Carlos MERENSON

Los microbiólogos conocen detalladamente los procesos de crecimiento de los microorganismos. Ellos no se sorprenden cuando en minutos o algunas horas ven pasar ante sus ojos todas las etapas de crecimiento de una población de bacterias. Ellos preparan en una caja de Petri un medio rico en nutrientes y siembran una cepa. Observan lo que se denomina la fase de adaptación caracterizada por un lento crecimiento que les permite adaptarse a este medio intacto. Luego se sorprenden con una inusitada aceleración del crecimiento de la población. Ello es señal que habiéndose adaptado al medio la población inicia una fase de crecimiento exponencial en la que los nutrientes son metabolizados a la máxima velocidad posible. Pero como el medio es finito y los nutrientes se agotan, el crecimiento se estanca y la población recorre una fase estacionaria de crecimiento en la que reduce drásticamente su actividad metabólica y comienza a utilizar como fuente energética las reservas. Esta fase estacionaria es un período de transición desde el rápido crecimiento a un estado de respuesta a una situación de estrés. Finalmente sobreviene lo inevitable, la población alcanza la fase de muerte o declinación en la que la tasa de destrucción supera la tasa de crecimiento.

Con los datos obtenidos en sus observaciones, los microbiólogos dibujan sus gráficas con las que ilustran el proceso descripto. Gráficas que típicamente adoptan el siguiente esquema:

A lo largo de este vertiginoso proceso de crecimiento poblacional se verifica el cumplimiento de leyes científicas básicas: La Ley del mínimo de Liebig, la Ley de los Rendimientos Decrecientes, la Ley de Entropía. También se visualiza la función exponencial que explica el tamaño de cualquier cosa que está en continuo crecimiento y se verifica que la dinámica exponencial -en un ambiente finito- no se puede mantener y su comportamiento típico es el de sobregiro y colapso.

No se requiere conocimientos científicos para entender que ninguna población puede crecer indefinidamente si sus recursos son limitados, si no existe posibilidad de importación de recursos, si no existe posibilidad de escape y si no se pueden desprender de sus desechos.

Obviamente, existen notables diferencias entre una población de microorganismos y la población humana que no permiten hacer incomodas extrapolaciones, pero, parafraseando a Clive Ponting en sus Lecciones de la Isla de Pascua, podemos preguntarnos si encontraremos -a tiempo- una forma de vida que no agote fatalmente los limitados recursos disponibles y que no dañen irreversiblemente nuestros sistemas de sustento vital, tal como ocurre en la actualidad; porque, como la Caja de Petri, la Tierra tiene recursos limitados para mantener a la sociedad humana y soportar sus exigencias; y como los microrganismos, la población humanas de la Tierra no tiene medios prácticos de escape.

La inteligencia, que nos hace incomparables, parece abandonarnos cuando imaginamos que la naturaleza y los recursos y servicios que nos ofrece son ilimitados; cuando creamos un subsistema: la economía y este pasa a gobernar al sistema mayor que lo creo: la sociedad e incluso pretende gobernar al sistema aun mayor del cual forma parte la sociedad humana: la naturaleza. Nos abandona la inteligencia cuando creemos en la existencia de una mano invisible que todo lo organiza y resuelve o cuando imaginamos que la ciencia y la técnica pueden hacer realidad el sueño imposible de un infinito crecimiento en nuestro finito hogar común: el Planeta Petri.