Con relatos épicos de lo que hicieron y de todo lo que se proponen hacer, la dirigencia política tradicional, una vez más, intenta presentarse como lo nuevo y diferente aun cuando, al estar imbuidos de una misma superideología que lo abraza todo y todo lo unifica: el productivismo, no pueden hacer otra cosa que ofrecer más de lo mismo. Es que la rémora del productivismo, no les permite advertir, los hace subestimar o peor, los hace negar, los monumentales desafíos que emergen a partir del sobregiro ecológico y amenaza de colapso en el que nos encontramos. Y es así como, de espaldas a la realidad, los vemos insistir tercamente con la utopía del infinito crecimiento; plantear una ética materialista; los vemos embelesados en su tecnolatría e imaginando que es posible ejercer un control y un dominio racionales sobre la naturaleza y la sociedad.
Pese a que las tendencias de las principales variables -que apuntan inequívocamente hacia la insostenibilidad- se apoyan en información científica[1] [2] [3] [4] [5]; la dirigencia política productivista las tachan de anticientíficas, de catastrofistas y en clara actitud negacionista se dedica a insistir con el rumbo actual proyectando una visión optimista sobre el futuro de la humanidad, paradójicamente, sin tener el menor basamento científico, solo apoyándose en mirar para otro lado (no mires para arriba), en confiar en la infinita capacidad creadora del hombre (algo vamos a inventar) o en esa mano invisible capaz de ser la respuesta a cualquiera que sea la pregunta.
Para la vieja dirigencia las denuncias sobre el grave estado de la casa común y las advertencias sobre el futuro previsible, antes que ser asumidas como claras señales que llaman a cambiar a tiempo el rumbo insostenible que llevamos, son asumidas como argumentos que solo sirven para alimentar una cadena de desánimo. Su infundado optimismo podría resumirse en la que bien puede ser su frase de cabecera: “a producir y consumir, que lo demás no importa”.
No importa, por ejemplo, que nuestra casa común haya alcanzado los 8000 millones de habitantes y nos encontremos frente al irreversible declive del modelo energético industrial avanzado[6], cuyo derrumbe tendrá un impacto mundial que sobrepasará todo cuanto se ha visto hasta ahora. No importa que sigan avanzando graves procesos disruptivos que han adquirido escala global, como las interferencias antropógenas peligrosas en el sistema climático[7]; la degradación y pérdida de los componentes de la diversidad biológica[8]; el agotamiento de los recursos naturales; la creciente concentración de productos tóxicos en el ambiente y la merma en la disponibilidad de agua dulce y tierras arables.
Para la dirigencia política tradicional, los comportamientos poco amigables con el resto del mundo natural obedecen a actitudes personales; al mal empleo de las herramientas técnicas; a interferencias en el libre funcionamiento de los mercados, etc., etc. Errado el diagnóstico, erradas las soluciones. La realidad es que, la destrucción de la casa común es el inevitable resultado del funcionamiento del sistema-mundo productivista que, además de la contradicción fundamental existente entre capital y trabajo, encierra una contradicción suprema entre capital y naturaleza que es la que verdaderamente impide la reproducción del sistema y más aún, amenaza la supervivencia humana, razones por las cuales está llamada a convertirse en determinante de las luchas y conflictos sociales.
Sobre la primera contradicción (capital-trabajo) se ha desarrollado la tradicional división en el debate ideológico entre izquierda y derecha. Sobre la segunda contradicción (capital-naturaleza), ha surgido una nueva división entre las visiones productivistas y antiproductivistas, entre quienes, pese a todos los datos y evidencias en contra, siguen tercamente aferrados a su fantasía de progreso ilimitado y quienes, conscientes de las restricciones cuantitativas del ambiente mundial y de las consecuencias trágicas de exceder los límites geobiofísicos, exigen una transformación profunda de la vida material, de la manera misma de producir, consumir, de compartir la vida en la comunidad, proponiendo una revisión fundamental de la conducta humana y de la estructura entera de la sociedad actual.
Las lógicas productivistas emergen al imaginar que las necesidades humanas sólo pueden ser satisfechas mediante la permanente expansión del proceso de producción y consumo, transformados en el fin último de la organización social, y que tal expansión la garantizan, por siempre: ciencia, tecnología, industria y mercado, asumiendo al progreso como sinónimo de la constante superación de límites. En tanto, las lógicas antiproductivistas se sustentan en considerar que ningún subsistema abierto en sus dimensiones físicas, como por ejemplo lo es la economía, puede pretender expandirse permanentemente dentro de un sistema que es finito, no creciente y materialmente cerrado, como lo es el ecosistema terrestre, a partir de lo cual el progreso se asume como la capacidad de adaptación a aquellos límites que no deben ser superados.
Lo anterior define que las corrientes de pensamiento neoliberales consideran que el crecimiento económico se ve impedido por razones sociales como la falta de libertad de los mercados, mientras que las corrientes de pensamiento de raíz marxista consideran que se ve impedido por la existencia de relaciones de producción restrictivas. Frente a ello, el ecologismo sostiene que el crecimiento económico se ve impedido porque la Tierra misma tiene: limitada capacidad productiva en cuanto a recursos; limitada capacidad de absorción en cuanto a contaminación y limitada capacidad de carga en cuanto a población.
Vemos entonces cuan profundas son las diferencias entre las fuerzas políticas tradicionales y un ecologismo que adopta a la Ecología Política como su ideología, a partir de lo cual se asume como antiproductivista, proponiendo alcanzar una sociabilidad convivencial en la que, la razón ecosocial ofrece una guía hacia el restablecimiento de una convivencia biológica dentro de la humanidad y entre la humanidad y el resto de la naturaleza, una razón situada en las antípodas de la razón productivista que ha alimentado un proceso de concentración de la riqueza como pocas veces se ha visto en la historia, generador de irritantes desigualdades, de injusticia ecosocial, empujando permanentemente a los enfrentamientos y guerras, con el cada vez mayor riesgo del empleo de armas de destrucción masiva.
En las tinieblas productivistas en que se encuentra sumergida, la vieja dirigencia política no logra advertir, parafraseando a André Gorz[9], que la salida del sistema-mundo productivista tendrá lugar sí o sí; es más, no logran advertir que dicha salida ya ha comenzado y que lo que se debe debatir es la cuestión del tipo de salida y el ritmo con el cual va a tener lugar; y no si es posible emparchar o reformar al sistema para intentar lastimosamente mantenerlo a flote.
Insistir con sus anacrónicas propuestas, pensando y actuando como si habitáramos un planeta inagotable; fomentando un insostenible consumismo solo tornarán cada día más oscuras las posibilidades de las generaciones presentes y futuras, reforzando los lazos de dependencia respecto de aquellos intereses enfrentados con el interés de la comunidad.
El ecologismo enfrenta la sinrazón productivista de las corrientes de pensamiento de raíz neoliberal y cuestiona los movimientos sociales y políticos que se asumen como “progresistas” pero cuyas lógicas ideológicas aún descansan en postulados economicistas que les impiden sumar, a la indispensable solidaridad intrageneracional, los nuevos conceptos de solidaridad planetaria e intergeneracional, advirtiendo que hoy no basta con luchar por la justicia social, la soberanía política y la independencia económica, sino que además resulta urgente y necesario luchar para poner freno al ecocidio seguido de genocidio en el que nos encontramos inmersos, porque, aun cuando pueda parecer una perogrullada, para resolver todos y cada uno de los problemas y crisis ecosociales, la precondición básica es que estemos vivos y es esta cuestión, la de la supervivencia como sentido de crisis, de urgencia, aquello que abre las puertas a lo nuevo y verdaderamente diferente en materia de teoría y praxis política.
[1] Rockström, J., Steffen, W., Noone, K. et al. A safe operating space for humanity, 2009. Documento electrónico: https://doi.org/10.1038/461472a (consultado el 8 de mayo de 2022).
[2] Barnosky, A. Hadly, E. Bascompte, J. Approaching a state shift in Earth’s biosphere, 2012. Documento electrónico: https://doi.org/10.1038/nature11018 (consultado el 8 de mayo de 2022).
[3] Documento electrónico: https://www.unep.org/resources/global-environment-outlook-5 (consultado el 8 de mayo de 2022).
[4] Puig Vilar, F. Peor de lo esperado-Índice, 2020. Documento electrónico: https://ustednoselocree.com/background-climatico/otros/%20mucho-peor-de-lo-esperado/. (consultado el 12 de abril de 2021)
[5] Meadows, D.- Meadows, D – Randes, J. – Behrens, W. Los límites del crecimiento. México: FCE. 1972
[6] Es un modelo basado en el empleo masivo de fuentes fósiles de energía, como petróleo, gas y carbón; y en menor medida, la generación hidroeléctrica y nuclear; todas ellas mediante el empleo de grandes infraestructuras de generación y distribución. Este modelo es responsable de haber elevado el consumo mundial promedio per cápita a 12.000 W y se enfrenta a una inevitable crisis como fruto del agotamiento de las fuentes fósiles (Pico de Hubbert) y la urgente y necesaria reducción de emisiones de gases efecto invernadero, lo que redundará en una transición hacia un modelo energético que, por vez primera en la historia humana, suministrará menos energía que su antecesor.
[7] Como fruto de las emisiones antropógenas de gases efecto invernadero; las que vienen creciendo exponencialmente a partir de la década de 1950 se ha originado un aumento en las concentraciones atmosféricas de estos gases, muy por encima de sus niveles preindustriales (280 ppm) y de seguridad (350 ppm) habiendo alcanzado en septiembre de 2022 una concentración de 415,95 ppm. Esta inequívoca influencia humana es responsable de haber calentado la atmósfera, los océanos y la tierra, con las muy graves consecuencias que ello acarrea.
[8] Los indicadores muestran que nos encontramos en trayectoria de una extinción en masa, la sexta en la historia de la vida en el planeta.
[9] Gorz, A. (2009). “La salida del capitalismo ya ha empezado”. El Viejo Topo 258-259: 77-81