Carlos Merenson

EL PICO DE TODO

Desde la década de 1950 cuando, como lo propone Will Steffen[1], dio inicio la Gran Aceleración, la sinrazón productivista ha conducido a incrementar exponencialmente la presión de la humanidad sobre la ecosfera, aumentando su Huella Ecológica hasta que, en 1970, se superó la Biocapacidad del planeta, generando a nivel global un déficit ecológico crónico.

Steffen afirma que: Los últimos cincuenta años del siglo XX han visto sin duda la más rápida transformación de la relación humana con el mundo natural de toda la historia de la humanidad (2015).

Agotando stocks de recursos no renovables, superando las tasas de regeneración de recursos naturales renovables, superando la capacidad de asimilación natural de residuos y deshechos, interfiriendo en los ciclos y equilibrios naturales, transformando problemas ambientales, en crisis globales, el sistema socioeconómico se ha comportado de manera similar a la que, en 1972, proyectaba el escenario estándar de Los Límites del Crecimiento[2]. Así las cosas, desde el presente y hasta 2050, es de esperar que las tendencias para materiales, energía, producción industrial, alimentos, servicios, población, alcancen sus puntos máximos de crecimiento e inicien una rápida caída en sus Acantilados de Seneca[3], arrastrando consigo alinsostenible sistema-mundo productivista, hacia la era de la escasez.

Todo mensaje de advertencia sobre este rumbo suicida generaba y sigue generando un rechazo hostil de las elites del poder, las dirigencias y las tecnoburocracias a su servicio que, intoxicadas de productivismo, consumismo, tecnolatría y mercadolatría, siguen acelerando en una tan alegre como estúpida carrera hacia la autodestrucción, corroborando la afirmación de Einstein: hay dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana. Y del universo no estoy seguro.

Encontrar soluciones verdaderas a la destrucción de la ecosfera resulta imposible sin primero dar respuesta a una pregunta, muy simple en su formulación: ¿por qué estamos destruyendo nuestra casa común?

Para el ecologismo la respuesta es que estamos destruyendo nuestra casa común porque la sinrazón productivista, que se ha tornado hegemónica, ha transformado las fuerzas productivas en fuerzas destructivas. 

A partir de lo anterior y con el afán de explorar las posibles soluciones frente a la grave crisis ecosocial globalizada, nos detendremos en el análisis del capitalismo, en tanto encarna la vertiente hegemónica del productivismo, y de manera particular, en el neoliberalismo y el anarcocapitalismo, por ser las expresiones que mejor interpretan la lógica productivista y por la gran influencia que han tenido y pueden llegar a tener, sobre el modo de vida actual.

DE LA EMPATÍA ENTRE IDIOTAS A LA IDIOTEZ PRODUCTIVISTA

En el adjetivo “idiota” se encuentra la raíz ἴδιος [ˈidios], del griego: de uno mismo, privado, particular, personal. De este significado básico, se derivó su empleo para hacer referencia, a aquella persona que se dedicaba únicamente a lo suyo, a lo privado y no a la vida pública, a lo común. Dado que, en la Antigua Grecia, se esperaba que un ciudadano participara en política, quien no lo hacía, era considerado idiota, en tanto se ocupaba solo de lo suyo y no de lo público, mostrando un inmoderado y excesivo amor a sí mismo que lo hacía atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás.

Desde la antigüedad, los idiotas, atravesaron la historia humana sin que sus conductas fueran consideradas virtudes, hasta que, en el siglo XVIII, su principal comportamiento: el egoísmo, lejos de ser despreciable, pasará a ser una condición indispensable para beneficiar a la sociedad en su conjunto y ello en tanto, los idiotas, fueran capaces de administrar sus egoísmos. Es Adam Smith, uno de los padres del liberalismo económico, quien al analizar las conductas humanas afirma que ellas obedecen, de manera natural, a motivaciones egoístas, poniendo las bases conceptuales del comportamiento del Homo economicus, un agente económico que, sólo preocupado por satisfacer su propio interés, actúa de manera individualista maximizando sus opciones. Con su frase: dame lo que necesito y tendrás lo que deseas, Smith resume muy bien su idea sobre la empatía con el egoísmo del otro, o lo que es igual, la empatía entre idiotas, que entiende como la clave para el mejoramiento de la comunidad en su conjunto.

Deberán transcurrir casi dos siglos para que, diferentes pensadores y referentes intelectuales del liberalismo económico, den sustento ideológico a un liberalismo de nuevo tipo que, a diferencia del que pregonaba Adam Smith, no mostrará temor u odio por los monopolios[4]. Entre ellos, podemos mencionar a Menger, von Böhm-Bawerk, von Mises, von Hayek, Rothbard, Friedman, Ayn Rand, Nozick e Israel Kirzner.

Los referentes del neoliberalismo centrarán su discurso en la defensa de la libertad individual que, pese a revestir la categoría de bien supremo, parece quedar restringida a la libertad de comprar y vender, razón por la cual, el mercado, se transforma en el ámbito en el que se realiza la libertad personal. Ellos impulsarán una revolución individualista, naturalizando y exaltando al egoísmo, transformado en virtud, que guía hacia la permanente competitividad, en una sociedad en la que solo pueden prosperar los “más aptos”.  Su llamado a una aceptación voluntaria de los individuos, a partir de sus intereses particulares, sin atender a los fines colectivos, recuerda la actitud de los idiotas en la Antigua Grecia, los que hubieran quedado fascinados frente a la propuesta de una sociedad en la que las interacciones se reducen a relaciones de mercado y la sociedad misma es entendida como un mero agregado de personas distintas, cada una atendiendo sus propios fines.

Estas ideas, condenadas al ostracismo académico y político de su tiempo, comenzarán a ganar terreno recién en las décadas de 1970 y 1980, con el estallido del modelo económico de posguerra del Estado del bienestar, que se produjo tras una larga y profunda recesión.  En tal escenario comenzaron a ganar fuerza algunas expresiones políticas que levantaban propuestas, calificadas como neoliberales, que se tradujeron en triunfos como los de Thatcher en Inglaterra, en 1979 y Reagan en Estados Unidos, en 1980, iniciando una etapa que alcanzará su apogeo en la década de 1990, tiempos en los que el modelo neoliberal comienza a ser masivamente difundido como aquel que mejor se ajusta a la naturaleza humana, cuya conducta natural es la competencia permanente de todos contra todos en una sociedad dividida entre ganadores y perdedores, en la que se debe naturalizar la pobreza como lógica consecuencia para los perdedores y aceptar la violencia del sistema como costo inevitable en la lucha por la existencia.

Con una parábola, pretendidamente poética, John D. Rockefeller, décadas antes que el neoliberalismo cobrara auge en el mundo, sintetizaba estos pensamientos de la siguiente manera: El crecimiento de un gran negocio es simplemente la supervivencia del más apto… La rosa American Beauty sólo puede alcanzar el máximo de su hermosura y el perfume que nos encantan, si sacrificamos otros capullos que crecen en su alrededor. Esto no es una tendencia malsana del mundo de los negocios. Es, meramente, el resultado de una combinación de una ley de la naturaleza con una ley de Dios.[5]

Estas ideas servían de base a una ideología y un modelo económico tras del cual se fueron encolumnando aquellos que, privilegiando una actitud individualista, hicieron caso omiso de las advertencias sobre el rumbo equivocado que se estaba adoptando o miraron para otro lado, cuando quedaban a la vista los desastres económicos, sociales y ecológicos que generaba tal modelo. Nada lograba resquebrajar el convencimiento sobre las bondades superiores de un orden económico y social al que se consideraba como el único viable; basado en mercado, capitalismo y globalización, frente al cual, cualquier otro modelo estaba destinado al fracaso. Margaret Thatcher, fue quien impuso esta idea en el campo político, con su eslogan: no hay alternativa, o su acrónimo: «TINA» que se mantiene hasta nuestros días.

Pero este modelo, para el cual no existían alternativas, a contramano del más elemental sentido común, se basaba en premisas económicas absolutamente erradas. Fruto de un largo proceso de involución de la ciencia económica hacia la crematística, el pensamiento de la corriente principal de la economía comenzó a funcionar como si la imposibilidad fuese posible. Como si los humanos hubiésemos aprendido a dominar las fuerzas de la naturaleza[6]. Como si las leyes de la termodinámica y las leyes biológicas no existieran. Como si los modelos matemáticos pudieran reflejar la realidad. Como si una parte de la economía: el mercado, puede imponer su modo de funcionamiento a los niveles superiores, de la propia economía, la sociedad y la biosfera. Como si el Producto Bruto Interno fuera indicador del progreso humano. Como si el consumo fuera nuestra forma de vida. Como si el crecimiento en el nivel global de la economía pudiera continuar eternamente y la sustitución de un material o una forma de energía por otra pudiera continuar indefinidamente aun cuando en la realidad las reservas totales sean limitadas. Como si la naturaleza fuera un mero subsistema del sistema económico.

A partir de mediados de la década de 2010, con un discurso de alabanzas al mercado, presentado como el mejor mecanismo para determinar nuestro destino, surgió una dirigencia política, de la que Donald Trump es su mejor ejemplo, que se ofrecía como garantes para liberar a las fuerzas del mercado de toda interferencia estatal, intentando demostrar que es natural que el libre funcionamiento del mercado pueda generar monopolios y sea el que asigne la mayor parte de la riqueza del mundo a unos pocos y que, lo más rentable en un mercado, es el mecanismo que debe determinar lo que los humanos y los ecosistemas necesitan. La competitividad y la productividad ocuparon un lugar central como claves para triunfar en la selva de la competencia desenfrenada, intentando transformarlas en la razón de vivir. Un pensamiento económico y social que, parafraseando a Hazel Henderson, condujo a entronizar algunas de nuestras predisposiciones menos atractivas: voracidad material, competición, gula, orgullo, egoísmo, imprevisión y simple codicia.

Comenzó a difundirse una cultura basada en naturalizar la competencia, el individualismo, la desmedida acumulación de riqueza, el lujo, el despilfarro, el consumismo, la demanda de altos «niveles de vida» materiales, el negacionismo ambiental, todo ello en un mundo de recursos limitados, un modelo que, en consecuencia, resulta manifiestamente insostenible.

ANARCOCAPITALISMO: PRODUCTIVISMO EN ESTADO PURO

Si bien el neoliberalismo resulta una vertiente fundamental del productivismo, su máxima expresión se alcanza en el “anarcocapitalismo”, que algunos denominan también como “capitalismo libertario” o “anarquismo de propiedad privada”, al que se puede calificar como “productivismo capitalista en estado puro”.

El referente ético del anarcocapitalismo, Murray Rothbard, afirmaba que: El capitalismo es la expresión más completa del anarquismo y el anarquismo la expresión más completa del capitalismo. No solo son compatibles, sino que no se puede tener uno sin el otro. El verdadero anarquismo será el capitalismo, y el verdadero capitalismo será el anarquismo. A lo que podemos agregar, siguiendo el silogismo, que, si el capitalismo es la máxima expresión del productivismo, el anarcocapitalismo es la expresión más pura del productivismo.

Con los aportes teóricos de Ludwig von Mises, histórico-evolutivos de Friedrich Hayek y, como fuera mencionado, éticos, de Rothbard, se estructura esta corriente de pensamiento a partir de identificar un error fatal de los liberales clásicos, error que Jesús Huerta de Soto[7] describe de la siguiente manera: no haberse dado cuenta de que el programa del ideario liberal es teóricamente imposible pues incorpora dentro de sí mismo la semilla de su propia destrucción, precisamente en la medida en que considera necesaria y acepta la existencia de un estado (aunque sea mínimo) entendido como la agencia monopolista de la coacción institucional.

Los liberales se equivocan, según Huerta de Soto (2012), si piensan que su objetivo es limitar el poder del estado, aceptándolo e incluso considerando necesaria su existencia. He aquí la divisoria de aguas. Para el anarcocapitalismo, si el estado existe, es imposible limitar su poder, razón por la cual no debe existir, en tanto no es necesario y porque el estatismo es teóricamente imposible.

Aparece entonces una constante de todas las corrientes liberarles, considerar a la propia, en este caso, la anarcocapitalista, como la que propone el único sistema social verdaderamente compatible con la naturaleza del ser humano.

Además de su lógico enfrentamiento con cualquiera de las corrientes ideológicas del socialismo, el anarcocapitalismo plantea superar el “liberalismo utópico” de los liberales clásicos a los que califican de ingenuos e incoherentes, tanto por pensar que el estado podría ser limitado como por no asumir hasta sus últimas consecuencias las implicaciones de su propio ideario (Huerta de Soto, 2012).

Para los anarcocapitalistas el fracaso del liberalismo clásico e incluso del neoliberalismo se puede constatar con lo acontecido luego de la caída del Muro de Berlín y del socialismo realmente existente, con estados que no han dejado de crecer y cercenar en todos los ámbitos las libertades individuales de los seres humanos.

A partir de lo anterior el anarcocapitalismo propone una sociedad en la que el derecho a la propiedad privada sea absoluto e intocable, los mercados absolutamente libres y la competencia y la división del trabajo las reglas que posibiliten que todos los servicios sean proporcionados a través de un proceso exclusivamente voluntario de cooperación social liderado por el ímpetu de la creatividad humana y de la coordinación empresarial; una sociedad en la que: todos los proyectos empresariales pueden probarse si obtienen con carácter voluntario el apoyo suficiente, por lo que son múltiples las posibilidades creativas de solución que pueden idearse en un entorno dinámico y siempre cambiante de cooperación voluntaria (Huerta de Soto, 2012).

En esa línea de pensamiento, un dirigente anarcocapitalista de Argentina, Javier Milei, se ha manifestado a favor de la venta de órganos humanos y la venta de niños y muchos se han horrorizado, frente a lo que califican de barbaridades, sin prestar atención a un hecho fundamental: estas barbaridades, resultan absolutamente coherentes con la esencia ideológica de la vertiente hegemónica del productivismo, un sistema socioeconómico que, además de la sinrazón productivista, encuentra en el lucro y la acumulación sin fin del capital, sus valores esenciales, en torno a los cuales, se estructura la vida en sociedad.

El pensamiento anarcocapitalista desnuda al sistema de las virtudes con las que algunos pretenden arroparlo hablando de un capitalismo socialmente responsable, sostenible o con rostro humano. Allí están, a manera de ejemplo, las guerras, genocidios, etnocidios, masacres, saqueos coloniales, ecocidios, comportamientos mafiosos, con los que el sistema ha sido y es capaz de operar para mantener vivo el proceso de acumulación.

La valoración exclusivamente monetaria, que conduce a la mercantilización de todas las esferas de la vida, incluidos órganos humanos o niños, resulta perfectamente coherente con una lógica que exige que, para seguir creciendo, cada vez más bienes y servicios tengan que intercambiarse por dinero.

La intención del anarcocapitalismo al liberar de toda atadura a las impersonales fuerzas del mercado es impulsar un crecimiento voraz e imparable que, en un mundo de recursos finitos, resulta tan utópico como irresponsable. La propia naturaleza expansiva del sistema de mercado impide ralentizar y menos aún, detener la marcha suicida en la que nos encontramos. El sistema es incapaz de reconocer límites y menos aún de retroceder. En su lógica no hay lugar para el decrecimiento ni para comportamientos caracterizados por la sobriedad.

Para los anarcocapitalistas las crisis ecológicas no existen, en tanto, mercado y tecnología pueden resolver cualquier problema que se presente, razón por la cual, afirman que: deberíamos dedicar nuestros recursos y esfuerzos a otras prioridades, a la par que se debe evitar que el ambiente sea declarado bien público y no impedir su privatización. Para ellos vivimos en el más sostenible y el mejor de los mundos posibles; considerando que quienes, como los ecologistas, cuestionan al sistema, son en realidad catastrofistas malthusianos, que funcionan como grupo de interés y cuyo discurso tiene un efecto contraproducente en la determinación de prioridades sociales y en la buena gestión de recursos escasos.

En todos los casos, en el pensamiento anarcocapitalista, se hace presente una constante productivista: el desprecio al riesgo, que los impulsa, en nombre de la libertad y el no intervencionismo estatal, a la renuncia a cualquier tipo de regulación ambiental en tanto, a su criterio, resultan tan caras como inútiles.

Milei, al igual que los principales referentes anarcocapitalistas, desarrolla un criticismo antiecologista bajo la forma negacionista, entre cuyos referentes internacionales encontramos a Aznar y al ex presidente de Checoslovaquia, Václav Klaus.

En 2008, en su libro, Planeta azul (no verde), Václav Klaus afirma que: El mayor peligro que enfrenta la especie humana es, sin lugar a dudas, el movimiento ecologista, que ha puesto grilletes verdes a la libertad y la prosperidad de nuestro planeta. El ecologismo es una ideología antihumana que difunde falacias acerca de la ciencia, la economía y la política del calentamiento global

En la misma línea de pensamiento, en 2012, el ex presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en su cuenta de Twitter ha llegado a afirmar que: el concepto de calentamiento global fue creado por y para los chinos para hacer no competitiva a la manufactura de EE. UU.

Por su parte Milei, en una entrevista online con Julián Serrano en 2021 aseguró que el cambio climático antropogénico: Es otra de las mentiras del socialismo. Hay toda una agenda de marxismo cultural y parte de esa agenda es, a ver, hace diez, quince años, se discutía que el planeta se iba a congelar, ahora discuten que se calienta… o sea… dale, loco… o sea, aquellos que conozcan cómo se hacen esas simulaciones van a ver que las funciones están sobresaturadas en determinados parámetros a propósito para generar el miedo más acá en el tiempo.

Tanto neoliberalismo como anarcocapitalismo, al colocar al individuo en el centro de toda acción social, otorga prioridad absoluta a las conveniencias circunstanciales, con lo cual, como sostiene el Papa Francisco, todo lo demás se vuelve relativo, todo se vuelve irrelevante si no sirve a los propios intereses inmediatos y con esta lógica, se alimentan actitudes que provocan -al mismo tiempo- degradación ambiental y degradación social.

El Papa Francisco resume las nefastas consecuencias de la cultura relativista y su lógica de la siguiente manera:

La cultura del relativismo es la misma patología que empuja a una persona a aprovecharse de otra y a tratarla como mero objeto, obligándola a trabajos forzados, o convirtiéndola en esclava a causa de una deuda. Es la misma lógica que lleva a la explotación sexual de los niños, o al abandono de los ancianos que no sirven para los propios intereses. Es también la lógica interna de quien dice: dejemos que las fuerzas invisibles del mercado regulen la economía, porque sus impactos sobre la sociedad y sobre la naturaleza son daños inevitables. Si no hay verdades objetivas ni principios sólidos, fuera de la satisfacción de los propios proyectos y de las necesidades inmediatas, ¿qué límites pueden tener la trata de seres humanos, la criminalidad organizada, el narcotráfico, el comercio de diamantes ensangrentados y de pieles de animales en vías de extinción? ¿No es la misma lógica relativista la que justifica la compra de órganos a los pobres con el fin de venderlos o de utilizarlos para experimentación, o el descarte de niños porque no responden al deseo de sus padres? Es la misma lógica del «usa y tira», que genera tantos residuos sólo por el deseo desordenado de consumir más de lo que realmente se necesita. Entonces no podemos pensar que los proyectos políticos o la fuerza de la ley serán suficientes para evitar los comportamientos que afectan al ambiente, porque, cuando es la cultura la que se corrompe y ya no se reconoce alguna verdad objetiva o unos principios universalmente válidos, las leyes sólo se entenderán como imposiciones arbitrarias y como obstáculos a evitar.[8]

LA SUERTE ESTÁ ECHADA

Kate Raworth[9], sostiene que existen elementos básicos de la vida que no deberían faltarle a nadie: alimento suficiente; agua limpia y un saneamiento adecuado; acceso a la energía y a unas instalaciones culinarias limpias; acceso a la educación y a la atención sanitaria; una vivienda digna; una renta mínima y un trabajo digno; y acceso a redes de información y a redes de apoyo social. Además, es necesario que todo ello se logre en un marco de igualdad de género, equidad social, participación política, paz y justicia. Por otro lado, tomado como referencia los nueve límites planetarios identificados por un equipo de científicos liderados por Johan Rockström y Will Steffen[10], sostiene que existe un techo ecológico, unas fronteras más allá de las cuales no deberíamos seguir ejerciendo presión sobre el planeta si pretendemos salvaguardar la estabilidad de nuestro hogar común y ellas quedan definidas por: el cambio climático; la pérdida de biodiversidad; los ciclos de nitrógeno y fósforo; el cambio en los usos del suelo; la carga de aerosoles atmosféricos; la contaminación química; la reducción del ozono estratosférico; la acidificación de los océanos y el uso mundial de agua dulce.

A partir de lo anterior, Raworth plantea un verdadero desafío, una tarea que no tiene precedentes: llevar a toda la humanidad, en el menor tiempo posible, a esa zona óptima, ese espacio socialmente justo y ecológicamente seguro que se extiende entre ambos límites.

Aquí queda en evidencia que el productivismo, en cualquiera de sus vertientes ideológicas, no ha podido y no puede dar respuesta a semejante desafío.

La superideología productivista empuja a los sistemas socioeconómicos que inspira, tanto los de raíz capitalista como los de raíz socialista, a operar fuera de los límites biofísicos del planeta. Resulta inherente al productivismo la necesidad de cruzar tales límites, convirtiendo los problemas ambientales en crisis ambientales globales. Esta mecánica se ve potenciada en el sistema capitalista en el que la acumulación perpetua de capital resulta el objetivo central y, en consecuencia, el sistema requiere de un infinito crecimiento económico. Las impersonales fuerzas de los mercados, motorizadas por la búsqueda de un beneficio inmediato, solo impulsan más y más la demanda desatando un voraz crecimiento.

Resulta inherente a las lógicas neoliberales y anarcocapitalistas exceder los techos ecológicos, tanto es así que, como ya fuera mencionado, ni siquiera se reconoce la existencia de tales límites. De esta manera se genera una particular visión del ambiente que deja de ser un lugar en el que los seres humanos convivimos junto con otras especies, para convertirse en un objeto a ser explotado para alimentar ese crecimiento económico indetenible.

Parafraseando a Fred Magdoff y John Bellamy Foster[11] podemos afirmar que el productivismo en su vertiente capitalista es un sistema que debe expandirse continuamente, expansión que conduce a inversiones en el extranjero en búsqueda de fuentes seguras de materias primas, trabajo barato y nuevos mercados; se trata de un sistema que, por su mismísima naturaleza, debe crecer y expandirse, razón por la cual, chocará con la finitud de los recursos naturales; un sistema orientado hacia el crecimiento exponencial en la búsqueda de ganancias que, inevitablemente, trascenderá los límites del planeta.

Por otro lado, el funcionamiento natural del sistema, liberado a las impersonales fuerzas del mercado, ha generado una gran concentración de la riqueza; un sistema en el que los bienes y servicios se distribuyen de acuerdo con la capacidad de pago y en el que se hacen presente recurrentes recesiones económicas, todo lo cual se traduce en una manifiesta tendencia a la deficiencia en cuanto a garantizar los elementos básicos para la vida, que no deberían faltarle a nadie.

Cuando el objetivo central es maximizar beneficios quedan absolutamente relegados los objetivos básicos de una sociabilidad convivencial como, entre otros, alcanzar un equilibrio dinámico entre Huella Ecológica y Biocapacidad; la justa distribución de la riqueza; el cuidado del ambiente o los derechos de las generaciones futuras.

Magdoff y Foster (2010) sostienen que: el problema principal es antiguo y reside no en los que no tienen lo suficiente para un nivel de vida decente, sino en aquellos para quienes no existe lo suficiente. Como sostuvo Epicuro: “nada es suficiente para quien lo suficiente es poco”. Un sistema social global organizado en base a “lo suficiente es poco” está destinado a destruir eventualmente todo lo que lo rodea, inclusive a sí mismo.

Sobran evidencias que demuestran que en el reino de “lo suficiente es poco”, el mercado y la tecnología, regida por el mercado, han operado en contra de los objetivos básicos de igualdad y sostenibilidad, imprescindibles para evitar un colapso civilizatorio. En las últimas tres décadas, el sistema-mundo productivista, en su vertiente capitalista, ha podido experimentar -sin mayores impedimentos- sus supuestos e hipótesis básicas de mercado y globalización. No obstante, dejado a sus anchas, el sistema ha generado un escenario en el que vemos como -tercamente- se pretende mantener un modelo energético fosilista y una sociedad hiperenergética, a todas luces insostenibles, sin prepararnos para su inevitable abandono que será un punto de inflexión, cuyo impacto mundial sobrepasará todo cuanto se ha visto hasta ahora; un escenario en el que han aumentado las emisiones de gases efecto invernadero y hoy se multiplican las trágicas consecuencias del cambio climático antropogénico; han aumentado las pérdidas de los componentes de la diversidad biológica, colocándonos en la senda del sexto episodio de extinción en masa; la riqueza se concentra como nunca en la historia humana y un holocausto nuclear se dibuja claramente en el horizonte.

Otra manera de constatar que la sinrazón productivista, particularmente cuando se basa en las fuerzas impersonales del mercado, no puede encaminar el rumbo de la sociedad hacia la sostenibilidad, la ofrecen los cinco axiomas propuestos por Richard Heinberg en su libro: Peak Everything.

Si la explotación insostenible de recursos críticos conduce al derrumbe de la sociedad (axioma de Tainter); si no es sostenible el crecimiento de la población y/o de las tasas de consumo de recursos en tanto estas sean exponenciales (axioma de Bartlett); si los recursos renovables deben aprovecharse a un ritmo menor o igual al ritmo de reposición natural; si los recursos no renovables deben aprovecharse a un ritmo decreciente, y el ritmo de disminución debe ser mayor o igual que el ritmo de agotamiento y si las sustancias introducidas en el ambiente por las actividades humanas deben minimizarse y volverse inofensivas para las funciones de la biosfera; entonces la pregunta que debemos hacernos es como se pueden satisfacer estas exigencias en un sistema regido por la sinrazón productivista, el lucro y la acumulación.

Frente a la gravedad del escenario mundial cabe preguntarnos si estamos a tiempo de terminar con la hegemonía adquirida por la sinrazón productivista, la empatía entre idiotas y la idiotización de la economía y la política, antes que el colapso nos alcance.

No solo me permito dudar sobre la posibilidad de cambiar a tiempo nuestra alocada carrera hacia la autodestrucción en base a analizar la gravedad de las amenazas ecosociales que supimos conseguir, sino que, mis mayores dudas surgen al considerar las escasas posibilidades políticas que tenemos para adoptar las medidas y acciones que deberían adoptarse, si realmente quisiéramos cambiar el insostenible rumbo actual.

Georgescu-Roegen en su ensayo Energía y Mitos Económicos[12] proponía un programa bioeconómico mínimo en el cual se incluían medidas como: prohibir de inmediato la producción de todos los artefactos de guerra, no sólo la guerra en sí misma; la renuncia de los países ricos a su extravagante modo de vida, por no mencionar su manía del crecimiento; ayudar a las naciones subdesarrolladas para lograr tan pronto como sea posible una vida mejor (no lujosa); disminuir gradualmente la población humana a un nivel en que pudiera alimentarse adecuadamente sólo a través de la agricultura orgánica; debería evitarse cuidadosamente y, si fuera necesario, reglamentarse de forma estricta, todo desperdicio de energía, por sobrecalentamiento, sobreenfriamiento, sobrevelocidad, sobreiluminación, etc.; deberíamos curarnos del anhelo morboso de los artefactos extravagantes; deberíamos deshacernos de la moda; deberíamos terminar con la obsolescencia programada, para que los bienes durables se hagan aún más durables y diseñándolos para ser reparables y nos deberíamos curar del errado concepto de progreso.

Estas medidas, coherentes y lógicas, difícilmente se puedan adoptar en un escenario social impregnado de productivismo y mucho menos en el corto tiempo disponible para ello. Esto es lo que nos hace dudar sobre la posibilidad de evitar las peores consecuencias de la crisis ecosocial globalizada que enfrentamos. El propio Georgescu-Roegen se preguntaba: ¿Hará caso la humanidad a un programa que implique una limitación de su adicción exosomática? A partir de lo cual afirmaba que: Quizá el destino del hombre es tener una vida breve pero ardiente, excitante y extravagante, más bien que una existencia larga, apacible y vegetativa.

En Los Límites del Crecimiento, sus autores afirmaban que la única modificación de los datos introducidos en el ordenador que conseguía eliminar la crisis consistía en: la igualación inmediata de las tasas de natalidad y mortalidad en todo el mundo, la detención del proceso de acumulación de capital y el destino de todas las inversiones exclusivamente a la renovación del capital existente, orientándolo a un uso más eficiente de recursos y menos contaminante. No obstante, se advertía que ese freno brusco en el crecimiento de la población y del capital debía producirse -según los autores- antes del año 1985, lo cual, obviamente, no aconteció.

La situación entonces es que -básicamente- no se ha hecho nada por cambiar el rumbo, pero además se ha hecho todo por seguir acelerando en la senda equivocada y hoy, poco y nada es lo que se puede hacer y ello no es una simple predicción agorera. Ello es el resultado de la propia inercia de los procesos en curso en los que se han alcanzado puntos críticos, pero además y fundamentalmente, es una afirmación que se basa en la férrea resistencia que oponen y opondrán las elites del poder a cualquier intento por cambiar el rumbo de un modelo que las ha beneficiado y en el que confían ciegamente para que siga haciéndolo indefinidamente. Ellas son las que justifican y defienden el actual sistema-mundo productivista, en el que reinan la especulación y el lucro. En el que la mercadolatría deja en las sombras los impactos ecosociales que se generan y los intereses económicos de unos pocos, arrasan a los perdedores del sistema y al ambiente, que quedan en total estado de indefensión.

Las elites del poder, las dirigencias y las tecnoburocracias a su servicio se han especializado en enmascarar las crisis ecosociales; en ocultar sus síntomas, limitándose a reducir algunos impactos negativos en tanto estas reducciones les significaran un buen negocio.

Viven una fantasía milenarista, como si la entropía no existiera, como si el planeta fuera inagotable. Su gran obsesión: el infinito crecimiento económico y el desenfrenado consumismo a los que nada ni nadie podrán detener. Como bien lo afirma Dennis Meadows en un artículo publicado en Die Zeit el 9 de junio 2020, la miopía que caracteriza a las elites del poder las conducirá a usar todos sus recursos para bloquear los esfuerzos para revertir el crecimiento, diversificar las medidas de bienestar social y reducir su propia riqueza e influencia y Meadows se muestra convencido que, por la enorme influencia que aún mantienen “tendrán éxito durante algunas décadas más”.

Es este retraso el que definirá el destino final del sistema-mundo productivista que será impuesto, como lo asegura Meadows por factores fuera del control de las elites, tales como: la disminución de la disponibilidad de energía, la disminución de la calidad de los recursos, el aumento de las interrupciones del cambio climático, la disminución de los rendimientos agrícolas por la pérdida de tierras cultivables, el aumento de los costos de los servicios ambientales: agua potable, aire respirable, temperaturas de supervivencia y, quizás, a través de los conflictos civiles causados por la disminución de la cohesión social producida por la desigualdad masiva.

En su arrollador avance la sociedad de crecimiento perpetuo ha demostrado una infinita capacidad para devorar todo aquello que intente detenerla, descartando o transformando y adaptando a su lógica mercantilista y crecimientista, cuanta “agenda verde” se anteponga a su paso. La suerte está echada. El sistema ha adquirido una inercia tal que nada lo detendrá en la marcha hacia el despeñadero de la historia, arrastrando consigo a toda la sociedad moderna.

NO HAY NADA QUE PODAMOS HACER ¿QUÉ HACEMOS?

¿Qué hacer entonces? Aquí es donde cobran fuerza y vigencia las ideas de Ted Trainer y su vía de la simplicidad[13].

Trainer propone optar por formas de vida opuestas a la receta única, lo cual, en la medida que se vaya masificando, acelerará el hundimiento del sistema. La estrategia del ecologismo político debería ser la de ir construyendo en las entrañas mismas del sistema, el sistema alternativo, desarrollando nuevos sistemas locales, de pequeña escala y participativos.

Convencido que resulta inevitable el hundimiento del sistema-mundo productivista, la tarea no es evitar lo imposible, sino prepararse para salvar a la mayor cantidad de náufragos.

No se trata de organizarse para derrotar a estados y gobiernos de turno, simplemente se trata de organizarse para construir la propia sociedad, creándola de las maneras que tengamos a nuestro alcance, aquí y ahora, en el lugar donde vivamos.

Obviamente -como lo afirma Ted Trainer- frente a estas estrategias, muchos se pueden preguntar si el monstruo, al identificarte como una amenaza a su supervivencia, no te aniquilará, pero la verdadera pregunta que se deberían hacer es si en la era de la escasez que se avecina ¿será capaz de hacerlo?

¿Será capaz de hacerlo si no puede mantener las estanterías de los supermercados repletas? ¿Será capaz de hacerlo con un creciente e incontrolable desempleo? ¿Será capaz de hacerlo con un libre mercado que demostró palmariamente su falibilidad en la crisis financiera que comenzó en 2008? ¿Será capaz de hacerlo cuando coincidan en el tiempo los enormes e irresolubles desabastecimientos de petróleo, agua, alimentos, tierra, minerales básicos, todo ello acompañado de una población en aumento, los efectos del cambio climático y una acelerada descomposición social?

El sistema-mundo productivista no tendrá capacidad para afrontar estos sucesos simultáneos.

Se abren así, como nunca, las puertas para que, en todas partes, las comunidades desarrollen su enorme capacidad de tomar sus destinos en sus propias manos ignorando a las élites gobernantes.

En el corto tiempo disponible, antes de 2030, debemos ayudar a la gente a darse cuenta de que el sistema ya no tiene respuestas y paralelamente -en la transición- desarrollar sistemas alternativos, verdaderos salvavidas frente al inevitable naufragio que se avecina.

Nos podemos preguntar si tal propuesta puede caer en el campo de las utopías, pero pensemos que –históricamente- las impensables caídas de vastos imperios, obedecieron -fundamentalmente- a sus fallos y contradicciones internas, frente a las cuales, los grupos de poder no pudieron hacer nada ante la pérdida de legitimidad.

El ecologismo deberá entonces ayudar a la sociedad a desarrollar resiliencia para sobreponerse a los desenlaces desfavorables que se avecinan, reconstruyendo sus vínculos internos mediante estrategias basadas –principalmente– en la adaptación, la autoorganización, la autocontención y la autosuficiencia, todo lo cual tenderá a reducir nuestra gran vulnerabilidad ecosocial.

Una cuestión central del ecologismo en américa latina y obviamente en nuestro país es conciliar sus ideas sobre los límites para el crecimiento económico y para el consumo con el accionar político.

Es aquí donde cobra particular importancia la introducción de un indicador como el de la Huella Ecológica y las mediciones que permitan establecer la relación fundamental con la Biocapacidad nacional.

Es una cuestión de sentido común advertir que resulta urgente y necesario terminar con el sobregiro ecológico, alcanzando lo antes posible una situación de equilibrio entre Huella Ecológica y Biocapacidad y, en un proceso gradual, comenzar entonces a evolucionar hacia el superávit ecológico. Este cambio de rumbo necesariamente requiere de un proceso de decrecimiento en el norte industrializado, donde nació y se forjó la superideología productivista; donde el consumo se transformó en un objetivo en sí mismo; donde el crecimiento se tornó obsesión, viviendo muy por encima de la propia Biocapacidad, cubriendo sus déficit ecológicos con economías de rapiña o con su actual modelo neocolonial extractivista.

Sin poner fin al insostenible modelo del norte, ningún país del sur podrá ni siquiera soñar con construir una sociabilidad convivencial y una sociedad verdaderamente sostenible. Ningún cambio verdadero podrá darse en ellos, si antes no ocurren cambios radicales en el mundo industrializado; mundo que hoy ha comenzado a dar claras señales de agotamiento, en un proceso que queda en evidencia con la escandalosa simulación e hipocresía a la que se ven forzados los defensores del statu quo para mantener, como ideas hegemónicas, a la mercadolatría; la tecnolatría y la cultura productivista. Aquellos que le dan lecciones de ética y moral al mundo mientras mantienen para sí amañadas “democracias” o no dudan en violar los más elementales derechos humanos so pretexto de defenderlos, son los mismos que, profundizando las dos contradicciones fundamentales (capital-trabajo y capital-naturaleza) hoy se ven obligados a iniciar una verdadera lucha por la subsistencia de una cultura decadente.

Las crisis ecosociales antropógenas se originan en el opulento e insostenible modo de vida de los países industrializados y en la forma en que ese modo de vida influye en los países periféricos, donde sus élites viven de igual manera, condenando a las grandes mayorías a padecer las consecuencias de un modelo que marcha hacia un inevitable colapso.

Tan solo ayer, en términos históricos, la opción para los países periféricos era liberación o dependencia; y sin que esta lucha haya sido resuelta, hoy la humanidad toda se ve obligada a luchar por la supervivencia, a tener que optar entre evolución o decadencia.

En la mente de economistas y políticos el ideal del crecimiento solo ha servido como sustitutivo del ideal de distribución equitativa de la riqueza, deshumanizando la visión económica que necesariamente debe subordinar la producción y el consumo a las metas de supervivencia y justicia.

En los países del sur, la prédica del ecologismo sucumbe frente a un discurso común a todo el ancho espectro de la política tradicional; a economistas, financistas, empresarios y sindicalistas; un discurso que en la sociedad en general se ha transformado en una común obsesión: el crecimiento económico. Cuánto crecemos, por qué no crecemos, cuándo volveremos a crecer, cuál es la mejor fórmula para que el sacrosanto producto bruto interno se dispare hasta el infinito. En el imaginario colectivo, poco y nada es lo que puede influir la Ecología Política frente a la obsesión por el crecimiento y la teoría del derrame de la riqueza, con el que justifican ajustes tras ajustes y todas y cada una de las aventuras extractivistas en las que se embarcan los gobiernos de turno y todo ello pese a que el crecimiento nunca logra hacer pie y el derrame nunca llega.

La estrategia del ecologismo en el sur pasa por enfatizar lo obvio, por advertir sobre lo errado que resulta admirar e intentar infructuosamente copiar -una y otra vez- el insostenible modelo de los países del “primer mundo”; sobre lo errado de insistir -tercamente- en la misma receta extractivista. Le toca al ecologismo en el sur poner en evidencia las relaciones existentes entre la cultura productivista y las crisis ecosociales. Todo ello sabiendo que, si el ecologismo no logra concretar un verdadero cambio en los países industrializados, la tarea en el sur resultará inconducente.

Mientras se mantengan las presiones combinadas de la demanda de commodities y el pago de las impagables deudas externas, la prédica del ecologismo en el sur será resistida y desoída, no solo por los gobiernos neoliberales de turno o los gobiernos nacionales, populares y progresistas, indisolublemente atados a un anacrónico desarrollismo; sino también y fundamentalmente por la gente y si no es la gente la que quiere cambiar la sociedad, no se efectuará en ella ningún cambio real y menos un cambio radical.

El campo verde

Para ayudar a los pueblos a prepararse para sobrevivir a las graves consecuencias de la alocada carrera hacia la autodestrucción, carrera que les ha sido impuesta con la dupla endeudamiento-extractivismo que los condena y obliga a la dependencia perpetua; resulta imprescindible trabajar por la unidad del campo verde. Es mediante tal unidad que se puede afrontar la tarea de ayudar a las comunidades locales a prepararse para responder a las inevitables presiones conjuntas que -crecientemente- ejercerán el cambio climático, la reducción de combustibles fósiles y el aumento de la contracción económica.

Prioritariamente, en el sur, el ecologismo debe dirigir su accionar político a constituir un nuevo sistema de relaciones sociales, en el cual, un número cada vez mayor de personas, tome parte activa en la construcción de una sociabilidad convivencial y una sociedad verdaderamente sostenible, única manera de dejar en obsolescencia el modelo hegemónico.

Se trata entonces de trabajar sobre aquellos objetivos comunes a las diferentes corrientes de pensamiento que forman parte del campo verde tales como: el ecologismo, ecofeminismo, pacifismo, ecologismo profundo, ecosocialismo, ecologismo social, el ambientalismo reformista y las corrientes ético-religiosas afines a la doctrina ecosocial del Papa Francisco, cuyos puntos de referencia pueden encontrarse en las Cartas Encíclicas Laudato si´ (2015) y Fratelli tutti (2020).

A todo lo anterior, en Argentina, se agrega una doctrina a la que podemos identificar como ecoperonista, cuyos puntos de referencia pueden encontrarse en la temprana propuesta de Perón: La Comunidad Organizada (1949); en el Mensaje a los Pueblos y Gobiernos del Mundo (1972); el Mensaje a la IV Conferencia de Países no Alineados (1973) y su obra póstuma: El Modelo Argentino para el Proyecto Nacional (1974).

Construyendo sobre las coincidencias es posible pensar en sumar voluntades con el objetivo común de cambiar nuestro insostenible rumbo actual, bajo principios básicos como los de justicia ecosocial, democracia participativa, no violencia, sabiduría ecológica, sostenibilidad y respeto por la diversidad. Coincidencias indispensables para construir un nuevo espacio autónomo en el paisaje político capaz de luchar por un país ecosocialmente justo; políticamente libre, económicamente soberano y ambientalmente prudente.


[1] Steffen, W. et al. (2015): The trajectory of the Anthropocene: The Great Acceleration, The Anthropocene Review vol. 2 num. 1.

[2] Meadows, D.- Meadows, D – Randes, J. – Behrens, W (1972). Los límites del crecimiento. México: FCE.

[3] Expresión que se deriva de la siguiente cita de Seneca: Sería un motivo de consuelo para nuestra fragilidad y para nuestros asuntos, si todas las cosas pereciesen tan lentamente como se producen; en cambio, el crecimiento procede lentamente, la caída se acelera. Lucio Anneo Séneca, Cartas a Lucilio. Libro XIV, Epíst. 91, 6.

[4] Si los productores se encargan de recibir y entregar información (qué empresas son mejores que otras, qué empresas tienen mejores costes que otras, y qué empresas tienen mejores bienes que otras) y si no hay barreras a la entrada y salida de oferentes, un monopolio no es una falla de mercado puesto que su posición se consigue por ofrecer mejores condiciones que los otros oferentes (Hayek, 1946).

[5] La frase fue pronunciada en una conferencia escolar y está citada en Hofstadter, Richard; 1959; Social Darwinism in American Thought, George Braziller; New York, p. 45. El texto original en inglés es: The growth of a large business is merely a survival of the fittest…. The American Beauty rose can be produced in the splendor and fragrance which bring cheer to its beholder only by sacrificing the early buds which grow up around it. This is not an evil tendency in business. It is merely the working-out of a law of nature and a law of God.

[6] Hayek afirmaba que: Se equivocan terriblemente los que creen que podemos ayudar a dominar las fuerzas de la sociedad de la misma forma que hemos aprendido a dominar las fuerzas de la naturaleza.

[7] Liberalismo vs anarcocapitalismo (2012), documento electrónico: https://www.piensaenlibertad.com/liberalismo-vs-anarcocapitalismo

[8] Francisco (2015). Carta Encíclica Laudato si´ del Santo Padre Francisco sobre el Cuidado de la Casa Común, parágrafo 123, documento electrónico: https://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html

[9] Raworth , K. (2018) Economía rosquilla: Siete maneras de pensar como un economista del siglo XXI, Paidós, Barcelona.

[10] Rockström, J., Steffen, W., Noone, K. et al. (2009). “A safe operating space for humanity”, documento electrónico: https://doi.org/10.1038/461472a

[11] Magdoff, F y Foster, J. B. (2010). Lo que todo ambientalista necesita saber sobre capitalismo. Monthly Review | Volumen 61, número 10 | Traducción al español: Observatorio Petrolero Sur

[12] Georgescu-Roegen, N. (1972). “Energy and Economic Myths”, Southern Economic Journal 41(3): 347-381

[13] Trainer, T. (2017) La Vía de la Simplicidad: Hacia un mundo sostenible y justo. Editorial Trotta