Recientemente, la Agencia Paco Urondo (APU), publicó una nota de Álvaro García Linera bajo el título de: Detrás de la crítica extractivista a los gobiernos progresistas, se halla la sombra de la restauración conservadora.
El autor, a quien respeto por su formación académica y su trayectoria política, desarrolla una fuerte argumentación con la que concluye afirmando que: detrás del criticismo extractivista de reciente factura en contra de los gobiernos revolucionarios y progresistas, se halla pues la sombra de la restauración conservadora. Esta afirmación, constituye una generalización que, a mi entender, invalida la propia conclusión.
No cabe duda alguna que existe intencionalidad en aquellos que han mirado para otro lado frente al paleo-extractivismo neoliberal, pero se rasgan las vestiduras ante el más mínimo atisbo de neo-extractivismo progresista. Incluso, muchas críticas bien intencionadas que emergen desde expresiones del ambientalismo superficial o reformista pueden terminar haciendo el juego a quienes lejos de oponerse al extractivismo lo practicarían de manera salvaje. Lo anterior no alcanza para poder generalizar la conclusión a la que arriba García Linera en tanto no contempla los motivos que conducen al ecologismo político a oponerse a los extractivismos.
Obviamente, no puedo identificar las causas por las que no se ha profundizado en las históricas posiciones del ecologismo político, pero me atrevo a suponer que se desconoce que, a diferencia del ambientalismo, el ecologismo es una ideología política y, en consecuencia, se desconoce también su radical desafío al consenso político, económico y social existente frente al productivismo. Se puede afirmar que la Ecología Política, en la que abreva el ecologismo, resulta una cosmovisión que emerge a partir de la toma de conciencia, tanto de la existencia de límites biofísicos para el crecimiento como de las muy graves consecuencias de exceder tales límites, lo que conduce a una revisión fundamental de la conducta humana y un cambio del sustrato superideológico productivista por un sustrato ecosocial en el que se puedan apoyar las estructuras y superestructuras de una sociedad convivencial y verdaderamente sostenible basada en los principios de justicia ecosocial; democracia participativa; respeto por la diversidad; no-violencia y sabiduría ecológica.
Parafraseando a Gorz, podemos entonces diferenciar entre “su ecología”, que persigue un productivismo que se acomode a los inconvenientes ecológicos y “nuestra ecología”, que plantea la necesidad de un cambio radical económico, social y cultural que suprima los inconvenientes del productivismo y, por ello, instaure una nueva relación de los seres humanos con la colectividad, con su ambiente y con la naturaleza. En definitiva, “su ecología” es sinónimo de gatopardismo; “nuestra ecología”, si nos atenemos a la gravedad del actual escenario ecosocial, es sinónimo de revolución. Lejos entonces se encuentra la oposición a los extractivismos y el resto de las posiciones que adopta el ecologismo político de ser una vía a la “restauración conservadora”.
No menos importante resulta destacar que el análisis que hace García Linera pivotea únicamente sobre la tradicional teoría marxista de la contradicción entre las fuerzas y las relaciones de producción, pero en nada se interna dentro de la segunda contradicción planteada entre las relaciones productivas capitalistas y las condiciones de producción, la primera de las cuales queda definida por las “condiciones físicas externas” que en la actualidad deben ser analizadas en términos de viabilidad de los ecosistemas, calidad del suelo, aire y agua, cambio climático, etc, etc. En otras palabras, existen dos contradicciones fundamentales: capital-trabajo y capital-naturaleza y lo cierto es que la crisis ecosocial globalizada que estamos enfrentando -consecuencia de la segunda contradicción- es hoy la que gradualmente ha ganado peso frente a la primera contradicción, transformándose en principal impedimento para la reproducción del sistema. Luego, no considerarla a la hora de los análisis puede conducirnos a graves errores conceptuales.
Dicho todo lo anterior quiero detenerme en algunas observaciones y dudas que me ha generado la lectura del artículo que nos ocupa.
García Linera describe la estrategia seguida en Bolivia mediante la cual se apela al extractivismo para generar riqueza y redistribuirla entre la población; reducir la pobreza y la extrema pobreza; mejorar las condiciones educativas de la población y paralelamente a todo ello, emprender la industrialización. Ahora bien, el extractivismo, como practica -tal como lo define Machado Araoz- es el pilar estructural del mundo moderno, base fundamental de la geografía y la “civilización” del capital, pues el capitalismo nace de y se expande con y a través del extractivismo. Entonces si el extractivismo se sitúa en el corazón mismo del sistema, aspecto que Marx destacaba con absoluta claridad en El Capital,[1] resulta algo paradojal que oponerse a esa práctica allane el camino a la restauración conservadora.
Por otra parte, existe secular evidencia que demuestra que el extractivismo produce “desarrollo” en el centro y subdesarrollo en sus periferias; sin que exista ejemplo alguno que haya producido desarrollo en la periferia. La propuesta de más extractivismo para salir del extractivismo ignora la existencia de los mecanismos centrípetos de redistribución de los recursos en los que se asienta el sistema-mundo capitalista que convierten en utopía el paradigma que inspira a la dirigencia política tradicional, particularmente aquella que hoy promete transformar a los países de la periferia en “paraísos productivos”. Ninguno parece advertir que – dentro del sistema-mundo capitalista – es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un país periférico entre en el reino del “primer mundo” y menos aún advierten que la actual crisis ecosocial global, ya ni siquiera asegura la continuidad del desarrollo en los países centrales a los que se intenta imitar, particularmente en momentos en que las teorías del productivismo neocapitalista, de la mano invisible, el Estado mínimo y el acceso colectivo a la aldea global de la prosperidad y el bienestar han sido refutadas en los hechos; a la par que el escenario configurado resulta una contundente corroboración de las hipótesis que sostienen el núcleo duro ideológico del ecologismo sobre los límites del crecimiento y el antiproductivismo.
Para hablar sobre extractivismo y anti-extractivismo resulta ineludible analizar las características ecosociales del escenario global, cuestión sobre la que el autor no se detiene. Y esta omisión resulta de particular gravedad si tenemos en cuenta que en tal escenario las proyecciones de las principales variables tornan absolutamente verosímil el comportamiento del sistema socioeconómico de exceso y colapso; un escenario en el que el calentamiento del sistema climático ya es inequívoco; un escenario en el que sobran evidencias sobre la crisis del modelo energético fosilista; en el que las tendencias sobre pérdida de biodiversidad van confirmando que nos encontramos ante el sexto episodio de extensión en masa; un escenario en el que estallan crisis financieras frente a las que la infalible mano invisible del mercado pide a gritos la pronta y masiva intervención estatal; un escenario en el que la riqueza se concentra de manera salvaje; un escenario en el que, dejado a sus anchas, el sistema, en lugar de generar una economía de bienestar, edificó una economía de malestar entre cuyas principales actividades encontramos a la industria de armamentos, el narcotráfico y los subsidios para actividades que aceleran la insostenibilidad; un escenario en el que se multiplican los Estados fallidos y sus territorios quedan bajo el control de bandas armadas; donde emergen con fuerza renovada todo tipo de expresiones de intolerancia política y social; se agudizan los conflictos entre las potencias por recursos y mercados acrecentando el peligro de recurrir al empleo de armas de destrucción masiva; en definitiva, un escenario de crisis ecosocial globalizada sobre el que tantas inútiles advertencias han sido hechas por el ecologismo.
El ecologismo político se opone a las practicas extractivistas, a las que no considera un sinónimo de “desarrollo”, sino la precarización del concepto mismo de desarrollo, vaciándolo de las transformaciones sociales, económicas, políticas, culturales, que debieran venir con él; prácticas que maximizan la renta para pocos y externalizan sus impactos ecosociales para muchos. Detrás de sus críticas a tales actividades, lejos de esconderse la sombra de la restauración conservadora, lo que guía la predica anti extractivista es la búsqueda de un cambio de rumbo verdaderamente revolucionario; verdaderamente radical en tanto sus planteos van a la raíz de los problemas que nos toca enfrentar. Sin dejar de hacer suya la causa por la defensa de los derechos humanos o la redistribución de las riquezas y del poder, la ecología política, como bien lo plantea Lipietz, exige una transformación profunda de la vida material, de la manera misma de producir, consumir, de compartir la vida de la comunidad y es en este sentido, que aparece como “más radical” (yendo más a la raíz de las cosas) que todas las ideologías progresistas previas.
Lamentablemente, García Linera, al meter en la misma bolsa a cualquiera que se exprese contario a los extractivismos, clausura el necesario y urgente debate entre las corrientes de pensamiento nacionales y populares sobre los desafíos ecosociales que tenemos que afrontar en un sistema-mundo productivista que se encamina hacia un punto crítico donde la opción será evolución o decadencia.
Entre dudas e incertidumbres, una certeza: detrás de la crítica ecologista a los extractivismos, solo se halla la sombra de la razón ecosocial, única capaz de levantarse como alternativa a la hegemónica razón productivista, responsable última del actual estado de cosas.
[1] Tomo I. El proceso de acumulación capitalista. México: Siglo xxi Eds. p 942.