Carlos Merenson

Bajo la razón productivista, se abrieron paso algunas creencias letales, entre las que, el darwinismo social, condujo a extrapolar conceptos biológicos como el de la selección natural o el de la supervivencia del más apto a las sociedades humanas. Darwinismo social que además potenció una vieja ideología, según la cual, la fuerza militar es la fuente de toda seguridad, asumiendo que la paz a través de la fuerza es la mejor o única forma de conseguir la paz. Esta política se resume en el aforismo latino: Si vis pacem, para bellum (Si quieres la paz, prepárate para la guerra).

De esta manera se naturalizó la expansión imperialista como expresión de la lucha por la existencia/supervivencia y las elites económicas y los países que defienden los intereses de sus elites encontraron justificación a la permanente disputa por la apropiación -a escala global- de las fuentes de energía y materias primas; mercados; mano de obra y medios y vías de transporte; el control de áreas de influencia en las que obtener privilegios económicos o ventajas políticas o militares; generando permanentemente conflictos que escalan de la retórica a la acción bélica, habiéndose transformado, aparato industrial-militar mediante, en una inmensa fuente de ganancias.

Es la misma razón productivista que, bajo la ilusión neolítica de un planeta inagotable, instaló un estilo de vida consumista y una economía de crecimiento perpetuo que ha conducido a un monumental choque contra los límites biofísicos del planeta, desenmascarando su carácter intrínsecamente insostenible, siendo el origen de la globalización de una crisis ecosocial, caracterizada por el cambio climático antropogénico; la pérdida de diversidad biológica en todos sus niveles y la crisis del modelo energético fosilista.

Desde principios del corriente año, estamos presenciando, con enorme preocupación, el inicio de una etapa en la que se manifiestan y tienden a la convergencia las dos grandes amenazas para la continuidad de la vida tal como la conocemos: el avance de la devastación antropogénica del ambiente y la configuración de un escenario bélico con el potencial de escalar en guerra nuclear.

Sobre la raíz productivista de la crisis ecosocial global, es mucho lo que se ha escrito y dicho, razón por la que no me detendré sobre este aspecto en particular; solo mencionar un hecho sumamente significativo como lo es el informe del Grupo II del IPCC aprobado el pasado 27 de febrero que resulta, por mucho, peor de lo esperado y que muy bien Ferran Puig califica como un llanto por la vida (ver artículo) afirmando que, los desastres que habían sido anunciados para un incremento de la temperatura de +4 ºC ahora ocurrirán a +2 ºC, cuando no a 1,5 ºC o están ocurriendo ya, y generalizándose. Ferran Puig destaca que la lista de desastres habidos y por haber es sobrecogedora y la probabilidad de eventos extremos simultáneos y consecutivos es destacada con frecuencia en el informe.

En cuanto al escenario bélico, si bien se encuentran en pleno desarrollo más de 60 conflictos, desde grandes guerras hasta escaramuzas entre países o dentro de países como, por ejemplo, los conflictos de Etiopía, Yemen, Myanmar, Siria, Malí, Níger, Burkina Faso, Somalia, Afganistán, Congo y Mozambique es necesario detenerse en lo que acontece con la guerra Ruso-Ucraniana en tanto, además de la tragedia que significa una guerra, al involucrar de manera directa a una superpotencia nuclear, encierra el riesgo de una escalada que puede desembocar en una Tercera Guerra Mundial con su escenario de megamuerte, tanto por el efecto devastador directo como por el invierno nuclear y el agotamiento de la capa de ozono estratosférico a los que conduciría.

Por otra parte, la guerra Ruso-Ucraniana muestra aspectos que, en su génesis, dejan al desnudo la manera en la que la razón productivista opera para tornar inevitables los conflictos bélicos siguiendo el patrón descripto al inicio.

Cuando el 24 de febrero de 2022, tropas rusas invadieron el territorio de Ucrania, comenzaba un nuevo capítulo dentro del conflicto iniciado en 2014; conflicto que es el resultado de un proceso iniciado en la década de 1980, tras la caída del Muro de Berlín y la autodisolución de la URSS, momento en el que, el capitalismo encarnó la vertiente hegemónica del productivismo. Asistimos entonces a la globalización de una economía absolutamente dominada por monopolios, caracterizada por el crecimiento exponencial de la producción industrial y la concentración extrema de la producción y del capital, particularmente del capital financiero; la formación de macromercados transestatales; regionalizaciones fronterizas de consumo; cadenas productivas transnacionales; continentalizaciones político-estratégicas; cambios de “estilo de vida” y cambios culturales. La libre circulación de personas, mercaderías y capitales se aceleró como nunca y el comercio internacional se intensificó hasta niveles nunca alcanzados.

Resultado de la globalización económica fue el inicio de un nuevo reparto territorial a escala planetaria entre las potencias capitalistas en el que, para Estados Unidos, la desaparición de la URSS, lejos de dar por terminado sus conflictos con Rusia, los multiplicó, en tanto, su inevitable transformación en potencia capitalista la haría pasar de enemigo ideológico a competidor por la hegemonía económica mundial, como muy bien quedo demostrado con el gasoducto Nord Stream 2. [1]

Una de las primeras ideas dirigidas a debilitar al gigante ruso fue entonces la de intentar balcanizarlo, fomentando y agudizando los conflictos originados en las arbitrariedades de la política de nacionalidades soviética. Ejemplo de tales conflictos que buscaban desestabilizar toda la región son los acontecidos en Transnistria; Abjasia; Osetia del Sur; Nagorno-Karabaj; Georgia; Chechenia; Uzbekistán o Tayikistán.

De manera simultánea con la estrategia antes mencionada, la OTAN comenzó una acelerada expansión hacia los países limítrofes de Rusia. Este proceso queda bien reflejado cuando analizamos la manera en la que la alianza atlántica ha crecido desde su creación. Doce países fueron los que inicialmente la integraron en 1949 a los que se adhirieron cuatro países más entre 1955 y 1982; pero, a partir de 1999 y hasta 2020, la alianza atlántica liderada por Estados Unidos impulsó y logró la adhesión de catorce nuevos miembros, todos ellos países que, hasta la autodisolución de la URSS, formaban parte del Bloque Socialista.

Este avance de la OTAN se transformó en inadmisible para Rusia cuando Ucrania, en 2008, solicitó su adhesión a la alianza atlántica. De esta manera, se configuró un escenario en el que el conflicto bélico no podía hacerse esperar y en 2014, Rusia influyó para que Crimea y la ciudad de Sebastopol se unificaran en una república independiente de Ucrania que solicitó su adhesión a la Federación Rusa a lo que se sumó el movimiento independentista de las Repúblicas Populares de Donetsk (RPD) y Lugansk (RPL) en la región del Dombás iniciando un conflicto bélico entre Rusia y Ucrania, en apariencia cargado de reivindicaciones por la soberanía territorial, apelando a la historia y cultura de sus pueblos, pero que, en realidad, es el resultado de la lucha por la hegemonía mundial entre Rusia y Estados Unidos; o mejor, entre las elites del poder real de ambos países. Se trata de la lucha que Estados Unidos desarrolla para seguir ocupando el liderazgo mundial que detenta desde la década de 1980 y la lucha de Rusia por crear un nuevo orden mundial en el que exista una multipolaridad, básicamente hegemonizada por Estados Unidos; China y la propia Rusia.

Obviamente, para la gran mayoría de los seres humanos, no existe diferencia alguna entre vivir en un mundo unipolar regido por Estados Unidos o vivir en un mundo multipolar. El mal no se encuentra en quién sea el hegemón sino en las lacras ecosociales de las hegemonías.

La opción es clara: se siguen escuchando los cantos de sirena de las minorías que se han beneficiado de la cultura productivista y los conflictos se multiplican, las crisis ecosociales se agudizan y nos dirigimos a un colapso civilizatorio, o evolucionamos hacia nuevas formas de pensamiento, hacia una socialización convivencial, donde prevalezcan los valores de una cultura de paz y cooperación entre los pueblos y gobiernos del mundo, bajo los principios de justicia ecosocial, democracia participativa, respeto por la diversidad, sabiduría ecológica, sostenibilidad y no violencia.


[1] Se trata del proyecto de Gazprom iniciado en 2011 para la construcción del gasoducto Nord Stream 2 entre Rusia y Alemania, finalizado en septiembre de 2021; que resultó inadmisible para Estados Unidos en tanto lo consideraba un proyecto geopolítico con el que Rusia pretendía dividir a Europa y debilitar su seguridad energética. En 2019 el Congreso de Estados Unidos aprobó sanciones contra las empresas y los gobiernos que trabajaban en el gasoducto y en 2021, el secretario de Estado Anthony Blinken advirtió a las empresas que son parte del proyecto, que recibirán sanciones tales como la congelación de los activos en el territorio de Estados Unidos y la prohibición para ciudadanos estadounidenses de realizar cualquier negocio con las personas incluidas en la lista, a menos de que abandonen el trabajo inmediatamente.