulares capaces de desarrollarse como si no existieran las inflexibles leyes de la termodinámica. Que nadie imagine que dentro del sistema-mundo productivista se puede realmente desacoplar el crecimiento del PBI del uso de materiales y energía.

Jorge Riechmann muy bien lo sintetiza de esta manera:

el objetivo de “desacoplar crecimiento económico e impacto ambiental”, es engañoso: si bien en la UE –por ejemplo— varios estados miembros han logrado en el decenio 1995-2005 un desacoplamiento relativo entre el crecimiento del PIB y el uso de energía, eso no se ha traducido en una reducción de las presiones ambientales en términos absolutos, porque el consumo de recursos en términos absolutos se ha mantenido más o menos constante en los últimos dos decenios

Pero lo que es más importante: el “desacoplamiento” dentro de las fronteras de la UE se debe sobre todo el incremento de las importaciones de recursos naturales, que compensan la reducción de la producción o extracción en Europa

Es “externalización” de impactos, exportación de daños, y no verdadero desacoplamiento.

Lo reconoce la propia Agencia Europea de Medio Ambiente: “En términos absolutos, Europa no utiliza menos recursos materiales, sino que depende cada vez más de los que se extraen fuera de sus fronteras. En casi todos los países europeos, las extracciones nacionales de recursos materiales han descendido al tiempo que aumentaban las importaciones (…). Esto es especialmente cierto en el caso de los combustibles fósiles y los metales. (…) La sustitución de la producción nacional por importaciones alivia en parte la presión sobre el medio ambiente y explica el desacoplamiento relativo en términos de balance de masas. (…) Esto sólo significa que las presiones ambientales generadas por la extracción de recursos se producen en el país de origen del artículo. Estas presiones pueden ser importantes: por ejemplo, cada tonelada de metal importado puede ‘dejar tras de sí’ el equivalente de hasta 20 toneladas de flujos ocultos (la llamada ‘mochila ecológica’). De este modo, el uso de recursos materiales importados para producir bienes y servicios en Europa ‘desplaza’ la carga ambiental de la extracción a los países del exterior. Los daños pueden agravarse todavía más por el hecho de que estos países suelen tener un nivel social y ambiental inferior a la UE”

Con este “nuevo” informe de Naciones Unidas, una vez más, aquellas minorías que se benefician del actual estado de cosas han logrado que se aplique la fórmula de mezclar un impecable diagnóstico con soluciones gatopardistas. Una “agenda ambiental” fraudulenta como bien califica Riechmann a aquellas caracterizadas por su inconsistencia y que únicamente tienen un carácter esencialmente propagandístico (greenwashing o “lavado de cara” verde). Agendas que denuncian las crisis ambientales pero que al encolumnar a mucha gente en inconducentes caminos hacen perder un tiempo precioso que deberíamos emplear para debatir sobre los límites biofísicos para el crecimiento; la redefinición de la noción del progreso y la génesis, teoría y práctica de la superideología productivista que explican el crecimientismo; el fundamentalismo de mercado y la tecnolatría que han cobrado su propia inercia y empujan a un colapso civilizatorio.

Para proponer soluciones verdaderas a la triple crisis ambiental global y sus secuelas sociales, no basta con reseñarlas en un informe y seguir imaginando que dentro de la vertiente hegemónica del sistema-mundo productivista existen salidas que permitan evitar el colapso global. Los márgenes de maniobra se han estrechado y los continuos intentos de descargar las crisis en las espaldas de los trabajadores o exportarlas a la periferia ya no logran resolver las contradicciones del sistema. La diplomacia y la tecnoburocracia de la ONU deberían advertir que la crisis ecosocial global es inherente al sistema socioeconómico y que resulta imposible resolverla sin dejarlo de lado.

Aquí es donde cobra relevancia la propuesta de Ted Trainer sobre la manera más simple de hacer lo urgente y su estrategia de avance dejando de lado al sistema, construyendo sistemas alternativos que permitan a cada vez más gente salirse del mainstream, abandonar la sociedad de consumo, y asegurarse cada vez una parte mayor de sus necesidades materiales y sociales a partir de esos sistemas y fuentes alternativos que surjan de sus barrios y pueblos. Desarrollar dentro de los viejos sistemas otros nuevos sistemas locales, de pequeña escala y participativos que los reemplacen, he ahí una línea de trabajo fundamental que el sistema de Naciones Unidas y los Gobiernos tendrían que contemplar si realmente quieren producir un urgente cambio en la alocada carrera a la autodestrucción. Y si esa voluntad no existiera, entonces serán los pueblos los que la impondrán por imperio de la realidad y el instinto de supervivencia.


[1] https://www.unep.org/resources/making-peace-nature