Carlos Merenson

“Todas las personas con las que hablé, todos están de acuerdo que, en la explotación de estos tres mercados: petróleo y gas, ganado y agricultura y minerales está la respuesta” – Marc Stanley, embajador de EE. UU. en Argentina, 19ª edición del Consejo de las Américas

Todos los hombres pueden caer en el error, pero solo los necios perseveran en él. Cicerón

Por estos días, toca oír a la dirigencia política tradicional expresar su pesar por la pandemia de COVID-19 y las consecuencias de la guerra ruso-ucraniana para, sin solución de continuidad, iniciar un crescendo de regocijo por las “excelentes” perspectivas que se abren para los países latinoamericanos, si es que se saben “aprovechar las oportunidades” que brinda el contexto global.

Es así como, de espaldas a los verdaderos problemas y amenazas para nuestra supervivencia, sucumbiendo a la tentación utópica de querer aprovechar este “contexto tan propicio”; una vez más, no se atina a otra cosa que proponer a los extractivismos como la fórmula milagrosa con la que se podrán superar todos los males que aquejan a los países de la región. En tanto que, en el norte industrializado, los que hasta hace solo unos meses se mostraban como paladines de la sostenibilidad, hoy no dudan en encender, con las hojas de los Acuerdos de París, las hogueras de sus plantas de carbón o correr presurosos a desempolvar los controles de sus usinas nucleares, en un desesperado intento por aferrarse a una insostenible sociedad hiperenergética, consumiendo hasta el último metro cúbico de petróleo, gas natural y carbón; agudizando la inseguridad alimentaria con el uso intensivo de granos para la producción de combustibles y relanzando la energía nuclear, a una escala nunca imaginada; en una verdadera guerra contra la naturaleza y contra la propia humanidad.

Ante la grave crisis ecosocial que nos toca enfrentar, solo se atina a insistir con más de lo mismo, como si haciendo la misma cosa, una y otra vez, pudieran esperarse resultados diferentes.

Es de necios imaginar que resulta posible seguir concentrando salvajemente la riqueza, extendiendo la pobreza y el hambre; interfiriendo en el sistema climático global; atentando contra los componentes de la diversidad biológica; contaminando y agotando el planeta sin que todo ello desemboque en un colapso. Es de necios imaginar que la mano invisible y el inagotable “ingenio” humano, que nos trajeron hasta el actual estado de cosas, harán el milagro de sacarnos del callejón sin salida en que nos encontramos. Es de necios intentar tranquilizar a ese monstruo impersonal del mercado tras el que se esconden las elites del poder, mientras se somete a los pueblos a los más salvajes ajustes; es de necios justificar la entrega de la heredad natural para pagar impagables, ilegítimas, fraudulentas e injustas deudas.

Frente a la gravedad de la crisis ecosocial que se ha globalizado y amenaza transformarse en colapso, las propuestas del ecologismo, juzgadas como imposibles y utópicas bajo la lógica productivista, muy pronto revelarán como lo imposible puede hacerse posible y lo utópico puede encerrar un realismo extremo.