La mejor información disponible indica que, allá por la mitad del siglo XX, la civilización industrial entró a toda velocidad en una trayectoria de muerte; y que ha seguido hasta un punto en que ningún milagro, ni técnico ni político, podrá alargar sustancialmente su camino. 

Ernest García[1]

No asistimos en estas tierras a la infancia salvaje del capitalismo, sino a su cruenta decrepitud. El subdesarrollo no es una etapa del desarrollo. Es su consecuencia. El subdesarrollo de América Latina proviene del desarrollo ajeno y continúa alimentándolo.

Eduardo Galeano

…los dominios más abstrusos de las matemáticas puras…las eficiencias de los motores y la precisión de las mediciones cuánticas, todo lo que podemos saber y lo que podemos hacer está estrechamente acotado por una serie de límites u horizontes de nuestro conocimiento y nuestra acción. El descubrimiento paulatino de esos límites nos ha situado en una situación intelectual menos ingenua y optimista que la que compartían los intelectuales decimonónicos, tan dados al utopismo.

Jesús Mosterín

Toda la humanidad comulga en la misma creencia. Los ricos la celebran, los pobres aspiran a ella. Un solo dios, el Progreso, un solo dogma, la economía política, un solo edén, la opulencia, un solo rito, el consumo, una sola plegaria: Nuestro crecimiento que estas en los cielos… En todos lados, la religión del exceso reverencia los mismos santos -desarrollo, tecnología, mercancía, velocidad, frenesí, persigue los mismos heréticos -los que están fuera de la lógica del rendimiento y del productivismo-, dispensa una misma moral -tener, nunca suficiente, abusar, nunca demasiado, tirar, sin moderación, luego volver a empezar, otra vez y siempre. Un espectro puebla sus noches: la depresión del consumo. Una pesadilla le obsesiona: los sobresaltos del producto interior bruto

Jean Paul Besset

Carlos MERENSON

Luiz Carlos Bresser-Pereira, en La nueva teoría desarrollista: una síntesis, tras describir las cinco diferentes formas adoptadas por el desarrollismo[2], nos habla de un nuevo desarrollismo nacido del fracaso económico y político de la globalización, la financiarización y el neoliberalismo. Según Bresser-Pereira en los países en desarrollo, este nuevo desarrollismo pretende garantizar la democracia, la reducción de las desigualdades y la protección del ambiente; afirmando que el nuevo desarrollismo:

Es una estrategia nacional que le otorga al Estado un papel central, y como condición indispensable, propone una dirección sólida y eficiente; pues no cree que el mercado pueda resolverlo todo, ni que las instituciones deban limitarse a garantizar la propiedad privada y el cumplimiento de los contratos. El nuevo desarrollismo es un sistema teórico incluyente, heredero del desarrollismo clásico, con propuestas actualizadas que les permitirán a los países de mediano desarrollo tener los elementos para acercarse en mejores condiciones a las naciones más prósperas.

Este neodesarrollismo, adoptado por diferentes corrientes de pensamiento nacional, es heredero de una larga historia nacida con la temprana etapa mercantilista del capitalismo y entre sus objetivos, como una cuestión que no se hallaba presente en otros modelos desarrollistas, se encuentra la protección del ambiente lo que invita a pensar en un desarrollismo al que se lo puede calificar como ambientalista.

Antes de continuar resulta muy importante aquí distinguir entre “ecologismo” y “ambientalismo” en tanto, confundir ambos pensamientos, tal como lo sostiene Dobson, redunda en:…un serio error intelectual, tanto en el contexto de una consideración del ecologismo como ideología política como en el marco de una cuidadosa presentación del radical desafío verde al consenso político, económico y social que domina el final del siglo XX.

Existe una generalizada confusión o desinformación que ha llevado a que la opinión habitual sea que ambientalismo y ecologismo pertenecen a una misma familia de ideas, cuando en realidad ambos pensamientos difieren grandemente.

El ambientalismo propone una respuesta tecnocrático-productivista y aboga por una aproximación administrativista frente a los problemas ambientales, convencido que ellos pueden ser resueltos mediante la reforma del sistema, sin cambios radicales de sus valores conformadores; en tanto que el ecologismo sostiene que una existencia verdaderamente sostenible presupone cambios radicales en nuestra relación con el mundo natural no humano y en nuestra forma de vida social y política.

El ecologismo es tan diferente de las demás ideologías que incluso resulta muy dificultoso pensar en el ambientalismo como corriente dentro del ecologismo. Tal posible hibridación solo se podría concretar al costo de una alteración radical en el núcleo central de la ideología del ecologismo.

En definitiva, el ecologismo es una ideología y el ambientalismo no lo es en absoluto. Esta diferenciación es de suma importancia para comprender porque se puede imaginar un desarrollismo ambientalista y por el contrario, resulta inimaginable un desarrollismo ecologista.

Al no suscribir la tesis de los límites del crecimiento; no pretender desmantelar el productivismo y creer firmemente que la tecnología puede resolver los problemas que genera, el ambientalismo no colisiona con los ideales desarrollistas. Es entonces que nada se puede objetar a la propuesta de intentar construir un neodesarrollismo ambientalista lo cual no quiere decir que un desarrollismo, ambientalista o no ambientalista, pueda conducir hacia la superación de la crisis ecosocial global que nos toca enfrentar.

La crisis del modelo energético fosilista; la crisis biosférica; el cambio climático y el imparable proceso de concentración de la riqueza; son testimonio del fracaso de los intentos desarrollistas para imponer modelos socio-económicos inspirados en las diferentes ideologías que produjo la modernidad como, entre otros: los Estados benefactores keynesianos de Occidente; el socialismo real del Este; la globalización neoconservadora/neoliberal iniciada en la década del año 1980 y los intentos desarrollistas en los países periféricos impulsados por las corrientes de pensamiento nacional.  

Si bien existen notables diferencias entre estos procesos y en los modelos causales que definieron su fracaso, en todos ellos encontramos dos puntos de contacto:

1 – las inevitables transformaciones sistémicas del desarrollismo en crecimientismo; y

2 – la ignorancia o menosprecio por la fundamental e insalvable contradicción entre capital y naturaleza.

Unidos en la superideología productivista, directa o indirectamente, consciente o inconscientemente, a su hora, todos los desarrollismos atentaron contra la integridad del mundo natural y en última instancia, del propio sistema social al que pretendían beneficiar.

Las características inherentes al sistema-mundo productivista, que lo hacen tender continuamente a la acumulación y concentración, son también las que van transformando los procesos de desarrollo en meros procesos de crecimiento, más allá de la voluntad política de los ideólogos e impulsores de los desarrollismos de turno. Tal crecimientismo termina concentrando los beneficios del desarrollo para pocos y externalizando sus costos en el grueso de la sociedad, profundizando las diferencias, tanto dentro como entre países. En el Mensaje a los Pueblos y Gobiernos del Mundo, Perón indiscutido referente del pensamiento nacional, sintetizaba la cuestión de la siguiente manera: La separación dentro de la humanidad se está agudizando de modo tan visible que parece que estuviera constituida por más de una especie.

En cuanto al segundo aspecto arriba señalado cabe observar que si bien existen dos contradicciones fundamentales: capital-trabajo y capital-naturaleza; es esta última la única con el potencial para impedir la reproducción del sistema-mundo productivista, ello es lo que le confiere carácter revolucionario y centralidad social, política y económica; y es la que torna anacrónicas a las multicolores teorías desarrollistas/crecimientistas que se desprenden del tronco común superideológico productivista las que -antes o después- colisionan con los límites biofísicos para el crecimiento, definidos por las capacidades de reproducción y asimilación presentes en el mundo natural, límites que no pueden ser rebasados sin desatar verdaderas crisis ecosociales globales como las que hoy amenazan la supervivencia.

Aquí resulta conveniente detenernos para analizar, desde la visión que proyecta la ecología política, cuatro axiomas que que conducen hacia la subvaloración de la dimensión ambiental en el neodesarrollismo ambientalista.

El primer axioma: siempre la ciencia y la tecnología encontraran una solución a los problemas ambientales.

Se trata de una verdad axiomática sobre la que pivotea la subvaloración de la dimensión ambiental y que conduce a pensar que el ambiente no impone límites para el crecimiento ya que es posible agotar lo que hoy consumimos y contaminar lo que hoy contaminamos, porque antes de llegar a puntos irreversibles, el progreso tecnológico encontrará o inventará los sustitutos o solucionará los efectos contaminantes.

Encandilados por la fascinación tecnológica parecen no advertir que nada permite considerar al avance científico-técnico virtuoso por naturaleza. Que no se puede depositar una fe ciega en la tecnología ni espera que las soluciones tecnológicas -por sí solas– logren dar respuesta a la crisis sistémica que enfrentamos. Un muy buen ejemplo lo encontramos con la Identidad Kaya que nos permite demostrar que alcanzando las más optimistas mejoras en materia de sustitución de fuentes energéticas y aumentos de la eficiencia en el uso de la energía; si no se resuelven las variables sociales (crecimiento poblacional y modelo económico crecimientista) las emisiones de gases efecto invernadero aumentan de manera exponencial.

Sobre el particular resulta ilustrativo el pensamiento de Perón cuando afirma que: El ser humano, cegado por el espejismo de la tecnología, ha olvidado las verdades que están en la base de su existencia.  Y así, mientras llega a la Luna gracias a la cibernética, la nueva metalurgia, combustibles poderosos, la electrónica y una serie de conocimientos teóricos fabulosos, mata el oxígeno que respira, el agua que bebe y el suelo que le da de comer, y eleva la temperatura permanente del medio ambiente sin medir sus consecuencias biológicas.   Ya en el colmo de su insensatez, mata al mar que podía servirle de última base de sustentación.

Por su parte, al referirse a la globalización del paradigma tecnocrático el Papa Francisco en Laudato si´ afirma que: …aun las mejores iniciativas pueden terminar encerradas en la misma lógica globalizada. Buscar sólo un remedio técnico a cada problema ambiental que surja es aislar cosas que en la realidad están entrelazadas y esconder los verdaderos y más profundos problemas del sistema mundial.

En definitiva, frente al optimismo tecnológico cabe advertir que existen límites biofísicos para el crecimiento; que las soluciones tecnológicas no pueden ayudar a realizar el sueño imposible de un crecimiento infinito dentro de un sistema finito; que ninguna teoría económica y menos científica puede ignorar la entropía energética e incluso material (concepto este último desarrollado por el padre de la bioeconomía Nicholas Georgescu-Roegen); que aumentar la eficacia conduce a un aumento del consumo (Paradoja de Jevons); que en la práctica, en la formula ideologémica: I+D+i, la innovación en realidad ha sido sustituida por mercado con las consecuencias que ello comporta y que, en definitiva, la inmensa complejidad de los sistemas de la Tierra define que nuestros intentos de hacer frente a los problemas ambientales resulten superficiales y sumamente peligrosos. Aquí también resulta ilustrativo el comentario del Papa Francisco: La tecnología que, ligada a las finanzas, pretende ser la única solución de los problemas, de hecho, suele ser incapaz de ver el misterio de las múltiples relaciones que existen entre las cosas, y por eso a veces resuelve un problema creando otros.

La segunda verdad axiomática en el neodesarrollismo que merece alguna reflexión desde la óptica de la ecología política es: los recursos naturales son la palanca para el desarrollo.

En este punto, por lo común se apela a ejemplos de lo ocurrido en otros países, todos ellos, claro está, países industrializados con lo que queda flotando un gran interrogante: ¿por qué los países de América Latina, o en general, los países en desarrollo no pueden hacer lo mismo?

Aquí el planteo deja de lado un aspecto histórico de fundamental importancia. Desde la Conquista de América hasta nuestros días, los recursos naturales solo han sido palancas para el desarrollo de los países centrales. Muy bien lo describe Horacio Machado Aráoz, en Ecología política de los regímenes extractivistas cuando afirma que:

  • La modernidad nace de ese primer acto de ordenamiento territorial de alcance global, que tiene en el Tratado de Tordesillas (1494) su primer instrumento jurídico formal, pues éste no sólo define la primera modalidad concreta de reparto del mundo, sino que establece el espacio geográfico de los sujetos propietarios y el mero espacio de los objetos poseídos
  • Este Tratado delimita y establece, de un lado, la zona del saqueo y, del otro, la de la acumulación.
  • El extractivismo es la práctica económico-política y cultural que “une” ambas zonas; el modo a través del cual una se relaciona con la otra. Extractivismo es ese patrón de relacionamiento instituido como pilar estructural del mundo moderno, como base fundamental de la geografía y la “civilización” del capital, pues el capitalismo nace de y se expande con y a través del extractivismo 
  • El extractivismo instituye la separación entre las metrópolis y sus satélites; establece el centro y sus periferias; delinea la geografía de la extracción, como geografía subordinada, dependiente, proveedora, estructurada por y para el abastecimiento de la geografía del centro, la del consumo y la acumulación
  • El extractivismo además nos refiere a la forma de relacionamiento que las fuerzas hegemónicas de la modernidad imponen sobre la entidad “naturaleza”, basada en su concepción como puro objeto, objeto de conocimiento y de explotación

Legitimado el antropocentrismo despótico en nuestras relaciones con el mundo natural, el paradigma hegemónico confirió prioridad existencial a la expansión (económica y geográfica) y a la conquista de la naturaleza. Las instituciones de las monarquías o la de los Estados Nación se orientaron entonces a garantizar dicha prioridad, conduciendo -en conjunto- a una desenfrenada mercantilización de todos los ámbitos de la vida natural y social, como así también, a una creciente acumulación y concentración del capital. La consecuencia directa sobre las áreas periféricas, semiperiféricas y las arenas exteriores del sistema-mundo productivista fue el establecimiento de un modelo caracterizado por un colosal mecanismo centrípeto de redistribución de recursos que, a su turno, fue conocido como economía de rapiña, economía de enclave y finalmente, como extractivismo.

La ilimitada apropiación de los recursos naturales del mundo entero resulta inherente al proceso de acumulación del capital, acumulación que se realiza -necesariamente- mediante una geografía económica mundial estructurada sobre un patrón de intercambio desigual entre metrópolis y colonias; entre centros y periferias.

Una manera de constar la existencia de tales mecanismos centrípetos de redistribución de recursos sobre los que se asienta el sistema-mundo productivista es apelar a la comparación entre huella ecológica y biocapacidad a nivel de países lo cual permite diferenciar claramente deudores de acreedores ecológicos; constatar que todos los países industrializados resultan deudores ecológicos (salvo Canadá), como así también constatar la cada vez más alarmante caída de la biocapacidad de los pocos países del mundo que en el sur dependiente aun se mantienen como acreedores ecológicos.

Tal como lo propone Eduardo Gudynas, existen diferentes generaciones de extractivismos, desde aquellos de primera generación, propios de la conquista de américa, hasta los actuales de cuarta generación en los que el consumo de energía y materia en las operaciones son muy altos y los impactos ambientales son inmensamente mayores. Por lo demás, poco cambió o puede cambiar con el pretendido neoextractivismo progresista que solo ha servido a una inserción internacional subordinada y funcional al modelo comercial y financiero hegemónico, con prácticas que solo se volcaron a la maximización de la renta para pocos y la externalización de impactos ecosociales para muchos en lugar de ser la pretendida palanca para el desarrollo.

Esta idea de concebir a los recursos naturales como palanca para el desarrollo se encuentra grabada a fuego en las corrientes de pensamiento nacional. Una buena síntesis la tenemos con las afirmaciones de Alí Rodríguez[3] que, al defender las políticas extractivistas que se aplicaban en toda la región afirmaba: América Latina en general y Suramérica en particular, no se caracterizan por ser potencias tecnológicas ni financieras y su mayor riqueza está en sus recursos naturales y su gente, es el momento de utilizar esos recursos naturales para financiar tareas urgentes tanto del desarrollo, como del crecimiento económico, la redistribución del ingreso, la salud y la educación.

Es bajo el influjo de estas ideas que las exportaciones de minerales, petróleo y las monoculturas transgénicas se convirtieron en la base de las políticas de desarrollo de las corrientes de pensamiento nacional, particularmente a partir de los gobiernos nacionales y populares instalados en la región durante el primer quinquenio del 2000, convencidos que, a partir de una mayor presencia y un papel más activo del Estado, con acciones -tanto directas como indirectas- se resolvían los impactos sociales y ambientales que le son inherentes a las practicas extractivistas.

Más de cinco siglos de ininterrumpido extractivismo, con su colosal drenaje de energía y materias primas hacia los países industrializados hacen que resulte bastante difícil imaginar que los recursos naturales puedan ser palanca para el desarrollo de los países latinoamericanos.

Las corrientes de pensamiento nacional deberían advertir que –dentro del sistema– es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un país periférico entre en el reino del “primer mundo” y lo que es más importante aún, advertir que la actual crisis ecosocial global, ya ni siquiera asegura la continuidad del crecimiento en los países centrales a los que se intenta imitar.

La tercera verdad axiomática en el neodesarrollismo sobre la que proyectaré una mirada desde la ecología política es: el desarrollo sostenible requiere de mayores capacidades estatales y más y mejores leyes.

Si bien a primera vista resulta una verdad indiscutible, podemos plantearnos un interrogante como el que propone Jorge Riechmann: ¿por qué tanta charla sobre el ambiente, tanta sosteniblablá…tanta afirmación de valores proambientales, tanto derecho ambiental con sus normas y sus leyes, tanta decisión para intentar enmendar el lamentable curso de las cosas, parecen resultar tan ineficaces?

Al igual que el rol de los recursos naturales para el desarrollo, aquí también se suele ejemplificar con lo que ocurre en los países centrales; ejemplos que en ningún caso toman en consideración la pesada mochila ecológica de la que nutren sus modelos.

La respuesta al interrogante que plantea Riechmann se encuentra en el substrato superideológico del sistema-mundo que habitamos: el productivismo y los modos de organización socioeconómica que ha inspirado a lo largo de la historia.

Para el ecologismo político, desarrollo sostenible es desarrollo sin crecimiento y el desafío que ello plantea de desarrollarnos dentro de los límites biofísicos del planeta y detener nuestra alocada carrera hacia la autodestrucción –obviamente– excede el restringido marco de acción de gobiernos y nos conduce a plantear la necesidad de abandonar el productivismo y los modos de organización socioeconómica que les son inherentes, sin lo cual no habrá Estado ni leyes capaces de dar respuesta alguna a la crisis ecosocial global que avanza hacia un punto de no retorno.

En la Carta Encíclica Laudato si´ el Papa Francisco se refiere al tema al señalar que: Tanto en la administración del Estado, como en las distintas expresiones de la sociedad civil, o en las relaciones de los habitantes entre sí, se registran con excesiva frecuencia conductas alejadas de las leyes. Estas pueden ser dictadas en forma correcta, pero suelen quedar como letra muerta. ¿Puede esperarse entonces que la legislación y las normas relacionadas con el medio ambiente sean realmente eficaces? Sabemos, por ejemplo, que países poseedores de una legislación clara para la protección de bosques siguen siendo testigos mudos de la frecuente violación de estas leyes.

Por último, la cuarta verdad axiomática sobre la que entiendo necesario reflexionar desde la óptica de la ecología política es: existe una economía capaz de liberarse de los límites biofísicos como, por ejemplo, la economía circular.

Quienes proponen este modelo de economía circular parecen ignorar o mal interpretan las inflexibles leyes de la termodinámica.

Debemos reconocer que una lectura superficial del enunciado de la primera ley de la termodinámica: nada se pierde, todo se transforma puede conducir al sueño de una economía capaz de generar un infinito crecimiento.

Pero -desgraciadamente- es en este punto donde irrumpe la segunda ley de la termodinámica para dejar en claro que una cosa es que nada se pierda y todo se transforme; y otra cosa muy diferente es que, en el proceso, cierta cantidad de energía se transforme en no utilizable, es decir que no puede realizar trabajo. Y el problema aquí es que la economía, lejos de ser circular es entrópica.

Elegir el enunciado de la primera ley de la termodinámica resulta indispensable para aquellos que pretenden justificar una visión utópica de una economía que no agota recursos, sin advertir que el significado de la primera ley de la termodinámica -que debe ser interpretado de manera conjunta con la segunda ley- es muy diferente al pretendido, al punto de ser la base para entender que, lejos de conducir a la idea de circularidad, está diciendo que la generación de residuos es inherente a los procesos productivos y que además, una parte de tales residuos no tienen posibilidad alguna de ser reutilizados. Debemos aclarar que la entropía no solo es aplicable a la energía sino también a la materia en los procesos de transformación en tanto sus concentraciones tienden a dispersarse, sus estructuras tienden a degradarse y desparecer, y cuyo orden tiende a convertirse en desorden.

La propuesta de una economía circular resulta coherente para una ciencia económica forjada en el paradigma mecanicista sin tener en cuenta los descubrimientos científicos que introdujeron un concepto central: la irrevocabilidad. La teoría económica no ha incorporado la revolución de la termodinámica y de la biología y sigue viviendo en los principios del siglo XIX imaginando que puede funcionar como si las leyes de la termodinámica y las biológicas no existieran; como si externalizar costos no tuviera costos y como si sus modelos matemáticos pudieran reflejar la realidad.

La vía ecologista

Atrapadas en el clásico esquema político bidimensional estructurado a partir de los ejes izquierda-derecha y democracia-totalitarismo; las corrientes de pensamiento nacional no logran advertir la irrupción de una nueva dimensión analítica, un tercer eje definido por la antinomia productivismo-antiproductivismo lo cual las hace marchar a contramano de los gigantescos cambios que el actual escenario ecosocial exige.

Es en tal contexto que el ecologismo político se ha transformando en obligado punto de referencia en la inevitable y urgente transición hacia una organización socioeconómica radicalmente diferente, no asentada en el sustrato productivista, sino en una razón ecosocial capaz de romper las falacias desarrollistas y alimentar nuevas teorías de la sociedad y del cambio social. De alimentar una radical transformación de la vida material, de la manera misma de producir, consumir y de compartir la vida en la comunidad. Es la ecología política el punto de referencia obligado para plantear una transición hacia una sociedad convivencial y verdaderamente sostenible; una transición desde la economía del siempre más a una que gradualmente busque un punto de equilibrio dinámico, una economía de estado estacionario que garantice la justicia social mientras protege las bases biofísicas de la vida. Una transición que debe iniciarse en el norte industrializado en un proceso decrementista que ponga fin a la sociedad de consumo que -desde la década del año 1950- es principal responsable de la globalización de la crisis ecosocial.

En el escenario actual, antes que seguir proponiendo más de lo mismo, la principal tarea política ha pasado a ser la de guiar a los pueblos en la inevitable transición hacia la adopción de maneras de vida alternativas, materialmente sencillas y es aquí donde cobra relevancia concentrar todos los esfuerzos en las economías locales, de pequeña escala y altamente autosuficientes, cooperativas y participativas, desarrolladas mediante sistemas donde las pequeñas comunidades controlen sus propios asuntos, independientes de la economía global transformada en un modelo que, tal como lo propone Castoriadis, ha dejado a tres cuartas partes de la humanidad sin poder satisfacer ni siquiera de manera elemental sus necesidades y a la cuarta parte restante la ha dejado atada, como una ardilla a su rueda, persiguiendo la satisfacción de las “necesidades” nuevas, manufacturadas día tras día ante nuestros ojos.

Para el ecologismo político, así como no puede existir un capitalismo con rostro humano, tampoco puede existir un extractivismo progresista y menos aun un desarrollismo que no termine naufragando en un crecimientismo que lo conduce a un sistema de valoración exclusivamente monetario, la consiguiente mercantilización de todas las esferas de la vida y la agudización de las crisis ecosociales. 


[1] “Car le temps est proche: la crise écologique et l’apocalypse sans cesse annoncée”, en Apocalypses: imaginaires de la fin du monde, número 28 (monográfico) de Socio-Anthropologie coordinado por Alain Gras, París 2013, p. 123. En Transiciones y colapsos. El ecologismo social en el Siglo de la Gran Prueba; Jorge Riechmann

[2] En aquellos países que llevaron a cabo sus revoluciones industriales capitalistas se pueden diferenciar las siguientes formas de desarrollismo: el Mercantilismo (el primer desarrollismo propio de Inglaterra y Francia); el Bismarckismo (propio de países centrales atrasados como Alemania y Estados Unidos); el Desarrollismo periférico independiente (propio de países de Asia oriental, a partir del modelo japonés); el Desarrollismo Nacional (países periféricos como nacional-dependiente, es decir, países como Brasil y Turquía) y el Desarrollismo Socialdemócrata o de la edad de oro del capitalismo (el segunda desarrollismo entre los países ricos que se inició con el New Deal entre la primera y la segunda guerra).

[3] Ministro de Economía y responsable de PDVSA durante el Gobierno de Hugo Chávez, y luego Ministro de Relaciones Exteriores de Venezuela y Secretario General de la UNASUR